Acerca de la
constituyente (II)
27 de junio de 2017
Por José Luis Pacheco (Rebelión)
Estamos avocados a un nuevo proceso
constituyente, que debería abrirnos la vía para profundizar las transformaciones
socio/económicas guiadas por el cambio cultural que Venezuela, nuestra América
y el mundo, reclama y necesita. Venezuela ha sido muchas veces ejemplo y guía
de trasformaciones que el mundo demanda, caso de nuestra gesta independentista
donde Bolívar no buscó arreglos con los Imperios y las oligarquías sino la
construcción de un grande y poderoso estado; del período medinista donde
reivindicamos nuestra soberanía e iluminamos a las provincias petroleras, tanto
con la imposición del 60-40% a las transnacionales como con la creación de la
CVP, y ahora con el proceso bolivariano donde luchamos por la soberanía, la
pluripolaridad y el volcamiento de la reproducción social hacia el humano y su
dignidad.
A los procesos socio/temporales los guía la
cultura mediante su red de conversaciones, la cual, a su vez, está sustentada
en la memoria histórica. Por eso, en el momento crucial que vivimos es
necesario hablar de historia y de categorías cognitivas, pues se trata de
evaluar y sopesar con mucho cuidado las acciones que debemos tomar ante el
inmenso reto que tenemos por delante. Hablemos entones de las revoluciones en
presente, pasado y futuro.
Brevísimo acercamiento al pasado
Los revolucionarios con raíces marxistas
discutieron, durante muchos años, acerca de cuándo la porción de la especie
humana que ocupa un determinado territorio, un
Espacio/tiempo cultural, se encuentra en una situación revolucionaria. Este
tema se planteó con más fuerza entre fines del siglo XIX y comienzos del XX,
cuando se afianzó la era del imperialismo y los países centrales del Sistema
Capitalista Mundial –que siempre tienen vocación imperialista– entraron en un
profundo choque de intereses geopolíticos, que nos llevó a dos guerra mundiales
interimperialistas (guerra de los 15 años).
Lenin planteó con mucha fuerza que la red
conformada por países centrales y periféricos se rompería en la periferia, pues
era allí donde se exacerbaban las contradicciones inherentes al sistema:
desigualdad, pobreza profunda en las capas bajas y medias, daño ecológico
sensible, desfasamiento tecnológico, etc., con lo cual, la desestabilización
política, fruto de la presión de los dominados y enfrentamientos con y entre
los dominantes, se haría insostenible para el estado territorial (que no
necesariamente nacional) y el país en cuestión estaría maduro para la revolución. Había
que prever, entonces, el advenimiento de una
situación revolucionaria para
diseñar y practicar la estrategia y las tácticas pertinentes.
También jugaban otras ideas atribuidas al marxismo,
como aquella de que todos y cada uno de los países debían vivir etapas de
“desarrollo” inexorables semejantes a la vía histórica europea: comunidad
primitiva, modo de producción esclavista, estadio feudal, sistema capitalista y
por ultimo modo comunista. Era necesario entonces impulsar al capitalismo hasta
que éste se convirtiera en un freno para el desarrollo de las fuerzas
productivas, entonces, y sólo entonces, se podría pasar del capitalismo al
comunismo mediante una transformación que dirigiría el proletariado como clase
revolucionaria y ya mayoritaria en el cuerpo social.
Muchos revolucionarios de raigambre marxista
compartieron esa idea y para sostenerla se apoyaban en algunos escritos de
Marx, como el Tomo I del Capital, mientras olvidaban o desconocían otros
escritos de Marx, como los manuscritos económico-filosóficos que fueron
escritos en 1844 y publicados por primera vez en 1932 en Alemania y también,
por ejemplo, la carta de noviembre de 1877 dirigida a la revista donde el
populista ruso N.K. Mijailovskii hizo una crítica a sus ideas sobre la
perspectiva revolucionaria en Rusia, y donde puntualizaba:
«El necesita convertir mi ensayo histórico
sobre la aparición del capitalismo en Europa occidental en la teoría
histórico-filosófica con un único camino, por el que de manera fatídica están
condenados a pasar todos los pueblos independientemente de cuáles fuesen las
condiciones históricas en que se encontrasen, para llegar, al final de cuentas,
a la formación económica que les permita, junto con un gran florecimiento de
las fuerzas productivas y del trabajo social, un mayor y profundo desarrollo de
la persona. Pero
yo le pido a él disculpas. Esto sería al mismo tiempo demasiado halagüeño y
demasiado vergonzoso para mí».
