La caída de la URSS
27 de octubre de 2017
Por Pablo Pozzi (Rebelión)
Ponencia presentada en la Universidad de Valparaiso, Chile, el 4
de mayo de 2017 en ocasión del Tercer Encuentro de la Red Iberoamericana
de Resistencia y Memoria.
Hace ya 25
años que desapareció la
Unión Soviética, y este noviembre se cumplen cien desde el
triunfo de la
Revolución Rusa. En medio de todas las conmemoraciones de la
Revolución, de los libros, los debates y las reinterpretaciones (o las
reiteraciones de viejos argumentos), lo que casi siempre se pierde de vista es
el desenlace final. Esto no quiere decir que no es tomado en cuenta, todo lo
contrario. Casi toda discusión sobre la Revolución Rusa
tiene como trasfondo el hecho de que “va a fracasar”. Como tal se trazan las
razones al tipo de revolución, a sus objetivos, e inclusive al “alma rusa”. Sin
embargo, ha habido poca discusión en torno al por qué de la restauración
capitalista en Rusia que fuera más allá de la expresión de Ronald Reagan:
“Ellos perdieron, nosotros ganamos”. La “calidad” y “profundidad” de su
reflexión es notable, sobre todo porque ha sido aceptada como tal por
muchísimos analistas.
Las
explicaciones académicas más comunes en torno a la caída de la URSS y el
“fracaso del socialismo real” son de diversos tipos, si bien todas son bastante
superficiales. En general estas pueden ser agrupadas en tres tipos de
explicaciones distintas: las de índole socioeconómico; las de tipo político e
histórico; y las que se presentan como parte de un proceso de desviación de la
revolución, particularmente vinculadas a los análisis de la izquierda
trotskista.
Las razones
de índole económica parten del supuesto que los criterios de desarrollos
capitalista y comunista son básicamente los mismos: PBI, producción,
distribución y consumo de bienes, tasas de crecimiento absolutos. Si esto es
así entonces, por definición, el capitalismo es un sistema auto regulador y más
eficiente. La falta de incentivos económicos, la centralización económica,
llevaron a la corrupción y la ineficiencia generando un retraso en la
competencia con el capitalismo. Sin embargo, aun sovietólogos como Robert
Service y Robert Conquest, o sociólogos como Barrington Moore Jr. reconocían
que la URSS había logrado un desarrollo industrial “desde arriba” si bien
planteaban que conllevaba una ineficiencia intrínseca en comparación con el
desarrollo norteamericano o de Europa Occidental. En esta interpretación la perestroika sería la política de Mikhail Gorbachov
que intentó detener la decadencia económica soviética, comprobando la
superioridad capitalista ya que la intención de las reformas era instituir un
sistema de libre mercado.La decadencia fue acelerada gracias a la carrera
armamentista que impuso Estados Unidos, ya que la URSS fue obligada a gastar un
porcentaje cada vez mayor de sus escasos recursos en la industria bélica
impidiendo así que se volcara a mejorar/eficientizar su sistema económico.
Lo anterior
se combina, para muchos analistas, con una explicación política. Aquí también,
para sovietólogos como Service o Conquest, la suposición es que el capitalismo
conlleva la libertad individual, el libre albedrío, y por ende es
intrínsecamente democrático. En cambio, el colectivismo comunista solo sería
factible en base a la opresión y el totalitarismo. En el caso de la URSS esto
tendría raíces históricas ya que el tipo de desarrollo, autoritario y desde
arriba, del zarismo encontró su continuidad con los bolcheviques. Como señaló
Bertram Wolfe, la revolución y la decadencia soviética se explicaría por el
hecho de que los rusos encontraron una continuidad de Iván el Terrible y Pedro el Grande en Lenin, Trotsky y
Stalin. La comprobación de esto sería el sistema político monopartidista, la
concentración del poder político en manos del secretario general del PCUS, y la
continuación del imperialismo zarista ahora como imperialismo soviético. Al
mismo tiempo si Iván el Terrible se dedicó a aniquilar a los boyars, el “régimen” soviético
desarrolló un sistema represivo que aniquiló unos 60 millones de rusos, o sea
uno de cada tres habitantes en 1950.2 Esto
se vio reforzado por la insistencia de que en la URSS se vivía muy mal, con
hambrunas, bajos niveles de consumo, y problemas serios como el alcoholismo y
la violencia endémica que, por supuesto, no existían en los países
capitalistas.
