Bolsonaro y la derecha
chilena
19 de octubre de 2018
Por Paul Walder (Rebelión)
Tras el holgado triunfo de Bolsonaro en la
primera vuelta en Brasil, la primera reacción del presidente Sebastián Piñera
fue elogiar su propuesta económica. Un programa que reinstala el modelo
neoliberal desde sus bases más puras y fundamentales. Es el camino correcto,
comentó un Piñera exultante, que sólo más tarde tuvo que matizar al explicar
que su apología no se extendía al resto del discurso del exmilitar.
La reacción de Piñera es la expresión más
directa de la base del corazón del capitalismo: sólo con plenos y libres
mercados es posible lograr altas tasas de crecimiento, variables hoy en día
acotadas a guarismos sin duda insuficientes para inversionistas y sus
promotores. Aun así, bajo el gobierno del multimillonario Piñera la tasa de
crecimiento del PIB chileno no sube más que un cuatro por ciento ni hoy ni en
las proyecciones de corto plazo. Factores externos de alta complejidad y otros
internos un poco más claros contienen la actividad económica.
Chile, que tiene posiblemente la mayor
continuidad y pureza del modelo instalado durante la dictadura por los
discípulos de la Escuela de Chicago, ha logrado mantener no solo estadísticas,
sino una sociedad que expresa muy bien la gran escena del mercado. Con todas
las actividades económicas entregadas a las grandes corporaciones y los grupos
financieros, ha conseguido, con el orgullo de todas las elites y sus
gobernantes de los últimos 45 años, el mayor PIB per cápita de la región, el
que proyecta mantener para los próximos años. El último World Economic Outlook estima
que la economía chilena cerrará el año en curso con un PIB según paridad de
poder de compra (PPP) de US$ 25.891, en tanto el 2022 alcanzaría los 30.000.
Chile sería la primera economía latinoamericana en hacerlo, y se ubicaría entre
las estadísticas de países de otras latitudes (sólo como comparación, Portugal
tiene un PPP de 31.000 y la
Unión Europea en promedio más de 40.000).
Un logro estadístico para fruición de
inversionistas, controladores de las corporaciones, las elites y sus
gobernantes. Porque en Chile son otros los números que condicionan la vida
diaria. Lidera el ranking de desigualdad, junto con México, de los países de la OCDE. Hablar de
“progreso”, de “desarrollo” en Chile es simple retórica de las cúpulas
políticas. El alto crecimiento de la economía ha avanzado con la misma
velocidad y dirección que la
desigualdad. El libre mercado, en el país que fue levantado
como modelo del Fondo Monetario, el Banco Mundial y agencias de inversión y
calificación, ha sido incapaz de resolver los problemas básicos de gran parte
de la población.
Los salarios promedio de los trabajadores son
una muestra palmaria. Según estudios independientes sobre datos oficiales, más
de la mitad de las personas que trabajan ganan menos de 450 dólares, el 78 por
ciento menos de 750 dólares y sólo un 13 por ciento más de mil dólares. Un
salario que no resiste relación con el PIB per cápita del 25 mil dólares
anuales.
Por qué Piñera elogia con tanto énfasis la
política económica propuesta por Bolsonaro. Porque un Brasil neoliberal sin
duda que pesará sobre el resto de Sudamérica. Porque el mercado, bien sabemos,
ha de contar con gobiernos y un aparato estatal que lo sostenga.
La historia
del capitalismo y en especial la del imperialismo no sería la que conocemos sin
los estados y los ejércitos que lo han reforzado.
Bolsonaro, como otros políticos, si es que
puede recibir este calificativo, han sido apoyados sin ningún titubeo por el
capital financiero e industrial. Un soporte que no se desliga del resto de su
discurso porque hoy, como en tantas otras ocasiones, el capital requiere de
todos los mecanismos del estado para la plena actividad de los mercados. La
represión y el estado policial o militarizado desembozado y bajo apariencia
democrática está en el programa neoliberal. De qué otra forma amparar las
ganancias corporativas y contener la frustración y la injusticia inherente al
modelo mercantil.
El fascismo del siglo XXI, mal llamado o
atenuado bajo la denominación de populismo, contiene las caras más temibles del
capitalismo. La crueldad de los mercados con rasgos monopólicos y la no menos
perversidad de la amplificación de sus mecanismos de control. Un modelo llevado
hasta las últimas consecuencias durante el Chile de Pinochet, época y figura
admirada sin matices por Bolsonaro.
Pero no sólo por él. El miércoles 17 de
octubre Jacqueline van Rysselbergue, presidenta de la ultraderechista UDI ,
partido que forma parte de la coalición del gobierno de Piñera, viajó a Brasil
para reunirse y darle el apoyo al candidato citado. Un soporte nada extraño: la
UDI nació en plena dictadura, la que reivindica, en tanto su mentor espiritual
e intelectual es Jaime Guzmán, el asesinado, o ajusticiado, según se quiera,
brazo político de Pinochet.
La historia latinoamericana se escribe a toda
prisa en estos días.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=247907
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