Salvador Allende y
Miguel Enríquez: unidos en la diferencia, hermanados en la lucha
9 de octubre de 2017
Por Pedro Santander (Punto Final)
Con un año de diferencia murieron Salvador Allende y Miguel
Enríquez. Su final fue similar: combatiendo fusil en mano al fascismo. Ocurrió
tal como habían dicho que ocurriría si llegaba la hora de enfrentar al
golpismo. Fueron consecuentes incluso con el lugar donde los pilló el combate
final. A Allende en La Moneda, corazón de la institucionalidad, a Miguel en la
comuna de San Miguel, corazón del movimiento popular.
Hay ahí un parecido en la diferencia y una
diferencia en la similitud que habla de lo que los unía y, a la vez,
distinguía. Combate radical por las mismas metas, aunque en trincheras
distintas. Mientras Allende ocupó su lugar de combate en la trinchera
institucional, en la consolidación del gobierno, entendido éste como eje
conductor del Estado y lugar central de acumulación de fuerzas para el proyecto
popular, Miguel lo hizo apostando por la construcción del poder popular desde
la vereda extrainstitucional, con énfasis en el territorio, el movimiento
social y lo militar. Ambos, eso sí, con el mismo propósito: acumular fuerza
popular para consolidar la vía al socialismo y la destrucción del capitalismo.
A menudo se ha insistido en las diferencias
entre el MIR y el gobierno de Allende, incluso se ha caricaturizado y
banalizado esa relación. Menos se ha reparado en las importantes coincidencias
entre sectores de la UP y el MIR y entre el pensamiento estratégico de Allende
y el de Enríquez. Haciendo un parangón, podríamos recordar la dedicatoria que
el Che hizo al presidente en su libro Guerra
de Guerrillas : “A Salvador
Allende que por otros medios busca
lo mismo”. Las coincidencias no impidieron que también se enfrentaran
tradiciones y concepciones teóricas distintas respecto a cómo afrontar la vía
revolucionaria.
Allende viene de la II Internacional ,
apuesta por el voto, el crecimiento de la clase obrera y su conciencia de clase
y, en ese contexto, no elabora una estrategia insurreccional. El MIR es
depositario de la estrategia posleninista que entiende que la clase obrera no
es la única vanguardia; es hijo de la teoría guevarista y la revolución cubana.
Aunque ambos quieren lo mismo, cada uno es heredero de coyunturas diferentes y
tienen una concepción del proceso revolucionario que pone los énfasis en
lugares distintos, de cara al objetivo común que es la toma del poder.
Por lo mismo, Allende y Enríquez, como mentes
brillantes que eran, abordaron rápidamente, desde el triunfo la UP, la tensión
dialéctica entre la lucha intra y la extrainstitucional para acumular fuerza en
el campo popular. Ambos problematizaron teórica y políticamente esa clásica
tirantez entre lo insurreccional y lo institucional, propia de todo proceso
revolucionario. Lo interesante y políticamente creativo es que Miguel y Allende
buscaban la síntesis de esa tensión y no, a diferencia de otros sectores de la
Izquierda, el predominio (incluso el aplastamiento) de una lógica sobre la
otra.
DE ALLENDE
Para Allende la opción institucional es
circunstancial, no esencial; obedece a las condiciones históricas del
movimiento social chileno. Es la circunstancia histórica, además de su ligazón
a la II Internacional ,
que lo convence de que la acumulación de fuerza para superar el capitalismo
ocurrirá, sobre todo, fortaleciendo al gobierno: “El camino que el pueblo
chileno ha abierto, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones
creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de
fundamento capitalista, por otro distinto que se adecúe a la realidad social de
Chile. Se trata, sí, de transformar el aparato burocrático, el aparato del
Estado como totalidad, la propia carta fundamental, en su sentido de clase y
también en sus manifestaciones institucionales (...) El régimen institucional
vigente está dando paso a transformaciones estratégicas en el régimen de
producción que vulneran al capital imperialista y monopólico, al tiempo que
fortalecen el poder de los trabajadores” (Informe en el Pleno del PS, 13 de
marzo de 1972).
