El Che: pedagogo de la revolución
8 de octubre de 2018
Por Hernán Ouviña*
A la memoria de Fernando Martínez Heredia, entrañable
guevarista cubano
Una de las figuras más descollantes del
marxismo latinoamericano es sin duda la de Ernesto “Che” Guevara, nacido casualmente un
14 de junio, en el mismo día y año en que José Carlos Mariátegui celebra su
cumpleaños número 33 y son paridos los Siete ensayos de interpretación
de la realidad peruana. No son éstas, por cierto, las únicas
coincidencias y afinidades que tiene con el Amauta. Entre ellas, quizás una de
las más notables es la centralidad que ambos le otorgan a los procesos
educativos y a la formación política en el marco de sus respectivos proyectos
emancipatorios, algo que los sitúa entre los revolucionarios más sugerentes y
originales de Nuestra América.
En el caso específico del Che, es
conocida su afición constante por el conocimiento y la investigación de la
realidad latinoamericana, en aras de su radical transformación, desde sus
tempranos años de joven estudiante de medicina. Será durante ese trashumante
periplo -realizado entre 1951 y 1955- que se irá politizando a partir de la
experiencia concreta y el contacto directo con territorios y vivencias de lo
más diversas, signadas en la mayoría de los casos por la pobreza y la opresión
extrema. De ellas deja un minucioso registro en sucesivos diarios de viaje,
donde las reflexiones filosóficas y políticas se conjugan con poemas y cartas
intimistas, así como en artículos periodísticos que publica en Centroamérica y
en apuntes de lecturas o anotaciones bibliográficas, que llegan a involucrar
como propuesta la futura elaboración de un libro, sobre la función social del
médico en los lugares más postergados de nuestro continente. Este prolongado e
intenso período iniciático marca a fuego a Ernesto Guevara, como atento
estudiante de esa frondosa y compleja escuela a cielo abierto que constituye
para él América Latina, a tal punto que en las hojas donde brinda testimonio de
su primer viaje escribe: “este vagar sin rumbo por
nuestra ‘Mayúscula América’ me ha cambiado más de lo que creí”, y
en vísperas de su cumpleaños número 24 sentencia de manera premonitoria que “aunque lo exiguo de nuestras personalidades nos impidan ser
vocero de su causa, creemos, y después de este viaje más firmemente que antes,
que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es
complemente ficticia”.
Tras una breve estancia en la Guatemala
de Jacobo Arbenz, para cuyo gobierno pone a disposición sus conocimientos
médicos y su compromiso militante en defensa de los intereses populares frente
a la arremetida golpista liderada por Castillo Armas, recala en México, donde
conoce al núcleo de exiliados cubanos que darán origen al Movimiento 26 de
Julio, y se embarca en el proyecto de liberar definitivamente a la isla
caribeña del yugo que la
oprimía. La Sierra Maestra será su segunda escuela sin
tinglado. En ella alterna en un comienzo su rol de médico y combatiente, e
impulsa ya como guerrillero -luego de abandonar su botiquín y resolver “el dilema de elegir entre la medicina y mi deber de soldado
revolucionario”– espacios de alfabetización y educación popular
junto con el campesinado. Asimismo, en 1957 crea Radio Rebelde y el periódico El cubano libre, con similares fines formativos y
de concientización de las y los guajiros.
Sin duda que tanto el Che como Camilo
Cienfuegos -y más aún el propio Fidel- cumplieron no solamente un papel
descollante, sino incluso único, en el proceso revolucionario cubano. El Che
llegó a plantear como hipótesis provocativa que sin Fidel la revolución no
hubiese sido siquiera posible (al respecto, vale la pena leer su maravilloso y
formativo texto titulado “Cuba: ¿excepción histórica o
vanguardia de la lucha anti-colonista?”). Sin embargo,
es importante incluir y ponderar sus aportes y su rol dirigente, en el
marco de un proceso sumamente complejo y multifacético, de sujetos,
organizaciones, geografías y variadas relaciones de fuerzas, así como
temporalidades y ritmos históricos diversos. En particular, revalorizar en ese
marco el papel del campesinado como sujeto político y educador colectivo, pero
también el del movimiento obrero y el de la juventud, así como el protagonismo
estudiantil y el de las mujeres, que en muchos casos quedan opacados o
directamente se omiten en el relato épico militante (¿o acaso fueron sólo
“barbudos” quienes entraron triunfantes a La Habana?). Un interesante y
pedagógico escrito del Che que apela a una lectura de este tipo es “Lo que aprendimos y lo que enseñamos”. Publicado
significativamente el 1 de enero de 1959 en el periódico Patria, en él aparece el mutuo aprendizaje y la
reciprocidad de saberes (es decir, no la dicotomía saber/no saber, sino la
diferencia y complementariedad de saberes) que circulan entre el núcleo inicial
del Movimiento 26 de Julio y las masas campesinas de la Sierra Maestra ,
durante ese conocerse y re-conocerse como partes fundantes de un mismo proyecto
revolucionario.
