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Maristella Svampa -entrevista-:
¨Del cambio de época al fin de ciclo¨.
Maristella Svampa en exclusiva: ¨Del cambio
de época al fin de ciclo¨
Por
Centro de Estudios de la Realidad Latinoamericana
para Aporrea.org
Viernes,
07/09/2018
A continuación presentamos la entrevista que
realizamos un grupo de colaboradores del Centro de Estudios de la Realidad Latinoamericana
a la socióloga y profesora argentina Maristella Svampa quien hablando de su más
reciente obra profundiza en el análisis de la coyuntura política y social de
América Latina y las expectativas del fin del ciclo progresista. Svampa se ha
destacado por su obra ¨El consenso de los commodities¨ donde actualiza la
mirada crítica de la dinamica global así como sus contribuciones en el ambito
de las resistencias antiextractivistas.
Del cambio de época al fin de ciclo
Maristella: Es un libro que propone realizar
un balance de los progresismos latinoamericanos realmente existentes, a partir
de un análisis dinámico y procesual, que abarca el período que se abre hacia el
año 2000-2003 y se cierra hacia 2015-2016.
Se presenta también en continuidad con otro
libro, que escribí en 2008, titulado: “Cambio de época. Movimientos sociales y
poder político”, en el que daba cuenta del nuevo de ciclo político abierto a
partir del año 2000, y subrayaba el hecho de que efectivamente fueron los
movimientos sociales los que a través de las luchas antineoliberales abrieron
la posibilidad de pensar la relación entre economía, sociedad y política, desde
otro lugar.
Años más tarde, hacia 2003, a excepción de
Venezuela que arranca con anterioridad, asistimos a la oleada de los llamados
gobiernos progresistas. Una de las características de esos gobiernos
progresistas, desde mi punto de vista, es que crearon un nuevo clima político,
una suerte de lingua franca, de lengua común, más allá de las diferencias
nacionales, aun si claramente no era lo mismo hablar de Venezuela, Bolivia y
Ecuador, que eran los casos más radicales políticamente, pues venían de
procesos constituyentes, que de la Argentina, Brasil y Uruguay, incluso Chile,
que es el caso más “débil” de progresismo.
En todo caso lo que señalo en este nuevo
libro, cuyo título es “Del cambio de época al fin de ciclo. Gobiernos
Progresistas, progresismos y movimientos sociales en América Latina” es que el
progresismo se instaló como una lengua común, que constituyó un marco a partir
del cual se pensó a la región entre 2003 y 2015/ 2016, gobiernos, y que más
allá de las diferencias nacionales, presentaban cuatro rasgos comunes:
Cuestionaban el neoliberalismo;
Desarrollaban políticas económicas heterodoxas;
Implementaban políticas sociales hacia los sectores
más vulnerables, lo cual se expresaba en el aumento considerable del gasto
social; algo fundamental, por ejemplo, en Venezuela.
Por último, un dato no menor es la tentativa de
construcción de un espacio latinoamericano, algo que un colega mexicano, Jaime
Preciado, denominó de modo optimista, ¨el regionalismo autónomo desafiante¨.
La idea de un espacio común para pensar en términos
regionales, era algo novedoso, que interpelaría con fuerza al campo político
militante, pues revivía la idea transformadora de los años setenta; remitía al
ideario libertador de “La
Patria Grande ”.
En 2005, en la cumbre de Mar de Plata, cuando
América Latina le dice no al ALCA, estaban Chávez, Lula, Néstor Kirchner y Evo
Morales que todavía no era presidente. Ese fue un momento de gran articulación
con diferentes movimientos sociales, que desde hace tiempo venían luchando
contra el ALCA; en Paraguay, en Brasil, en Argentina. Fue un momento de gran
articulación política, que abrió la posibilidad de un lenguaje
latinoamericanista, de corte antiimperialista.
Tampoco hay que olvidar otro rasgo mayor,
ligado al éxito de los progresismos. Me refiero al “pacto del consumo” –así lo
llama el colega argentino Pablo Stefanoni-, de los progresismos con sectores de
clase media y clases populares. Con el correr de los años, en la medida que
determinados gobiernos no pudieron garantizar ese pacto de consumo, obviamente,
la crisis fue haciéndose cada vez mayor.
Pero, antes que nada, insisto en leer la
crisis de los progresismos en términos procesuales y dinámicos y dar cuenta de
sus transformaciones. No es lo mismo hablar de los progresismos al inicio del
ciclo, de las expectativas que desde las izquierdas éstos despertaron entre los
años 2003 y 2010, que hablar de los progresismos en el periodo posterior, esto
es, entre 2010 y 2015, cuando ya claramente hay instalados numerosos
cuestionamientos no sólo desde las derechas, sino también desde las izquierdas.
En diez años, mucha agua corrió bajo el puente, y hacia el final del ciclo,
costará mucho más asociar a esos progresismos realmente existentes con las
izquierdas. En esta línea, destaco que hacia el final del ciclo se profundiza
el cuestionamiento político acerca de la naturaleza del régimen, además de la
crítica al extractivismo, y de las deficiencias económicas del progresismo.
¿En qué consiste esa crítica al
extractivismo?
La crítica al neoextractivismo cuestiona la
expansión del modelo de desarrollo basado en la extracción masiva de materias
primas para la exportación, y en las destructivas consecuencias sociales,
ambientales, territoriales y políticas que tiene este modelo de apropiación de la naturaleza. En esa
línea, es la primera grieta que abre interrogantes dentro del campo
progresista. En la medida que los progresismos basan su legitimidad en el
modelo de desarrollo extractivista y no pueden articular la narrativa
ecologista, autonomista e indigenista, asociada a las nuevas luchas territoriales,
se abre un interrogante mayor sobre su naturaleza, sobre su alcance realmente
transformador. Además, tengamos en cuenta que los gobiernos andinos de Ecuador
y Bolivia, proponían una mirada diferente, una crítica del desarrollo.