La excepcionalidad del camino chileno hacía
que para Allende el gobierno fuera “la columna maestra” para avanzar en la
superación del Estado clasista. “Quiero que se entienda muy bien, que se sepa,
que se aprecie, que se medite lo que significa que un pueblo por primera vez en
la historia haya alcanzado, dentro de los cauces de la democracia burguesa, el
gobierno para transformar la sociedad e ir abriendo camino a las profundas
transformaciones estructurales que conduzcan al socialismo(...) Consolidar y
ampliar el poder popular supone vitalizar los partidos populares. Fortalecer el
poder popular significa hacer más poderosos a los sindicatos, con una nueva
conciencia, la conciencia de que son un pilar fundamental del gobierno”
(Discurso 1º de mayo, 1971).
Esa relación tensa, pero de colaboración que
Allende propone entre la lucha en el marco de la legalidad burguesa
institucional y la lucha popular más allá del voto y fuera del sistema
parlamentario, no era intuitiva. Allende tenía un pensamiento políticamente
madurado al respecto. Es cierto que para él el gobierno era “la columna
maestra”, pero no reificaba lo institucional. Por el contrario, señalaba que el
régimen institucional debía “estar abierto a las fuerzas revolucionarias y ser
suficientemente flexible en sus equilibrios internos para tolerar los cambios
revolucionarios y permitir realizarlos”. Allende rechazaba las posturas
dogmáticas que negaban a
priori toda posibilidad de
avanzar por el camino institucional, se oponía a quienes creían que “la
institucionalidad burguesa no puede negarse, ni destruirse a sí misma”. En
cambio, él creía en la dialéctica entre gobierno y poder popular. “Es una
postura teóricamente incorrecta atribuir a las normas y a las instituciones un
valor absoluto. Las instituciones no son un ente abstracto. La
institucionalidad responde a la fuerza social que le da vida y lo que está
acaeciendo ante nuestros ojos es que la fuerza del pueblo, del proletariado, de
los campesinos y los sectores medios ,
está desplazando de su lugar hegemónico a la burguesía monopolista y
latifundista” (Informe en el Pleno del PS, 13 de marzo de 1972).
Sería un error sostener que Allende no
valoraba la construcción extrainstitucional de poder popular, o que desconocía
otras “columnas”; por el contrario, permanentemente hacía llamados a lograr la
unidad entre poder popular y campo gubernamental, que, en el fondo, era un
llamado a la unidad entre el MIR y la UP: ”Necesitamos llamar a las fuerzas
revolucionarias que no están en la UP para que junto con nosotros avancen con
la responsabilidad histórica a la revolución socialista, camaradas. Hay que
fortalecer el poder popular, los comandos comunales, hay que fortalecer los
cordones industriales. Pero no como fuerzas paralelas al gobierno, sino como
fuerzas populares junto a las fuerzas del gobierno, el gobierno popular”
(Discurso en Estadio Nacional, 1972).
Miguel Enríquez entendía tan bien como Allende
esa tirantez, y en su práctica política, así como en los lineamientos
doctrinales que elaboraba, también optó por el abordaje dialéctico, antes que
por el predominio de una forma sobre la otra. En ese sentido, ni Allende quería la
ruptura con el MIR, ni Miguel buscaba la desestabilización o el debilitamiento
del gobierno popular.
De hecho, rápidamente, a sólo un mes de la
asunción de Allende, el MIR reconoce la importancia del triunfo, “la mayoría
electoral de la UP es expresión también de la madurez que las masas han
alcanzado”, y no descarta la acumulación de fuerza desde lo intra y lo
extrainstitucional, “que desde un gobierno de Izquierda se pueda pasar a fases
más avanzadas en el camino de la construcción del socialismo depende de si se
destruye o no el aparato del Estado capitalista” (Secretariado Nacional MIR, 28
de septiembre 1970, Punto
Final 115). Hay un gran
parecido entre esta afirmación y la primera cita que pusimos de Allende.
El respeto mutuo que Allende y Enríquez se
tenían fue también una forma de respetar la “columna maestra” por la que cada
cual optaba. De este modo, con la visión y el liderazgo de ambos, se mantuvo
vigente y activa la tensión entre la lucha por el socialismo priorizando lo
institucional o lo extrainstitucional. Ninguno de los dos llamó a combatir a la
otra, sino a buscar su complementariedad, entendiendo que de lo que se trataba
era de fortalecer el campo popular. “Creemos que si el programa de la UP es
llevado a cabo provocará una contraofensiva imperialista y burguesa que
obligará a una rápida radicalización del proceso. Por ello, si bien el programa
de la UP no es idéntico al nuestro, empujaremos y apoyaremos la realización de
las medidas(...) Todas las tareas en el plano de la lucha deben actualmente
orientarse a la defensa del triunfo electoral de la Izquierda”. (Secretariado
Nacional MIR, 28 de septiembre, 1970).
