Bases para la lucha
por
el socialismo en el siglo XXI
26 de octubre de 2017
Por Víctor Manuel Ovalle Hernández (Rebelión)
Ponencia presentada en el Foro: Educación Superior, Trabajadores y
Capitalismo Global, realizado el 15 y 16 de Junio de 2017, en la Escuela Nacional
de Antropología e Historia (ENAH), México
Para luchar por un objetivo histórico tan importante como la
construcción de una sociedad nueva debemos aprender las enseñanzas de la lucha
por el socialismo durante el siglo XX.
Una primera enseñanza es que se puede derrotar
al capitalismo por medio de la lucha revolucionaria, como lo mostró la
Revolución bolchevique en Rusia, la Revolución china, la Revolución cubana y
las luchas de liberación nacional de Corea del Norte y Vietnam. Ahora también
sabemos que la contrarevolución capitalista puede desestabilizar cualquier
intento revolucionario en cualquier parte del planeta y hacerlo abortar a
corto, mediano o largo plazo como sucedió con el bloque de países del Este; los
denominados países socialistas. De esta forma, el capitalismo recurre a la
guerra económica, política, psicológica, militar y terrorista, sin mediar
escrúpulo alguno, aun cuando ponga en riesgo a la humanidad entera.
Aquí, cabe aclarar, que el Imperialismo (fase
del capitalismo en la que se fusionan los capitales industriales y
financieros), aunque cuenta con el armamento y los recursos tecnológicos
suficientes para intervenir militarmente en cualquier parte del mundo, no ha
sido capaz de dominar plenamente en el planeta en ningún momento de su
historia, debido a sus múltiples contradicciones. Aquí exponemos algunas de
ellas:
1) la acumulación constante y desmedida de
capital ha generado precariedad y pobreza para millones de personas en todo el
mundo, incluso en los países con mayor riqueza concentrada y aunque esta
pobreza es funcional para el capitalismo debido a que configura los Ejércitos
Industriales de Reserva, integrados por millones de seres humanos desplazados
de la producción, que presionan al proletariado desde la informalidad para
mantener los salarios bajos, además de proveer al sistema burgués el número
suficiente de policías, soldados y grupos paramilitares que también serán
enfrentados a la organización y revuelta proletarias, en algún momento se
desborda e impide que el ciclo de la producción y el consumo se realice
adecuadamente. La precariedad y la pobreza llegan a relacionarse con la
violencia delincuencial, que es promovida desde los centros de poder para
disciplinar a las poblaciones, como es el caso del narcotráfico, que impide el
ejercicio de las libertades democráticas en las regiones en las que toma el
control e impone reglas económicas y de convivencia.
De esta manera, el narcotráfico se vuelve de facto, el brazo
armado del Estado burgués en tareas en las que la presencia del ejército o la
policía comprometería su imagen como garante de la seguridad de los ciudadanos
y permitiría observarlo como en realidad es: un instrumento de control social,
promotor de la acumulación de capital para la clase dominante. Esta relación es
clara en la penetración de las empresas mineras canadienses en territorios
étnicos en América Latina, que utilizan a los mercenarios para imponer el
terror y desplazar a las poblaciones locales de los objetivos económicos de las
trasnacionales.
Pero la criminalidad se desborda continuamente debido a las mismas
reglas del mercado, haciendo inviable la reproducción de capitales locales y
del consumo suficiente de mercancías, lo cual conduce a procesos de recesión
económica en importantes regiones del planeta como África, Asia y América Latina.
2) La incesante necesidad del capitalismo por
expandirse; generar nuevos mercados, reservaciones de fuerza de trabajo y
materias primas para la producción mundial y garantizar la tasa de ganancia, ha
conducido a este modo de producción a incursionar en todos los continentes,
imponiendo formas coloniales a través del genocidio, el etnocidio, el saqueo de
recursos, el despojo de tierras y el desplazamiento territoriales, la
explotación extrema de la fuerza laboral, el dominio e implantación de gobiernos
títeres y despóticos, además de la opresión política y el dominio cultural.
No obstante, los pueblos, las comunidades
étnicas, las formaciones sociales precapitalistas o sociedades comunitarias que
han sido integradas a la esfera capitalista, no han sido desarticuladas
definitivamente, sino que han sufrido una transformación o destrucción dialéctica, es decir, han sido
absorbidas por el modo de producción predominante en forma de contradicciones,
lo cual les permite oponer rasgos culturales de su legado histórico a la
dinámica de los mercados basados en el valor de cambio.