La segunda grieta, es sin duda, política. A
partir del año 2010-2011 los debates sobre el retorno de los populismos
infinitos en América Latina vuelven al centro de la escena política y
mediática. Y ese es un debate muy engorroso, porque el concepto mismo aparece
asociado a la derecha política y mediática que suele darle un uso
estigmatizador, reduciendo el populismo al fenómeno del despilfarro, y la corrupción. En mi
opinión, el concepto mismo de populismos se instala en un campo de disputa; es
lo que nos dicen las ciencias sociales y políticas latinoamericanas, que han
reflexionado mucho sobre el tema. Desde mi perspectiva, históricamente los
populismos expresan la tensión constitutiva entre elementos democráticos y
elementos autoritarios, tensión que también hay que leer en términos dinámicos
y procesuales. Los elementos democráticos hacen referencia a la incorporación
de sectores excluidos; los elementos autoritarios aluden a la escasa tolerancia
al pluralismo, a la tendencia al cierre del espacio político, cuyo correlato
suele ser el proceso de concentración de poder en los presidentes, en los
liderazgos.
Los populismos en América Latina están
asociados de modo inherente a una tradición política donde el líder es la clave
de bóveda. Tanto en los años 50 del siglo pasado, como en la actualidad, los
populismos realmente existentes en nuestra región han mostrado una gran
ambivalencia y contradicción, en el sentido de que si bien han buscado abrir el
espacio a la inclusión social, por otro lado, han hecho un pacto con el gran
capital.
La incomodidad es inherente a los populismos
realmente existentes en América Latina. Si uno analiza la problemática en
perspectiva histórica, los populismos siempre generaron incomodidad porque
éstos son expresión de un pacto social, entre sectores diferentes; porque el
apoyo popular tiene como contrapartida el pacto con el gran capital, porque la
retórica de guerra no tiene una consecución en términos de ruptura con los
sectores de poder… Pero esa misma retórica plebeya produce la polarización de
las sociedades y el empoderamiento de las derechas. Y la polarización populista
nos deja sociedades dañadas, con heridas profundas que son heridas difíciles de
sanar. Lo veo y lo digo como latinoamericana, no sólo como argentina.
Estas características políticas se
desarrollan al calor del “Consenso de los commodities”, del rol creciente que
tendrán las corporaciones trasnacionales en la expansión de la frontera del
extractivismo. La expansión del neoextractivismo es así constitutiva del
progresismo, y se exacerba en el marco de la consolidación de los diferentes
gobiernos. No hay que olvidar que los segundos mandatos, en algunos casos
terceros mandatos, vienen de la mano de Planes Nacionales de Desarrollo que
implican la multiplicación de proyectos extractivos, llevados a cabo por lo
general grandes compañías trasnacionales.
Esta primera grieta que es la crítica al
neoextractivismo, aparece primero como tensión, y luego se irá expresando como
contradicción. El caso es que muchos de aquellos gobiernos que al inicio
consideramos con grandes expectativas políticas, al calor de los distintos
sucesos y procesos sociales y políticos, fueron derivan do
hacia un modelo de dominación más tradicional, regímenes populistas o
transformistas, según el caso que analicemos.
¿A qué te refieres con transformismo?
Hay que leer el concepto en clave gramsciana.
Con él me refiero al modelo brasileño, que no responde tanto al modelo típico
populista, sino más bien a un régimen que implicó una cooptación del Partido de
los Trabajadores por parte de la élite económica. Esto sucedió con Lula, y los
episodios de corrupción que arrancaron la primera presidencia de Lula.
Posteriormente de manera más clara, esto se dio con Dilma Rousseff, que además
es la que coarta la posibilidad de continuar con el proceso de distribución de
tierras a los movimientos sin tierra; y fomenta el avance de los agronegocios,
la construcción de megarrepresas e hidroeléctricas, e inicia el programa de
ajuste económico.
El PT, tal como analizan diferentes autores
brasileños, así como el autor ítalomexicano Massimo Modonesi, entra más bien en
el caso más clásico de cooptación, de incorporación de ese partido político con
una fuerte base popular y de horizonte radical, que es cooptado por la élite
dominante.
En el propio ejercicio de poder…
Sí, si uno lo analiza en términos
procesuales. A esta crisis política, a la consolidación de los progresismos
como modelos de dominación más tradicional, hay que sumar la coyuntura de
crisis económica que arranca sobre todo a partir de 2013, con la caída de los
precios de los commodities, esto es, bienes primarios o estandarizados de
exportación, en general sin valor agregado, cuyo valor es fijado por el mercado
internacional.
Los progresismos lograron capear con
solvencia la crisis financiera en 2007-2008 porque en ese momento todavía había
recursos. Era un momento de rentabilidad extraordinaria. En toda la crisis
financiera pasó sin tener gran impacto; pero en 2013, a partir de la caída
del precios de los Commodities, realmente las economías latinoamericanas
sufrieron un fuerte impacto.
Desde mi punto de
vista a partir de 2015 entramos en un periodo que bien puede caracterizarse
como fin de ciclo del progresismo. A la crisis económica que atraviesan
algunos, se suma el giro tendencialmente conservador, esto es el pasaje hacia
otro tipo de orden y dominación, de la mano de partidos de derecha, en países
como Argentina y Brasil. Una de las características es que en la actualidad no
estamos más ante una suerte de lingua franca, ese clima de época que el
progresismo constituyó en clave latinoamericanista y anti-imperialista, y que
generó una fuerte interpelación política; llegó a incomodar también a tanta
gente, que generó tantos interrogantes, alrededor de sus alcances, sus límites,
sus déficits… Hoy estamos ante un nuevo ciclo político.
