Mujeres en la
revolución rusa
25
de octubre de 2017
La huelga del Día de
la Mujer permitió poner en marcha la serie de protestas que acabarían
desembocando en la abdicación del
zar y la formación de los soviets.
Por
Layla Martínez | El Salto.
Las bolas de nieve impactaron contra los cristales de la fábrica. Desde
dentro se podían oír los gritos de la calle. Llamaban a
la huelga y al sabotaje, a hacer caer el trono del tirano y convocar la tormenta. Las
trabajadoras abandonaron sus puestos y se unieron a la manifestación que
recorría Petrogrado. Las bolas de nieve se convirtieron en piedras y los
cristales de la fábrica estallaron en pedazos.
A la caída de la
tarde, lo que había comenzado como una manifestación para conmemorar el Día
Internacional de la Mujer se había convertido en una huelga que llamaba al
levantamiento contra el régimen zarista. Más de 100.000 personas, en su mayoría
mujeres, chocaron contra la policía en los diferentes disturbios que se
iniciaron por toda la
ciudad. La Revolución Rusa acababa de comenzar.
El
incendio de febrero
La participación de
las mujeres en la huelga que hizo estallar la revolución no era un hecho
aislado. Las obreras habían protagonizado las huelgas de la industria textil en
1896, las protestas contra el reclutamiento forzoso para la guerra rusojaponesa
y los sucesos revolucionarios de 1905, donde las mujeres de las fábricas
textiles, tabaqueras y azucareras se habían unido a las trabajadoras del
servicio doméstico para formar sus propios sindicatos y participar en las
diferentes manifestaciones y protestas.
Además, las mujeres
habían tenido una implicación crucial en las sociedades secretas que habían
atentado contra el régimen zarista en las últimas décadas del siglo XIX. No
sólo habían constituido prácticamente la mitad de sus miembros, sino que
también habían tenido cargos de responsabilidad en la coordinación de las
diferentes células y la decisión de las líneas estratégicas a seguir. Así, por
ejemplo, el atentado que había acabado con la vida del zar Alejandro II había
sido planificado y dirigido por una mujer, Sophia Perovskaya, miembro del
Comité Ejecutivo de la sociedad secreta Narodnaya Volia.
La movilización
militar de los hombres había favorecido la incorporación de las mujeres al
creciente proletariado industrial: si en 1914 constituían el 26,6% de la fuerza
de trabajo, en 1917 habían alcanzado el 43,3%. Este incremento se había
producido incluso en los trabajos cualificados, de los que las mujeres habían
estado tradicionalmente apartadas: del 3% en 1914 habían pasado al 18% en 1917.
Este trabajo
industrial se desarrollaba en condiciones de explotación extrema, con jornadas
que oscilaban entre las trece y las catorce horas diarias, una enorme
peligrosidad y una absoluta ausencia de derechos.
En el campo, las
condiciones de vida no eran muy diferentes. La abolición formal de la
servidumbre no había acabado con las relaciones de dominación que mantenían a
los campesinos en la
miseria. La desnutrición, la muerte por enfermedades que
tenían cura y la explotación extrema seguían siendo las condiciones en las que
se desarrollaba la vida de los antiguos siervos. Sin embargo, los mecanismos
que hacen girar los engranajes de la Historia estaban a punto de empezar a
moverse.
La huelga del Día de
la Mujer permitió poner en marcha la serie de protestas que acabarían
desembocando en la abdicación del zar y la formación de los soviets. Con
frecuencia, los historiadores han restado importancia a los sucesos del 8 de
marzo —23 de febrero en el antiguo calendario ruso— destacando su carácter
espontáneo y su falta de estrategia política. Sin embargo, la determinación y
los métodos que utilizaron las mujeres que participaron en la huelga
demostraron que conocían las causas profundas de sus problemas y que sabían
cómo hacerles frente. Esto fue visible no solo en los lemas y las pancartas que
se exhibieron en las protestas, sino también en las estrategias que se pusieron
en marcha, como la de ganar a los soldados para la causa.
El carácter espontáneo
de la protesta no implica que no fuese producto de un alto grado de conciencia
política. Las mujeres tenían una larga trayectoria de participación en las
huelgas y protestas que habían sacudido Rusia y conocían de primera mano la
explotación laboral extrema. Además, las mujeres que pertenecían al partido
bolchevique habían tenido un papel central en la preparación de la huelga.
A pesar de ser una
minoría dentro del partido, impusieron la organización de un mitin para ese día
centrado especialmente en los problemas de las obreras. Para ello se vieron
obligadas a vencer la resistencia de sus compañeros, que pensaban que se
trataba de una acción precipitada y que las trabajadoras debían esperar a que
los obreros cualificados estuviesen preparados para tomar parte en el
conflicto.
