El 68 y la revolución
cultural
6 de octubre de 2018
Por Cristóbal León Campos (Rebelión)
I
El año de 1968 es uno de los más importantes
en la historia contemporánea. La lucha popular que emerge de su seno comienza
meses antes en países como Francia y Checoslovaquia, cuando se expresó la
trascendencia de sus demandas universales. Estos países registraron
movilizaciones que denunciaron, combatieron y pretendieron transformar sus
respectivas realidades sociales desde las bases en que estas se sustentaban.
Los movimientos sociales surgidos combatieron la burocratización parasitaria,
la demagogia, la desigualdad, el autoritarismo imperante y la falta de
democracia. Particularmente, en el caso de Checoslovaquia, el pueblo se
enfrentó además a las incongruencias en el “Bloque Socialista”, que en el
discurso enarbolaba la consigna, pero en la práctica estaba lejos del verdadero
socialismo, y por tanto, al final de cuentas no lo representa, no en el sentido
original del proyecto emancipador, a pesar de que aún hoy las burguesías
capitalistas afirmen que sí, con el claro fin de desprestigiar el proyecto
emancipador.
Se vivió lo que México viviría desde el mes de
julio, cuando la juventud comenzó a luchar por la construcción de un mejor
país. Desde entonces conforme avanzaban las semanas más y más estudiantes se
sumaban a la lucha, más y más trabajadores y campesinos caminaban al lado de
los jóvenes, conscientes de la necesidad de trasformar las raíces de nuestra
patria.
La consciencia fue extendiéndose entre cada una de las clases y
los sectores que componen el México de abajo, la consciencia fue construyéndose
paso a paso como una unidad indisoluble, indestructible; pues está basada en
las necesidades populares, en las contradicciones del capitalismo, en la
conciencia social de la
transformación. Ante esta unidad popular, ante esta dignidad
extendida, tal y como lo demuestra la historia, el gobierno autoritario y
déspota tuvo como respuesta el lenguaje de las balas, de las tanquetas, del gas
lacrimógeno, de la represión y de la muerte.
La masacre del 2 de octubre de 1968 está registrada como la
muestra real de un régimen hoy caduco y en extensión. Al día siguiente, no hubo
grandes encabezados en la prensa, no hubo imágenes en la televisión, no hubo
noticias en la radio, son en realidad muy pocos –pero muy honrosos- los
ejemplos de medios de comunicación que mencionaron algo, aunque sea muy poco,
la revista Por qué? fue el único medio que apoyo la lucha
desde el principio hasta el final. Parecía que no había pasado nada, al menos
eso pretendían, eso aún pretenden. Era el silencio de lo que se dice correcto,
de lo que se dice necesario, era una inyección letal de la desmemoria, de la
exclusión de los almanaques y libros de historia pagados por los burgueses, por
los asesinos explotadores.
II
La resistencia contra las formas opresivas
que se ejercen por una clase sobre otra a lo largo de la evolución histórica de
las sociedades humanas, ha presentado las más variadas formas que van desde
expresiones individuales de repudio hasta formas colectivas y masivas de
protesta y movilización social, como son los motines y las rebeliones, o los
movimientos sociales y revolucionarios de las clases oprimidas encaminados a la
construcción de una nueva sociedad. Tal y como afirmaran Carlos Marx y Federico
Engels en el Manifiesto del
Partido Comunista , “toda la
historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas
de clases”.
Sobre la diversidad y pluralidad de
manifestaciones de resistencia se han escrito innumerables ensayos y libros con
el objetivo de explicar su naturaleza, y comprender su importancia histórica,
entre ellos, destaca el análisis sobre este amalgama de rebeldía humana,
realizado por el sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein, en varias obras
como Historia y Dilemas de los
movimientos antisistémicos, en
la que realiza un minucioso estudio de los rasgos originales y características
que presentan en la actualidad los nuevos movimientos sociales surgidos a
partir de lo que denomina como la Revolución Cultural
Mundial de 1968.
