La que se avecina:
un capitalismo (aún)
más salvaje
27 de junio de 2017
Por Gonzalo Fernández - Investigador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) -Paz con Dignidad.
El
proyecto civilizatorio construido en torno al capitalismo atraviesa una
profunda crisis que pone de manifiesto no solo las crecientes dificultades del
sistema para autorreproducirse, sino también la ofensiva que éste desarrolla
contra la vida, cuya sostenibilidad corre serio peligro. Partiendo de este
conflicto capital-vida, proliferan tanto las agendas emancipadoras que
pretenden defender la reproducción ampliada de la vida como aquéllas que se
centran en salvar y redefinir el capitalismo en este momento crítico, aunque
ello nos conduzca al abismo social y al colapso ecológico.
Si queremos evitar este fatal desenlace, es
preciso conocer estas apuestas pro-capital y sus perspectivas de futuro, con el
ánimo de adelantarse a las mismas y hacerlas descarrilar desde lógicas
alternativas.
Éste es precisamente el objetivo del presente
artículo: conocer qué diferentes propuestas disputan hoy en día la defensa de
los valores civilizatorios hegemónicos del crecimiento ilimitado, la primacía
de los mercados, la reproducción ampliada del capital y la agudización de las
asimetrías de clase, género y raza/etnia. Destacamos en este sentido la
confrontación actual entre quienes abogan por el avance de un mercado universal
autorregulado desde una supuesta perspectiva progresista, por un lado, y
quienes aspiran desde claves más extremas a capturar, en un contexto de
profunda crisis, la máxima ganancia posible para los capitales nacionales propios
bajo la premisa de guerra económica y geopolítica entre bloques regionales, por
el otro.
Sea una u otra la agenda que se imponga —o
incluso la más que probable síntesis de ambas—, las perspectivas parecen
consolidar una versión del modelo global todavía más antidemocrática,
excluyente y violenta. Concluiremos el artículo señalando cuáles pudieran ser,
en nuestra opinión, las claves que definen la nueva versión del viejo proyecto
civilizatorio de la modernidad capitalista, en el que el poder corporativo tejido
alrededor de las grandes empresas transnacionales cobra un gran protagonismo.
El conflicto capital-vida se agudiza, pero
también la disputa entre capitales
Atravesamos momentos de gran incertidumbre
sistémica, cuyo origen reside básicamente en dos grandes nudos a los que el
sistema vigente parece no encontrar respuesta.
Por un lado, el capitalismo evidencia serias
limitaciones para iniciar una nueva fase expansiva de crecimiento económico,
que genere un círculo virtuoso de productividad, rentabilidad, inversión,
empleo y consumo. En este sentido, la propia OCDE pronostica un lánguido desempeño
económico global hasta 2060, [1] lo que refuerza la idea
de que cada vez es más complicado reproducir el flujo del ingente excedente
generado por un sistema financiarizado, sobrecomplejizado y desregulado, además
en un marco de austeridad y grandes desigualdades estructurales. En este
contexto, se visualizan con mayor nitidez las contradicciones de un sistema
incapaz de poner en marcha una revolución tecnológica con potencialidad para
impulsar un círculo virtuoso como el antes citado. Si la apuesta es, en este
sentido, la automatización y la robótica, no hay seguridad alguna de que ésta
tenga una incidencia generalizada sobre la productividad del conjunto del
tejido económico global. Incluso existen serias dudas sobre si el hipotético
saldo de empleos de este proceso sería negativo y no positivo, destruyendo más
empleo que el que se pudiera crear, tal y como señala la UNCTAD. [2] En todo caso, más allá
del debate sobre si el capitalismo es capaz de reinventarse de nuevo en un
contexto de profundas limitaciones, sí que podemos afirmar tajantemente que
este afronta grandes dificultades en el corto, medio y largo plazo, lo que nos
aboca a décadas de fuerte inestabilidad.
Pero, por otro lado, a los problemas del
sistema económico para reproducirse se les une un segundo elemento generador de
incertidumbre, que no es sino el gravísimo colapso ecológico en ciernes. Se
trata, en palabras de Tanuro, [3] de una catástrofe
silenciosa provocada por el
cambio climático y por el agotamiento de las tres fuentes de energía fósil
sobre las que se ha asentado el patrón de desarrollo desde la segunda guerra
mundial: el petróleo, el gas y el carbón. Si el petróleo ya ha alcanzado su
pico, el carbón y el gas lo harán en las próximas décadas, tratándose de
recursos —sobre todo, el petróleo— imposibles de ser sustituidos por otros,
renovables o no, debido a una capacidad de transporte, almacenamiento,
múltiples usos y alta densidad energética sin igual. Por tanto, nos
enfrentamos, sí o sí, a una reducción de la base material sobre la que opera
nuestra sociedad global y, en consecuencia, a una profunda transformación de las
fórmulas hegemónicas de producción, consumo y organización social.
