150, 50, 100 (o la
potencia de la invariante comunista en la actualidad)
15 de octubre de 2017
Por Mariano Pacheco para Contrahegemonía web
Tres números, tres aniversarios redondos que nos ayudan este año a
repensar las políticas de emancipación y trazar un legado entre las luchas
actuales y las que nos precedieron para tejer “un secreto compromiso de
encuentro” entre las generaciones del pasado y la nuestra, como supo recomendar
Walter Benjamin.
Pasó ya un siglo y medio desde que Karl
Marx publicara la primera edición de su estudio El
capital; un siglo desde que, encabezados por Vladimir Lenin, los
bolcheviques conquistaran el poder en Rusia y edificaran el primer Estado obrero
en el mundo, abriendo un nuevo surco de posibilidades para el desarrollo
internacional de la revolución socialista; y, finalmente, medio siglo desde que
fuera asesinado en Bolivia Ernesto Guevara, el Comandante nuestroamericano que
pretendió juntar el legado de Marx y de Lenin con el de Bolívar y de San Martín
para desatar en todo el territorio de la Patria Grande un
nuevo Vietnam. ¿Qué nos queda de esta tríada de aniversarios, más allá de las
efemérides? ¿Es posible reactualizar un legado contestatario o estamos
condenados a la mera repetición hueca de los recordatorios nostálgicos?
Intentaremos en este breve ensayo volver sobre los pasos de estos tres grandes
acontecimientos de la cultura de izquierdas en el mundo, en la búsqueda por
frenar un instante la caminata, mirar atrás y tomar nuevas fuerzas para
continuar la marcha.
Transformarse en otro
El marxismo entendido como proceso permanente de
desalienación puede ser el punto de enlace de la tríada de aniversarios
redondos a los que asistimos en 2017. En tal caso, no habría “ruptura
epistemológica” entre el joven Marx idealista y el Marx maduro advenido a la
ciencia, entre otras cuestiones, porque los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 pueden ser leídos en serie con los
estudios sobre El capital.
Por supuesto podría objetarse que hay en los textos
primeros de Marx cierto humanismo ingenuo y que la “teoría de la alienación” ha
sido leída en clave sujeto-céntrica de pensar que la superación del capitalismo
habilitaría algo así como un reencuentro total del hombre con sí mismo. Se
sabe, esta mirada no haría más que caer en un nuevo idealismo, contrario al
materialismo tantas veces pregonado por el autor de La
lucha de clases en Francia. Por otra parte -y no entraremos aquí en
ese debate pero al menos dejamos sentadas las bases de su enunciación- ya hace
tiempo y allá lejos tanto Federico Nietzsche como Martin Heidegger anunciaron
que tras la muerte de Dios moría el hombre (como ser puesto de rodillas frente
a la divinidad) pero que sus sombras podían permanecer por largo tiempo (¿qué
otra cosa sino una sombra de la muerte de Dios sería colocar al hombre o a la
ciencia en su lugar?). Siguiendo los rastros de lectura trazados por Facundo Nahuel Martín (Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad)
podríamos decir que la “puesta en cuestión” de la unidad sujeto-objeto bajo el
primado del sujeto puede desarrollarse desde una perspectiva materialista (el
impulso a entregarse al devenir de la experiencia histórica por parte del “ser
genérico”) presente ya en los Manuscritos. Leídos desde este punto de vista, los
textos juveniles de Marx funcionan como una máquina de guerra que corroe las
bases de legitimación del capital como sujeto de la totalidad opresora que
reemplaza el lazo social comunitario por el lazo social abstracto de las
relaciones de intercambio, que son las que priman en la nueva lógica de
división del trabajo que reemplaza la producción para la subsistencia por la producción
para el intercambio como fundamento del nexo social e instala a la lógica de la
acumulación como finalidad dominante de la economía (producción para la
reproducción ampliada de valor).
Cuando Marx plantea, en El
capital, que las
fuerzas productivas creadas por el hombre han dejado de pertenecerle para
tiranizarlo (“así como en las religiones el hombre está dominado por las
criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista lo vemos dominado
por los productos de su propio brazo”), no hace más que retomar sus planteos
juveniles en torno a la relación estrecha entre proceso de valoración de las
cosas y desvalorización del mundo humano que se le revela no en respuesta a una
pregunta abstracta sobre el origen de la propiedad privada sino en la elucidación
del interrogante en torno al papel del trabajo enajenado en el devenir
histórico de la humanidad.
