lunes, 30 de octubre de 2017

Discutamos la política y teoría de García Linera teniendo en cuenta a qué luchas reprime.

Salvador Allende y Miguel Enríquez: unidos en la diferencia, hermanados en la lucha
9 de octubre de 2017

Por Pedro Santander (Punto Final)

Con un año de diferencia murieron Salvador Allende y Miguel Enríquez. Su final fue similar: combatiendo fusil en mano al fascismo. Ocurrió tal como habían dicho que ocurriría si llegaba la hora de enfrentar al golpismo. Fueron consecuentes incluso con el lugar donde los pilló el combate final. A Allende en La Moneda, corazón de la institucionalidad, a Miguel en la comuna de San Miguel, corazón del movimiento popular.
Hay ahí un parecido en la diferencia y una diferencia en la similitud que habla de lo que los unía y, a la vez, distinguía. Combate radical por las mismas metas, aunque en trincheras distintas. Mientras Allende ocupó su lugar de combate en la trinchera institucional, en la consolidación del gobierno, entendido éste como eje conductor del Estado y lugar central de acumulación de fuerzas para el proyecto popular, Miguel lo hizo apostando por la construcción del poder popular desde la vereda extrainstitucional, con énfasis en el territorio, el movimiento social y lo militar. Ambos, eso sí, con el mismo propósito: acumular fuerza popular para consolidar la vía al socialismo y la destrucción del capitalismo.
A menudo se ha insistido en las diferencias entre el MIR y el gobierno de Allende, incluso se ha caricaturizado y banalizado esa relación. Menos se ha reparado en las importantes coincidencias entre sectores de la UP y el MIR y entre el pensamiento estratégico de Allende y el de Enríquez. Haciendo un parangón, podríamos recordar la dedicatoria que el Che hizo al presidente en su libro Guerra de Guerrillas : “A Salvador Allende que por otros medios busca lo mismo”. Las coincidencias no impidieron que también se enfrentaran tradiciones y concepciones teóricas distintas respecto a cómo afrontar la vía revolucionaria.
Allende viene de la II Internacional, apuesta por el voto, el crecimiento de la clase obrera y su conciencia de clase y, en ese contexto, no elabora una estrategia insurreccional. El MIR es depositario de la estrategia posleninista que entiende que la clase obrera no es la única vanguardia; es hijo de la teoría guevarista y la revolución cubana. Aunque ambos quieren lo mismo, cada uno es heredero de coyunturas diferentes y tienen una concepción del proceso revolucionario que pone los énfasis en lugares distintos, de cara al objetivo común que es la toma del poder.
Por lo mismo, Allende y Enríquez, como mentes brillantes que eran, abordaron rápidamente, desde el triunfo la UP, la tensión dialéctica entre la lucha intra y la extrainstitucional para acumular fuerza en el campo popular. Ambos problematizaron teórica y políticamente esa clásica tirantez entre lo insurreccional y lo institucional, propia de todo proceso revolucionario. Lo interesante y políticamente creativo es que Miguel y Allende buscaban la síntesis de esa tensión y no, a diferencia de otros sectores de la Izquierda, el predominio (incluso el aplastamiento) de una lógica sobre la otra.

