África en los márgenes
de la pobreza
28 de octubre de 2017
Por Gemma Solés i Coll / Sebastián Ruiz-Cabrera
El diario
- El arte que emerge del Sur rompe estereotipos, cuestiona
prejuicios y enriquece debates en la sociedad global
- La imagen de África está en manos de los
africanos y ya no depende de la mirada occidental para verse representada
- Estos son sólo tres ejemplos de artistas con
una máxima en común: más luz a la cultura como herramienta transformadora
Para
muchos analistas internacionales son simplemente observadores silenciosos.
Acoplados urbanitas. Sin embargo, ellos y ellas gritan el lenguaje del arte
cada día en las esquinas de capitales como Nairobi, Lusaka, Kinshasa, Durban,
Lagos, Dakar, Uagadugú, Lomé, Abidyán, en salas de teatros y exposiciones, en medios de comunicación locales, y necesariamente a
través de las redes sociales donde se hacen oír. Otras formas de explicar desde
abajo.
Recogen las pequeñas piezas de la vida
sembradas en las calles para darles forma y estamparlas en las miradas atónitas
de algunos consultores que pasan entre 24 y 72 horas en ciudades desconocidas
de las que después tendrán que sacar conclusiones.
Los otros. Ellos. Pero no. No hay tiempo de
oxigenar la mirada y observar. Demasiado fugaz. O demasiado humillante el poder
ver cómo la realidad de muchos artistas que buscan nuevas formas de mostrar
África es, simplemente, en alta definición, a todo color y con respuestas a muchas
de las preguntas. No por nada, sino porque se trata de vivir.
En verano del año pasado se publicaba el libro Africa's Media Image in the 21st Century: From the
"Heart of Darkness" to "Africa Rising", en el que se revisaba la
representación del continente en los medios
internacionales a través de 28 ensayos moviendo la discusión académica más allá
de las críticas tradicionales del estereotipo periodístico, del afro-pesimismo
o de la cobertura de las noticias más oscuras de África. La portada era ya toda
una declaración de intenciones: una chica con una cámara fotográfica. Es decir,
la imagen de África está en manos de los africanos y ya no depende de la mirada
occidental para verse representada.
Sin
embargo, las luces de neón alumbraron a mitad de septiembre las portadas de
medio mundo. Era un revés. El último informe de la FAO El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en
el mundo se salía
por la tangente para ir al grano e insultar las políticas globales. Hay más
pobreza. Hay más hambre. Y África, la peor parada.
Pero el análisis debería compensarse porque
esta desigualdad es consentida. El reciente estudio del Banco AfrAsia sobre la riqueza
del continente africano subraya que en la actualidad hay 145.000 millonarios
viviendo en África, con una riqueza combinada de alrededor de 800.000 millones
de dólares. Entonces, algo no cuadra ¿no? El número ha crecido un 19% desde
2006 y para dentro de una década se pronostica un incremento de un 36%.
A esto, por aquello del equilibrio, habría que
sumar la pérdida anual de unos 60.000 millones de dólares al año debido a la salida
ilícita de minerales por
grandes multinacionales o a la evasión de capitales –también de empresas
extranjeras– que provoca una sangría económica de entre 30.000 y 60.000
millones de dólares anuales según la Comisión Económica
para África de Naciones Unidas (UNECA,
por sus siglas en inglés). En resumidas cuentas, que África pierde más dinero
por los flujos financieros ilícitos de lo que recibe en ayuda extranjera.
Y en este equilibrio circense, y frente a los
reportajes melancólicos de vidas destrozadas por las vetas de la mala suerte y
las malas rupturas, hay vidas que ebullen y rebosan; cientos de millones de
almas que habitan lejos del blanco y negro, del aburrimiento y la sombra del
desamparo que, por nuestra ignorancia, son asumidos por la narrativa única del
África de la pobreza.
Los tres ejemplos que se presentan a
continuación representan solo la punta del iceberg. Tres africanos. Cada uno
con una influencia colonial diferente (inglesa, portuguesa y francesa), pero
con identidades múltiples que son deconstruidas y repensadas por trabajos que
despejan el camino a una experiencia de comunicación sanadora. La máxima: más
luz a la cultura como herramienta transformadora.