Vinculando ambos procesos —límites del
capitalismo y colapso ecológico—, se explicita la gravedad del momento
presente, ya que la hipotética superación del primero de los procesos no haría
sino ahondar la catástrofe ecológica, mientras que enfrentar de manera taxativa
el segundo exigiría descentrar el capital y los mercados como valores
hegemónicos y, por tanto, trascender completamente el modelo civilizatorio
articulado en torno al capitalismo. El piso se nos mueve a todos y todas y, lo
queramos o no, grandes cambios se avecinan, en uno u otro sentido. Asistimos,
por tanto, a una fase histórica especialmente crítica, marcada por la crisis
del capital y por el conflicto de éste con la vida misma, dando lugar a un
recrudecimiento de la disputa de agendas y sujetos. Y no hablamos solo de la
confrontación de quienes defienden la vida frente al atolladero al que nos
conduce el capital, sino también entre los que pretenden mantener el statu quo capitalista, pero desde parámetros
diferentes a los hasta ahora hegemónicos.
Surge en este sentido una nueva versión
capitalista nítidamente reaccionaria, que Trump abandera pero en la que se
inscriben fenómenos como el auge de la extrema derecha en Europa, el Brexit o
Putin, por poner solo algunos ejemplos. Esta nueva propuesta política en boga
se reproduce ante la creciente deslegitimación de la hasta ahora agenda
hegemónica del capital, que denominamoscapitalismo universalista. Este
se ha sustentado sobre dos pilares fundamentales: en primer lugar, la apuesta
por un mercado único global y autorregulado —o al menos conformado por grandes
bloques económicos que colaboran entre sí, a través de pactos entre diferentes
capitales, encarnados en tratados y acuerdos multilaterales—, que garantice el
comercio y la seguridad de las inversiones a nivel planetario; en segundo
término, un modelo de gobernanza política sustentado sobre un relato de
democracia formal, respeto a los derechos humanos y defensa de la diversidad y
la multiculturalidad, edificado sobre una estructura multilateral a tal efecto.
Para garantizar este mercado de proyección
universal se apuesta principalmente por tratados y acuerdos regionales y
globales de comercio e inversión. Estos pretenden conformar una nueva
gobernanza corporativa, que institucionalice nuevas estructuras de convergencia
reguladora entre regiones —para armonizar a la baja en protección social y
ambiental—, y que acabe de implantar unalex mercatoria [4] sostenida sobre tribunales
privados de arbitraje, en los que las corporaciones tienen la capacidad de
denunciar a las instituciones públicas si éstas amenazan sus beneficios. Como
hemos señalado previamente, este proyecto sufre hoy en día un creciente
descrédito, evidenciándose que el valor fuerte del capitalismo universalista
—el mercado autorregulado— es incompatible con el segundo —democracia y
derechos—, que se convierte en pura retórica, tal y como muestra esta ofensiva
contra el poder legislativo y judicial. Se constata así la primacía del capital
sin caretas democráticas e inclusivas, condenando a las grandes mayorías
populares al desempleo, la precariedad, la exclusión y, en definitiva, a
múltiples y diversas fórmulas de dominación. Así, un proyecto retóricamente
universalista, progresista y pacifista, en su pretensión de desarraigar la
dimensión económica del resto de variables sociales, políticas y culturales a
partir de la constitución de un mercado global autorregulado, acaba explotando
a la vasta y diversa clase trabajadora y amputando los mínimos resortes
democráticos en el altar de dicho mercado. Karl Polanyi, en su certero análisis
realizado hace ocho décadas, ya alertó sobre estos intentos de desarraigo,
situando en el patrón oro y en el impulso universalista del capital la génesis
de las guerras mundiales y los fascismos que asolaron la primera mitad del
siglo XX. [5]
Pero esta deslegitimación del capitalismo
universalista, como antes hemos especificado, no es solo evidente para las
propuestas emancipadoras en defensa de la vida. También lo es
para quienes abogan por una redefinición del statu
quo. Estos constatan, por un lado, cómo este modelo universalista ha roto
los consensos o pactos nacionales entre capital y trabajo en base a diferentes
formulaciones del Estado del Bienestar —fundamentalmente en el Norte Global,
que es donde éstas se permitieron, y que han sido base de cierta estabilidad
social y política—, sin ofrecer alternativa alguna a las lógicas de
deslocalización, terciarización, desinversión interna, desempleo y precariedad
vinculadas a la globalización neoliberal. Y, por otra parte, consideran que la
delegación de soberanía nacional a órganos supraestatales, propia de la lógica
de los acuerdos y tratados regionales y globales, impide el desarrollo de políticas
autónomas y constriñe las capacidades económicas de los capitales propios, al
obligar a pactar con los foráneos desde un prisma multilateral, cediendo así
necesariamente poder en un momento en el que la tarta no da para todos.
