“El cambio climático
es el síntoma
pero la enfermedad es el capitalismo”
2 de octubre de 2017
Por Gorka Castillo (CTXT)
Profesor de Filosofía moral en la Universidad Autónoma
de Madrid, traductor, poeta, ensayista y miembro de Ecologistas en Acción,
Jorge Riechmann (Madrid, 1962) desgrana un buen puñado de reflexiones incómodas
sobre un modelo de vida que dirige a la humanidad hacia el despeñadero. En su
libro Autoconstrucción cataloga el siglo XXI como “la era
de la gran prueba” porque, según dice, “somos la primera generación que
entiende perfectamente lo que está pasando con el clima y posiblemente seremos
la última que pueda evitar la catástrofe hacia la que nos dirigimos”. Lo suelta
a bocajarro, como un puñetazo entre los ojos. Consciente de que el pesimismo en
estos tiempos de oscuridad tiene cada vez menos adeptos, Riechmann censura sin
ambages la mercadotecnia del “buenismo” de la que hace gala el sistema
convocando grandes cumbres climáticas en las que a muchos se les llena la boca
con compromisos medioambientales y “energías verdes” pero luego estigmatizan a
los movimientos ecologistas como ingenuos apestados. La realidad que dibuja es
desoladora. Todo está en contra del planeta pero, frente a eso, no cabe la
resignación. “Aún podemos actuar contra este modelo de producción salvaje
porque no está sujeto a ninguna ley física, como lo está la naturaleza, que
impida cambiarlo”. Es el mínimo espacio que este investigador apasionado deja
abierto a la esperanza.
¿Tiene solución el planeta?
Pienso que sí. Lo que no tiene sentido es
intentar salvarlo interviniendo sobre el consumo y dejando intacta la voraz
cultura productiva. Ambas variables caminan de la mano aunque no valga sólo con
esto. Por nuestro comportamiento depredador con los recursos naturales y la
biosfera habría que hablar también del extractivismo y, a mi modo de ver,
también del exterminismo, una noción acuñada por el historiador británico E. P.
Thompson para explicar la estructura del mundo a finales del siglo pasado,
cuando las dos superpotencias nucleares enfrentadas amenazaban con aniquilar
cualquier rastro de vida en el planeta.
La medida referencial del éxito de un sistema
es el PIB. Si crece significa que las cosas van bien y hay esperanza de una
vida mejor.
Es la locura típica de una cultura denegadora
como la nuestra. Digo
denegar porque va más allá de ignorar lo que pasa y es no ver lo que tenemos
delante de los ojos. Significa que no nos hacemos cargo de las consecuencias de
seguir chocando contra los límites biofísicos de manera violenta. Nos hacen
creer que vivimos en una especie de Tierra plana en la que podemos avanzar de
manera infinita porque los recursos naturales son inagotables y la capacidad de
absorción de la contaminación es ilimitada. Esto es una fantasía porque las
leyes de la naturaleza, de la física, de la dinámica de los seres vivos nunca
podremos cambiarlas, por grandes que sean nuestras ilusiones al respecto.
Pero las grandes cumbres climáticas aseguran
haber empezado medidas drásticas para evitar el apocalipsis. ¿Qué credibilidad
concede a sus decisiones?
El calentamiento global, siendo una realidad
devastadora, es sólo la manifestación de otras dinámicas que deberíamos atajar
si queremos evitar el apocalipsis climático hacia el que nos dirigimos. Nuestro
principal problema ambiental es la extralimitación ecológica, el choque de las
sociedades industriales contra los límites biofísicos de la Tierra. Si utilizamos
la herramienta de la huella ecológica como indicador del impacto ambiental
generado por la demanda humana podemos observar que, en la actualidad,
consumimos los recursos inexistentes de 1,5 planetas Tierra. Y eso a pesar de
las carencias y desigualdades que asolan a buena parte de la humanidad. Dicho
de una forma más didáctica: si quisiéramos generalizar al resto del mundo el
modo de vida de los españoles necesitaríamos tener 3 planetas como la Tierra a
nuestra entera disposición. Y si quisiéramos generalizar el de EEUU, que muchas
veces ponemos como ejemplo de éxito, necesitaríamos 6. Es una locura que emana
de esa construcción económica de tierra plana de la que hablaba antes.
Entonces, ¿qué empuja al mundo a seguir
enalteciendo el crecimiento económico pese a saber que conduce a la destrucción?
