La crisis de España y
la Constitución de Antequera de 1883
La independencia de
Andalucía
como acto revolucionario
31 de octubre de 2017
Por Iñaki Gil de San Vicente (Rebelión)
Nota: Ponencia presentada a las III Jornadas por la Constitución Andaluza
organizadas por Nación Andaluza, sobre la actualidad de la Constitución de
Antequera de 1883, celebradas en la ciudad de Granada el 28 y 29 de octubre de
2017.
1.
Presentación
2.
Lenin nos ayuda un poco
3.
El contexto de Antequera
4.
La Constitucion de Antequera
5.
Los nacional demócratas
1. Presentación
El pasado 25 de julio, día nacional de Galiza,
se conoció el Manifiesto
Internacional de Compostela. Hemos dicho en otro texto –La crisis de
España como marco de acumulación del capital, 31
de agosto de 2017– que el Manifiesto era
tanto la culminación de un proceso de acercamiento y debate internacionalista
como la apertura de otro proceso que se considera imprescindible ante la crisis
de España como marco de acumulación de capital. Decíamos en esa ponencia que no
estamos ante la llamada «crisis del régimen del 78» sino ante una nueva crisis
estructural del capitalismo español, es decir, de nuevo se están agudizando
rápidamente los antagonismos internos a las contradicciones que minan al Estado
desde sus inicios proto burgueses.
La tesis de que nos enfrentamos sólo a una «crisis del régimen del
78» únicamente aprecia parte –que no todas– de las expresiones sociopolíticas
externas de la crisis estructural, dejando fuera de su visión otras realidades;
pero sobre todo, no bucea hasta el fondo, hasta las raíces históricas que hacen
que, inevitablemente, el Estado español sea siempre ferozmente antiobrero y
antipopular, sea una cárcel de pueblos, sea incapaz de integrar a las
burguesías «regionales», sea incapaz de mantener la carrera imperialista por la
productividad del trabajo, sea incapaz de reducir su corrupción hasta las tasas
«normales» en otros capitalismos, etcétera.
Es cierto que unas facciones de la burguesía
intentaron modernizar su Estado, y tal vez fuera posible que lo intentasen de
nuevo con la cacareada «segunda transición» que fracasaría porque dejaría sin
tocar esas contradicciones estructurales. La tesis de la «crisis del régimen
del 78» reivindica con razón reformas o cambios, según las versiones,
democráticos urgentes en estos momentos, pero debe ser integrada en una perspectiva
estratégica más amplia que a la fuerza pasa por el debate de si es posible
llegar al socialismo –que no únicamente a la III República – sin
acabar con los pilares de la «nación española» en su sentido actual, burgués,
es decir, como el marco material y simbólico de producción de valor,
reproducción de la fuerza de trabajo y de acumulación ampliada del capital en
ese trozo de la península ibérica que el nacionalismo español llama España.
Tenemos dos ejemplos palmarios que muestran la imposibilidad de
cambios cualitativos hacia el socialismo como trampolín al comunismo desde el
Estado-nación español actual. Uno es el de la sobreexplotación y marginalidad periférica
de Andalucía, nación en la que el 32,3% de la población es pobre y el 41,7% se
encuentran al borde de la llamada «exclusión social»: todas y todos sabemos que
el Partido Socialista de Andalucía es una fuerza clave en el PSOE, en el Estado
y en el nacionalismo español. Según datos muy recientes, ahora mismo hay no
menos de 2.600.000 andaluzas y andaluces que necesitados de recibir la renta
básica de lucha contra el empobrecimiento. Pues bien, el PSOE en el gobierno
solo presta ayuda a 45.000 familias, o sea no llegan a 200.000 personas si
suponemos que cada unidad familiar tiene cuatro personas.
El empobrecimiento, la precarización, la
marginalidad del pueblo trabajador andaluz después de tantos años de gobierno
del PSOE no responde solo a razones estrictamente económicas sino también al
lugar periférico de sobreexplotación que el Estado español impuso a Andalucía,
como veremos. El nacionalismo español se volcó a la desesperada para borrar el
potente sentimiento andalucista que mostró su arraigo en aquella gigantesca
manifestación del 4 de diciembre de 1977 exigiendo derechos burgueses idénticos
a los de Catalunya, Galiza y Euskal Herria.
Hoy la realidad andaluza sería muy otra si el nacionalismo español
no hubiera logrado silenciar aquel gran sentimiento de identidad. ¿Cómo lo
hizo? Antes que nadie, deben ser las fuerzas andalucistas las que lo expliquen.