Sin embargo, el fin de ciclo no es homogéneo.
La salida a los progresismos es muy diferente según los países. No encontramos
una fórmula única. La de
Brasil y Argentina, que ha sido una salida conservadora, no
es la misma. No
es lo mismo Michel Temer, que viene de la mano de un golpe de estado
institucional, que Mauricio Macri, quien ganó a través de las urnas y además,
dos años después, confirmó su elección ganando las legislativas. En todo caso,
son casos que dan cuenta de ese cambio del clima de época, el retorno de una
derecha conservadora, abiertamente neoliberal. Otro es el caso de Venezuela,
que sufre una crisis generalizada en todos los frentes y no termina de
encontrar una salida.
El caso de Ecuador es uno de los más
interesantes, la llegada de Lenin Moreno, avalado por Correa, implicó una
mutación desde dentro del progresismo. Pero también marca una discontinuidad.
Desde el día 1, Lenin Moreno hizo todo lo posible por establecer diferencias,
tratando de de mantener un perfil dialoguista con diferentes sectores sociales,
distanciándose del fuerte tinte autoritario, además de la clara tendencia anti
indígena de Correa. Ahora bien, al buscar apartarse de esta línea, al tratar de
salir de una sociedad polarizada, Lenin Moreno se asocia con sectores de la
derecha tradicional.
El caso de Bolivia es muy curioso porque
económicamente es de los países más estables. Uno de los mayores errores de Evo
Morales ha sido el de no aceptar los resultados del referéndum de 2015, que le
impedía ser nuevamente candidato a presidente. Morales no vaciló en forzar las
instituciones para avanzar en una nueva elección.
Todo lo que describo, muestra un paisaje muy
diferente del que teníamos 5 años atrás, un paisaje que da cuenta de mayor
heterogeneidad entre los propios gobiernos.
Los ecuatorianos, tienen una frase muy linda,
cuando quieren hablar de las apariencias, que bien puede aplicarse a los
progresismos. Dicen “tiene un buen lejos”… Todos los países latinoamericanos
con gobiernos progresistas tenían un buen lejos. Pero en la medida en que uno
se acercaba, ya la belleza no era tal… Eso va en la misma línea de la frase de
un sindicalista de la Central de Trabajadores de Argentina que decía respecto
de los progresismos y de la incomodidad que generaron: “Todos queríamos vivir
en el país del otro…”
Los argentinos queríamos estar en Venezuela o
en Bolivia y en Ecuador pero no en el país propio, porque efectivamente de
cerca eran tantos los problemas y la vacuidad de las retóricas, tantas las
incomodidades que generaran… Luego, con el correr de los años, el panorama
político, económico y social se transparentó más. Aún así, sigue siendo muy
difícil realizar un balance ecuánime de los progresismos.
¿Por qué no incluyes a Perú tomando en cuenta
que hubo, digamos, una actuación de Ollanta Humala….?
Maristella: Porque Humala no formó nunca
parte del lote progresista, ya que en su gestión priorizó la alianza con los
sectores más conservadores. Así, apenas asumió el gobierno confirmó la alianza
con los sectores mineros. Su giro fue muy rápido, ni siquiera tomó algunas
medidas de gobierno que uno pudiera decir que van en la línea de los
progresismos realmente existentes.
¿Cuál sería tu balance general del
progresismo? ¿Y cómo en ese balance se enmarca Venezuela? ¿Es lo mismo que en
los otros? ¿Cuáles son las diferencias?
Maristella: Creo que desaprovechamos una gran
oportunidad histórica de cambio. Por ejemplo, se abrió la oportunidad de crear
una institucionalidad latinoamericana desafiante, a través de la construcción
de la UNASUR, del Banco del Sur; tantos grandes proyectos latinoamericanistas
que no prosperaron y que fueron motorizados por Ecuador y Venezuela, entre
otros. Si se hubiese creado un bloque regional fuerte, incluso la relación con
China podría haber sido planteada desde otro lugar, que no fuera el de la
reproducción de nuevas formas de dependencia. Los países latinoamericanos
fueron negociando con China de modo individual. Y es difícil pedirle a Ecuador,
que es un país pequeño, o a la Argentina, o a Venezuela, que está sumergida en
una crisis integral, que negocien cada uno por separado, de igual a igual con
China. El único país que en ese sentido jugaba en otras ligas era el Brasil,
pero el resto de América Latina no; y allí creo se perdió una gran oportunidad,
porque al calor de la transición hegemónica, se están redefiniendo los marcos
de una nueva dependencia. China tiene un rol cada vez mayor en todos los
rubros: está presente en la minería, en el petróleo, en el agronegocio, a nivel
de infraestructuras, en energías nuclear, en energías renovables. Además
apuesta a largo plazo. La profundización del fenómeno de reprimarización y el
intercambio comercial con China cada vez más asimétrico es indudable, pese a
las promesas de la integración latinoamericana.