Todo lo
anterior, razones económicas y político-históricas, hicieron eclosión ante las
reformas del glasnost, que permitieron salir a la luz la insatisfacción de la
población con el gobierno secreto, corrupto e ineficiente. Asimismo, la
reducción de los niveles represivos permitió que el nacionalismo de las
diversas repúblicas soviéticas y las diferencias étnicas cobraran cada vez más
fuerza poniendo así fin a la URSS.
Por debajo de
todo esto se encuentra la premisa básica que toda revolución es algo represivo
y violento, que en realidad no mejora la calidad de vida de la población. En este
sentido no habría diferencia entre Lenin y Stalin, y la Revolución Rusa
sería parte de una continuidad histórica comenzada con los “zares
modernizadores”. A su vez los soviéticos serían parte de la violencia política
de los regímenes totalitarios, para convertirse en el principal factor que
gestó el nazismo como reacción extrema, pero lógica. Así el antiguo comunista
François Furet equiparó la
Revolución Rusa con el nazismo. La conclusión sería, como
expresó Winston Churchill, que el capitalismo es el mejor de los sistemas
imperfectos.
Los análisis
académicos de izquierda difieren substancialmente de los anteriores. En
general, el énfasis se pone en la ruptura entre la Revolución Rusa y
el surgimiento del stalinismo como régimen político, que dio pie al
desarrollo de una burocracia que “secuestró” el poder obrero y popular. Así
para unos la URSS fue un “estado obrero deformado”; para otros fue una
“contrarrevolución burocrática” que eliminó todo vestigio de democracia
popular; y para otros más fue un tipo de “capitalismo de estado”. Pioneros en
estos planteos fueron el francés Charles Bettelheim y el yugoeslavo
MilovanDjilas, cuyashipótesisplanteaban que la burocracia había dado surgimiento
a una nueva clase social, ni burguesa ni obrera. Si para las interpretaciones
capitalistas el eje central era la continuidad entre el zarismo y el
bolchevismo, para la izquierda el eje era la ruptura marcando el momento clave
de ésta con la muerte de Lenin en 1924 (y en algunos casos el “comunismo de
guerra” y la muerte de muchos viejos bolcheviques durante la Guerra Civil). Una
excepción a esto sería Boris Kagarlitsky, el niño mimado del New LeftReview, cuya hipótesis
es que el problema fue el triunfo de los bolcheviques. Si hubieran triunfado
Martov y los mencheviques es indudable que la historia hubiera sido otra. Más
allá de lo contrafáctico de su análisis, nada hace pensar que el derrotero de
la URSS hubiera sido distinto en la suposición que éstos deseaban hacer una
revolución y no simplemente un capitalismo moderno. En realidad, el planteo de
Kagarlitsky es que no debería haber ocurrido la Revolución de 1917, en una
visión izquierdizante de los planteos de los sovietólogos norteamericanos y
británicos. Lo interesante es que tanto izquierda como derecha aceptaron
acríticamente las premisas básicas en torno a la ineficiencia de la economía
soviética y su carácter represivo.
Como señaló
Patrick Cockburn, gran parte del problema es que carecemos de información
fidedigna sobre la URSS, tanto porque las estadísticas soviéticas como las
capitalistas mienten. Asimismo, aun los críticos de la URSS aceptaron su
planteo básico que el comunismo debía ser un sistema mejor y más humano. Esto
se puede ver claramente puesto que la URSS es comparada con la sociedad de
consumo imperialista norteamericana, y nunca con otros países capitalistas o
del Tercer Mundo.De hecho, las críticas a la URSS insisten que jamás estuvo a
la altura de lo que pregonaba, además de insistir en sus supuestas
características ultra represivas e inhumanas. Asimismo, todas las
interpretaciones anteriores tienen elementos de verdad, si bien sus
conclusiones tienden a guiarse por premisas profundamente anti soviéticas.
Gracias a estudiosos como Alec Nove, lo que sí sabemos es que la
URSS tuvo un importante desarrollo económico, que transformó a Rusia y las
quince repúblicas soviéticas de naciones atrasadas y escasamente desarrolladas,
con una población mayoritariamente campesina y pobre, en una potencia mundial.
