“No queremos una izquierda nacional que nos gobierne, mediante promesas incumplibles y desde dentro del propio capitalismo. Queremos una vida a la contra”.
enred_sinfronteras@riseup.net
Sobre la “izquierda nacional”
y sus limitaciones
José Luis Carretero
@joselecarretero
Instituto de Ciencias Económicas y de
la Autogestión.
Anguita, Monereo e Illueca nos cantan las
alabanzas a una futura “izquierda nacional”.
Curioso epílogo para los líderes prácticos e intelectuales del eurocomunismo
legalista que ha dominado la izquierda institucional de nuestro país durante
mucho tiempo.
Su propuesta se centra en la idea de recuperar la
vertiente protectora del Estado nacional frente a una Unión Europea matriz del
dominio neoliberal sobre nuestras sociedades y génesis de todos los desafueros.
En su discurso, la oposición entre globalismo europeísta funcional al
capitalismo y gestión democrática a escala nacional se afirma como la llave
fundamental de comprensión de la realidad y de construcción de alternativas
encaminadas a un etéreo “bien común” interclasista y populista.
Es esa oposiciónque está en el núcleo de su
narrativa la que no terminamos de compartir en este escrito: el fundamento de
la gobernanza neoliberal en Europa y en el mundo no está únicamente localizado
en la Unión y en las instituciones internacionales. Eso es una visión estrecha
y limitada. Una Unión Europea constitucionalmente neoliberal (por obra de los mismos
tratados constitutivos) se ve complementada (y no limitada ni contestada) por
la gestión política descentralizada, a nivel nacional o incluso regional y
municipal, de la vida cotidiana de sus súbditos.
La recuperación de la dimensión nacional y de las
competencias del Estado-Nación no sólo no excluye necesariamente el dominio
neoliberal sobre la ciudadanía, sino que puede ser su forma más acabada
Al igual que los cuerpos policiales han ido
adaptándose sistemática y conscientemente a las características locales de sus
ámbitos de gestión de la seguridad, con una explosión de formas de policía de
barrio, de comunidad autónoma o municipales, al tiempo de la constitución de
redes continentales y globales; la Unión y los Estados, la gobernanza
neoliberal y las viejas formas de gestión nacional de las poblaciones, no
constituyen una dicotomía, sino que son enteramente funcionales la una a la
otra.
Así pues, la recuperación de la dimensión
nacional y de las competencias del Estado-Nación no sólo no excluye necesariamente
el dominio neoliberal sobre la ciudadanía, sino que puede ser su forma más
acabada. La Hungría o la Polonia del populismo de derechas no son ámbitos de
protección económica de una fantasmal e irreal clase obrera nacional (blanca y
no mestiza, es de creer, es decir, inexistente), sino laboratorios de
experimentación de nuevas formas de gestión de lo político y lo social que
dejan incólumes la estructura económica esencial y los objetivos de clase de la
política presupuestaria (así hay que leer la incipiente reforma fiscal
italiana, encaminada a construir un espacio sin gravámenes para los mismos de
siempre, pese a toda la retórica sobre lo nacional).
Y es que la única
posibilidad de realizar una política económica nacional, dentro del
capitalismo, es decir, de tomar decisiones por fuera y a la contra de los
flujos financieros globales, o al menos de limitarlos, pasa por construir un
Estado de ámbito continental y con instrumentos de gestión fuertes y
tendencialmente autoritarios.
Estados-continente como
China o Rusia son los únicos que pueden plantearse tener una política económica
propia, aun limitadamente (no sobrevaloremos tampoco en exceso la autonomía de
los flujos globales de economías que se están construyendo en una relación
problemática, dialéctica y contradictoria con la globalización y sus actores,
pero no al margen de ellos). Las tentativas de construcción de independencia y
soberanía de Estados-Nación en escalas inferiores se ven rápidamente
encaminadas al bloqueo, el sabotaje y la esencial vulnerabilidad de economías
fuertemente dependientes y no lo suficientemente diversificadas (véase el caso
de Venezuela, por ejemplo).
La soberanía relativa (que no total), sin
tentativa de salida del capitalismo, presupone una escala y una diversificación
económicas, así como unas formas de gestión de lo público más o menos
centralizadas y autoritarias. Esa es la dicotomía en que se mueve el populismo
de derechas europeo, prometiendo una seguridad que no puede garantizar, una
soberanía que países del tamaño y la estructura económica de Polonia o Hungría
difícilmente pueden ofrecer, y edificando un corpus normativo autoritario que
no sólo no es contrario a la globalización, sino que puede convertirse en la
forma de gestión más adaptada y funcional para la nueva fase multipolar de la
misma.
Es evidente que, en todo caso, Rusia o China no
enfrentan la globalización, sino que la gestionan, desarrollando una política
nacional que sólo puede ser tal porque al tiempo es expresión de una base
económica amplia y de una estructura estatal de ámbito continental con
ramificaciones globales.
Los autores del artículo proponen un suave
keynesianismo soberanista con anatemas contra el euro y medidas a favor de una
fantasmal clase media que constituye, ya, el muerto sin enterrar de la economía
europea
¿Es esto lo que nos prometen los apologistas de
una izquierda nacional? Por supuesto ellos nos hablan de democracia y
república, de soberanía como participación de la nación. Nos prometen
una independencia que no puede ser más que fantasmal, una seguridad que no
pueden garantizar sino sólo teatralizar desde un autoritarismo de facto
y una democracia abstracta, nominal y sin determinaciones de clase. Un
populismo que poco puede competir con el de la ultraderecha en el ámbito público,
y explicaremos por qué.