Por tanto, no todos los capitales tienen
expectativas positivas en el modelo de capitalismo universalista, ni
posibilidad de sustento político y social que garantice su sostenibilidad.
Debido a ello, algunos de ellos —sobre todo los que tienen su matriz en el
Norte Global, y que acumulan por tanto un notable poder de negociación—,
apuestan por ampliar su trozo de tarta frente a otros, transitando del
universalismo a la guerra
económica. Se plantea así la posibilidad de impulsar un relato y una agenda
que prime la defensa de los capitales nacionales frente al capital en general;
que limite el costo de la apuesta global en su retórica multilateral; que
integre en su base política no sólo al capital nacional, sino también a parte
de la clase trabajadora ávida de recuperar inversión y empleo y que ha sido
despreciada por las élites beneficiadas por la globalización; que, finalmente,
confronte aún retóricamente con dichas élites desde una ofensiva contra su
imaginario liberal y progresista (derechos y libertades fundamentales, igualdad
de oportunidades, diversidad sexual, protección del medio ambiente…), situando
el debate político en una guerra entre pobres, contra lo otro, centrado especialmente
en la migración como fenómeno directamente vinculado a la globalización y sus
efectos.
Cuál de estas dos versiones del capitalismo
—universalista o de guerra económica— se impondrá en esta disputa en ciernes,
nadie lo sabe. En todo caso, la deslegitimación de la apuesta universalista,
por un lado, y los estrechos límites que el capital impone a las propuestas de
corte populista de derechas que pongan en cuestionamiento la globalización y el
modelo pergeñado en las últimas décadas, por el otro, nos llevan a la
conclusión de que seguramente la agenda hegemónica será un híbrido de ambas,
configurando un modelo de capitalismo más salvaje, dictatorial, excluyente y
violento. Veamos a continuación cuáles pudieran ser sus características
principales.
Perspectivas del capitalismo que se nos viene
encima
La agenda de síntesis que parece prefigurarse
en un contexto de crisis de reproducción del sistema semeja a la respuesta de
un león herido. Así, a pesar de que se ven cada vez más las grietas por las que
brota su sangre, sigue siendo tremendamente peligroso y acumula la fuerza
suficiente para conducirnos a la humanidad y al planeta en su conjunto al
abismo. Un león herido que, en esta situación, minimiza su retórica sobre
democracia, derechos e inclusividad —sacrificados para tratar de salvar al
capital—, mientras que posiciona y justifica fundamentalismos, exclusiones y
asimetrías como ofrendas necesarias para dicho sacrificio. Bajo esta premisa,
exponemos brevemente cuáles podrían ser, en nuestra opinión, algunas de las
claves que darían forma a esta nueva versión de capitalismo para las próximas
décadas: [6]
1. El poder corporativo, protagonista de la
ofensiva final para mercantilizar la vida. Nunca antes las grandes empresas habían atesorado tanta
fuerza como durante la globalización neoliberal, configurando una agenda y una
estructura cultural y política al servicio de su poderío económico —hoy en día
69 de las 100 mayores entidades del mundo son empresas y solo 31 Estados [7]—.
Este ingente poder las sitúa como premisa de todo proceso político,
protagonistas y principales beneficiarias de la apuesta por la reproducción
incesante del capital. Para ello, abogan, como respuesta a la crisis, por
ahondar en la mercantilización definitiva de toda forma de vida y sector,
incidiendo especialmente en la contratación pública, los servicios, las
economías campesinas, etc., convirtiendo a nuestros cuerpos precarizados
—especialmente los de las mujeres—, en pistas de aterrizaje de su estrategia.
De esta manera el poder corporativo —que trasciende a las propias empresas,
conformando una amplia red de Estados y organismos multilaterales cómplices—,
trata de abarcar el espectro completo de nuestras vidas, proyectándose en el
marco de una sociedad empresarial, privatizada, centralizada y concentrada en
términos de poder —como muestran las fusiones recientes de las seis grandes
empresas de la agroindustria [8]—.
2. La lex
mercatoria como base de una
gobernanza corporativa que pone en jaque la democracia. El poder corporativo vehiculiza su pretensión de avanzar
en la mercantilización de la vida a través de la imposición de una lex mercatoria en defensa de la seguridad de la
inversión y el comercio, situada por encima del marco internacional de derechos
y de la soberanía nacional y popular. La nueva oleada de tratados (TTIP, TISA,
CETA, etc.) se enmarca en esta lógica, que debe entenderse como una agresión
contra la capacidad institucional de regulación frente a toda traba al comercio
y a la inversión, posicionando en ese sentido un nuevo modelo de gobernanza
corporativa que genera una institucionalidad conformada, como ya hemos dicho
previamente, en base a la convergencia reguladora y a los tribunales privados
de arbitraje. De esta manera la democracia —ya de por sí mínima— molesta, y
sufre una ofensiva definitiva, instaurando una arquitectura de la impunidad para las grandes empresas, en la que
coinciden tanto el capitalismo universalista como el de guerra económica, ya
que ambos solo cuestionan quién y cómo negocian los acuerdos, no la existencia
ni el contenido de los mismos.