Con todos los respetos en esta ponencia solo podemos sugerir algunas hipótesis:
la situación del independentismo popular por las represiones permanentes en el
franquismo y en plena «transición» como el asesinato de García Caparrós en
Málaga en 1977; el papel de la izquierda española con su tesis de que al
socialismo sólo podía llegarse dentro de una república española fuerte y unida,
reduciendo la reivindicación nacional andaluza a una simple autonomía
regionalista de segunda categoría; la nefasta acción de amnesia histórica y
potenciación del españolismo del PSOE; el oportunismo cobarde de la mediana y
pequeña burguesía ante la perspectiva de un independentismo popular que podría
fortalecerse peligrosamente si lograba conquistas importantes; la permanente
intervención del Estado y del bloque de clases dominante en Andalucía
acelerando la periferización en medio de una severa crisis económica con sus
efectos desestructuradores como la emigración, etcétera.
Sea como fuere, aquella identidad fue sumergida en agua helada. Se
pretendió liquidar hitos fundamentales como la Constitución de Antequera, el
regionalismo andaluz y la Asamblea de Ronda de 1918, el «trienio bolchevique»,
la figura de Blas Infante, la Asamblea de Municipios en Sevilla en 1931, la
masacre de Casas Viejas, los debates entre las «dos Andalucías» geográficamente
diferenciadas, la Asamblea en la Diputación de Sevilla pocos días antes de la
sublevación fascista para debatir sobre un Estatuto, la sistemática represión
franquista del andalucismo popular y la fabricación de una falsa Andalucía de
castañuelas, toros y sol como uno de los sostenes de la «nación española» y
como reclamo turístico, el resurgir de las luchas campesinas, populares y
obreras y la recuperación de tierras.
Dado que el PSOE es una pieza clave del
capitalismo en Andalucía y en el Estado español, es imposible creer que la
Andalucía popular, no la de los señoritos, pueda avanzar hacia su libertad
dentro del Estado español y es imposible creer que esa misma libertad pueda ser
disfrutada por todas las clases y pueblos explotados si continúa existiendo el
Estado-nación español.
Es conocida la profunda identidad nacional
españolista del PSOE en Andalucía, como del PS de la CAV y de Nafarroa, o de
Galiza, etcétera, y su apoyo absoluto al nacionalismo imperialista del PSOE,
que impulsa la aplicación del artículo 155 contra Catalunya. El PSOE de
Andalucía y las restantes sucursales autonómica, regionales y provinciales del
PSOE es una máquina burocrática de fabricar alienación para fortalecer la
«unidad nacional española» y con ella la tasa de ganancia del capital y su
acumulación ampliada en y gracias al Estado. El PSOE conjuntamente con el PS de
Catalunya asumen que se aplique el artículo 155 a Catalunya, la parte
ahora más consciente de su identidad nacional propia de los Països Catalans en
su conjunto.
Por tanto, cuando hablamos del PSOE hablamos
de la nación española, de su Estado y de su burguesía. Y una de las preguntas
es: ¿puede pensarse que las clases y naciones oprimidas avanzaremos al
socialismo en su sentido verdadero, el comunista, que por tanto supone la
previa independencia de las naciones oprimidas para que, en condiciones de
democracia socialista, pueda decidir qué alianzas establecen con otros pueblos,
sin vencer
previamente el poder represor del PSOE, de la nación española, de su Estado y
de su burguesía? Hay más preguntas. Una de ellas que responderemos en otra
ponencia próxima es: ¿podemos avanzar al socialismo en el sentido que lo
entendemos siguiendo la senda de Podemos, del grueso de Izquierda Unida y del
Partido Comunista de España, y de otros sectores que se dicen marxistas y que
niegan en la práctica en derecho de autodeterminación?
Llegamos así al otro
ejemplo, el del hachazo asestado a los derechos del pueblos catalán con el
artículo 155 de la Constitución monárquica española –y la amenaza de aplicarlo
también a Euskal Herria y Castilla-La Macha, por ahora– supone una triste
confirmación de la perspectiva histórica y de las tareas que estamos debatiendo
entre las fuerzas políticas que firmamos el Manifiesto
de Compostela.
La burguesía española no puede tolerar que
Catalunya se independice y no sólo por la pérdida económica que ello implica
sino también por el efecto dominó que tendría –ya lo está teniendo– sobre la
concienciación de otras naciones oprimidas, en los sectores más organizados de
la clase trabajadora del Estado y sobre la misma legitimidad del marco estatal
de acumulación ampliada del capital que llaman “España”. La crisis estructural
del Estado explica por qué se ha advertido a la Comunidad Autónoma Vasca
que tiene todos los «ingredientes» para que se le castigue con el artículo 155,
y por qué también se ha amenazado a Castilla-La Mancha pese a enormes
diferencias con el pueblo vasco.
