5 de octubre de 1988:
de la dictadura cívico militar
al régimen de las
elites.
6 de octubre de 2018
Por Paul Walder
Politika
A 30 años del plebiscito que sacó a Pinochet de La Moneda para reemplazarlo por la democracia tulelada, que describió con precisión el sociólogo e historiador Felipe Portales, el país es una imagen perfecta construida por las elites para su goce y complacencia. Un gran andamiaje comercial y publicitario levantado sobre la economía primaria que ha creado uno de los mayores mitos de nuestra historia contemporánea. Un país construido con las citadas frases publicitarias sobre las recomendaciones de fundamentalistas del mercado, operadores financieros y políticos oportunistas.
La celebración de los 30 años del plebiscito debiera ser también la conmemoración del inicio de
El país diseñado a partir de 1988 es el paraíso del gran capital y sus satélites. Un modelo que contó con uno de los consensos más vergonzosos de nuestra historia, con una clase política que hizo de su condición la traición a sus bases. El fin de la dictadura, una tarea heroica conseguida con dolor y miles de víctimas, derivó en un pacto entre las elites que consideró el aislamiento de las organizaciones sociales, del pensamiento de izquierda, de la persecución de los combatientes por la libertad, de la censura de los medios de comunicación críticos de este proceso a través del estrangulamiento financiero y, por cierto y como piedra angular del consenso, de la impunidad de los homicidas y torturadores, comenzando por el mismo dictador transfigurado, entonces, en senador vitalicio.
El mito de la modernidad, del país exitoso, se elevó sobre el olvido
y la marginación de todas las corrientes e ideas contrarias a la ideología de
los mercados y el individualismo. Un mito, artificial como todas las creencias,
que ha soportado todas las reales y posibles demagogias. Desde las
democráticas, que arrastró un sistema electoral binominal cerrado incapaz de
representar a las mayorías a la corrupción de toda la organización, a las
económicas, no sólo por constituir grandes monopolios y mercados cautivos, sino
por prácticas de carteles y compra de políticos y funcionarios.
Estos años, en este circuito sin duda virtuoso para los dueños y
controladores del capital, el Chile de la indefinida transición, de la
postdictadura, del periodo neoliberal, el país es también el ejemplo de las más
grandes contradicciones, las que se expresan desde la distribución escandalosa
de la riqueza al uso de los espacios territoriales. Qué pueden celebrar los
habitantes de Quintero y Puchuncaví, ahogados en estos mismos días bajo una
nube de gases tóxicos emitidos por las industrias cuyos propietarios conforman
aquel uno por ciento más rico del país.
Al hablar de neoliberalismo, de modernización capitalista, no nos referimos sólo al mall ni al retail, al acceso al consumo, a los créditos bancarios, al incremento del parque automotor y las autopistas concesionadas, a todas aquellas áreas que son propias de las retóricas públicas y privadas de las elites. Hablamos de la privatización y mercantilización de derechos básicos como el acceso a la salud, a una educación de calidad y a pensiones dignas. Es esta la piedra de tope, el lugar de la fractura y del gran engaño hoy revelado.
Chile y su modelo, otrora paradigma regional levantado por agencias de propaganda como el FMI, el Banco Mundial y otros entidades mercantiles, cae bajo los torrentes globales. El modelo neoliberal retrocede y alcanza día a día nuevas marcas en su indecencia. Tres multimillonarios, Bill Gates, Warren Buffet y Jeff Bezos, poseen más riqueza que la mitad más pobre de Estados Unidos. Una marca que Chile probablemente supere: Iris Fontbona, la matriarca del grupo Luksic, tiene una de las fortunas más grandes de Latinoamérica, solo superada por un par de magnates de economías mayores como Brasil y México.
El proceso de modernización, relato levantado desde inicios de la transición por ultraliberales y socialdemócratas de mercado, ha derivado en un engendro que ha perfilado uno de los países más deformes en su distribución económica, social y cultural. Una anomalía creada por los mercados liberados a su antojo. Chile es una zona franca, un casino en el descampado, un paisaje borroso al borde de sus autopistas concesionadas, un gran barrio de viviendas básicas al costado de un campo de golf. Una geografía artificial levantada por los contrastes sociales y económicos.
Esta escena, observada y clamada por
adolescentes en protestas, poetas, artistas visuales y outsiders desde las
primeras décadas del siglo, se ha levantado como cruda realidad para gran parte
de la población. El
modelo neoliberal es excluyente y concentrador. El mercado, contra todo el discurso
oficial de las elites y sus cómodos escribientes, no integra ni desarrolla. En
su obsesión por el lucro se ha alimentado de varias generaciones e hipotecado a
las futuras. La concentración de la riqueza en densidades inefables ha sido
sobre contrastes. La ganancia de los millonarios Forbes se ha hecho sobre el
desgaste y la pérdida de las mayorías.
Este es el país que aparece bajo el mito que
trae el fin de la
dictadura. Una fecha que no se celebrará ni en los barrios ni
en los territorios. No hay nada que celebrar y sí mucho que lamentar.
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