Bolsonaro y la alternativa socialista
10 de octubre de 2018
Por Rolando Astarita
El triunfo de Bolsonaro en la elección del
domingo pasado ha dado lugar a diversas explicaciones por parte de la izquierda. Haciendo
un repaso somero de las mismas, encontramos:
1.
El ascenso de Bolsonaro es el producto de la
“conspiración reaccionaria” del Lava Jato; de las manipulaciones de la
corporación judicial; y de la tutela de las Fuerzas Armadas, que habrían
impedido el derecho de la población a votar libremente a Lula (que tenía el 40%
del voto). A esto se habría sumado el apoyo de parte de la gran burguesía, el
agronegocio, y la iglesia evangélica. Con estos apoyos, Bolsonaro habría
capitalizado el sentimiento anti PT.
2.
El retorno a la democracia siempre estuvo
condicionado por la dictadura militar, y las FFAA nunca se replegaron
totalmente. Su influencia corporativa permaneció intacta.
3.
En esta campaña el PT tuvo que enfrentar a
las FFAA, a los grandes medios de comunicación, al Poder Judicial y a
Washington.
4.
La influencia de las Iglesias evangélicas; y
el deseo de “orden” de buena parte significativa de la sociedad explican por
qué Bolsonaro pudo presentarse como “lo nuevo”, con un discurso moralista en
defensa de la familia, contra la violencia urbana, de condena a la corrupción. Así
atrajo a la gente desencantada con la política y desilusionada con el PT.
5.
Los medios concentrados inculcaron el miedo
y el odio a la igualación social y la ampliación de los derechos humanos, que
estarían en la esencia del PT.
6.
Bolsonaro logró capitalizar el sentimiento
anti-PT. Este sentimiento se debe a que el PT gobernó con el gran capital
brasileño e internacional y los partidos corruptos de la burguesía. El
gobierno de Dilma Rousseff aplicó un plan de ajuste neoliberal. La corrupción
de sus gobiernos también contribuyó al desprestigio de las alternativas de
izquierda. El PT traicionó cuando estuvo en el Gobierno y también al no
movilizar a los trabajadores contra Temer y contra el fascismo. En la versión
stalinista clásica, el PT no traicionó, pero cometió “errores”, como fueron la
corrupción y la aplicación “de una política socioeconómica de corte
neoliberal”.
7.
El triunfo de Bolsonaro se explica por la
profunda crisis económica y social, y porque Temer la agravó. En
consecuencia, “millones de trabajadores votaron a Bolsonaro abrumados por la
crisis y la descomposición de la vida urbana”.
El triunfo de Bolsonaro en perspectiva
Si bien pueden haber sido importantes
algunos de los factores mencionados en las anteriores explicaciones, la
cuestión central es preguntarse por qué un candidato como Bolsonaro, con sus
posiciones misóginas, racistas y homofóbicas, defensor de la dictadura militar
y de la tortura, que postula un programa económico que es continuación del de
Temer, ha obtenido el 46% de los votos. Y aquí hay que evitar recurrir a
peticiones de principio. Esto es, si decimos que ese voto se explica por la
influencia de los evangelistas, o de las fuerzas armadas, o de los medios de
comunicación, habrá que preguntarse por qué los evangelistas, las fuerzas
armadas y los medios de comunicación tuvieron tal poder de convencimiento sobre
millones de trabajadores. De la misma manera, si se sostiene que millones de
trabajadores votaron a la ultraderecha porque están abrumados por la crisis,
hay que preguntarse por qué votaron de esa manera, y no apoyaron a alguna
variante anticapitalista y socialista (el Partido Socialismo y Libertad, una
organización más o menos “radical”, obtuvo menos del 1% de los votos).
Pues bien, pienso que es necesario ubicar lo
que ocurrió en Brasil en una perspectiva más amplia. La misma hace referencia a
un fenómeno que ha sido señalado repetidas veces por los medios y analistas,
pero que la izquierda parece reacia a reconocer (¿acaso porque desmiente los
análisis enfebrecidos del tipo “existe una situación revolucionaria en el
mundo”?). Se trata del ascenso de la ultraderecha y de la derecha conservadora
y nacionalista en una cantidad apreciable de lugares. Por ejemplo, si tomamos la
situación en Europa, vemos que en las últimas elecciones partidos de
ultraderecha obtuvieron el 65% de los votos en Hungría; 54,6% en Grecia; 51,2%
en Polonia; 50% en Italia; 49,6 en República Checa; 35,4 en Chipre; 34,3% en
Eslovaquia; 32,9 en Estonia; 32,8% en Lituania; 32,7% en Bulgaria. Hay que
agregar la Gran Bretaña
del Brexit; el 20%, por lo menos, del voto que cosecha Le Pen en Francia; el
25% que recibió el ultraderechista Partido Demócrata Esloveno; y el 17,6% de
los votos que obtuvo la ultraderecha sueca en las últimas elecciones. En
Hungría, con Víktor Orban, y en Polonia, con Mateusz Morawiecki, la
ultraderecha gobierna en solitario. Y partidos de ultraderecha gobiernan en
coalición en Italia, Bulgaria, Austria y Eslovaquia.