Bryan Jaybee, el click terapéutico del gueto
Bryan Jaybee Otie es probable que pueda sentir
los olores de las calles de los slums (suburbios) de Nairobi bailando en
su nariz, en especial de Kibera –considerado uno de los asentamientos
chabolistas más grandes de África–. Sentir el aire espeso cargado de fragancias
de desagües al aire libre mezclado con humo de patatas fritas, mandazis y
chapatis cocinados a pie de carretera.
Pero Otieno, de 24 años, alias Storitellah
(cuentacuentos), y conocido en la ciudad por su proyecto Kibera
stories, prefiere poner el foco en otro lugar. "La mayoría de
los medios occidentales tienen esa
mentalidad preconcebida de que nada bueno proviene de África si no es la
pobreza, alguien muriendo de hambre en alguna esquina o una guerra civil en
curso tratando de desestabilizar un gobierno. Creo que, en el mundo occidental,
hay un gran consumo de historias que representan a África como un lugar para la
devastación masiva", explica el keniano.
Kibera, a priori, se quedaría en los márgenes
de la Nairobi infectada de grúas y anuncios de pisos de nueva construcción, o
de la parada obligada de los turistas que se apean en esta frenética capital de
África del Este antes de visitar el Masai Mara o el Serengueti. Por eso Bryan
explica la importancia de hacer fotos con otra mirada.
"Comencé
este proyecto fotográfico en 2013 utilizando la cámara de mi móvil. La mayoría de
las fotos que veía en Internet no me interesaban porque siempre resaltaban las
partes más abyectas y terribles de Kibera: niños sin esperanzas en las calles,
un hombre borracho durmiendo en una zanja… una pésima luz. Todo esto era
verdad, pero no dejaba de ser solo un fragmento de lo que es típico en todos
los barrios marginales a nivel mundial. Y, además, si había una buena foto,
entonces era de una ONG con un pie de foto pidiendo donaciones".
Bryan, frente a este guion pesimista ¿cuáles
son tus comodines? "Dar alternativas a las narrativas ya preconcebidas del
continente, y no aferrarse en los aspectos positivos o negativos, sino reflejar
la complejidad". Y entonces, ¿cuál sería tu consejo para un corresponsal
que visita África por primera vez? "Le recordaría que el continente no es
solo esa mujer que parece hambrienta amamantando a un niño en su regazo. El
continente es vasto y hay historias más interesantes aún inexploradas".
Nacido en Angola, un país con poco más de
cuatro décadas de independencia, Nástio Mosquito es
un tipo cool, un animal escénico, políglota y crítico con los estereotipos
sobre África arraigados en el imaginario occidental.
The Guardian lo ha llamado "la
futura estrella del mundo del arte", y lo cierto es que Nástio está en la
vanguardia artística mundial, no solo por su genuina exploración en el
multimedia, la música y la poesía o por salir de los marcos narrativos
habituales, sino sobre todo por ser una voz crítica, sincera, desafiante,
ausente de victimismos y capaz de estimular la emancipación espiritual del
espectador.
¿Por qué es tan difícil aceptar un África
diferente a la que entra por nuestras pantallas a través del cine, los anuncios
de fundaciones benéficas o las revistas de viajes? ¿Por qué no podemos concebir
a los africanos como sujetos políticos, artísticos o económicos?
La imagen de África ha sido gravada, a menudo
de forma excesivamente adherente, a través de clichés racistas, naturalistas y
eurocéntricos que fomentan una percepción mayoritariamente equívoca de un
continente empobrecido, hambriento, salvaje y con poco desarrollo democrático.
Y ahí, parece que nos sentimos cómodos. A sus 35 años de edad, Nástio Mosquito
solamente ha conocido un mandatario en Angola –Jose Eduardo dos Santos, que
presidió el país durante treinta y ocho años–, hasta hace escasas semanas,
cuando fue sustituido por el continuismo del general Joao Lourenço.
Sin embargo, el artista ha crecido y vivido en
ciudades muy cosmopolitas, desde Luanda pasando por Lisboa, a urbes chinas, y
su mundo, por más extraño que pueda parecerles a algunos no iniciados al
pensamiento crítico, no se ha construido entre elefantes, campos de refugiados
o fusiles. En cambio, el consumismo global desenfrenado es una de sus mayores
preocupaciones.
¿Alguien cree que Mosquito debe ser descrito
aún con la etiqueta 'africano' delante de la de 'artista'? ¿O debemos hablar
simplemente de un 'artista contemporáneo' de origen angoleño? En pleno siglo
XXI, ¿qué significado puede tener el epíteto 'africano' en ninguna descripción
si no se concibe ese 'ser africano' como un actor partícipe del sistema mundo?
