Crisis,
fuga del excedente y deuda externa
6 de octubre de 2018
Por Rolando Astarita
En notas anteriores (por ejemplo, aquí, aquí, aquí) hemos planteado que
una de las razones de la debilidad de la economía argentina, y sus recurrentes
crisis, es que buena parte del excedente (o sea, de la plusvalía) no se
invierte productivamente; y que en una proporción elevada, sale del país. Esto
es, a diferencia de lo que sostienen muchos neoliberales, la dificultad central
no es la supuesta falta de ahorro, sino la inversión (en términos de Marx, la
acumulación de capital).
En otros términos, mientras la historia neoliberal hace eje en bajar
la “absorción” (compuesta por el consumo, el gasto estatal y la inversión) para
equilibrar el sector externo, el enfoque que defendemos plantea la centralidad
de la acumulación del capital (o de la inversión). Tengamos presente que en
Marx la acumulación de capital, o sea, la reinversión de la plusvalía para
reproducir en escala ampliada la producción, es la clave del desarrollo de las
fuerzas productivas en el sistema capitalista (más en general, sobre el
excedente y el enfoque de los clásicos, aquí). En Keynes,
Kalecki y muchos poskeynesianos, aunque no en el keynesianismo bastardo, la
inversión también juega el rol central del crecimiento En particular, en
Argentina, la debilidad de la inversión es la causa de la baja productividad de
la economía, lo que a su vez está en la base del desarrollo deformado (o
desarticulado) de la economía, las crisis cambiarias recurrentes y las periódicas
recesiones (véase, por ejemplo, aquí, aquí).
La fuga de capitales en cifras
La fuga de capitales en los últimos años ha sido un elemento
decisivo de la actual crisis. Tengamos en cuenta que entre 2016 y agosto de
2018 la acumulación de activos externos en billetes, por parte de residentes en
Argentina, fue de 46.133 millones de dólares (BCRA, Mercado de Cambios).Si se
tiene en cuenta, además de la acumulación en billetes, las inversiones directas
de residentes (sector privado no financiero) en el exterior y otras
inversiones, el acumulado de formación de activos en el exterior fue de 54.916
millones de dólares. Dado que el PBI actual (segundo trimestre de 2018), medido
al tipo de cambio $38/us$, es de unos 430.000 millones de dólares, la fuga de
capitales bajo el gobierno Cambiemos equivale a, aproximadamente, el 13% del
producto. A su vez, el déficit agregado de cuenta corriente entre 2016 y junio
de 2018 fue de 63.872 millones de dólares (Indec). O sea, entre fugas de
capitales y déficit de cuenta corriente sumaron 118.788 millones de dólares.
Por otra parte, la inversión extranjera directa acumulada, en el
período 2016- agosto 2018, fue de solo 16.405 millones de dólares. La inversión
de cartera, en cambio, fue de 81.466 millones de dólares. Esto es, cinco veces
superior a la directa. El
correlato de esa inversión de cartera fue el incremento del endeudamiento. La
deuda externa pasó de 167.412 millones de dólares en diciembre de 2015, a 261.483 millones en
junio de 2018. Esto significa que se se incrementó en 94.701 millones de
dólares, un 56% de aumento. De manera que la economía se mantuvo en base a endeudamiento.
Todo apunta a lo mismo: la extrema debilidad de la acumulación productiva.
De las Lebac a las Leliq
En las últimas
semanas el Banco Central ha contenido (al menos parcialmente) la salida de
capitales en base a tasas de interés cada vez más elevadas. Con el agregado de
que el desarme de las carteras de Lebac (sobre el crecimiento explosivo de las
Lebac, aquí) tiene como
contrapartida el crecimiento explosivo de las Leliq (Letras de Liquidez del
Banco Central). Las Leliq son letras a 7 días, y en estos momentos están
pagando una tasa del 73% anual. En lo fundamental, son utilizadas por los
bancos para integrar los encajes. Tengamos presente que el Central elevó los
encajes al 44% sobre el total de los depósitos, y le permite a los bancos
integrar esos encajes con Leliq (también con Nobac, Notas del Banco Central).