En una ponencia anterior –España contra
Catalunya, del 20 de septiembre de 2017– repetíamos los cuatro grandes
bloque de abismos insalvables que impiden que lo que se llama «España», o sea
el marco estatal de acumulación ampliada de capital, pueda constituirse en
Estado-nación capitalista al estilo de los Estado-nación de la primera oleada
de revoluciones burguesas triunfantes:
Una, rechazo a integrar democráticamente a las
burguesías «regionales» y, ahora mismo, con el artículo 155 golpeando a
Catalunya y amenazando a la CAV, tenemos otro ejemplo irrebatible.
Dos, atraso creciente en la productividad del
trabajo confirmado por muchos más datos nuevos: a pesar de la espuria
recuperación fugaz, el Estado se enfrenta a crecientes fuerzas que merman su
«independencia nacional», como la decisión del BCE para dejar de comprar
activos y las exigencias alemanas de más rigor en el cobro de deudas, o el dato
de que España ha bajado dos puestos más en el ranking de la competitividad
mundial, y por no extendernos sobre la dependencia creciente de España basta
saber que el capital extranjero ya controla el 43,1% de las acciones de la
Bolsa española.
Tres, la gigantesca corrupción estructural e
histórica del bloque de clases dominante es ya inocultable también a escala
mundial: un informe europeo muestra que España es el Estado de la Unión Europea que
menos medidas aplica contra la corrupción judicial, de modo que al aumentar el
rechazo público a la corrupción se debilita uno de los sistemas más efectivos
para facilitar la acumulación ampliada del capital en un reino caracterizado
por su orgulloso analfabetismo científico y tecnológico: España ocupa el tercer
lugar del mundo en economía sumergida por detrás de Grecia e Italia. Aunque la
propaganda masiva y la guerra psicológica contra el independentismo catalán han
logrado desplazar a la corrupción de las primeras noticias, sin embargo el
creciente hartazgo popular va minando la legitimidad del sistema.
Y cuatro, la «costumbre» de recurrir a las
soluciones represivas, violentas, al palo, antes que a los métodos de
integración, cooptación, negociación, a la zanahoria, que hemos visto se está
confirmando con el artículo 155, y que se refuerza desde hace tiempo contra la
lucha de clases en su generalidad. La escalada represiva venía de antes, pero
se endurecerá por la exigencia de la CEOE de parar en seco el recrudecimiento
de la lucha de clases que se está produciendo desde comienzos de 2017 e
intensificando en los últimos meses, según demuestra su reciente informe que
siempre la valora a la baja por intereses obvios; dentro de esta radicalización
incluimos el aumento de las luchas de las mujeres trabajadoras, el descenso del
poder de la Iglesia, etc.
Como síntesis de esta cuádruple quiebra en sus bases, abismos que
no nos cansamos de analizar en nuestras ponencias, es lógica la multiplicación
en los últimos tiempos del vandalismo fascista abiertamente consentido por el
Estado contra las izquierdas y contra el reformismo duro. Un fascismo brutal y
tosco, extremadamente violento en muchas de sus expresiones pero que sirve para
ocultar dos procesos de fondo más amenazadores: uno, el fascismo invisible y
hasta educado que penetra en los intersticios de la cotidianeidad reforzando la
irracionalidad más dictatorial en los micropoderes con los que el capital
asegura en buena medida su reproducción ampliada. Y otro, relacionado con el
anterior en determinados contenidos, el reforzamiento de las tres expresiones
del nacionalismo español que veremos luego cuando recurramos a Lenin para
entender qué sucede.
Lo que llaman «España» es el constructo
ideológico subjetivo que cohesiona y legitima, junto a otros, la lógica
burguesa inmanente a la valoración ampliada del capital en ese espacio productivo
y reproductivo. En cuanto constructo ideológico, «España» y su nacionalismo
imperialista es una fuerza material objetiva imprescindible para lubricar la
explotación de clase, patriarcal y nacional que sustenta la producción de
plusvalor.
La interacción entre lo subjetivo y lo
objetivo se materializa por ejemplo no sólo en la política del PP, PSOE,
Unidos-Podemos, Ciudadanos, Izquierda Unida, etc., en la negación sustancial de
los derechos nacionales de los pueblos oprimidos sino también y sobre todo en
las manifestaciones en defensa de la «unidad nacional española» ya sea en su
núcleo más reaccionario y fascista como en su forma supuestamente
«democrática».(...)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233477
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