La lucha por la desalienación,
entonces, puede ser leída en clave idealista como intento de efectuar un
“reencuentro total” del hombre con sí mismo, o bien puede ser entendida como
una batalla por combatir el “maltrato físico y espiritual” que pone en el
sistema capitalista al trabajador enfrentado a su creación; que opone a
propietarios con no propietarios; que cosifica las relaciones sociales; en fin,
que hace que las personas pasen la mayor parte de su tiempo diario en una
actividad en la que no pueden afirmarse sino que se niegan a sí mismos de
manera permanente.
De allí que Marx, tal como Antonio Gramsci señaló en los Cuadernos
de la cárcel,haya iniciado intelectualmente una “edad histórica”
que seguramente durará hasta el posible advenimiento de una sociedad regulada
(algo similar supo plantear décadas después Jean Paul Sartre cuando en su Crítica
de la razón dialéctica afirmó que “el marxismo es la filosofía
insuperable de nuestra época, en tanto no han sido superadas las condiciones
que le dieron nacimiento). Y más allá de todos los cambios operados en la
dinámica capitalista, con su análisis de la mercancía, Marx realiza una
operación de lectura fundamental al establecer que es el trabajo asalariado el
que crea valor, que es la explotación la que genera el plusvalor, la ganancia
de la clase capitalista. Operación de lectura que reclama reactualizaciones en
cuanto a un análisis de los modos concretos de la explotación concreta en el
siglo XXI, pero que en lo central -entendemos- no ha perdido actualidad.
Mercancía, deber y liberación
En un pasaje de su célebre texto titulado El
socialismo y el hombre en Cuba, publicado en el Semanario uruguayo Marcha en marzo de 1965, Ernesto Guevara
destaca que en la transición al socialismo, la máquina sólo aparece como
“trinchera” en la que se cumple un deber. “El hombre comienza a liberar su
pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus
necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra
y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo
realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de
trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación a sí
mismo, un aporte a la vida común en que se refleja: el cumplimiento de su deber
social”. En clara sintonía con los planteos de Marx, Guevara problematiza la
temporalidad presente en los cambios materiales y subjetivos, prestando
particular atención a éstos últimos. “Las variaciones son lentas y no son
rítmicas” argumenta, no sin advertir que el “escolasticismo” ha frenado el
desarrollo de la filosofía marxista e impedido el “tratamiento sistemático” de
un período complejo como el de la transición, en el que todavía operan muchos
elementos del capitalismo.
Tal como hemos sostenido recientemente en un breve texto
dedicado a recuperar las “hipótesis” de Ricardo Piglia en torno a Guevara, como
lector y como escritor, no puede dejar de remarcarse que junto con su labor
como combatiente guerrillero y militante internacionalista, hubo en el Che una
profunda vocación por contribuir al desarrollo de la teoría revolucionaria
desde estas latitudes. Vocación que se enlaza con sus intentos juveniles de
erigirse en escritor, que está estrechamente ligada con su afán por “volcarse
al mundo” a través de los viajes, en los que nunca dejó de leer y en los cuales
comenzó a escribir (cartas, diarios y “notas de lectura”). Viajes por
Latinoamérica que no sólo lo pusieron cara a cara con los condenados de la
tierra de este continente sino también con quienes -décadas atrás- habían ya
teorizado sobre el marxismo desde una perspectiva situada, como el amauta José
Carlos Mariátegui.
Embarcarse, y después ver
Si algo distingue a figuras como la de Marx y Guevara, pero
también la de Lenin
y Trotsky, es que fueron profundamente audaces. Y que supieron cultivar un
fuerte entrelazamiento entre diferentes esferas existenciales pujando por no
escindir teoría y práctica, militancia política y reflexión, crítica de lo dado
y proyección de pautas para un mundo nuevo.
Lejos de ese oxímoron que ha sido conocido bajo el nombre
del “marxismo académico” como del pragmatismo extremo característico de muchas
expresiones surgidas tras las derrotas de los proyectos emancipatorios del
último siglo y medio, la cotidianeidad de estos revolucionarios estuvo marcada
por la actividad política y la escritura (y un constante ejercicio de lecturas
y formación). En todos los casos (también se podría sumar al “poeta” Mao y al
“crítico” Gramsci) fueron personas de su tiempo fuertemente informados sobre
los debates contemporáneos y no sólo en política, sino también en ciencia,
arte, filosofía, literatura.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/150-50-100-o-la-potencia-de-la-invariante-comunista-en-la-actualidad/
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