Wallerstein acuño el término “movimiento
antisistémico” en la década de 1970 con el objetivo de plantear una forma de
expresión que incluyera en un solo grupo aquellos movimientos sociales que
históricamente han sido de gran importancia, pero que han estado
enfrentados en la mayoría de las ocasiones por sus objetivos y proyectos
alternativos a la dominación burguesa o extranjera; los movimientos
nacionalistas y los socialistas. Ambos movimientos al llegar al poder –a decir
del autor- combinaron factores como la burocratización, la excesiva
verticalidad, el desapego en la realidad de sus planteamientos discursivos.
Esta combinación de factores es para Wallerstein el principal
detonante de la importancia que tiene hasta ahora la revolución cultural del 68 a lo largo del mundo. Sus
demandas universales contra la hegemonía de los Estados Unidos en la tierra,
contra la burocratización de la Unión Soviética y la llamada “vieja izquierda” al
acusarla “por no ser solución, sino parte del problema”, dieron lugar a la
ruptura cada vez más definitiva con las viejas formas de pensar y organizar la
resistencia, dando paso al surgimiento de nuevos movimientos y de nuevos
actores sociales. Los ecologistas, las feministas, las luchas de las “minorías”
étnicas y raciales como la de los negros en Estados Unidos, y la de los
indígenas en Nuestra América, el surgimiento de organizaciones defensoras de
los derechos humanos, junto a los movimientos antiglobalización, son los
principales nuevos “movimientos antisistémicos”, que en su mayoría han sido
aglutinados en el Foro Social Mundial.
Para Wallerstein el año de 1968 es una
ruptura clara de larga duración de muchas estructuras culturales, económicas,
sociales y políticas del capitalismo, al igual que de la estructuración y
configuración de los movimientos antisistémicos de todo el planeta, pues los
movimientos surgidos después del 68 tienen un carácter en definitiva muy
distinto al de los pre-68. La particular naturaleza y las relaciones que tienen
entre sí los distintos nuevos movimientos, se explican en gran parte por
haberse desplegado en esta etapa que Wallerstein denomina “caos sistémico”, es
decir, la etapa final del sistema capitalista. La trascendencia de los nuevos
movimientos se refleja en sus formas de organización interna y de relación con
otros movimientos, alejados lo más posible de la solemnidad y las jerarquías,
cargados de una mayor tolerancia y pluralidad, pero sobre todo con una posición
antidogmática.
América Latina es el rincón de muchos de estos movimientos
sociales; los zapatistas mexicanos, los Sin Tierra de Brasil, los indígenas de
Bolivia y Ecuador que incluso han derrocado gobernantes, y los movimientos de
masas que han conseguido en base a la lucha cambios importantes en la políticas
de sus respectivos países. Uno de los movimientos latinoamericanos que en
particular ha llamado la atención de Wallerstein es el zapatista. Debido a que
su impacto en todo el planeta ha logrado conformar una red mundial de
solidaridad y su influencia en diversos movimientos del continente demuestra su
importancia y trascendencia para la conformación de las alternativas al
capitalismo.
III
Nuestra historia nacional está plagada de
grandes acontecimientos, de nombres que hacen rebozar los almanaques históricos
con natalicios y efemérides útiles a la demagogia del Poder. Esta historia
oficial nos es enseñada en las aulas (de todos los niveles educativos) mediante
los programas educativos del momento, y se difunde a través de los medios de
comunicación masiva (sea televisión, prensa radio, internet, etc.) con el
objetivo de formarnos un pensamiento homogéneo, igual, acorde a lo bien visto
por el poder, y eliminar así toda diferencia para asegurar la continuación del
control establecido por la clase gobernante.
Sin embargo y muy al contrario de lo que se
nos enseña, existen también acontecimientos y nombres ocultos por los discursos
oficiales, excluidos de los almanaques históricos y los libros de texto,
arrojados al olvido de la
desmemoria. Esta es la historia real de nuestra nación que
tiene innumerables páginas arrancadas, borradas o jamás impresas.