En fin, todo ello deja un sabor muy amargo, y
un (mal) balance final porque a la salida, nos encontramos no sólo con más
dependencia, sino con menos democracia;
…Y menos democrático
Mucho más en la nueva fase de exacerbación
del extractivismo, el cual viene de la mano de menos democracia. Más allá de
las fuertes resistencias que hay contra la megaminería, contra la expansión de
la frontera petrolera, contra los agrotóxicos, el caso es que efectivamente
América Latina es el lugar donde hay más asesinatos de activistas ambientales;
donde no se cumplen los derechos de los pueblos originarios, pese a la
normativa que existe a nivel nacional e internacional…
Todas las constituciones incorporaron el
convenio Nro. 169 de la OIT; sin embargo, los pueblos indígenas no son
consultados, no se respetan sus derechos ancestrales y territoriales; más aún
se avanza contra ellos. Y esto sucede en un momento en el cual es claro que la
actual fase de exacerbación del extractivismo está ligada al fin de los
commodities baratos. El capital presiona cada vez más sobre los bienes
naturales y sobre los territorios, avanzando de manera vertical, sin consultar
a las poblaciones. Esto es parte de la geopolítica del poder, que hace que
América Latina continúe siendo parte constitutiva de la geografía de la
extracción como “exportadora de naturaleza”, como decía Fernando Coronil. Y por
otro lado los países del Norte, además de asegurarse la provisión de las
materias primas necesarias para mantener el modelo de consumo dominante, pueden
contar con la posibilidad de externalizar los impactos que trae efectivamente
la expansión del modelo extractivo.
Solo que ahora no
solamente propician este modelo de desarrollo los países del Primer Mundo, sino
que además está China, la India, los países llamados emergentes; todo lo cual
hace imposible pensar en una cooperación Sur-Sur. En el marco del ALBA se pensó
que se podía consolidar una relación Sur-Sur cuando en realidad China es el
nuevo hegemon y está lejos de desarrollar vínculos democráticos con nuestras
repúblicas. Creo que en estos momentos de crisis se ve con claridad.
China está apostando
a largo plazo con nuevas concesiones en el Arco Minero del Orinoco (Venezuela)
y cuando haya seguridad jurídica para explotar esos territorios, estará ahí;
como también ya está en Vaca Muerta, a través de sus compañías petroleras, allá
en la Patagonia
Argentina ; junto con otras operadoras transnacionales que
aguardan la suba el precio del petróleo. El día en que efectivamente la
variable económica haga viable la explotación de energías extremas, arrasarán
con los territorios.
Todo esto es realmente muy problemático
porque venimos de un período de grandes expectativas, un periodo donde hubo sin
duda una expansión de la frontera de los derechos sociales. Por otro lado, fue
un período en el que se registró una reducción de la pobreza, en todos los
países. Sin embargo, pese a que entre 2002 y 2013 disminuyó la pobreza, no hubo
una reducción de la
desigualdad. Los últimos trabajos que se han hecho sobre
América Latina, muy en la línea de Thomas Piketti, que consisten en focalizarse
en el estudio de los sectores más ricos de la sociedad, muestran que hubo una
concentración de la riqueza en América Latina más allá de la relativa mejoría de
los sectores populares.
El escenario es muy preocupante, pues, 1)
durante la década pasada se consolidaron las desigualdades; 2)entonces, no
íbamos como pensamos a contramano del mundo, sino más bien en la misma
dirección, 3) una expresión de ello es el mayor acaparamiento de tierras, lo
cual está ligado a la expansión de la frontera extractiva, a través del
agronegocios, petróleo, minería, en manos de las corporaciones transnacionales
y/o de los latifundistas; 4) y por otro lado, América Latina es el lugar en el
mundo en donde se registra la mayor cantidad de asesinatos de activistas
ambientales, un hecho que ilustra la ecuación “A más extractivismo, menos
democracia”.
Ahora bien, la Venezuela chavista es uno de
los casos más emblemáticos de populismo. Es, lo que podemos denominar un
populismo plebeyo, que buscó mejorar las condiciones de vida de los sectores
populares, y que logró una redistribución del poder social. En esa línea, el
caso venezolano es diferente a los populismos de clases medias, que se conocieron
en Argentina y en Ecuador. Al mismo tiempo ese populismo plebeyo que instaló
Chávez, conoció una mutación importante en los últimos años, desplegando sus
elementos más autoritarios.
Pero en rigor hay que reconocer que los
populismos siempre aparecen atravesados por ambigüedades y ambivalencias. Ante
ellos cabe preguntarse: ¿Qué tipo de hegemonía se está construyendo? ¿Es una
hegemonía participativa y democrática o una hegemonía más bien autoritaria?
¿Qué tipo de narrativas entran en juego? En Venezuela se consolidó una
narrativa estatalista, centralista. No fue el único país en conocer un
populismo plebeyo. También está Bolivia, donde en los primeros años del
gobierno de Evo Morales hubo una coexistencia entre la narrativa estatalista y
la narrativa indianista y ecologista, pero luego la segunda fue desplazada por
completo por la primera.
Uno de los datos más relevantes de Venezuela
es que fue desde el comienzo un populismo a cabalidad, la polarización arrancó
desde el inicio; en cambio en el resto de los populismos de América Latina la
polarización se fue construyendo al calor de los acontecimientos políticos y
sociales. Aun así, en Venezuela el despliegue de una dinámica política y social
de gran radicalidad se opera a partir de la tentativa del golpe de Estado, en
2002. Había grandes expectativas a nivel continental con Venezuela; fue un país
faro dentro del arco del progresismo, más allá de las controversias que
suscitara ¿quién lo puede negar? Sobre todo, Venezuela despertó expectativas de
democratización por la vía social, grandes debates por lo que se llamó la
democracia participativa y protagónica.
De todas maneras, siempre hubo obstáculos,
más estructurales que coyunturales, uno es el rentismo, la cultura rentista del
Estado venezolano, aunque esto va más allá del Estado, es toda la sociedad la
que tiene una fuerte mentalidad rentista, como ha sido tan analizado por
intelectuales de este país. Otro elemento central es el hiperliderazgo de
Chávez, el más carismático de toda América Latina, un líder capaz de interpelar
a multitudes, capaz de sintetizar diferentes realidades, con una gran capacidad
para suturar las heridas, esas brechas que abría la polarización, algo que se
esfuma luego de su muerte, cuando la polarización se dispara por completo,
mucho más, al calor de la crisis económica generalizada.