El capitalismo, cuya dinámica es autoexpansiva
y deniega cualquier salida alternativa. Para hacer frente al cambio climático
deberíamos cuestionarnos antes los resortes básicos del capitalismo, algo que
parece prohibido. Por eso digo que las cumbres mundiales sobre el calentamiento
global no son realmente efectivas sino más bien ejercicios de diplomacia
teatral.
¿No sirven para nada?
Confunden a la opinión pública. La prueba es
que los grandes expertos en el cambio climático como James Hansen, a quien
podríamos considerar el climatólogo jefe del planeta, calificó de farsa la
cumbre celebrada en París. Se intenta poner un límite a las emisiones a la
atmósfera de gases de efecto invernadero pero los límites son absolutamente
incompatibles con el sistema productivista actual. Aunque el síntoma sea el
calentamiento climático, la enfermedad se llama capitalismo.
¿Por qué el movimiento ecologista, cuya
expresión política llegó a gobernar en países como Alemania, es descalificado
hoy por muchos gobiernos?
Ojalá fuéramos descalificados un poco más
porque así seríamos mucho más fuertes y activos. La realidad es que las
descalificaciones son un indicio de una situación paradójica: aunque la
percepción generalizada es que el mundo se ha comprometido en la lucha contra
el cambio climático, eso no es así. Sabemos que desde los años 60 y 70 había
evidencias sobre cuál era la dinámica del sistema y los límites del crecimiento
pero los mismos a los que hoy se les llena la boca con la lucha contra el
cambio climático decidieron poner en marcha toda una campaña global para
impedir que se tomaran las decisiones correctas. Bastaría con leer un libro de
Sicco Mansholt, un socialdemócrata holandés que era presidente de la CEE cuando
en los años 1972 y 1973 se produjo el primer choque petrolero mundial, en el
que aboga por un cambio radical en las estructuras de producción y consumo que
hoy serían catalogadas como radicales y peligrosas.
¿Cuándo se quiebra ese proceso de
sensibilización medioambiental?
En los años 80, con la fase neoliberal del
capitalismo. Desde entonces, el retroceso ha sido constante pese al aumento de
lo que algún experto denomina sosteni-blabla,
es decir, mucho discurso, mucha cháchara, mucha propaganda y mucha estrategia
de comunicación sobre energía verde. Pero la realidad vuelve a ser demoledora:
la acción brilla por su ausencia y los planteamientos de fondo, incluso
aquellos realizados por gente delestablishment como Sicco Mansholt, son
estigmatizados por rechazar el dogma del crecimiento infinito.
¿Estamos a tiempo de frenar el cambio
climático?
Hemos llegado a un punto tal que lo que hace
30 años hubieran sido estrategias de cambio gradual ahora ya no están a nuestro
alcance. Para hacer frente al calentamiento global necesitamos salir a toda
prisa del capitalismo salvaje en el que hoy nos movemos.
¿Cree que el mundo está dispuesto a renunciar
a esos principios económicos pese a conocer los riesgos?
Los cálculos teóricos realizados por
investigadores canadienses sobre las opciones que resultarían de respetar los
límites biofísicos de la Tierra indican que, por ejemplo, el parque móvil de un
país como España, que tiene 15 millones de coches, debería ser de unos 180.000
vehículos con motor de combustión. Pero claro, eso es inaceptable en términos
industriales. El caso es que, si no se acepta esta realidad, no hay lucha
alguna contra el cambio climático.
¿Quiere decir que la humanidad está condenada
si no renuncia al modo de vida capitalista?
Ya decía antes que las leyes de la naturaleza
existen y son las que son. No podemos cambiarlas pese a la ilusión que
albergamos de que una especie de tecnociencia omnipotente conseguirá
derrotarlas. Donde podemos actuar, en cambio, es contra la organización de
nuestro modelo de vida que no está sujeto a ninguna ley física.
¿Qué impide cambiarlo?
Que no nos creemos lo que sabemos. Si fuéramos
capaces de hacerlo, tomaríamos decisiones racionales para cambiar un modelo que
nos lleva a la
destrucción. Para que esto se produzca nos haría falta un
enorme ejercicio de reforma intelectual y moral. El problema es que nuestras
sociedades están organizadas contra eso. Fatídicamente, el neoliberalismo se
impuso con sus ideas aberrantes de que todo depende de los gustos y
preferencias individuales, y que igualdad y libertad son dos principios
contrapuestos, cuando una mínima reflexión indica que es una falacia.
Necesitamos bienestar humano pero necesitamos que sea compatible con los
límites biofísicos del planeta. Somos la primera generación de la historia que
entiende perfectamente lo que está pasando y posiblemente seremos la última que
pueda evitar la catástrofe hacia la que nos dirigimos.
@GORKACASTILLO
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232212
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