Una de las más trascendentes fue escrita en el año de 1968, cuando
miles de estudiantes de diversas universidades, preparatorias y hasta
secundarias, junto con obreros y campesinos que los apoyaban, hicieron oír su
voz al resto de la población del país y gran parte del mundo. Cuando exigieron
respeto a la autonomía de las instituciones educativas, reformas sustanciales
en los planes de estudio, mejoras a las instalaciones educativas, mayores
recursos destinados por los gobiernos para la instrucción pública. Los análisis
de Immanuel Wallerstein deben ser tomados en cuenta y ser sometidos a debate
para extraer y utilizar sus valiosas aportaciones para la construcción del
proyecto emancipatorio, pues a pesar de que la dictadura del capital está en
crisis, ello no garantiza su desaparición. Esta sólo puede hacerse a través de
la praxis colectiva de los oprimidos. La voz que se escucho por vez primera en
la capital y se extendió por varias de las ciudades más importantes del país,
se convirtió rápidamente en un grito popular por la democracia, por la libertad
plena, por la igualdad entre hombres y mujeres, convirtiéndose así en un
reclamo de todos y para el bienestar de todos.
Ante la pretendida desmemoria, frente a esa
exclusión oficial, está la consciencia popular que de voz en voz, de persona a
persona transmite la verdad, recuerda a los caídos y mantiene con vigencia la
exigencia de justicia. Esa misma exigencia que conduce año con año a los familiares que
siguen esperando reunirse con sus desaparecidos, que conduce a los amigos que
nunca podrán volver a reunirse, que conduce a las madres que perdieron a sus
hijos, que guía todos los pasos que retumban en lo más profundo del corazón de
nuestra patria cada 2 de octubre, cuando todas las calles de México reciben a
los manifestantes que juntos gritan ¡DOS DE OCTUBRE NO SE OLVIDA!
El desenlace de Tlatelolco no fue “un hecho
aislado” como se pretendió hacer creer a todos y como quedo demostrado cuando
el 10 de junio de 1971 fueron golpeados y asesinados estudiantes universitarios
en la ciudad de México a manos de los Halcones (paramilitares y parapolicías)
en conjunto de policías y militares al servicio del estado. Tal y como ha
sucedido en Acteal, Aguas Blancas, Atenco, Oaxaca y Ayotzinapa por mencionar
solo algunos ejemplos.
Esto demostró el común denominador de la
reacción del poder ante cualquier tipo de conflicto social ocasionado por él
mismo, justo como en nuestros días lo demuestra el uniforme verde olivo con que
se pasea el residente principal de los pinos. El signo de la violencia
gubernamental quedó grabado hasta en el más recóndito lugar de la plaza de las
Tres culturas. La naturaleza del poder capitalista quedo en evidencia, dibujada
con todos sus matices, inocultables para todo aquel que la quiera ver.
A pesar de todos los intentos por ocultar la verdad, por
sepultarla en el olvido, por negar lo acontecido en la Matanza de Tlatelolco,
la memoria histórica del pueblo mexicano persiste y se reproduce, para que las
nuevas generaciones podamos conocer la verdad, para que aún hoy a más de
cuarenta años mantengamos viva y comprendamos la necesidad de exigir justicia,
de reconocer el valor de todo aquel que levanta la voz para exigir justicia e
igualdad. Porque Tlatelolco no es una fecha, no es una efeméride para recordar
chorreando demagogia y cinismo. Tlatelolco ha sido y es uno de los ejemplos más
grandes de la lucha que debemos desarrollar, para recuperar la memoria y no
perderla nunca más. Para realizar la tan urgente transformación de raíz que
nuestro país necesita, y dejar para siempre la injusticia y la desigualdad que
sustentan a la falsa democracia en que vivimos.
Cristóbal León Campos es integrante del
Colectivo Disyuntivas
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