Esa carta tuvo una interesante historia, fue
escrita en noviembre de 1877, pero no fue enviada a la revista y permaneció sin
publicar hasta que años después, tras la muerte de su autor, fue encontrada por
Engels entre sus papeles y enviada por éste, en marzo de 1884, una copia a Vera
Zasulinch, quien por aquel entonces se encontraba exiliada en Ginebra. Fue
finalmente publicada en la revista Vestnik
Narodnoi Voli número 5, en
1886 en Ginebra: aquí se cita según texto integro en: http://www.ismat.
Php?menu=1&action=1&ítem=167 Citado por Antonio Fernández Ortiz
«Octubre contra el Capital» Ediciones Viejo Topo 2010. Págs. 81-82.
Entre la muerte de Marx y la Revolución Rusa en
1917 mediaron 34 años y corrió mucha agua debajo de los puentes, los diversos
acontecimientos fueron diferenciando las corrientes marxistas y separando más y
más sus posiciones políticas, hasta llegar en 1903 a la división entre mencheviques(minoría
socialdemócrata de derecha) y los bolcheviques (mayoría socialdemócrata de izquierda)
cuya diferencia fundamental fue que los bolcheviques planteaban que el camino
ruso no era el capitalista y que el proletariado en el poder debía marcar un
rumbo distinto, mientras que los mencheviques decían que el proletariado debía
respaldar y presionar por mejoras a la burguesía nacional.
Estas diferencias marcaban dos vías a seguir:
la pacífica/electoral/parlamentaria de los mencheviques y otros partidos,
contra la parlamentaria/insurreccional de los bolcheviques, apoyándose ambas en
el trabajo socio/político en los sindicatos y otras organizaciones obreras y
populares. Eran dos vías que estaban determinadas por el sujeto revolucionario,
que en ambos casos era el proletariado, los obreros fabriles, como la clase que
llevaba en su seno el germen de la nueva sociedad: la formación
económico/social comunista. Es bueno traer al debate, que de acuerdo al
materialismo histórico, el ser determina la consciencia y que el
movimiento de la lucha de clases dentro del capitalismo transforma a la clase
obrera de agrupaciones dispersas sin consciencia de su destino, en clase en sí primero y luego en clase para sí, es decir, en una
clase claramente diferenciada que genera una ideología que la guía en su
accionar: dicha ideología es el marxismo que la reconoce como elemento
mesiánico y redentor. Pero el marxismo no brota espontáneamente de la clase
obrera, pues la anomia a que la condena sus condiciones de vida no lo permite,
es necesario, entonces, que la intelectualidad, en perfecta simbiosis con el
proletariado, cree y difunda la ideología proletaria, de tal manera que ella
encarne en el proletariado y sus aliados y los guíen en su caminar hacia la
toma del poder político y la puesta en marcha de la Revolución
Claro, estos planteamientos lo hacían
intelectuales comprometidos con la revolución, como lo fueron el propio Marx,
Lenin, Trosky, Plejánov, Mao, Ho Chi Ming y muchos más, pero como ellos no
emergían ni vivían en el seno de los proletarios y éstos no demostraban querer
y entender la revolución, siempre estuvo presente la necesidad de crear una
organización que insuflara la ideología revolucionaria entre los proletarios y
sus aliados y los dirigiera entre las complejidades del proceso. Esta idea
derivaría hacia la conformación de partidos políticos de tipo socialdemócratas
y “leninista”, los primeros con organizaciones abiertas donde un militante
debía pertenecer a una organización ligada al partido, mientras que en los
segundos un militante era el que trabajaba en un organismo del partido: los
primeros eran partidos abiertos y los segundos partidos cerrados (tipo
militar).