La revolución industrial soviética está considerada una de las más rápidas de
la historia con una tasa de crecimiento estimada en el 8,8% anual entre 1928 y
1932 (Primer plan quinquenal), solo igualadas por Japón en los años 20. En la
década de 1980 la URSS producía un 80% más de acero, un 78% más de cemento, un
42% de petróleo, un 55% más de fertilizantes y el doble de hierro que los
Estados Unidos . Por supuesto, este listado reproduce criterios de desarrollo
capitalistas ya que el problema no es la cantidad de acero producido sino qué
se hace con éste y cuáles la participación de los trabajadores en las
decisiones. En síntesis, el eje que determina un sistema socialista es quién
decide cómo y en qué se usan los avances económicos. En este sentido, la
anécdota de que “ellos hacen que nos pagan y nosotros hacemos que trabajamos”,
no es cierto ya que la productividad soviética por hora trabajada estaba entre
las más altas del mundo, lo cual explicaría el rápido crecimiento de la
economía soviética. Al mismo tiempo, ésto indicaría no una participación obrera
sino una alta tasa de sobreexplotación de los trabajadores por parte de la
burocracia.
Entre 1950 y
1970, es aceptado que la URSS tuvo una tasa de crecimiento relativamente alta,
sobre todo comparada con la de Europa Occidental. El dato tiene relevancia no
sólo por el punto de partida (la destrucción de 20 millones de soviéticos, de
buen aparte de sus ciudades y de gran parte de su base industrial durante la Segunda Guerra Mundial)
sino también por el hecho de que no contó con ninguna ayuda externa, como
recibieron Alemania Occidental, Gran Bretaña o Japón. El crecimiento soviético
se basó en la acumulación de capital, fuertes inversiones en industria pesada,
y tecnología de época. Sin embargo, su tipo de desarrollo tendió hacia el
capital extensivo y trabajo intensivo, por lo que no enfatizó el desarrollo de
nuevos tipos de maquinaria. El problema de este tipo de desarrollo es que
requería el doble de insumos en materias primas y una mayor utilización de la
mano de obra que sus símiles capitalistas en países como Alemania Occidental.
Este modelo de desarrollo implicó que el pleno empleo, junto a la rápida
urbanización, y el crecimiento del sector servicios y los sectores medios profesionales, causaron una fuerte reducción
de la mano de obra disponible, afectando adversamente el crecimiento. A su vez
esto generaba una contradicción, ya que las conquistas soviéticas no permitían
que las empresas “ineficientes” (según los criterios del modelo) fueran cerradas,
ni que desemplearan mano de obra. El resultado fue el subempleo y una baja en
la tasa de retorno sobre inversión. En este contexto surgieron las reformas del
Premier Alexei Kosygin en 1965 y 1973 que enfatizaron la rentabilidad y la
posibilidad de la venta de empresas del Estado, además que facilitaron la
radicación de empresas extranjeras capitalistas en la URSS. Las reformas de
Kosygin deben ser vistas como un esfuerzo para resolver problemas, pero también
nos dan pistas sobre algunas de las causas del fracaso de la URSS.
Efectivamente
el planteo de algunos viejos sovietólogos es correcto: la URSS implicó una
rapidísima industrialización y modernización “desde arriba”. A pesar de dos
guerras mundiales y una guerra civil que implicó la invasión de la naciente URSS por 14
potencias extranjeras, en pocas décadas el panorama de las naciones soviéticas
había cambiado en forma impresionante. Por un lado, lograron llevar a cabo los
descomunales retos de reducir el analfabetismo del 45% en 1917 al 10% en 1941,
de cuadruplicar el número de estudiantes universitarios entre 1940 y 1964 o de
tener en la década de 1970 a
257.000 ingenieros titulados frente a los 50.000 de Estados Unidos. Lo mismo
que sus innumerables logros en bienestar social (jubilación a los 55-60 años,
pleno empleo, licencia por maternidad con salario de 20 meses, acceso gratuito
a educación, sanidad y cultura) no superados en pleno siglo XXI ni por los
países capitalistas más avanzados. Por otro, naciones que eran nómades o cuya
población vivía en el medioevo, se vieron urbanizadas, industrializadas, con
servicios, universidades, y un cuantioso sector de profesionales y técnicos.
Esto explicaría por qué la
Unión Soviética retuvo importantes niveles de apoyo popular
como se pudo constatar en la movilización anti fascista durante la Segunda Guerra Mundial.
Lenin decía que la revolución eran los soviets más la electrificación3. Si tenía razón, entonces la URSS, a
pesar de la suplantación de los soviets por la burocracia, para una buena parte
de la población fue indudablemente revolucionaria.