El año 1959 oficia de parteaguas en
Cuba e incluso a escala continental y mundial. Para el Che, es el cierre de un
período de lucha encarnizada y a la vez el inicio de un proceso de
sistematización -de “teorizar lo hecho”, de acuerdo a sus propias palabras- y
de enorme aprendizaje colectivo, pero también de apuesta estratégica por sentar
las bases de la nueva sociedad en gestación, es decir, de la autodeterminación
del pueblo cubano sin copiar modelos ni implantar receta alguna. En este
contexto convulsionado -donde de lo que se trataba era de incendiar el Océano, según la emotiva anécdota
relatada por Fernando Martínez Heredia-, el papel del Che es clave en la
batalla de ideas y en la disputa cultural en favor de un socialismo
anti-burocrático y participativo, cuya columna vertebral debía ser la creación
del hombre y la mujer nuevos, desde una perspectiva integral. De ahí en más,
durante los años sucesivos, abogará por no perder jamás la iniciativa ni
estancarse, ya que la urgencia y las necesidades que deparaba el proceso
revolucionario en curso obligaba al pueblo cubano a forjar su propio destino
sin recetas pero con la firme convicción de formarse en ese mismo andar
colectivo. “Hemos aprendido la gran
lección de la Reforma
Agraria : primera hay que empezar a hacer y después pensar
cómo seguir haciendo. No vamos a sentarnos y hacer un alto en el camino para
pensar cuáles serán nuestros próximos pasos. Vamos a pensar caminando, vamos a
aprender creando y también, por qué no decirlo, equivocándonos”,
confiesa.
En cada una de estas apuestas
pedagógico-políticas, al Che lo obsesiona aportar a la creación de las
condiciones subjetivas que fortalezcan el proyecto emancipatorio en curso, y
dentro de él aprender y enseñar a analizar
con cabeza propia, ya que como supo afirmar ese magistral educador
popular que fue Fidel Castro, durante los convulsionados primeros años de la
revolución cubana, no se trataba “de adoctrinar, de inculcarle
de ‘a porque sí’ algo a la gente, sino de enseñar a analizar, de enseñar a
pensar, a darles elementos de juicio para que comprendan” por
sí mismos. A la vez, este planteo se combinaba con la necesidad de que la
formación política fomente la organización revolucionaria, en la medida en que,
al decir del Che, “si no existe organización, las
ideas, después del primer impulso, van perdiendo eficacia, van cayendo en la
rutina, en el conformismo y acaban por ser simplemente un recuerdo”.
Es interesante también recordar que la
manía de llevar cuadernos de viaje o diarios de campaña, no es un rasgo sólo de
su momento juvenil, sino que esta presente en el Che hasta sus últimos días de
vida, en tanto compromiso personal de asumir al registro y la transcripción en
apuntes, de lo sentido, reflexionado y vivido, como parte ineludible de los
procesos de lucha y construcción política colectiva. Este conjunto de
borradores debe concebirse una dimensión central de la obra militante del Che,
ya que en ellos el pensamiento autónomo y la “teorización de lo hecho” darán
vida a textos emblemáticos para el estudio riguroso de -y la intervención
activa en- los procesos emancipatorios de Cuba y de Nuestra América, entre los
que se destacan Pasajes de la guerra
revolucionaria y La guerra de guerrillas.