En primer lugar porque no incorpora alternativa
económica alguna a lo propuesto, a nivel narrativo, por la propia ultraderecha.
Un suave keynesianismo soberanista con anatemas contra el euro y medidas a
favor de una fantasmal clase media que constituye, ya, el muerto sin enterrar
de la economía europea. Algo que ya hemos visto que no se puede implementar a
escala de una nación dependiente, desindustrializada y sin recursos materiales
ni energéticos como la mayoría de los países del Sur y el Este de Europa
considerados aisladamente. Convertirse en maquila es la única aspiración, y
acompañarlo con algo de Estado del Bienestar. Un sueño contradictorio e
imposible de cumplir. Eso también lo promete Salvini.
Y para gestionar eso, desde luego, hay que
estructurar un Estado fuerte. En el caso de nuestros apóstoles de la izquierda
nacional, la base de la fuerza de ese Estado se nos promete que estará en la democracia. Una
democracia abstracta que se corresponde con las previas reflexiones de los
adalides de este espacio político sobre las virtudes del cesarismo, el Hombre
Providencial o el significante vacío populista.
Algo que mueve a una carcajada casi tierna al ver
como de democráticamente se ha gestionado en los últimos tiempos el espacio
político en el que se ha movido la izquierda institucional de la que vienen
nuestros adalides de una izquierda nacional que no es sino el nuevo disfraz de
una línea que nació estalinista, continuó eurocomunista, se despertó al 15M
populista y ahora se quiere soberanista.
Lejos de proponer o
impulsar una democracia “desde abajo”, protagónica y con contenido de clase (de
clase obrera, por supuesto), la línea política de Anguita y cía (una línea con
una historia amplia y prolija, que ha implicado diversos cambios de ropaje con
el tiempo) entiende la democracia como la aclamación plebiscitaria de las
decisiones del líder y el federalismo como una gestión de la diversidad basada
en la disciplina.
Así, es difícil que las clases populares reales
(mestizas, precarias, acosadas por todas partes) adopten esta nueva figura
travestida de la izquierda de siempre (ahora toca lo nacional, como antes
tocaron otras cosas, hay que cambiar para que nada cambie) como su referente
fundamental. La ultraderecha promete algo importante: novedad. Se fundamenta en
el voto conservador rural, en la pequeña empresa, en la industria nacional (si
es que la hay), y la financia (hay estudios al respecto) prácticamente la misma
barahúnda de fundaciones de los multimillonarios globales que al liberalismo
globalista. Trump es a los multimillonarios de la energía, como Obama fue a los
pícaros amos de las tecnológicas. Pero irradia novedad, energía, un radicalismo
y una violencia verbales que prometen lo que no puede hacer: una política
antisistema.
Nuestros amigos de la
izquierda nacional nunca fueron antisistema, y sus reflexiones sobre la
democracia nacen apolilladas, se mueven entre la vulgata
socialdemócrata y el autoritarismo heredado de la tradición del Partido con
mayúsculas. Praxis estrechamente institucional y cambio de discurso cada pocos
años, el aburrimiento de ver desfilar proyectos que no vienen para quedarse y
en los que el nivel de participación va a ser mínimo.
¿Y entonces qué? ¿Izquierda nacional o izquierda
globalista? Quizá debemos empezar a aterrizar el discurso y centrarnos en lo
importante: no es un problema de la escala de gestión, de si la soberanía está
aquí o allá. Sino de si la soberanía es abstracta, un discurso, o una praxis
real. Construir soberanía es construir espacios soberanos de autodeterminación
popular. Construir un pueblo fuerte. Eso es esencialmente una práctica de
empoderamiento y densificación de las clases populares. Algo que no se hace
desde arriba sino en medio de ellas.
La democracia, si es el poder del pueblo, es el
poder la clase trabajadora, pero un poder real, efectivo, que se expresa en
prácticas de autoorganización y de autonomía. Y esa clase trabajadora es
plural, mestiza, un turbio y creativo rumor de multitud irreductible a la
imagen de una “sana clase obrera nacional respetuosa del Estado y culturalmente
homogénea”.
Construir soberanía es
construir socialismo, si entendemos el socialismo en un sentido radicalmente
práctico, efectivo, vivencial. No una consigna: “Democracia, federalismo,
República”; sino el movimiento real que practica democracia directa, que se
organiza federalmente, que se hace con el control de la vida material de la
sociedad y de la textura del discurso desde la apropiación de la vida cotidiana
y sus resortes. No un nuevo discurso de moda desde arriba, sino la
pluralidad de prácticas y la autoorganización creciente de los de abajo.
No queremos una
izquierda nacional que nos gobierne, mediante promesas incumplibles y desde
dentro del propio capitalismo. Queremos una vida a la contra. El radical
desgobierno del doble poder proletario. Queremos una izquierda de verdad.
https://www.elsaltodiario.com/tribuna/jose-luis-carretero-sobre-la-izquierda-nacional-y-sus-limitaciones
otras notas del
autor: https://www.elsaltodiario.com/autor/jose-luis-carretero
Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2018/10/04/espana-andar-izquierdista-del-estalinismo-al-eurocomunismo-al-15m-populista-y-ahora-a-la-izquierda-nacional/
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