De hecho, la
burocracia stalinista transformó a la Unión Soviética. Y
al mismo tiempo se transformó a sí misma. Si bien la corrupción y las prebendas
eran escasas en comparación con los países capitalistas (pensemos que unadacha de burócrata no se puede comparar
con las mansiones de los políticos norteamericanos), fueron en aumento y los
burócratas distaban mucho de ser los bolcheviques de 1917. Esto se unió con
expectativas de mayores niveles de consumo, sobre todo entre los nuevos
sectores medios y profesionales
surgidos después de la Segunda Guerra Mundial. Si en 1917 la
electrificación implicaba un cambio revolucionario en la vida del muzhik , cincuenta años más tarde ese muzhik se había transformado en un
profesional con educación universitaria que pretendía una televisión a colores.
Medio siglo después de los bolcheviques, la burocracia soviética se había
beneficiado mucho de los cambios revolucionarios. Si en 1917 estos cambios eran
un avance, en 1967 los gerentes y funcionarios sentían estas conquistas como
una traba a su continuo desarrollo. Dicho de otra manera, la URSS era una traba
a que la burocracia se convirtiera en burguesía.
Comenzando
con las “reformas” de Kosygin se fueron generando cada vez más condiciones para
la
contrarrevolución. En 1988 Gorbachov aprobó una nueva ley que
permitía el surgimiento del así llamado “sector cooperativo privado”. La nueva Ley de Cooperativas
dio surgimiento a un apenas camuflado sector capitalista. Al mismo tiempo se
incrementó el nivel de autonomía de las empresas estatales en cuanto a
producción y ventas, permitiéndoles vender una parte de su producto en el
mercado libre a consumidores y a otras empresas. De repente una cantidad de
empresas “estatales” se guiaban por el imperativo de la ganancia, mientras los
gerentes aumentaban sus prerrogativas en relación a los trabajadores. Estos,
desprotegidos por sindicatos que eran meros apéndices del Estado, se vieron
empobrecidos mientras que los gerentes se enriquecían rápidamente. De ahí a
transformar a los gerentes en empresarios fue un solo paso. Y para que eso
ocurriera había que poner fin a la URSS. Dicho de otra forma, la URSS cayó producto
de su propio éxito en desarrollo socio económico, y no de su fracaso.
Ahora, ¿era
éste el único camino posible? La gran ventaja de los juicios a posteriori es que no tienen que ser constatados
en la práctica. La
realidad es que las condiciones históricas y reales en que se desarrolló la Revolución Rusa la
llevaron por esta senda. Sin embargo, hay cuestiones que si podemos sugerir. La Revolución Bolchevique
inició un camino para el cual no había experiencia previa.Gabriel Kolko señala
que muchos revolucionarios están preparados para la toma del poder, pero casi
nunca para la construcción revolucionaria posterior. En este sentido aceptan
pautas y criterios de desarrollo que son, en última instancia, capitalistas.
Esto fomenta y se retroalimenta con una burocracia donde es más fácil, y en
apariencia más eficiente, tomar las decisiones desde arriba y con un pequeño
grupo, y no fomentar la participación obrero y popular. Según Harry Magdoff y
Paul Sweezyel desarrollo comunista no puede guiarse por los mismos criterios y
formas de medición que el capitalista. La aceptación de pautas capitalistas en
la economía necesariamente lleva al capitalismo como sistema socioeconómico. Si
bien la NEP y el comunismo de guerra conllevan estas pautas, también queda en
claro que entre 1922 y 1932 hubo una ventana de oportunidad para gestar y
adoptar otro tipo de criterios. La Promoción Lenin de 1924, donde cerca de 200 mil
individuos sin trayectoria política fueron incorporados al PCUS, implicó una
base social importante para la reproducción burocrática y la concentración de
poder en pocas manos, y el desarrollo del stalinismo como sistema político con el partido
único, el “socialismo en un solo país”, y la equiparación del PCUS con la clase
obrera. La oposición antiburocrática debatió muchos de estos temas. Pero, en el
fondo, siempre aceptó la primacía del PCUS como representante del proletariado.