Esta es mi perspectiva, la cual además como
uds. saben (Risas) no es la opinión de otros intelectuales de izquierda
latinoamericanos que continúan defendiendo el chavismo/madurismo. Lo cierto es
que los posicionamientos respecto de Venezuela han abierto una brecha en toda
la región, no sólo aquí.
Hace poco se cumplió el aniversario de los
100 años de la
Revolución Rusa hubo varios homenajes a nivel nacional
internacional a través de los medios simpatizantes con este progresismo. ¿Cuál
es tu balance en general de ese proceso de la Revolución Rusa ?
¿Tiene alguna relación con el balance con el Progresismo? ¿Tiene alguna
semejanza? ¿Repitió errores de aquél momento? ¿Son procesos distintos?
Son procesos complejos, de largo plazo que
abarcan diferentes dimensiones. Por un lado yo tiendo a leer más los
progresismos en clave latinoamericana, no como procesos revolucionarios
clásicos sino, insisto, como populismos radicales….
Con esto quiero decir que hay que leerlos en
el espejo de los populismos latinoamericanos de los años 40 ó 50 antes que en
el espejo de la revolución rusa, la revolución mexicana o incluso lo que al
inicio fue la revolución nicaragüense. Los populismos existen en todo el mundo,
reenvía a una tradición político-ideológica, pero sólo en América Latina
también existen como régimen político, vinculados con gobiernos tendencialmente
orientados hacia el nacionalismo de izquierda. Es diferente a los populismos de
derecha que uno encuentra bajo la forma de partidos xenófobos en los regímenes
de Europa.
¿Cuáles son las características generales de
esos regímenes populistas? ¿De los regímenes distintos a los progresismos?
Maristella: Ya señale el hecho que lo propio
de los regímenes populistas es la ambivalencia o tensión entre los elementos
democráticos y elementos autoritarios. Los populismos son un fenómeno de gran
complejidad, que cuentan con una larga historia en América Latina, asociado
también con nuestros niveles de heterogeneidad social, o sea, con el hecho de
que efectivamente América Latina está compuesta por mundos y actores sociales
diferentes que no se pueden articular bajo la figura de la clase social, sino
más bien bajo la figura genérica de pueblo. En esa línea, estoy en contra de
las lecturas reduccionistas tanto de derecha (que son estigmatizantes o
descalificadoras) como las de izquierda, una de las cuales, la de Laclau , es
apologética, pues reduce o asimila populismo y democracia. Los populismos
reflejan una dualidad, que hay que leer en términos históricos y procesuales
para ver cuales elementos se enfatizan. Por un lado, una de las tendencias de
los populismos es que tienden a expulsar otras narrativas emancipatorias, de
hecho, en el período actual, eso sucede con la narrativa ecologista y la autonomista. Lo
que no es absorbido a través de la narrativa estatalista y centralista, se lo
expulsa.
Por otra lado, una de
las características de los populismos es la configuración binaria, bajo la
forma de polarizaciones, lo cual va empobreciendo la escena política; una
oposición, entre dos bloques, el llamado “pueblo vs antipueblo” (gobierno y
oposición), el bloque de poder popular y el bloque de poder oligárquico, lo
cual estructura el discurso de los populismos pero también el de la oposición. En ese
marco, no hay lugar para construir alternativas. Sectores de izquierda
completos quedan fuera del binarismo o son absorbidos por él.
Estamos viviendo, en toda América Latina, con
mayor o menor medida niveles muy altos de polarización, en el marco de
populismos de alta intensidad.
La tercera característica de los populismos
se refiere al tipo hegemonía que construye. Ya me referí a eso. La cuarta
característica, más allá de la instalación de un discurso de guerra contra la
oligarquía o contra los sectores de poder, los populismos tarde o temprano,
terminan haciendo el pacto con el gran capital. En Venezuela, los decretos
vinculados al Arco Minero del Orinoco lo ilustran con claridad. Otros
populismos lo mostraron en pleno auge del ciclo progresista. Que sin duda los
populismos despliegan también un lenguaje de derechos, quien podría negarlo. No
podemos reducir a los populismos a una pura matriz de corrupción, o de
despilfarro de recursos, de ninguna manera.
Entiendo a los populismos desde una óptica
crítico- comprensiva, en términos de populismo de alta intensidad, que tienen
diferentes expresiones, desde los populismos plebeyos hasta aquellos de clase
media. Así, la existencia de diferentes tipos de populismos es importante para
comprender y dar complejidad de los fenómenos que hemos atravesado al calor del
ciclo progresista.
Ahora bien, ciertos gobiernos progresistas
retomaron una suerte de épica muy relacionada con el ideario de la izquierda
clásica, el llamado socialismo del siglo XXI, a través de figuras como la
comuna, los consejos comunales, el poder popular, muy asociado a ese ideal
socialista más clásico. Yo soy de la idea que la izquierda tiene que
construirse o reconstruirse a partir de lo que se viene gestando con y desde
los nuevos movimientos sociales contrahegemónicos, movimientos feministas,
movimientos socioambientales, movimientos indianistas que son los que han
generado un nuevo lenguaje político, una gramática política basada en conceptos
como el de Estado plurinacional, autonomía, buen vivir, ética del cuidado,
bienes comunes.