Mencionemos también a Rodrigo Duterte,
presidente de Filipinas (según Amnistía Internacional, incitados por el
gobierno las fuerzas policiales y sicarios han matado a miles de personas bajo
el disfraz de una campaña nacional para erradicar la droga). O el triunfo de
Trump, un personaje que se lleva de maravillas con los supremacistas blancos,
aplica un programa brutal contra los inmigrantes, hace todo lo posible por
agredir al medio ambiente y embiste contra el derecho al aborto, apoyado por cristian os evangélicos y conservadores religiosos. Y
tengamos presente que en la ex patria del “socialismo real” la inmensa mayoría
de los trabajadores apoya las políticas nacionalistas y represivas de Putin.
Estas evoluciones entonces no se
pueden explicar por particularidades nacionales. Por debajo de esto
tiene que haber una cuestión más general. Y una de las primeras cosas que
saltan a la vista es que estos movimientos, partidos y gobiernos se presentan
como alternativas a la globalización capitalista. Este es el “universal” que se
desarrolla a través de los casos nacionalmente particularizados. No son los
particulares los que explican el impulso general, sino al revés, es la
tendencia general la que se expresa en los desarrollos nacionales. Pero
entonces la pregunta central es por qué
la respuesta a la globalización ha sido capitalizada por partidos, regímenes y
gobiernos de derecha, y no por la izquierda.
La crisis de la alternativa socialista
La raíz del problema está, por supuesto, en
la crisis de la alternativa socialista. Es claro, por empezar, que la
socialdemocracia –mezcla de fabianismo y keynesianismo de izquierda- terminó
asociada con los partidos burgueses tradicionales, aplicando las políticas
capitalistas tradicionales. La alianza, en Alemania, de los socialdemócratas con
los conservadores de Merkel, es tal vez el caso más representativo.
Pero más significativa y conmocionante para
la izquierda fue la caída de la URSS y de los regímenes de Europa del Este. Es
que a los ojos de las masas trabajadoras esto se identificó (y se identifica)
con el fracaso del socialismo. De ahí la fuerza que tiene el slogan de “no hay
alternativa” (al capitalismo), con el cual la burguesía descalifica cualquier
propuesta de cambio social profundo. En varios países del ex “socialismo real”
(Hungría y Polonia los más destacados) han tomado fuerza algunas de las
expresiones más brutales de la derecha. Agreguemos el giro de China hacia el
capitalismo, operado desde la más alta dirección del partido Comunista chino.
Algo similar podemos decir de lo ocurrido en Vietnam. Vietnam, que constituyó
el máximo referente de la lucha antiimperialista en los 1960 y 1970, terminó
siendo el mejor alumno del FMI en los 1990 y 2000 (y hoy es un paraíso de la
explotación de mano de obra por parte de grandes multinacionales). Sumemos la
trágica desintegración de Yugoslavia: donde se suponía que reinaba la
solidaridad y fraternidad entre los pueblos, se desató una brutal guerra
nacionalista, con un saldo de incontables víctimas y devastación.
En una nota anterior del blog, escribí sobre esta cuestión: “Los
fracasos de los “socialismos reales”, o el actual desastre del “socialismo
siglo XXI”, no son cuestiones menores. La izquierda no puede desconocerlos. En
1927, o sea, apenas una década después del triunfo de la revolución, Trotsky
pronosticó que una vuelta de la URSS al capitalismo provocaría un retroceso
“infinito” en la conciencia socialista de la clase obrera mundial. En 2015, y
con las experiencias (y horrores) stalinistas a cuestas, aquel pronóstico de
Trotsky tiene validez multiplicada” (sobre estas cuestiones, véase aquí, aquí). En otra nota: “lo
que importa es que en la conciencia de millones, el ideario del socialismo
se había derrumbado. Y sobre este derrumbe avanzó el “no hay
alternativa”, consigna asumida no solo por el neoliberalismo, sino
también por la socialdemocracia, los movimientos nacionalistas y por millones
de militantes o ex militantes de los partidos Comunistas”.
Para hacerlo más actual, ¿se puede
desconocer la influencia desmoralizante y desorientadora de lo que hizo el
chavismo en Venezuela? ¿O lo que está haciendo Ortega en Nicaragua? ¿O Syriza
en Grecia? ¿O lo que hizo la burocracia “progre-izquierdista” con grandes
empresas estatales, utilizadas para saquear las arcas públicas, como ocurrió
con Petrobrás? ¿Por qué los trabajadores brasileños, por caso, deberían
entusiasmarse con el capitalismo de Estado? ¿Por qué los trabajadores de Santa
Cruz, para citar otro caso representativo, deberían considerar “progresistas” a
los gobiernos K de esa provincia? Para explicarlo con otro caso histórico: ¿se
puede concebir algo más desolador para un militante comunista, argentino,
cuando en 1976-1977 se enteraba de que Fidel Castro, el PC cubano, la URSS y su
propio partido apoyaban a Videla? ¿O para un maoísta cuando supo que el
gobierno chino estuvo entre los primeros en reconocer a Pinochet, después del
golpe militar? ¿O para un ex combatiente sandinista ver y vivir lo que está
haciendo hoy Ortega?