Sí. Nástio ha confesado en varias ocasiones
que su comida preferida es el arroz. Pero no se hagan ilusiones los
esencialistas. ¿No es la paella el plato preferido de muchos españoles? Ni
rastro, sin embargo, de la supuesta escasez de alimentos que azota África en
ninguna de sus obras, expuestas en la Bienal de Venecia (2007), ARCO Madrid
(2009), Bienal de Sao Paulo (2010), Bienal de Gwangju (2012), el Tate Modern
(2012), Fundación Prada de Milán (2016) o el Museo de Arte Moderno de Nueva
York (2016).
No seamos ingenuos. ¿Tendría sentido esperar
que los artistas españoles de hoy pinten toreros? ¿A caso la afición taurina es
algo que defina a la sociedad española del siglo XXI? ¿Debemos decepcionarnos
si no se puede definir un 'arte español' como aquel que pone a un Borbón en el
epicentro de su obra? Pues la paella y la monarquía pueden ser tanto objeto del
arte de un español como la moamba (plato típico angoleño) o la tiranía
del petróleo al de un angoleño. Afortunadamente, Mosquito no es uno de estos
artistas.
Tampoco lo es la togoleña Modupeola Fadugba,
cuyas obras se encuentran entre el nexo de la ciencia y la política. A pesar de
haberse graduado en Ingeniería química, Economía y Educación, cursó sus
estudios de arte en Inglaterra y actualmente reside en la capital de Nigeria,
Abuja, desde donde crea una obra original, fresca y reivindicativa.
Sus pinturas no versan sobre los escandalosos
desalojos de asentamientos informales en Lagos o sobre la contaminación causada
por las petroleras en el Delta del Níger. Sin embargo, sus dibujos sobre papel
quemado rememoran agujeros que son como balas: las marcas y recuerdos de una
infancia en la Ruanda post genocidio (1994) que ponen de manifiesto que los
contextos en los que se existe determinan el color de fondo y el prisma con el
que miramos el mundo.
Fadugba se ha convertido en poco tiempo en un
gran nombre del arte contemporáneo emergente, que coincidiendo con Nástio
Mosquito, hace converger el cosmopolitismo y la originalidad para postularse
como artista glocal fuera de etiquetas estériles. No en vano, ha expuesto en la Cité Internationale
des Arts de Paris este 2017, y su exposición "Afriques Capitales"
formó parte de la Bienal de Dakar en 2016, donde se galardonó su proyecto
"The People’s Algorithm".
Para nada un caso aislado, pues son muchos los
talentos que emergen desde diferentes puntos de África para transformar las
percepciones globales hacia aspectos que nos afectan a todas y todos por igual,
como la pobreza y su desgarro. África formula preguntas y bosqueja respuestas a
los que todo el mundo debería acudir.
Mientras en su país natal, Togo, miles de
manifestantes protestan desde agosto contra la dinastía Gnassingbé ,
que gobierna sin escrúpulos desde hace cincuenta años, Fadugba aporta un
vocabulario simbólico que incorpora la teoría del juego como forma de
resistencia dentro del medio acuático. Aquí, su arte se conforma como vehículo
para el activismo y el empoderamiento colectivo a través de personajes
femeninos que son sujetos activos emplazados en zonas de recreo o espacios de
negociación, donde nadadoras sincronizadas viven entre el riesgo de ahogarse o
el de superar marcas.
La salvación del alma o la ambición del poder,
también halla su simbolismo a través de bolas rojas que representan la
mercantilización del arte. Además, la artista, que en diferentes ocasiones se
ha mostrado inspirada por la figura de la expresidenta de Liberia y premio
Nobel de la paz, Ellen Johnson-Sirleaf, cuestiona el rol de la mujer en los
espacios de poder, ya sea esculpiendo íntimos autorretratos o revelando la
fuerza colectiva y las virtudes del trabajo en equipo.
La fricción entre el individuo y la
colectividad, así como cualquier dilema concerniente a la sociedad
contemporánea, no es ajeno a África. Asimismo, la aportación filosófica que
emerge del arte del Sur, tampoco debe serlo a Occidente.
Este artículo es el resultado de una (hermosa)
colaboración de ProjecteFAM con Wiriko.
Gemma Solés i Coll / Sebastián
Ruiz-Cabrera - Wiriko.org
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233306
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