En toda esa transformación procesual de los
gobiernos progresistas ¿Cómo quedan las características fundamentales de eso
que tu llamas el “Consenso de los Commodities”? ¿Crees que eso que llaman la
crisis del extractivismo progresista también se está reconfigurando? Donde de
hecho, hay autores que hablan de pérdida de sentido, haciendo alguna crítica a
autores como por ejemplo a Eduardo Gudynas.
¿Consideras que el Consenso de los
Commodities y el extractivismo progresista se están reconfigurando? Si es así…
¿De qué forma, a la luz de la actualidad?
Mira, la noción de Consenso de los
Commodities nos sirve para describir el modelo de desarrollo y sus implicancias
económicas, políticas, ambientales, territoriales. Complementa al concepto de
neoextractivismo. Asimismo, nos sirve para entender las continuidades que
existen entre diferentes gobiernos, más allá de las diferencias
político-ideológicas, la geometría variable y el rol del estado, a través de
las políticas públicas. Y sobre todo, muestra la tendencia a un discurso único;
esto es, el cierre de la discusión sobre modelos de desarrollo y su relación
con la participación y las luchas colectivas.
Es decir, así como en
los noventa se creyó que el neoliberalismo era el horizonte insuperable de
nuestra época, que no había alternativa al neoliberalismo, durante el ciclo
progresista los gobiernos progresistas y conservadores, lograron instalar un
consenso que negaba otras alternativas al extractivismo, suturando con ello
cualquier debate. Esta clausura del debate sirvió para estigmatizar o
descalificar como irrealistas a aquellos que cuestionan el extractivismo.
Con la promesa de saldar la deuda social…
Maristella: Bueno los progresismos plantearon
una inclusión por el consumo. Mientras se garantizó el consumo, tuvieron
continuidad asegurada, no había problemas con las clases medias más allá de la
polarización política que generaba. Esta redistribución a través del consumo y
el aumento salarial no implicó sin embargo tocar los grandes capitales. De
hecho, no hubo reformas fiscales, no hubo una reformulación del sistema
impositivo o tributario. Todo lo contrario, se expandieron los impuestos
regresivos a través de los impuestos indirectos y los impuestos al consumo; no
hubo impuestos directos a la fortuna y al capital. Cuando se quebró el pacto
del consumo, evidentemente esto generó malestar no solo en las clases medias,
sino también en los sectores populares, que son los primeros en padecer las
políticas de ajuste y la pérdida de poder adquisitivo.
A pesar de la importancia que una reforma
tributaria tiene para un programa de izquierda, ésta no se discutió, por la
sencilla razón de la gran bonanza económica, la rentabilidad extraordinaria,
asegura el ingreso de dinero a las arcas del Estado. Hay que decir que nunca
hubo tanto dinero en América Latina, lo cual está vinculado al boom de los
commodities. Esto último también explica los niveles que alcanzaron los
sobornos y la
corrupción. Hay que mirar Odebretch y la corrupción está
vinculada a la obra pública, para tomar la dimensión de estos fenómenos.
Uno de los logros vistos desde el gobierno ha
sido precisamente de masificar el consumo, pero esto supone un problema
también, porque desde su punto de vista se habían creado nuevas clases, que
entonces ahora aspiraban a más y por las vías reaccionarias, y lo dijo
textualmente, que el problema era que al masificar el consumo volvía a la gente
de mentalidad clase media y ese era un argumento para explicar su retroceso
electoral y su derrota política.
Maristella: Yo diría que han confundido la
lucha por mejorar las condiciones de vida con la masificación del consumo y se
olvidan por ejemplo que la izquierda latinoamericana, en los años 60 y 70,
tenía un fuerte componente desarrollista, ciertamente, pero criticaba los
modelos de consumo dominantes, venidos de los países desarrollados. A nivel
global, las primeras críticas al modelo de industrialización y sus impactos, en
clave ecológica, se pueden encontrar en “Los Límites del Crecimiento”, el
informe publicado por el Club de Roma en el año 1972. Ahí se afirmaba que
estamos por llegar al límite ecológico del planeta, lo cual hace que el modelo
de desarrollo que caracteriza a los países centrales, no pueda universalizarse.
El planeta es finito y los recursos son limitados. Este era un claro mensaje
hacia los países del Sur, los países llamados en desarrollo, a los cuales se
les dice que no van a poder desarrollarse, siguiendo el patrón de los países
del norte. En Latinoamérica, intelectuales como Celso Furtado, que ya se había
distanciado del desarrollismo cepalino, comienzan a reflexionar sobre el
problema. Furtado afirma que uno de los grandes núcleos problemáticos es el
modelo consumista; esto es, si se generaliza el modelo de consumo, propio de
los países desarrollados, efectivamente no habrá planeta que aguante.
En esta línea hay varias propuestas
alternativas, entre ellas la del “Modelo Mundial Latinoamericano”, que trabajó la Fundación Bariloche , en Argentina; también
la propuesta de desarrollo a escala humana, de Max Neef; todas propuestas de
izquierda que todavía tenían fuertes elementos desarrollistas, pero que
trataban de pensar las transformaciones sociales también desde la clave de un
consumo más austero.
Lo que vemos efectivamente es que la
izquierda fue conquistada, por lo que llama Ulrich Brand llama el “modo de vida
imperial”, que se ofrece como gran atractivo a las clases medias y a las clases
populares y eso es un gran problema, porque efectivamente se trata de un modelo
de consumo insostenible. Algo que, más allá de la deuda ambiental, al calor de
la crisis socioecológica que hoy tiene un alcance planetario, desde los países
del sur, no nos podemos desentender.
