La Revolución de
Octubre cien años después
12 de octubre de 2017
Por Samir Amín (El Viejo Topo)
Introducción a La
Revolución de Octubre cien años después
Las grandes revoluciones hacen la historia;
las resistencias conservadoras y las contrarrevoluciones no hacen más que
retrasar su curso. La revolución francesa inventó la política y la democracia
modernas; la revolución rusa abrió el camino a la transición socialista; la
revolución china asoció la emancipación de los pueblos oprimidos por el
imperialismo a su implicación en la vía del socialismo.
Estas revoluciones son grandes, precisamente
porque son portadoras de proyectos que están muy por delante de las exigencias
inmediatas de su tiempo. Y es por ello que chocan, en su progresión, con las
resistencias del presente que están en el origen de los retrocesos, de los
termidor y de las restauraciones. Las ambiciones de las grandes revoluciones,
expresadas en las fórmulas de la revolución francesa (liber tad, igualdad,
fraternidad), de la revolución de Octubre (proletarios de todo el mundo,
¡uníos!), y del maoísmo (proletarios de todos los países y pueblos oprimidos,
¡uníos!) no encuentran su traducción en la realidad inmediata. Pero siguen
siendo los faros que iluminan los combates siempre inacabados de los pueblos
por su realización. Es, pues, imposible comprender el mundo contemporáneo
haciendo abstracción de las grandes revoluciones.
Conmemorar estas revoluciones equivale, por
tanto, a tomar la medida de sus ambiciones (la utopía de hoy será la realidad
de maña – na) y al mismo tiempo comprender los motivos de sus retrocesos
provisionales. Los espíritus conservadores y reaccionarios se niegan a hacerlo.
Quieren hacer creer que las grandes revoluciones no han sido más que accidentes
desafortunados, que los pueblos que las han hecho, llevados por su entusiasmo
engañoso, se han metido en un callejón sin salida y a contracorriente del curso
normal de la historia.
Estos pueblos han de ser castigados por los errores
criminales de su pasado. Los espíritus conservadores no creen que sea posible
ni desea – ble la emancipación de la humanidad y la abolición de las desigualda
– des. La desigualdad de los individuos y de los pueblos, la ex plotación del
trabajo y la alienación son para ellos exigencias eternas.
Ya con ocasión del bicentenario de la Revolución Francesa
pudimos ver cómo el coro mediático que está al servicio de los poderes
reaccionarios desplegaba todos los medios
a su alcance para denigrar a dicha revolución. Financiada por las instituciones
académicas (ellas mismas inspiradas por los servicios de la CIA de Estados
Unidos), la campaña en la que destacó entre otros François Furet reveló los
objetivos reales de la estrategia contrarrevolucionaria. Este año, el mismo
coro mediático ha puesto en marcha todos los medios
de que dispone para vilipendiar a la revolución de Octubre. Los herederos del
comunismo de la
Tercera Internacional han sido invitados a lamentar los errores
de sus convicciones revolucionarias de antaño. En Europa serán muchos los que
lo harán.
Las grandes revoluciones constituyen la
excepción en la historia y no la regla general. Y la predisposición de los
pueblos concernidos a la radicalización de su imaginario del porvenir exige a
su vez el examen de su historia particular en la larga duración. Mathiez,
Soboul, Michelet, Hobsbawm y otros lo han hecho en el caso de la Revolución Francesa ,
y Mao en el de la vía china. Mi libro Rusia en la larga duración (2016) propone
una lectura análoga respecto a 1917. La medida del alcance universal de las
grandes revoluciones no excluye el examen de las condiciones históricas
concretas propias de los pueblos concernidos; al contrario, combina el análisis
de las mismas.
El primer capítulo de este libro pone el
acento en las consecuencias dramáticas del aislamiento de Octubre. El siguiente
capítulo (“Revoluciones y contrarrevoluciones de 1917 a 2017” ) propone una lectura
de la formación de las sociedades del centro imperialista contemporáneo
susceptible de explicar la adhesión de los pueblos concernidos a la
ideología del orden conservador, el mayor obstáculo al despliegue del
imaginario revolucionario creativo. El tercer capítulo invita a hacer una
distinción entre la lectura de El Capital de Marx y la de las realidades
históricas constituidas por las naciones del capitalismo moderno. La primera de
dichas lecturas proporciona la clave que permite comprender el capitalismo y
tomar la medida de la ruptura que representa por oposición a todas las
sociedades anteriores. La segunda permite precisamente situar en la larga
duración a estas formaciones diversas del mundo contemporáneo y medir de este
modo sus capacidades desiguales para avanzar por la larga ruta del socialismo.
El cuarto capítulo prolonga el análisis de Mao relativo a las perspectivas
propias de las regiones periféricas del sistema mundial. Sugiere a tal efecto
una estrategia de etapas que asocia la liberación nacional a los avances
posibles en el ámbito de los proyectos nacionales soberanos y populares.
Propongo conmemorar de este modo la Revolución
de Octubre del 17, situando el acontecimiento en un marco actual, que sólo es el
del triunfo de la contrarrevolución “liberal” en apariencia, dado que dicho
sistema ha entrado ya en buena medida en la ruta de su descomposición
caótica, abriendo el camino a la cristalización posible de una nueva situación
revolucionaria.
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