Esta resistencia cultural, que se manifiesta en la construcción de
autonomías étnicas en diversas regiones del planeta, impide al capitalismo
disponer de los recursos de la tierra y de la fuerza de trabajo local en forma
segura.
3) Además, el capitalismo debe enfrentar a su
contradicción interna fundamental: el trabajo. Las luchas obreras continúan
oponiendo franca resistencia en cualquier parte del mundo, como lo mostró la Huelga General en
la India que movilizó entre doscientos y trescientos millones de trabajadores (la Huelga General más
grande de la historia de la que se tiene noticia) contra la política económica
del gobierno, la Huelga
General en Francia contra la Reforma Laboral o
la lucha de la
Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación
(CNTE) en México contra la
Reforma Educativa , las tres en 2016, no obstante el discurso
posmoderno del fin de la
historia, el fin de las ideologías, el fin del socialismo, del proletariado y todas las proclamas conservadoras
que pretendieron dibujar la supremacía capitalista tras la caída del Muro de
Berlín y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entre 1989 y 1991. La
crisis financiera capitalista que alcanzó su punto de quiebre en 2008 y que se
encuentra lejos de ser reparada en 2017 [1] nos indica que en realidad hemos entrado ya a la
época del fin de la idea del fin
de la historia.
4) A estas contradicciones del Imperialismo
actual se suman las de los Estados-nación de gobiernos populistas con economías
centralmente planificadas o mixtas, en las que se permiten las inversiones
extranjeras con restricciones como en Rusia, China, Irán, Corea del Norte,
Cuba, Venezuela, que constituyeron un dique o muro de contención al capitalismo
expansionista durante el siglo XX y que continúan impidiendo en bloque que éste
ejerza el dominio cultural y la explotación económica a nivel planetario en
forma plena.
5) La acelerada producción mundial de fuerzas
productivas (comunicaciones, infraestructura industrial e industria militar)
con las que el capitalismo pretende demostrar su supremacía, en realidad
evidencia la dificultad de abrir nuevos mercados, por lo que la apuesta actual
del sistema se concentra en el perfeccionamiento de la explotación, tanto a
través del incremento en la productividad con soporte tecnológico, que permite
la obtención de plusvalía relativa, principalmente en el área de los servicios,
como de la utilización de esquemas flexibles que permiten la diversificación en
la producción y el aumento considerable en la obtención de plusvalía absoluta
(por jornada laboral), particularmente en la industria cosmética, manufacturera
y textil, en las que se requiere mantener cautiva a una cantidad importante de
fuerza de trabajo, pero desmovilizada políticamente (José Flores, comunicación
personal).
De esta manera, se ha logrado imponer el Toyotismo, sistema
flexible de producción que consiste en fabricar pequeños volúmenes de diversos
modelos a precios bajos, a diferencia del Taylorismo y el Fordismo que
promovían la estandarización y la uniformidad en la producción de amplio
volumen:
Al mismo tiempo que el modelo Toyota y sus
combinaciones se van aplicando en los distintos países, se puede observar que
también se van modificando las estructuras políticas, económicas y jurídicas
que conforman al Estado. El discurso que, desde arriba, responsabiliza de la crisis del
capitalismo al Estado keynesiano —por su intervención como “regulador” de la
economía y de la relación capital-trabajo— olvida que aquél fue una base decisiva para la
maximización de ganancias y el crecimiento del capital… para hacer funcionar el
modelo flexible de producción, los países se han apresurado a adoptar modelos
económicos neoliberales, funcionales a la economía de mercado. Con esa lógica
aparecen las reformas estructurales (“que el país necesita”, nos dicen
reiteradamente los de arriba): apertura comercial; privatización de empresas públicas;
reformas fiscales, laborales y al sistema de pensiones; retiro de subsidios a
la población y creciente disminución del gasto social. Se desvanecen las bases
que se sentaron para la “conciliación” de clases, también los derechos
adquiridos por la clase trabajadora: a la estabilidad en el empleo, a una
jornada laboral máxima, a recibir un salario igual por un trabajo igual, a
participar en el reparto de utilidades, a ser protegido contra los accidentes
de trabajo, a organizarse con los demás trabajadores, a ser protegido por la
seguridad social. (Aguirre, Bravo y Ramírez s/f: 49).