La apuesta por la expansión del consumo fue
central para garantizar la reelección de los gobiernos progresistas, lo fue
para el MAS (Bolivia), lo fue para Venezuela y lo fue para la Argentina con
Cristina Fernández de Kirchner. A un nivel casi vergonzoso… Recuerdo que en una
ocasión Cristina Fernández llegó a celebrar por cadena nacional incluso que la
Argentina fuera el segundo consumidor de Coca Cola, luego de los EEUU…
Por eso es que en todos estos gobiernos uno
encuentra ese retorno, que Venezuela vivió en los 70, de expandir la industria
automotriz, todo lo que tiene que ver con el consumo eléctrico, todo lo que
tiene que ver con la importación de aires acondicionados, y la industria
automotriz fue eso, lo que te pregunto, en el caso de Argentina por ejemplo:
¿Se encuentran las mismas políticas de crecimiento en estas áreas?
Maristella: Creo que hay que pensar las
necesidades básicas desde otro lugar, no sólo desde el aparente mejoramiento de
las condiciones de vida por la vía del consumo. Por otro lado, la promoción del
modelo de consumo sirvió para colocar un velo sobre las consecuencias del
modelo de apropiación de la naturaleza.
¿Cómo evalúas las alternativas que se
intentaron desarrollar para hacer un modelo productivo alternativo… como en el
tema de las comunas, y todo esto al calor de una acción estatal pero que ahora
no puede satisfacer las necesidades de alimentación de ninguna parte de la
población prácticamente.
Maristella: Me llevo sobre todo la idea de
que no hay un solo chavismo, sino una pluralidad de figuras posibles dentro de
él. La experiencia del chavismo no se resume a lo que es el gobierno de Maduro,
lo cual habla de que el chavismo popular es una experiencia rica, amplia, que
lo desborda, que va a permanecer. Como el peronismo en Argentina, es una
estructura de sentimientos, expresa una subjetividad colectiva, el sentimiento
de rebeldía y de opresión de las clases populares. Que hay una figura
hegemónica del chavismo, no hay duda. Que hay peligro que ésta aniquile o
pretenda aniquilar a las otras formas de chavismo crítico, también lo hay.
Mucho más en un contexto de crisis económica, generalizada, en un contexto de
hiperinflación y de represión.
También quisiera relacionar eso con algo que
tu decías comentando uno de los últimos trabajos sobre el poder popular, que es
una expresión hacia el chavismo que puede ser contenedor del malestar y
promotor de aguantar la miseria, de aguantar, de aguantar…eso que tu llamas la
subjetividad sufriente y ésta el otro chavismo que tiene sus disputas más no
las manifiesta…
Maristella: Por algo los pobres “no bajaron
de los cerros”, porque consideran que si la derecha fascista y clasista
accediera al gobierno, lo primero que haría es liquidar esa base de chavismo
popular. Buscan perseverar en su ser, no van a ir en contra sí mismos; mientras
tanto tolerará hasta lo intolerable. Por eso también Venezuela está en un
impasse, una calle ciega, sin salida. Pero considero que hay formas de chavismo
popular que prevalecerán, más allá de la clara dependencia en relación al
Estado.
Qué mensaje final podrías tener ya que hay
una experiencia con Chávez en el ciclo progresista que se está cerrando, donde
hubo una serie de vicios, donde el progresismo se confundió con el tema de la
izquierda tradicional. El tema del consumo.… ¿Qué mensaje darías tú para una
reconstrucción de una nueva trama? De un nuevo lenguaje de izquierda y bueno
ante toda la crisis que está pasando en Venezuela, un ejercicio de pensar en
las mínimas cosas que puede hacer para reconstruirla.
Maristella: Sinceramente, creo que uno puede
hacer un análisis de los progresismos, dar cuenta de sus límites, de las
heridas que abrió, pero la crisis de los progresismos es una crisis que impacta
sobre el conjunto de las izquierdas, nos involucra a todos. No sólo a los
progresismos realmente existentes.
Vienen tiempos muy
duros para las izquierdas. Pero creo que no hay posibilidades de recomposición
sino se incorporan en esa construcción las narrativas antipatriarcales y
feministas, así como las narrativas ecologistas, que buscan pensar los
territorios y la relación entre humanos y naturaleza desde otro lugar, y cuyo
desafío es también articular la justicia ambiental con la justicia social. Hay
que reconstruir una lengua común dentro de las izquierdas, pero esto solo será
posible si éstas logran articular el ethos feminista y la exigencia ecologista.
Ese es un gran desafío, ya instalado en la agenda del debate latinoamericano:
la izquierda del siglo XXI será antipatriarcal y feminista, y fuertemente
social y ecologista, o no será.
Pero estamos en un momento de transición, de
reconfiguración de los escenarios, que son muy heterogéneos.
¿Cuáles crees tú que puede ser los escenarios
en clave de la ecología política? Hablando de modelo, hablando de
tendencias…desde el ejercicio del poder, pero hablando de las manifestaciones
telúricas que pudieran estar tendiendo a resistir o reapropiarse o adaptarse en
nuevas formas de apropiación de los territorios y de los modos de vida…
Es cierto que hay inflexiones importantes.
Desde 2009/2010 asistimos a una inflexión represiva que se expresa a través de
la judicialización sistemática, a la violación de los derechos humanos
claramente varios vinculados a una nueva fase de desposesión extractivista y a
la expansión de conflictos socioambientales en toda América Latina. Creo que en
el final del ciclo progresista estamos ante una vuelta de tuerca, un giro
hiperextractivista, una exacerbación, una nueva fase de expansión de la
frontera de los commodities. Y que sus cabeceras de playa no son exclusivamente
los gobiernos de derecha, conservadores que conocen poco del lenguaje de los
Derechos humanos. En Bolivia y en Venezuela también hay una fase de
exacerbación del extractivismo. Realmente se abre un escenario muy peligroso,
en términos de violación de derechos humanos.