Para Allende la columna maestra del proceso es
el gobierno, para el MIR lo es la construcción de una columna popular con
fuerza política y militar propia que sea central en los procesos de toma de decisión
nacionales, “intentaremos desplazar el centro de decisiones de La Moneda y del
Congreso a los frentes de masas movilizados” (Secretariado Nacional MIR, 28 de
septiembre, 1970). Esa postura se mantenía invariable ya entrado el año 73,
“Saquemos la discusión del Parlamento y La Moneda. Convirtamos
en eje de la lucha política no a las instituciones, sino al movimiento de
masas. Démosle de esta manera un carácter de clase al conflicto institucional”
(Miguel Enríquez; discurso Teatro Caupolicán, 14 de junio de 1973).
El MIR nunca buscó la ruptura con el gobierno.
Miguel y Allende siempre mantuvieron lazos. El Informe de la Comisión Política de mayo de 1972 acerca de los diálogos entre
el MIR y el gobierno, leído por Enríquez, comienza así: “Las conversaciones
entre la UP y nosotros se originaron a partir de una iniciativa,
fundamentalmente, de Allende”. Según Miguel, esas conversaciones tenían como
fin “evitar la ruptura absoluta entre la UP y el MIR y buscar acuerdos acerca
de la defensa de la estabilidad del gobierno”. A su vez, admite en el mismo
documento que “nuestras apreciaciones tuvieron que modificarse; el peso de las
tendencias de Izquierda (al menos de la comisión que conversaba con nosotros)
fue mayor del que suponíamos”.
Y si Allende hacía un llamado a las fuerzas
revolucionarias fuera de la UP a avanzar en conjunto y multiplicar la fuerza
combativa del bloque revolucionario, Miguel Enríquez hacía lo suyo, “si la
ofensiva de masas en curso lograra también imponerle una acción al gobierno,
esta fuerza puede multiplicarse, y ganarse el tiempo que se busca de la única
forma posible: arrinconando al enemigo, paralizándolo(...) La clase obrera no
quiere un gobierno ni un gabinete de diálogo, sino que exige que el gabinete y
el gobierno sean instrumentos de lucha y combate” (Miguel Enríquez, Teatro
Caupolicán, 17 de julio de 1973).
UNA TENSION PERMANENTE DE LOS PROCESOS
REVOLUCIONARIOS
Durante los mil día de la UP se mantuvo viva
esa tensión entre acumular fuerza desde el aparato ejecutivo institucional o
desde la lucha popular extrainstitucional. Es una tensión que todo proceso de
cambio social experimenta cuando se logra conquistar el gobierno y desplazar a
las oligarquías del Ejecutivo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Venezuela y
Bolivia.
Llevada a nuestros días esa problemática,
quien hoy la reflexiona con mayor insistencia política y teórica es el
vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Alvaro García Linera. Se
trata, según explica, de una tensa relación entre, por un lado, el Estado -que
es gestión, centralidad y menos distribución de poder- y, por otro, lucha
social que es sentido común, menos centralismo y más democracia radical. Para
que esta inevitable tensión no debilite al campo revolucionario, se la debe
enfrentar en el marco de una dinámica creativa y no destructiva. Fue lo que
Miguel y Allende intentaron, entendiendo dialécticamente que la idea de
“bloque” (ambos usaban esa expresión) requiere la acumulación de fuerza en las
dos dimensiones para superar el antagonismo al interior del campo
revolucionario y golpear al enemigo con mayor eficacia.
Hoy frente al abordaje de esa tensión, García
Linera tiene un matiz con las posturas de Allende y Miguel. Sostiene que no hay
que buscar la síntesis dialéctica, “ésta no ocurrirá nunca”, dice. García
Linera bebe de las experiencias pasadas, por eso (y porque estudia) piensa que
no es prioritario resolver la contradicción, que se puede vivir y desarrollar
la revolución con ella y dentro de ella. Entonces, lo que el pensamiento y la
acción revolucionaria deben hacer es abrirse a una solución que implica una
dialéctica distinta: más que la de la superación, se trata de la dialéctica de
saber mantener la
tensión. Pues sólo manteniendo la tensión se desarrollan lo
que García Linera llama “las tensiones creativas (no antagónicas) de la
revolución”.
Publicado en “Punto
Final”, edición Nº 885, 29 de septiembre 2017.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232305
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