Surgieron dos tesis para definir qué es una
revolución y cuándo puede producirse: la socialdemócrata y la comunista. Ambas
planteaban como primer paso la toma del poder ejecutivo o político, para luego,
y desde allí, impulsar la transformación revolucionaria. Ambas coincidían,
aparentemente, en que la Revolución tenía como objeto cambiar las estructuras
capitalistas que engendraban desigualdad creciente, por otras que terminaran
con la explotación del hombre por el hombre e inauguraran una nueva época donde el problema del día fuera abrirle paso al hombre nuevo,
que a las personas se las viera y respetara en y por su dignidad. Diferían abiertamente
en la vía, en el proceso vital necesario para alcanzar esos objetivos, para los
socialdemócratas y liberales era trabajar pacíficamente dentro de las
instituciones vigentes, pulseando políticamente con las autoridades desde el
parlamento y otras instancias para concientizar y organizar al proletariado en
sindicatos y otras organizaciones, a fin de acceder pacífica y electoralmente
al poder y desde allí, mediante el juego de actores en las instituciones
iniciar un proceso de cambio; los comunistas decían que la vía electoral si
bien no imposible era muy difícil de transitar y que la actividad política
debía utilizarse para concientizar y organizar al proletariado preparándolo
para tomar el poder pacifica o violentamente, al momento de presentarse una
crisis socio/política total. Los comunistas y otras agrupaciones de izquierda
creían que ese tiempo podría medirse en meses o quizás en años, pero que
realmente se prolongaría hasta que la correlación de fuerzas incline la balanza
de poder hacia uno u otro bando y pueda resolverse la crisis pacifica o violentamente.
La primera gran controversia se desarrolló
entre los social demócratas dirigidos por el checoslovaco Karl Kautsky y el
ruso Gueorgui Plejánov, quienes sostenían que no podía plantearse una
revolución socialista sin que la burguesía previamente desarrollara el
capitalismo, y los revolucionarios con Lenin a la cabeza, quienes afirmaban que
en una situación revolucionaria los revolucionarios podían y debían tomar el
poder y dirigir la transformación que la burguesía no podía llevar adelante. La
segunda controversia se desarrolló en dos planos, por una parte entre los
mencheviques aliados con la dirección de los bolcheviques en Rusia y por la otra Lenin y Trosky
quienes unificaron sus posiciones en las llamadastesis de abril, llave que abrió el camino a la
toma del poder ejecutivo y al inicio de un proceso revolucionario en Rusia que
fue lo que fue. Lo demás es historia real que debemos estudiar y comprender
bajo la visión sistémica de la vida y no con la linealidad del pensamiento
tradicional.
Esta pequeña narrativa trata de poner sobre el
tapete la vieja controversia entre Reforma y Revolución, que en el fondo no es
otra cosa que un enfrentamiento entre dos visiones de los procesos históricos:
la economicista y la cultural, la primera es la percepción de los de arriba y la segunda la de los de abajo. Célebres son las
tesis de Rosa Luxemburgo para diferenciar reforma de revolución, así como la
controversia entre Trotsky y Lenin, plasmada entre la «revolución permanente»
apoyada en la teoría del «desarrollo desigual y combinado» del primero y la
revolución por etapas del segundo, donde el proletariado tomaría el poder
político para cumplir las tareas que las burguesías de los territorios
periféricos no podían adelantar. Las diferencias entre Lenin y Trotsky se
conciliaron en las «tesis de abril» donde Lenin se identificó con la revolución
permanente, se enfrentó al Comité Central del Partido y dirigió el golpe de
Estado, que montado sobre una situación revolucionaria, llevó a los
bolcheviques al Poder en 1917. Esta fue una magnifica demostración de genio
revolucionario y de comprensión de las limitaciones de los humanos para
percibir la compleja realidad socio/cultural que cubre los procesos
políticos/sociales, así como de humildad y firmeza revolucionaria.
Porque, en el fondo, el asunto está en
visualizar, en cada etapa del tiempo histórico, qué es y cuándo estamos en una
situación revolucionaria. A nuestro juicio, y dentro del marco del sistema
capitalista mundial, es un intervalo de tiempo donde en un determinado
territorio se exacerban las contradicciones del sistema en una crisis que no
tiene solución dentro del mismo. Es un momento concreto y pasajero. Es una
crisis cultural donde la percepción de la realidad tiene que saltar sobre los
viejos valores y, dentro de una nueva visión de la complejidad, definir un
nuevo proyecto político/territorial y las acciones pertinentes para alcanzarlo.