LA COLUMNA MAESTRA
DE ALLENDE
Para Allende la opción institucional es circunstancial, no esencial; obedece a las condiciones históricas del movimiento social chileno. Es la circunstancia histórica, además de su ligazón a la II Internacional, que lo convence de que la acumulación de fuerza para superar el capitalismo ocurrirá, sobre todo, fortaleciendo al gobierno: “El camino que el pueblo chileno ha abierto, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto que se adecúe a la realidad social de Chile. Se trata, sí, de transformar el aparato burocrático, el aparato del Estado como totalidad, la propia carta fundamental, en su sentido de clase y también en sus manifestaciones institucionales (...) El régimen institucional vigente está dando paso a transformaciones estratégicas en el régimen de producción que vulneran al capital imperialista y monopólico, al tiempo que fortalecen el poder de los trabajadores” (Informe en el Pleno del PS, 13 de marzo de 1972).
La excepcionalidad del camino chileno hacía que para Allende el gobierno fuera “la columna maestra” para avanzar en la superación del Estado clasista. “Quiero que se entienda muy bien, que se sepa, que se aprecie, que se medite lo que significa que un pueblo por primera vez en la historia haya alcanzado, dentro de los cauces de la democracia burguesa, el gobierno para transformar la sociedad e ir abriendo camino a las profundas transformaciones estructurales que conduzcan al socialismo(...) Consolidar y ampliar el poder popular supone vitalizar los partidos populares. Fortalecer el poder popular significa hacer más poderosos a los sindicatos, con una nueva conciencia, la conciencia de que son un pilar fundamental del gobierno” (Discurso 1º de mayo, 1971).
Esa relación tensa, pero de colaboración que Allende propone entre la lucha en el marco de la legalidad burguesa institucional y la lucha popular más allá del voto y fuera del sistema parlamentario, no era intuitiva. Allende tenía un pensamiento políticamente madurado al respecto. Es cierto que para él el gobierno era “la columna maestra”, pero no reificaba lo institucional. Por el contrario, señalaba que el régimen institucional debía “estar abierto a las fuerzas revolucionarias y ser suficientemente flexible en sus equilibrios internos para tolerar los cambios revolucionarios y permitir realizarlos”. Allende rechazaba las posturas dogmáticas que negaban a priori toda posibilidad de avanzar por el camino institucional, se oponía a quienes creían que “la institucionalidad burguesa no puede negarse, ni destruirse a sí misma”. En cambio, él creía en la dialéctica entre gobierno y poder popular. “Es una postura teóricamente incorrecta atribuir a las normas y a las instituciones un valor absoluto. Las instituciones no son un ente abstracto. La institucionalidad responde a la fuerza social que le da vida y lo que está acaeciendo ante nuestros ojos es que la fuerza del pueblo, del proletariado, de los campesinos y los sectores medios, está desplazando de su lugar hegemónico a la burguesía monopolista y latifundista” (Informe en el Pleno del PS, 13 de marzo de 1972).
Sería un error sostener que Allende no valoraba la construcción extrainstitucional de poder popular, o que desconocía otras “columnas”; por el contrario, permanentemente hacía llamados a lograr la unidad entre poder popular y campo gubernamental, que, en el fondo, era un llamado a la unidad entre el MIR y la UP: ”Necesitamos llamar a las fuerzas revolucionarias que no están en la UP para que junto con nosotros avancen con la responsabilidad histórica a la revolución socialista, camaradas. Hay que fortalecer el poder popular, los comandos comunales, hay que fortalecer los cordones industriales. Pero no como fuerzas paralelas al gobierno, sino como fuerzas populares junto a las fuerzas del gobierno, el gobierno popular” (Discurso en Estadio Nacional, 1972).

LA VISION DE MIGUEL ENRIQUEZ
Miguel Enríquez entendía tan bien como Allende esa tirantez, y en su práctica política, así como en los lineamientos doctrinales que elaboraba, también optó por el abordaje dialéctico, antes que por el predominio de una forma sobre la otra. En ese sentido, ni Allende quería la ruptura con el MIR, ni Miguel buscaba la desestabilización o el debilitamiento del gobierno popular.
De hecho, rápidamente, a sólo un mes de la asunción de Allende, el MIR reconoce la importancia del triunfo, “la mayoría electoral de la UP es expresión también de la madurez que las masas han alcanzado”, y no descarta la acumulación de fuerza desde lo intra y lo extrainstitucional, “que desde un gobierno de Izquierda se pueda pasar a fases más avanzadas en el camino de la construcción del socialismo depende de si se destruye o no el aparato del Estado capitalista” (Secretariado Nacional MIR, 28 de septiembre 1970, Punto Final 115). Hay un gran parecido entre esta afirmación y la primera cita que pusimos de Allende.
El respeto mutuo que Allende y Enríquez se tenían fue también una forma de respetar la “columna maestra” por la que cada cual optaba. De este modo, con la visión y el liderazgo de ambos, se mantuvo vigente y activa la tensión entre la lucha por el socialismo priorizando lo institucional o lo extrainstitucional. Ninguno de los dos llamó a combatir a la otra, sino a buscar su complementariedad, entendiendo que de lo que se trataba era de fortalecer el campo popular. “Creemos que si el programa de la UP es llevado a cabo provocará una contraofensiva imperialista y burguesa que obligará a una rápida radicalización del proceso. Por ello, si bien el programa de la UP no es idéntico al nuestro, empujaremos y apoyaremos la realización de las medidas(...) Todas las tareas en el plano de la lucha deben actualmente orientarse a la defensa del triunfo electoral de la Izquierda”. (Secretariado Nacional MIR, 28 de septiembre, 1970).
Para Allende la columna maestra del proceso es el gobierno, para el MIR lo es la construcción de una columna popular con fuerza política y militar propia que sea central en los procesos de toma de decisión nacionales, “intentaremos desplazar el centro de decisiones de La Moneda y del Congreso a los frentes de masas movilizados” (Secretariado Nacional MIR, 28 de septiembre, 1970). Esa postura se mantenía invariable ya entrado el año 73, “Saquemos la discusión del Parlamento y La Moneda. Convirtamos en eje de la lucha política no a las instituciones, sino al movimiento de masas. Démosle de esta manera un carácter de clase al conflicto institucional” (Miguel Enríquez; discurso Teatro Caupolicán, 14 de junio de 1973).