En ese sentido, el partido se convirtió en un fin y dejó de ser una herramienta
revolucionaria. Ganar el aparato partidario equivalía a poder imponer una
posición sobre otra, no por represión (aunque también) sino por disciplina y
lealtad. Por debajo de esto, la realidad es que la Revolución cambió la vida de
millones de soviéticos, para bien. Las descripciones de Víctor Serge, en El año uno de la revolución , son terribles, pero no hay que
perder de vista que una década y media más tarde la situación había mejorado
mucho en cuanto al standard de vida del soviético medio, sobre todo si lo
consideramos tomando en cuenta el punto de partida de una sociedad destruida
por la guerra. Quizás
por eso no debería ser tan sorprendente que Stalin y la burocracia retuvieron
un gran apoyo popular durante décadas, a pesar de los problemas y de que la
burocracia se hizo con el poder político que había ganado la clase obrera con la Revolución. Como
tampoco deberían sorprendernos las luchas de los obreros del Donbass (entre
otros) en contra de las“reformas” de Gorbachov. No hubo apatía de los
soviéticos, más bien carecieron de organización, y de un partido que condujera
sus demandas por una senda revolucionaria y antiburocrática. Así el tipo de
desarrollo que llevó adelante la burocracia soviética, si bien logró
significativos resultados en cuanto a la modernización e industrialización,
también llevó a la restauración capitalista.
Autores citados
Charles
Bettelheim. Class Struggles in
the USSR.
New York:
Monthly Review Press, 1976.
Patrick
Cockburn. Getting Russia Wrong.
London: verso
Books, 1989.
Robert Conquest,
Preface, The Great Terror: A
Reassessment: 40th Anniversary Edition, Oxford
University Press, USA,
2007.
MilovanDjilas. La Nueva Clase. Análisis
del régimen comunista. Buenos
Aires: Sudamericana, 1963.
François Furet. Fascismo y comunismo. Madrid:
Alianza Editorial, 1998.
Boris
Kagarlitsky. The Thinking Reed.
London: Verso
Books, 1988.
Gabriel Kolko. Vietnam. Anatomy of Peace.
London:
Routledge, 1997.
Harry Magdoff. A
note on “marketsocialism”. Monthly
Review vol. 47, no. 1, May
1995.
Roy Medvedev. Let History Judge. New York: Vintage Books,
1973.
Barrington
Moore, Jr. Los orígenes sociales
de la dictadura y la democracia. Barcelona: Ediciones Península, 1973.
Alec Nove. An Economic History of the USSR 1917-1991.
London: Penguin
Books, 1992.
Robert Service. A History of Modern Russia, from
Nicholas II to Putin London:
Penguin, 2003.
Víctor Serge. El año I de la Revolución Rusa (1930). Madrid: Siglo XXI, 1972.
Paul Sweezy and
Harry Magdoff. “A Note from the editors”. Monthly
Review, vol. 42, no. 8, January 1991.
Bertram Wolfe. Three Who Made a Revolution. New York: Dell
Publishing, 1948.
Notas:
2 Si
a esto agregamos los millones muertos en las dos guerras mundiales y en la
guerra civil, la suposición sería que la URSS perdió la mitad de su población.
Esto es poco probable dado que no existen rastros de semejante debacle
demográfica. Lo cual no quiere decir que el stalinismo no haya matado mucha
gente, como bien señaló Khruschev en el XX Congreso del PCUS. Es notable que
las cifras son rara vez explicadas o analizadas y se incluyen en ellas a
muertos por hambrunas, asesinados por la KGB y la Cheka, y los que perecieron
en levantamientos como el de Makhno y el de Kronstadt. Una de las pocas obras,
serias, al respecto es la del soviético Roy Medvedev, que cuestiona el monto
final sin dejar de señalar la terrible mortandad entre los propios comunistas.
De hecho, su hipótesis es que la represión stalinista no se volcó a la
población en general, sino que se cernió sobre la militancia del PCUS. Más allá
de las discusiones ridículas en torno a números, es poco probable que Stalin y
el PCUS aniquilaran uno de cada tres soviéticos. Por otro lado, para los
izquierdistas el problema no es de números sino que la represión y muerte de
los opositores está profundamente reñida con el ideario y el objetivo de la Revolución Rusa. Asimismo,
si aplicamos el mismo criterio a otras naciones entonces el genocidio está a la
orden del día en todos lados: España aniquiló a aztecas, mayas e incas;
Alemania hizo lo mismo con los hereros, judíos y gitanos; y Estados Unidos debe
ser el genocida más grande si incluimos en el término los resultados de
hambrunas, contaminación, epidemias, y destrucción de redes sociales.
3 V. I. Lenin. Our Foreign and Domestic Position
and Party Tasks. Speech Delivered
To The Moscow
Gubernia Conference Of The R.C.P. (B.) November
21, 1920. Published in 1920
in the pamphlet: Current
Questions of the Party’s presentwork. Published
by the Moscow Committee, R.C.P. (B.) the text of the pamphlet in Lenin’sCollected Works, 4th English Edition, Progress Publishers, Moscow, 1965, Volume 31, pages 408-426. Translated: Julius Katzer
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233331
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