La dependencia de la
economía ecuatoriana de China es cada vez mayor y
está poniendo en peligro la
riqueza natural del país.
El asedio de China a
las Islas Galápagos
19 de septiembre de 2017
Por Gustavo
Duch y Alberto Acosta (eldiario.es)
El 3 de agosto pasado se capturó en aguas de las Galápagos el
barco chino Fu Yuan Yu Leng 999, en su interior había 300 toneladas de pesca,
fundamentalmente tiburones: más de seis mil ejemplares, adultos y neonatos, de
tiburones Zorr, Silky y tiburón martillo
La noche del 3 de agosto pasado se capturó el
barco pesquero Fu Yuan Yu Leng
999. En el interior de esta
embarcación estaban embodegadas 300 toneladas de pesca, fundamentalmente
tiburones: más de seis mil ejemplares, adultos y neonatos, de tiburones Zorr,
Silky y del protegido -y espectacular- tiburón martillo. En sacos de yute se
hallaron también aletas de tiburón, obtenidas presuntamente por la abominable
práctica conocida como ‘finning’: una vez capturado el tiburón, se
corta su aleta en vivo y se devuelve el animal al mar, donde morirá. Cada año
73 millones de tiburones mueren para que 73 millones de aletas, a más de 500
dólares el kilo, lleguen al mercado mundial. China es el principal consumidor,
debido al famoso plato de sopa de aleta de tiburón -reservado a un estatus
económico muy alto- que puede llegar a costar 150 dólares.
El barco en cuestión fue encontrado en un
lugar donde las corrientes de agua son corrientes de vida, ricas en nutrientes
y que -según el biólogo Eduardo Espinoza- « convierten
la zona en uno de los mayores
surtidores naturales de peces del Pacífico». En concreto, en la Reserva Marina de
las Islas Galápagos, Ecuador, donde habitan más de 500 especies de peces y
entre ellas, más de 30 corresponden a tiburones; y donde la pesca industrial
está prohibida.
Detrás de esta constatación surgen realidades
gravísimas para meditar en clave global. Una gran flota pesquera china de unos
300 barcos estaría navegando en faenas de pesca alrededor de las Galápagos,
agregando nuevas amenazas a esta maravilla de la naturaleza, conocidas también
como Islas Encantadas, porque según decían quienes por primera vez describieron
el archipiélago, «se trata de
unas islas con la capacidad de aparecer y desaparecer». Junto a la pesca, el turismo de
lujo -masivo y creciendo-, la introducción de especies foráneas y la
inmigración desde el continente, hacen evidente la fragilidad de este complejo
de islas de origen volcánico. Pero bien sabemos que no ocurre sólo en este
enclave: las denuncias por pesca ilegal de la flota China se repiten
en la pesca del bacalao en aguas de Argentina, en Chile por la pesca del atún y
en muchos países africanos como Senegal, Guinea, Guinea-Bissau o Ghana.
Es importante anotar que el asedio llega de un
país que va tomando el control de toda la economía de algunas naciones.
Precisamente Ecuador es un caso extremo de dependencia con China. Ecuador tiene
comprometidos -bajo la forma de ventas anticipadas- más de 500 millones de
barriles de petróleo a China a entregarse hasta 2024, que los debe conceder a
cambio de recursos financieros que el gigante asiático ha desembolsado al país.
Para colmo, China no se registra como compradora oficial del petróleo
ecuatoriano sino que lo revende a Estados Unidos y otros países, creándose la
argucia contable de que, oficialmente, China absorba menos del 5% de
exportaciones ecuatorianas. A nivel de importaciones, la dependencia con China
es más clara, llegando a casi el 20% del total. Pero lo más dramático es que
China –en un proceso iniciado en 2012- devino en el principal acreedor de este
pequeño país andino: más de 8 mil millones de dólares de deuda, el 30% del
total de deuda externa; así como las ya mencionadas ventas anticipadas de
petróleo que ni siquiera son registradas como deuda por las estadísticas
oficiales.
A diferencia de EEUU que ejercía su dominación
vía Consenso de Washington, China no busca conseguir el repago de sus créditos
imponiendo medidas de austeridad económica, sino asegurándose el acceso a
petróleo, minerales, y también pesca. Además, opera controlando que los
recursos que presta se destinen a la contratación de empresas chinas, al punto
que, muchas veces, los empréstitos nunca salen del gigante asiático. Sin duda la expansión China
representa una nueva forma de imperialismo, más sofisticada pues no se ajusta a
los parámetros clásicos del neoliberalismo. Incluso, no se presenta a primera
vista como dominación política pero es más voraz pues exacerba el extractivismo
de las periferias con mayor intensidad que en décadas pasadas, y más audaz,
pues ni siquiera necesita programas de ajuste para garantizarse el retorno de
sus préstamos.
Con la mayor población del planeta, China demanda 46% de todos los
minerales extraídos en la
Tierra. En tres años -2011, 2012, 2013- ha empleado 1,5 veces
más cemento que lo utilizado por EEUU en todo el siglo XX. Y con su flota
pesquera de más 2.600 embarcaciones, la mayor del mundo, está depredando los
mares. Su capacidad de pesca es tal que –según la BBC- en una semana recoge
tanto como los botes de Senegal en todo un año, un país que ha visto como se ha
vaciado su mar, y la migración es la única opción.
Así como en su momento la lucha contra el imperialismo
norteamericano fue clave, hoy también lo es la lucha contra el imperialismo
chino. Dentro de esa lucha, urge detener la depredación ambiental, tanto por
soberanía como por la propia supervivencia humana. Un pequeño paso en ese
sentido sería ampliar y garantizar la zona de exclusión para la pesca,
englobando a Ecuador (y las Galápagos), Panamá, Colombia y Costa Rica . Pero, hay que
profundizar en el debate pues ante este reciente y preocupante expolio del
imperialismo chino, urge que las normativas nacionales e internacionales que
regulan la pesca de nuestros mares (como la CONVEMAR, Convención de las
Naciones Unidas para el Mar), prioricen la soberanía alimentaria, dando
absoluto énfasis a una pesca local artesanal, sostenible y orientada a la
alimentación popular y local. Lo que no entre en estos puntos debe vetarse, en
cualquier milla marítima.
En Galápagos, lugar que nos ha enseñado tanto
sobre la evolución y la complejidad de la vida, se hace evidente que vivimos en
el Capitaloceno, como ya
utilizan muchos pensadores, una era o época geológica donde un sistema
económico desesperado por movilizar mercancías lo más rápido posible a
cualquier distancia a fin de generar y acumular dividendos, está acabando con
tiburones, abejas, gorriones, rinocerontes, paisajes y medios
de vida. Está exterminando la Vida.
Alberto Acosta es
economista ecuatoriano y Gustavo
Duch es coordinador de la revista Soberanía
Alimentaria
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231689
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