El MIR nunca buscó la ruptura con el gobierno. Miguel y Allende siempre mantuvieron lazos. El Informe de la Comisión Política  de mayo de 1972 acerca de los diálogos entre el MIR y el gobierno, leído por Enríquez, comienza así: “Las conversaciones entre la UP y nosotros se originaron a partir de una iniciativa, fundamentalmente, de Allende”. Según Miguel, esas conversaciones tenían como fin “evitar la ruptura absoluta entre la UP y el MIR y buscar acuerdos acerca de la defensa de la estabilidad del gobierno”. A su vez, admite en el mismo documento que “nuestras apreciaciones tuvieron que modificarse; el peso de las tendencias de Izquierda (al menos de la comisión que conversaba con nosotros) fue mayor del que suponíamos”.
Y si Allende hacía un llamado a las fuerzas revolucionarias fuera de la UP a avanzar en conjunto y multiplicar la fuerza combativa del bloque revolucionario, Miguel Enríquez hacía lo suyo, “si la ofensiva de masas en curso lograra también imponerle una acción al gobierno, esta fuerza puede multiplicarse, y ganarse el tiempo que se busca de la única forma posible: arrinconando al enemigo, paralizándolo(...) La clase obrera no quiere un gobierno ni un gabinete de diálogo, sino que exige que el gabinete y el gobierno sean instrumentos de lucha y combate” (Miguel Enríquez, Teatro Caupolicán, 17 de julio de 1973).

UNA TENSION PERMANENTE DE LOS PROCESOS REVOLUCIONARIOS
Durante los mil día de la UP se mantuvo viva esa tensión entre acumular fuerza desde el aparato ejecutivo institucional o desde la lucha popular extrainstitucional. Es una tensión que todo proceso de cambio social experimenta cuando se logra conquistar el gobierno y desplazar a las oligarquías del Ejecutivo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Venezuela y Bolivia.
Llevada a nuestros días esa problemática, quien hoy la reflexiona con mayor insistencia política y teórica es el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Alvaro García Linera. Se trata, según explica, de una tensa relación entre, por un lado, el Estado -que es gestión, centralidad y menos distribución de poder- y, por otro, lucha social que es sentido común, menos centralismo y más democracia radical. Para que esta inevitable tensión no debilite al campo revolucionario, se la debe enfrentar en el marco de una dinámica creativa y no destructiva. Fue lo que Miguel y Allende intentaron, entendiendo dialécticamente que la idea de “bloque” (ambos usaban esa expresión) requiere la acumulación de fuerza en las dos dimensiones para superar el antagonismo al interior del campo revolucionario y golpear al enemigo con mayor eficacia.
Hoy frente al abordaje de esa tensión, García Linera tiene un matiz con las posturas de Allende y Miguel. Sostiene que no hay que buscar la síntesis dialéctica, “ésta no ocurrirá nunca”, dice. García Linera bebe de las experiencias pasadas, por eso (y porque estudia) piensa que no es prioritario resolver la contradicción, que se puede vivir y desarrollar la revolución con ella y dentro de ella. Entonces, lo que el pensamiento y la acción revolucionaria deben hacer es abrirse a una solución que implica una dialéctica distinta: más que la de la superación, se trata de la dialéctica de saber mantener la tensión. Pues sólo manteniendo la tensión se desarrollan lo que García Linera llama “las tensiones creativas (no antagónicas) de la revolución”.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 885, 29 de septiembre 2017.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232305

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