Por otro lado, en sintonía con lo que
Emiliano Terán Mantovani denomina modos de territorialización, lo que uno
observa en América Latina es que han emergido territorialidades violentas,
desde abajo, que ustedes han analizado también a través del pranato minero.
Estamos ante la emergencia de un tipo de criminalidad, un orden criminal basado
en el extractivismo, similar al narcotráfico.
Entonces, ya no nos
encontramos únicamente frente a los escenarios más tradicionales, vinculados a
un conflicto de territorialidades; tampoco nos encontramos solamente frente a
enclaves extractivistas, al estilo clásico, que presentan conflictos de mediana
violencia, sino que en la frontera del extractivismo nos encontramos ante la
emergencia de una territorialidad criminal de nuevo tipo, que avanza sobre la sociedad
y la economía legal, de manera acelerada, conquistando territorios y
colonizando subjetividades.
¿Tú visualizas eso en otros espacios más allá
de Venezuela?
Maristella: En el Perú, en una región de
frontera, en Madre de Dios, ha surgido también una territorialidad criminal muy
ligada a la violencia de bandas, cuyo correlato es el control de los
territorios y de los cuerpos; donde la trata y la prostitución tienen un rol
fundamental.
Nosotros en nuestro trabajo hablamos que no sólo
se trata de una expansión de la frontera de extracción, sino que, además, creo
que tiene que ver con lo que acabas de mencionar sobre Emiliano, y lo que él
llama, nosotros lo llamamos, una reconfiguración de los modos de extracción;
también tiene que ver con esta incidencia en territorios y en subjetividades,
pero también con formas estatales ya constituidas haciéndose funcionales en y
con estas nuevas formas y patrones de extracción, que son criminales y
absolutamente lumpenizadas, y no necesariamente se excluyen entre sí, sino más
bien comienzan a convivir y a acoplarse.
Maristella: Coexisten. Y además tú te haces
la pregunta: ¿Qué hay en la sociedad y en la economía legal, en el poder
estatal?; ¿que han incorporado de esta lógica criminal? Esta lógica criminal es
una configuración en sí misma, pero también está presente, en un grado menor,
en la sociedad, en las grandes ciudades. Eso es preocupante y nos interroga
acerca de una dinámica social que hoy en día se desarrolla de modo pleno en la
frontera, pero que efectivamente puede avanzar desde los márgenes hacia el
centro.
¿Por qué tu lo llamas márgenes? Eso me quedó
del otro día que lo dijiste ¿Por qué lo llamas márgenes?
Maristella: Porque son los márgenes, la
periferia, la zona de frontera siempre es más salvaje, en términos de
expansión, la frontera del extractivismo es una frontera de muerte, por la
débil presencia de instituciones democráticas y estatales…
¿Haces la distinción de lo más urbano y
digamos los espacios menos poblados?
Maristella: si, hago referencia a la relación
centro-periferia, a la relación urbano-rural, porque además el extractivismo
está ligado al espacio de las fronteras, a los márgenes, aunque también a las
pequeñas y medianas localidades. En general en las grandes ciudades tienen una
fuerte dificultad para comprender los impactos del extractivismo, porque no
están en la zona de extracción. El encapsulamiento en territorios marginales
conspira contra la
visibilidad. Pocos conflictos socioambientales en los
distintos países alcanzan relevancia nacional. Pero siempre hay algún conflicto
que rompe con ese límite y logra obtener una visibilidad nacional, iluminando
de ese modo los otros conflictos que han quedado encapsulados. Fíjense ustedes,
son los caso del Tipnis para el caso de Bolivia; el proyecto La Colosa en
Colombia; El proyecto Conga en Perú; las revueltas en Famatina contra la
megaminería en Argentina…
El caso de la Patagonia…
Maristella: Yo he estado muy activa, ya que
además nací y me crié en la Patagonia, así que me toca particularmente. Desde
hace varios años venimos acompañando con otros colegas como Enrique Viale, las
luchas contra el avance del fracking de las comunidades Mapuches y la lucha en
Allen, la localidad en la que nací en la Patagonia norte. Incluso armamos un
primer libro en el año 2014 sobre el fracking junto con otros colegas, cuando
se sabía muy poco de la explotación de los hidrocarburos no convencionales a
través de la fractura hidráulica. Seguimos acompañando el proceso en un
contexto donde además ha empeorado la situación, porque el gobierno de Macri es
un gobierno que ha buscado construir un consenso anti-indígena, asociando a los
Mapuches a la violencia y al terrorismo, queriendo aplicar la misma política
que aplica Chile con respecto a estas comunidades, a través de la figura del
enemigo interno.
Para el actual gobierno, los Mapuches son una
piedra en el zapato en la expansión del capital. Y el gobierno de Macri, hay
que decirlo, no tiene mucha idea de derechos, los únicos derechos que existen
son los del capital, el resto, los indígenas no tienen derechos especiales para
ellos; son meros superficiarios. Esta es una diferencia con el kirchnerismo,
para quien el extractivismo era un punto ciego, pero había una retórica, una
narrativa de derechos que al menos instalaba una contradicción.
En las derechas no hay ambivalencia, ésta
solo entiende o habla el lenguaje del capital y ésa es una gran diferencia.
fuentes:
parte I: https://www.aporrea.org/actualidad/n331057.html
parteII: https://www.aporrea.org/actualidad/n332339.html
Fuente:
https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2018/10/04/maristella-svampa-entrevista-%C2%A8del-cambio-de-epoca-al-fin-de-ciclo%C2%A8/
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