El Toyotismo se combina con el outsourcing,
que permite a las empresas controlar la movilidad de la fuerza de trabajo:
El outsourcing o subcontratación es una figura
jurídica y fiscal en la que una empresa transfiere a otra el desarrollo de
actividades estratégicas o especializadas que le corresponden originalmente a
la primera con la finalidad de reducir sus costos; en términos políticos, forma
parte de una estrategia que tiene como propósito lograr un mayor control de los
trabajadores y sindicatos. En México, desde la década de 1980 el outsourcing o
subcontratación se convirtió en una estrategia empresarial de organización y
gestión del trabajo que fue ganando terreno, primero, en las tiendas de
autoservicio y de comida rápida, posteriormente en las maquiladoras y ahora
–con la aprobación de la
Reforma Laboral en el 2013- en muchas empresas que buscan: a)
reducir sus costos disminuyendo el pago de diversas obligaciones de tipo
fiscal, laboral y en materia de seguridad social, b) un mayor disciplinamiento
de las y los trabajadores y c) la disminución sino es que la eliminación de los
sindicatos (Martínez 2014).
Estos modelos de organización del trabajo permiten aumentar la
productividad y extraer mayor cuota de plusvalía a los trabajadores, pero no
garantiza la reproducción de sus condiciones de vida, llevando a la clase
trabajadora a incursionar en la esfera de la superexplotación y la precariedad
permanente.
No obstante su relativo predominio, el
capitalismo no ha podido evitar ser devorado por sucesivas crisis y recesiones
económicas. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en
2017, confirma la decadencia del Imperialismo norteamericano que en los últimos
30 años, no logró controlar el Medio Oriente, ni desestabilizar a la burguesía
burocrática rusa, ni provocar la enemistad entre Rusia y China [2] .
Todo lo contrario, actualmente Rusia, China, Irán, Siria y Corea del Norte han
afianzado sus relaciones militares y comerciales. En cambio Estados Unidos
asistió al sepelio de su industria nacional, que es la que invoca
hipócritamente Trump, con el fin de legitimar entre la población
norteamericana, medidas económicas y militares de mayor dureza, necesarias para
intentar imponer el dominio imperialista en aquellas regiones del mundo que
impiden la expansión de los mercados.
¿Es esta imposibilidad del capitalismo por
continuar expandiéndose el preámbulo del fin del capitalismo?
La lucha por el socialismo del siglo pasado
nos advierte que el fin del capitalismo también puede significar el fin de la humanidad. Una
enseñanza importante de las derrotas pasadas es que no existe garantía de que
podamos triunfar sobre el capitalismo e instaurar un sistema equitativo y
justo. En el camino podemos perder todo. Basta recordar que el tigre nunca es
más peligroso que cuando se encuentra herido y el Imperialismo puede hundirnos
a todos en un holocausto nuclear irreparable.
Aprendimos el siglo pasado que la historia no
es lineal, ni avanza hacia el progreso como se lo imaginó el Stalinismo. No hay
sociedades que vayan formadas en hilera esperando su turno para la civilización
y el socialismo; tampoco hay escalones evolutivos que se vayan escalando hasta
llegar al pináculo de la humanidad en donde nos espera el paraíso terrenal de
los trabajadores, donde no habrá más contradicciones sociales y los seres
humanos podremos vivir en paz y armonía mundial. No hay una fatalidad histórica
que nos garantice que irremediablemente transitaremos del capitalismo al
socialismo, mañana o en 100 años. Así que el futuro depende de lo que logremos
construir en nuestra época.
El socialismo y el Comunismo son ideales que nos permiten ubicar un
objetivo histórico, pero jamás serán sociedades perfectas, porque la realidad
material es contradictoria y continuamente cambia de posición, es decir, se
encuentra en movimiento constante o dialéctico. Así, que aunque el Comunismo se
instaure en el mundo, sus contradicciones estarán allí, esperando para tomar su
turno, señalándonos la necesidad de cuidar lo socialmente alcanzado.
Del siglo XX también debemos aprender que el
socialismo no puede germinar en un solo país. Si acaso, puede constituirse como
contradicción interna al Imperialismo, pero para poder consolidarse debe
trascender los límites del Estado-nación y promover la lucha internacionalista.
De otra forma, el capitalismo llevará siempre la iniciativa, aislando los
intentos revolucionarios, hasta desdibujarlos como ocurrió con el bloque de
países del Este y como puede ocurrir con Venezuela, Bolivia y Cuba, si no se
despliega la lucha socialista por todo el continente americano.