Con eso el Central busca que los bancos capten depósitos, por los cuales pagan
una tasa anual del 40%, aproximadamente, por depósitos a 30 días. O sea,
los bancos disponen del bonito negocio de cobrar 73% de interés al Central y
pagar el 40% a los ahorristas. Por supuesto, las tasas “vuelan”. Por ejemplo, el costo promedio de un
adelanto de cuenta corriente –un instrumento de financiamiento común de las
empresas- se ubica, en la primera semana de octubre, en el 79% anual
(información de La
Nación). Esto es, en medio de la recesión, con las ventas y la
producción derrumbándose, la tasa de interés, en términos reales (descontada la
inflación), es de por lo menos el 35%.
Pero además, dado que
el stock de estos títulos es de unos 434.000 millones de pesos, con una tasa
del 73%, el Banco Central pagaría intereses por unos 317.000 millones de pesos
(¿no era que el Central ya no iba a emitir?). Esto es, el gobierno desarma la
bomba de las Lebac armando la
bomba Leliq.
La otra deuda en fuerte
crecimiento es la que toma el gobierno mediante las Letes (Letras de
Tesorería). Las Letes son de corto plazo, están exentas de impuestos, y se
emiten en pesos y dólares. A fin de desarmar las Lebac, el gobierno permitió
suscribir con Lebac en pesos las Letes en dólares. Por eso el 70% de su demanda
viene de los inversores (entre ellos hay inversores institucionales, por
ejemplo la Anses) que desarman sus carteras de Lebac. Las Letes en dólares a
210 días pagan una tasa del 4%; su stock, en agosto, era de unos 14.100
millones de dólares. A lo que se suma, naturalmente, la nueva deuda contraída
con el FMI.
Debilidad estructural
Como ya hemos planteado
en notas anteriores, la fuga de excedente no es un fenómeno nuevo en Argentina.
Por caso, entre 2002 y agosto de 2018 la formación de activos externos del
sector privado no financiero fue de 158.592 millones de dólares. De estos,
103.676 millones corresponden al período 2002 – 2015; y 54.916 millones, como
vimos, al período del gobierno de Macri.
De todas maneras,
durante buena parte de la primera década de los 2000 esa salida de plusvalía
pudo ser financiada con el superávit de la balanza de bienes y servicios. El
tipo de cambio alto primero, y la suba de los precios de las materias primas,
después, fueron decisivos para que esto ocurriera.
Sin embargo, no se superó el carácter atrasado del capitalismo
argentino. De hecho, la inversión en términos del PBI se mantuvo en los mismos
promedios que en los 1990 –la década de la supuesta “acumulación financiera”-, y muy lejos
de los niveles asiáticos (Corea del Sur o China, por caso). Una expresión de
esta debilidad es la baja participación de Argentina en las exportaciones
mundiales: apenas el 0,3% del total (0,4% de participación en las
importaciones, promedios 2010-2016, datos WTO, 2017).
En ese marco, a partir
de 2010 el balance de cuenta corriente pasó a ser deficitario. En los seis años
que van desde 2010 a
2015, el déficit acumulado de cuenta corriente fue de 49.026 millones de
dólares. En ese lapso la inversión extranjera directa fue de 56.930 millones de
dólares. Y hubo una salida de capitales por 41.987 millones de dólares. Este
desequilibrio se manifestó en la continua caída de las reservas
internacionales. A partir de este punto, la dinámica del elevado endeudamiento
que alentó el gobierno de Macri solo podía desembocar en una nueva crisis desde
el momento en que comenzara la retirada de los capitales especulativos, y se
cortara el crédito.
Algunas conclusiones
A partir de lo
expuesto, agreguemos algunas observaciones finales.