La participación de
las mujeres en el desarrollo de la revolución no se limitó a los sucesos de
febrero. El Gobierno Provisional que siguió a la caída del zar no tardó en
frustrar las expectativas de la clase trabajadora. En mayo, las protestas
obligaron a su disolución y multiplicaron las huelgas, de nuevo protagonizadas
por mujeres.
Una de las más
importantes fue la de las trabajadoras de las lavanderías, que movilizó a más
de 40.000 obreras, en su mayoría miembros de un sindicato dirigido por la bolchevique Sofia
Goncharskaia. En agosto, frente a los intentos del general
Kornilov de dar un golpe de Estado capaz de aplastar la revolución, las mujeres
se unieron a la defensa de Petrogrado participando en las barricadas. La
insurrección no iba a detenerse. Los engranajes ya habían comenzado a girar.
El
incendio de octubre
El final del verano
trajo la certeza de que todas las vías probadas hasta entonces se habían
agotado. El gobierno provisional menchevique había traicionado el
levantamiento, las protestas solo habían traído más represión y el intento de
golpe de Estado de Kornilov había dejado claro que había dos únicas
posibilidades: dar un paso adelante o ser masacrados. Había llegado el momento.
Las mujeres del
partido bolchevique participaron en los sucesos de octubre prestando asistencia
médica, asegurando la comunicación entre distintas ciudades, coordinando el
levantamiento entre diferentes zonas de Petrogrado y formando parte de la Guardia Roja , que
tomó el control de los puentes, el banco central y las sedes del servicio
postal y telefónico antes de su asalto definitivo al Palacio de Invierno.
En los meses previos a
su llegada al poder, el partido bolchevique había tomado conciencia de la
importancia de las mujeres en la revolución. La causa se encontraba fundamentalmente
en su protagonismo en la insurrección de febrero, pero también en papel de las
mujeres integradas en él. Líderes bolcheviques como Alexandra Kollontai,
Nadezhda Krupskaya, Inessa Armand, Vera Slutskaya o Konkordiia Samilova habían
luchado para convencer a sus compañeros del papel crucial de las trabajadoras
como sujetos activos de la revolución y no como obstáculos a su avance. El
periódico bolchevique Rabotnitsa (cuya traducción sería La Mujer Trabajadora ),
publicado por primera vez en 1914 y relanzado en mayo de 1917, había hecho una
importante labor en este sentido, defendiendo que la igualdad entre los sexos
era una máxima asumida por toda la clase trabajadora.
Estos hechos
permitieron que muchas de las primeras medidas del nuevo gobierno estuviesen
relacionadas con la situación de la mujer. Seis semanas después de la revolución, el
matrimonio religioso fue reemplazado por el registro civil y se legalizó el
divorcio a petición de cualquier miembro de la pareja.
Estas medidas fueron
recogidas un año más tarde en el Código de la Familia, que igualaba a las
mujeres ante la ley. En
él se abolió el control religioso del matrimonio, se instituyó el divorcio y se
aseguró que el control del dinero y los bienes de las mujeres recayeran sobre
ellas mismas. Además, el concepto de ilegitimidad de los hijos fue erradicado:
si una mujer no sabía quién era el padre, todos sus compañeros sexuales
anteriores tenían la responsabilidad colectiva sobre el cuidado del niño. Tres
años más tarde, en 1920, Rusia se convirtió en el primer país en legalizar el
aborto voluntario.
Resistencias
e infrarrepresentación
Sin embargo, las
resistencias a la igualdad entre hombres y mujeres seguían estando muy
extendidas. La situación de las trabajadoras no había cambiado sustancialmente
y sólo unas pocas fueron elegidas para formar parte de los órganos de gobierno.
En el partido bolchevique también permanecieron infrarrepresentadas. Con la
excepción de algunos nombres propios, ninguna de ellas tuvo cargos de
responsabilidad ni autoridad y las que los tuvieron, como Armand o Krupskaya,
tuvieron que luchar contra la creencia de que se debía a su relación personal
con miembros del partido.
Con el paso del tiempo
las cosas no harían más que empeorar. El Jenotdel, el Departamento de Mujeres
Trabajadoras y Campesinas del Partido Bolchevique, que había sido creado en
1919 por Kollontai y Armand, fue desmantelado progresivamente hasta su
disolución definitiva por el gobierno de Stalin en 1930.
Algo similar sucedió
con algunos de los derechos conseguidos que, como en el caso del aborto, fueron
fuertemente limitados. Según la doctrina del nuevo régimen, la desigualdad
entre hombres y mujeres había quedado abolida por la revolución y la
insistencia en la cuestión de género sólo servía para dividir a la clase
trabajadora.
Las mujeres habían
comenzado la revolución y habían contribuido a darle forma en sus primeros
momentos, pero nunca habían tenido un verdadero lugar en ella. El incendio se
había consumido y sólo quedaban las cenizas.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article15319
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