Es imposible desconocer estas cuestiones a la hora de explicar la
situación que atravesamos. Con el condimento, para agravar la crisis ideológica
y política, que buena parte de la izquierda en las últimas décadas consideró
progresista cualquier forma de política nacionalista burguesa. Por ejemplo,
cuando fue el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas hubo gente de izquierda
que saludó a Ben Laden como un “revolucionario”. Cuando el triunfo del Brexit,
partidos de izquierda dijeron que se había producido un avance en la dirección
anti-capitalista (aquí, aquí, aquí, aquí). Con una lógica
parecida, muchos izquierdistas, e incluso marxistas, ayudaron a la exaltación
nacionalista en Cataluña y fomentaron la división en la clase obrera española (aquí). Así,
atizaron el nacionalismo frente a la mundialización de la explotación
capitalista. Esto es, justo cuando presentar la alternativa socialista e
internacionalista era más urgente y necesaria. Aunque puestos a ser nacionalistas, no
hay nada como un buen fascista para fomentar el odio xenófobo (que siempre va
de la mano del machismo y del racismo).
Pienso entonces que es muy limitado explicar
el triunfo de Bolsonaro por la crisis económica, o la violencia social. Después
de todo, la crisis debería abonar el terreno para el avance de la crítica marxista.
Pero si con la crisis ocurre exactamente lo contrario, estamos en un problema.
Y si cuando los trabajadores se desilusionan con el socialismo burgués, en
lugar de girar a la izquierda, giran a la derecha, de nuevo estamos en un
problema. Por eso, es una tontería decir que la dificultad para el socialismo
reside en las iglesias, las FFAA, Washington o los grandes medios. ¿O se piensa
que se puede avanzar al socialismo con el beneplácito de las iglesias, las
FFAA, Washington y los grandes medios? Además, si frente a la
mundialización del capital la izquierda abraza a la nación burguesa, ¿qué queda
del internacionalismo socialista? La respuesta es que poco y nada.
Por otra parte, esta situación no se supera
con meros llamados a la
lucha. En este punto recuerdo que cuando caía la URSS, gente
de izquierda pronosticaba que, inevitablemente, estallaría una revolución
obrera y socialista, que barrería no solo con la burocracia, sino también con
todo atisbo de restauración capitalista. Lo mismo se dijo sobre los países del
Este Europeo. Por caso, algunos llegaron a afirmar que con las masas
movilizadas y organizadas en Solidaridad, era imposible que en Polonia volviera
el capitalismo. Luego, cuando ya el capitalismo se extendía por todos lados, el
diagnóstico fue que apenas los trabajadores lo sufrieran en carne propia,
volverían a los ideales de Lenin y Trotsky. Siempre con la convicción de que la
experiencia generaría conciencia socialista. Pero la cosa no se demostró tan
sencilla, y hoy millones de obreros del ex bloque soviético votan por la
derecha nacionalista. Los ideales del internacionalismo socialista parecen
enterrados bajo una pesada losa de inmundicia nacional-estatista.
Naturalmente, la agitación por demandas
cotidianas y la participación en las luchas son necesarias e imprescindibles.
Pero hay que tomar conciencia de que por sí mismas no darán lugar a la
reconstitución de un programa y una estrategia socialista correcta. Las
experiencias con gobiernos de derecha de las masas trabajadoras pueden dar
lugar a gobiernos del llamado centro-izquierda, que a su vez vuelven a ser
reemplazados por gobiernos de derecha. Fue la función de hecho que cumplió la
“tercera vía”, cuando se presentó como alternativa al “neoliberalismo
tatcheriano reaganiano” de los 1980, para dar paso luego a la ola de los
nacionalismos xenófobos. Alternancias de este tipo no se pueden descartar en el
futuro, ni en Brasil ni en otros países de América Latina.
Necesitamos poner el debate ideológico en el
primer plano. Y hay que enfrentar las cuestiones sin excusas ni palabrerío
izquierdista consolador. En este respecto, para terminar, reproduzco un pasaje
de una de las notas antes citadas: “… es necesario elaborar una perspectiva
sobre la base del análisis crítico de las experiencias pasadas. (….) … la
reconstrucción de un ideario socialista no podrá efectuarse pasando por alto
estos estudios y debates. Por eso también, hay que ser consciente de que estas
cuestiones exigirán tiempo y una intensa lucha y enfrentamiento con la ideología
burguesa dominante. Y por sobre todas las cosas, una actitud abierta a admitir
el problema y la necesidad de encararlo de frente, y con toda honestidad
intelectual”.
Fuente: https://rolandoastarita.blog/2018/10/10/bolsonaro-y-la-alternativa-socialista/
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