En primer lugar, la fuga de
capitales es la expresión de una lógica de la clase dominante nativa. Esto es,
los capitales no salen porque lo ordene alguna potencia colonial, sino porque
la burguesía argentina lo considera conveniente para sus intereses. Por eso el fenómeno
abarca a poseedores de capital dinero de todos los colores, desde convencidos
ultraliberales hasta patriotas en dura lucha contra la patria financiera.
En segundo término, dado que el centro de los problemas del
desarrollo es la no inversión, se explica que las crisis no sean del tipo de
las que ocurren en los países capitalistas industrializados. Estas últimas
se caracterizan por la sobreproducción y sobreacumulación (o sobreinversión) de
capital. La crisis argentina típica tiene por base la falta o debilidad de la inversión. Por eso
suele estallar por el lado externo.
En tercer lugar, al
poner el eje en la no inversión y la salida de plusvalía, se evidencia que las
soluciones al atraso, la dependencia y las crisis recurrentes no pasan por
recetas del tipo “imprimir todo el dinero que haga falta”, como pretenden
algunos partidarios del keynesianismo bastardo. Tampoco sosteniendo la demanda
en base a déficit financiado con deuda creciente. Este tipo de experimentos
solo preparan el estallido de renovadas crisis.
En cuarto lugar, desde
el enfoque que defendemos, el crecimiento de la deuda externa es, en lo
fundamental, un producto de la salida de excedente. De hecho, la deuda externa
ha servido para financiar la fuga de capitales. Con esto no pretendemos negar
que la deuda agrave los problemas de la acumulación, y sea también un causal de
salida del excedente. Lo que queremos enfatizar es que no se trata de un factor
autónomo, como pretende buena parte de la izquierda “radical”. Planteo, este
último, que abona la creencia de que los problemas del capitalismo argentino se
podrían solucionar con reformas, del tipo “no pagar la deuda”, sin afectar de
alguna manera sustancial las relaciones sociales de producción.
En quinto lugar, los
déficits recurrentes en el sector externo, y la tendencia a superarlos vía tipo
de cambio alto (baja de salarios, empeoramiento de las condiciones laborales)
constituyen otra manifestación de la debilidad del capitalismo argentino. De
ahí que la salida de la crisis que propone el capital (y el FMI lo expresa)
pase siempre por aumentar la explotación del trabajo. En particular, en el
actual cuadro recesivo –disminución del consumo, de la inversión, de la
actividad industrial- los salarios están “en caída libre”, atenazados por las
devaluaciones, la alta inflación y la creciente desocupación.
En sexto lugar,
sostener el tipo de cambio por medio de altísimas tasas de interés, además de
debilitar más la inversión, acelera las condiciones para que la crisis
cambiaria y la recesión deriven en una crisis financiera de proporciones. Esta
ocurre cuando los bancos no pueden recuperar los créditos concedidos, se
multiplican las quiebras y se desvalorizan masivamente los capitales. Estas
dinámicas son características del desarrollo de la crisis y siempre agravan la
situación de la clase trabajadora y los sectores populares.
Por último, se plantean tres preguntas claves. La primera es
acerca de qué se hace con el excedente. La plusvalía, ¿termina en una cuenta en
Suiza, o en Panamá, etcétera, o se reinvierte productivamente? La segunda se
refiere a quién produjo esa plusvalía. Pregunta que nos lleva al “espinoso
asunto” de la explotación del trabajo. Y la tercera pregunta es quién decide
qué se hace con el excedente. Pregunta que interpela a la propiedad privada del
capital. De ahí la alternativa que
va a la raíz del problema: deben ser los mismos productores –los que generan el
excedente- los que decidan qué se hace con él. Pero para esto, hay que desarmar
el poder del capital.
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Fuente:
https://rolandoastarita.blog/2018/10/06/crisis-fuga-del-excedente-y-deuda-externa/
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