Sin embargo, este tipo de materiales no constituyen una cantera de tácticas y
estrategias correctas para todo tiempo y lugar. Antes bien, ofician de estímulo
-o brújula amautica- para la reflexión y la acción distantes de todo
dogmatismo, ya que el estudio específico de cada realidad concreta es uno de
los principios básicos del marxismo, por lo que tal como llega a expresar de
manera lapidaria en una de sus cartas el Che, los manuales tienden a desvirtuar
los fundamentos del marxismo o a reducirlos a un dogma, en particular los “ladrillos” elaborados por la URSS, debido a que “tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya que el partido
lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero
además suelen ser muy malos”.
No
obstante, sería injusto reducir la concepción de la formación política en el
Che, a la lectura y al estudio colectivo del marxismo, o incluso de otras
tradiciones revolucionarias ajenas a él, pero imprescindibles para todo/a
militante crítico, salvo que se pretenda desvirtuar toda cultura emancipatoria
y convertirla en mero “seguidismo ideológico”,
tal como denuncia en aquella misma epístola. De acuerdo a Guevara, la
emulación, el trabajo voluntario y el ejemplo cotidiano son enormes formadores
de conciencia, la arcilla o base sobre la cual prefigurar una subjetividad
contraria a la que nos impone el capitalismo como sistema de dominación
múltiple.
En efecto, la
escritura y difusión de textos como El socialismo y el hombre nuevo
en Cuba -donde afirma que durante la edificación del
socialismo “la sociedad en su conjunto
debe convertirse en una gigantesca escuela” -, tiene como
presupuesto a las numerosas jornadas de trabajo voluntario en las que
participa tanto en el campo como en la ciudad, al igual que la enconada
polémica en torno a la importancia de los estímulos morales (y como
contra-cara, la furibunda crítica a la pretensión de querer “construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo”),
resulta impensable sin las batallas diarias que libra como presidente del Banco
Nacional o en tanto Ministro de Industrias (donde fomenta, además, seminarios
de lectura detallada de El Capital entre
sus empleados e incluso junto a otros activistas), o en todo su itinerario
global como internacionalista activo y solidario en Africa, Asia y América
Latina. Estas y otras iniciativas desplegadas dentro y fuera de Cuba, en
conjunto, constituyen el ejemplo más cabal de esa amalgama y unidad indisoluble
entre formación teórica y aprendizaje práctico, entre pensamiento crítico y
acción transformadora, como faro estratégico a lo largo de su ajetreada vida.
Así como advierte
contra la creación de “asalariados dóciles al
pensamiento oficial” y “‘becarios’ que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una
libertad entre comillas”, reconoce públicamente ante la juventud
cubana que “todos somos convalecientes de
ese mal, llamado sectarismo”. A contrapelo de estas tendencias, la
formación y el estudio anti-dogmático, al igual que la praxis colectiva
solidaria, deben de acuerdo al Che despojar las viejas taras y ataduras
inscriptas en las conciencias y acciones de las clases populares. En franca
polémica con aquellos sectores más conservadores o pragmáticos del proceso en
Cuba, afirma: “Nosotros no concebimos el
comunismo como la suma mecánica de bienes de consumo en una sociedad dada, sino
como el resultado de un acto consciente; de allí la importancia de la educación
y, por ende, del trabajo sobre la conciencia de los individuos en el marco de
una sociedad en pleno desarrollo material”. Se trata, por tanto, de
potenciar el “desarrollo al máximo de la
sensibilidad ante cualquier injusticia”, “ir con afán investigativo y
con espíritu humilde a aprender en la gran fuente de sabiduría que es el
pueblo”, practicar “constantemente la discusión de
los problemas a todos los niveles”, la “autocrítica como una tarea
constante”, y “hacer hincapié en los errores,
descubrirlos y mostrarlos a la luz pública para corregirlos lo más rápidamente
posible”.
Cada una de estas máximas son para el
Che anticuerpos certeros contra la burocratización y el estancamiento del
pensamiento crítico, y en tanto y cuanto se ejerciten a diario, aceleran
la creación de esa subjetividad irreverente,
nutrida por grandes sentimientos de amor y que torna irreversible el
tránsito hacia el socialismo, ya que la construcción de la mujer y el hombre
nuevos no pueden, según él, forjarse a partir de la imposición: “no se puede directamente por decreto -dirá- cambiar la manera de pensar de la gente, la gente tiene que
cambiar su manera de pensar por convencimiento propio”. En última
instancia, de lo que se trata para el Che es de convencer para vencer.
Fuente: http://www.marcha.org.ar/el-che-pedagogo-de-la-revolucion/
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