Cabe señalar, que el socialismo deberá ser un
gobierno de y para los trabajadores, tanto del campo como de la ciudad, que se
manifestará a través de sus propias organizaciones. Este sistema social tendrá
que ser muy respetuoso de las diferencias étnicas de los pueblos, que es donde
radica la riqueza cultural de la humanidad. Las autonomías étnicas en América
Latina son aliadas de las luchas por el socialismo, debido a que en el camino
han logrado desprenderse de los agentes del Estado burgués como los partidos
políticos oficiales, los presidentes municipales, regidores, grupos
paramilitares, talamontes o bandas del narcotráfico y de relaciones de
explotación como la jornada laboral en el campo y el intermediarismo en la
mercantilización de su producción.
En el socialismo, el recurso de la fuerza sólo
deberá ser dirigido a los enemigos de clase: los burgueses y todo su aparato de
explotación, opresión y violencia; y a la contrarrevolución. Y
una vez que hayan sido expropiados sus privilegios económicos, tendrán que
trabajar en algún sector de la producción, como los demás miembros de la
sociedad.
Para llevar a cabo las tareas de la
Revolución, es necesario contar con una teoría revolucionaria que nos permita
dirigir la praxis política de manera profesional y consistente. La teoría
social marxista, es un instrumento de análisis adecuado para explicar la
estructura y dinámica del capitalismo. Sus conceptos y categorías expresan los
procesos y conexiones históricas que este modo de producción ha desarrollado a
través de 500 años de existencia. Pero no se trata de una posición teórica
acabada a la que no se le puedan integrar o reformular conceptos. Su fortaleza
radica en que puede abstraer relaciones sociales a distintos niveles, sin
perder la noción de la totalidad histórica.
El marxismo es también una herramienta de
lucha contra la explotación económica, la opresión política y para la
organización de los trabajadores a nivel mundial en clase para sí.
Mientras exista explotación del trabajo la lucha de clases
continuará manifestándose a través de sucesivos conflictos sociales, con sus
correspondientes triunfos y derrotas. Las luchas decisivas sólo podrán ganarse
con análisis y organización política, trabajo profesional de los militantes
proletarios, consistentes aparatos de prensa y propaganda obrera, amplias
alianzas políticas y solidaridad entre las organizaciones obreras y campesinas
con los sectores progresistas de la pequeña burguesía y las fuerzas armadas.
Más de 25 años sin discutir ampliamente los proyectos de sociedad
que deben sustituir al capitalismo, nos ha conducido a la llana resistencia cultural
y política, a ser anticapitalistas sin proyecto a futuro, al economicismo, al
pragmatismo, a la espontaneidad, al empirismo y hasta al nihilismo posmoderno.
A la precariedad y la derrota permanente.
Para cambiar el mundo, primero hay que imaginarlo.
Bibliografía:
Martínez
de Ita, María Eugenia
2014 La
cátedra para jóvenes investigadores o de como CONACYT está impulsando el
“outsourcing” académico, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla ,
Vicerrectoría de Investigación y Estudios de Posgrado, Foro Consultivo de
Reglamentación de la Investigación y Posgrado, Metepec, Puebla, 24-26 de abril.
AGUIRRE, Beatriz, Sara Bravo y Alejandra
Ramírez
S/f La aceleración de la pesadilla en el
trabajo: toyotismo o modelo flexible de producción, Rebeldía, no. 71, pp.
46-58, Documento electrónico: http://revistarebeldia.org/revistas/numero71/09toyotismo.pdf
Notas:[1] Con una extrema polarización global en que el 80% de la humanidad cuenta con el 5% de la riqueza mundial, mientras que el 20% de la humanidad tiene el 95% de la riqueza; con una sobreacumulación de capital que no tiene cómo ni dónde ser invertido, al agotarse los mercados internacionales para la puesta en circulación de dicho capital y la imposibilidad del sistema de abrir nuevos mercados como lo planteó William Robinson en este mismo Foro. Podemos añadir que se abre un periodo de revolución social cuando deja de haber correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. En esta época, observamos que la producción incesante de fuerzas productivas no está destinada a resolver los problemas más apremiantes que enfrenta la humanidad como el abatimiento de la contaminación y la degradación de los ecosistemas, la promoción del empleo, salud, educación, vivienda, seguridad, sino que está dedicada a incrementar la productividad y por lo tanto a acrecentar los capitales trasnacionales.
[2] Hostigando militar y políticamente a Rusia, mientras promovía relaciones económicas con China, aun cuando ambos constituyen rivales en la geopolítica internacional.
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