Si esto se hace, el pensamiento político/sistémico vence la entropía cultural
enquistada en el pasado, y eleva la acción a un plano mayor de complejidad con
nuevos y revolucionarios planteamientos.
Nuestro momento histórico
Es, en este sentido, que nos atrevemos a
afirmar que Venezuela se encuentra en una situación revolucionaria, pues las
viejas concepciones del devenir histórico se enfrentan y, en su conflicto, o
derivan hacia el estancamiento que
nos llevaría al encuadramiento sistémico, o, tal vez y ojalá, mediante un
gigantesco esfuerzo de humildad revolucionaria, emulemos al Lenin de abril de
1917 y adoptemos, en nuestro tiempo histórico, la percepción del mundo compleja
y ecológica para comprender y debatir, que una revolución es una transformación
de las estructuras sistémicas y socio/culturales, una mutación de la
institucionalidad y de los patrones políticos, es pasar de una cultura
patriarcal a otra matríztica y plantearnos un nuevo Proyecto Nacional
territorial, antisistema y ecosocialista.
Para ubicarnos adecuadamente ante nuestra
realidad debemos dejar de hablar de “reconciliarnos″ y trabajar por un
compromiso real (no solo mediático) entre las capas revolucionarias y la capas
medias objetivamente progresistas que siendo muy difusa podría acercarse a la
revolución si vence el racismo y su mente colonizada, en lugar de establecer
puentes estratégicos con las clases imperiales: la oligarquía y la clase media
alta; de “reindustrializarnos″ y enfocar nuestros esfuerzos en construir un tejido industrioso de carácter endógeno sobre el
territorio con la gente que en él vive y labora; de eliminar el esquema que
niega la participación activa y protagónica de los sectores medios industriosos y preparados permitiéndoles que
cumplan su rol histórico junto a los pobres; internalizar que el enemigo
principal es la financiarización, el mundo del Capital, con su banca
transnacional y que sólo endogenizándonos sobre una base territorial podremos
construir la red industriosa que ligue producción, transportes, distribución,
mercadeo y consumo. Lo anterior requiere de nuevos sujetos o remozados sujetos
culturales, socio/económicos y políticos, toda vez que la oligarquía dominante
desde Páez, con sus capas medias rentistas que la acompañan, llegaron a
rechazar hasta el proyecto nacional/desarrollista de Pérez Jiménez que sólo
pretendía crear una burguesía nacionalista y productiva. Allí, precisamente, la
oligarquía demostró su carácter de
clase imperial y su
imposibilidad de dirigir hegemónicamente cualquier proyecto nacional En fin,
debemos revisar, rápido y a fondo, nuestros esquemas mentales y librarnos de
los ecos del pasado que impidieron que tantas revoluciones deseadas y posibles
se realizaran, y derivaran más bien hacia una inserción más profunda en el sistema
capitalista mundial, fortaleciéndolo y prolongándolo en el tiempo.
El reto es abandonar la vieja forma de hacer
política y apartar a los viejos políticos, que no lo son por edad, sino por sus
esquemas mentales y su visión de que las luchas socio/culturales son campañas
mediáticas y que la subjetividad puede sustituir a la realidad. Es un tema
de contemporaneidad y de práctica política.
Finalmente, debemos insistir en que
diferenciemos la contradicción antagónica con el Imperio, la clase imperial y
los partidos y agrupaciones neofascistas, de la contradicción no antagónica
sectores populares y capas medias progresistas. No es lo mismo. Es difícil
comprender cómo dirigentes de izquierda prefieren retratarse con los
neofascistas y desdeñan a los bolivarianos, y también, cómo es que el gobierno
y el PSUV negocian con los neofascistas y no pueden conversar con las
izquierdas. Entiendo que puede haber un tema de juego institucional y de
imagen, pero la Revolución debe estar por encima de esas minucias históricas.
También hay vías secretas.
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