3. La tensión geopolítica y por los recursos
escasos se incrementa. La crisis capitalista
y la sensación de que la tarta económica no crece —e incluso se agota en
términos energéticos— abona el terreno para una agudización de la confrontación
entre bloques por el puesto de hegemón, así como por los escasos recursos
fundamentales para la
vida. Parece entonces que asistiremos a un recrudecimiento de
la disputa entre bloques económicos y sus capitales, liderados por las grandes
empresas (EE UU, UE y China), de consecuencias imprevisibles, incluso en
términos militares. A su vez, asistiremos a una ampliación de los conflictos
generados por la situación climática y energética, acompañados posiblemente de
una pretensión de acaparamiento de dichos recursos escasos —energía, agua,
tierra, etc.— incluso en su versión renovable, bajo el paraguas del capitalismo verde.
4. Una economía estructuralmente
sobrecomplejizada, financiarizada y especulativa. Debido a las escasas expectativas de crecimiento económico
generalizado en base a una nueva onda larga expansiva, es más que probable que
se mantenga e incluso ahonde la tendencia actual de búsqueda de reproducción
del capital por la vía financiera. Así, mientras no se sienten las bases que
permitan incrementos generalizados en la productividad y en la tasa de
ganancia, la crucial cuestión del endeudamiento público y privado seguirá
siendo un aspecto de especial relevancia, mientras que las señas de identidad
de la financiarización se seguirán trasladando al conjunto del modelo
económico. Por tanto, cortoplacismo, ingobernabilidad, lucro y especulación
serán conceptos que definan el escenario también en el futuro próximo,
incidiendo posiblemente en el incremento de la inestabilidad estructural y de
las asimetrías sociales. La apuesta de Trump de derogar los tímidos controles financieros
establecidos por Obama tras el crash de 2008, así como el contenido de las
negociaciones del TISA, parecen abundar en este sentido.
5. Un modelo de sociedad global más
abiertamente excluyente y violenta. La apuesta por el capital frente a la vida en un momento
de crisis tiene como corolario la agudización de la matriz excluyente del
proyecto civilizatorio en base a la clase, el género y la raza/etnia. De esta
manera, el capitalismo heteropatriarcal y colonial se priva progresivamente de
toda retórica, mostrando lógicas de fascismo social, en las que se establece un
régimen de relaciones de poder extremadamente desiguales que concede a la parte
más fuerte un poder de veto sobre la vida y el sustento de la parte más débil.
Pareciera por tanto que el relato de la ciudadanía con derechos y de la
igualdad pierde valor, y la agenda hegemónica nos ofrece en toda su crudeza su
génesis excluyente y violenta, alentando la guerra entre pobres —para ocultar la responsabilidad del
poder corporativo— así como desatando la violencia machista, de odio,
empresarial y geopolítica de todo tipo.
Éste parece ser el capitalismo que se perfila
en este siglo XXI, en un contexto de crisis sistémica y civilizatoria: un modelo pirómano que parece querer apagar el fuego con
más madera, dirigido por un poder corporativo que atenta contra la democracia y
contra la sostenibilidad de la vida para tratar de mantener el flujo del
capital, para lo cual no duda en recrudecer la exclusión y la violencia.
Por lo tanto, desmantelar el poder
corporativo, poniendo freno a los nuevos tratados regionales y globales;
defender los territorios y los bienes comunes, tanto públicos como
comunitarios; desmontar el sistema financiero desregulado y sobrecomplejizado;
enfrentar la exclusión y violencia de todo tipo; así como abanderar la
democracia como valor fundamental, entre otras cuestiones, son para cualquier agenda alternativa que pretenda avanzar en defensa
de la vida y del bien común.
Ver en línea : Dossieres EsF, nº 26, verano de 2017.
26 de junio de
2017
Notas
[1] OCDE (2014): «Policy challenges for the next 50 years», OECC Economic Policy Papers,
n.º 9, disponible aquí
[2] UNCTAD (2016), «Robots and industrialization in developing
countries», Policy Brief n.º 50, disponible aquí
(pdf)
[3] Tanuro (2015),
«Enfrentar la urgencia ecológica», Inprecor n.º 619-620, disponible: aquí
[4] Hernández, Juan, y
Ramiro, Pedro (2015): Contra
la lex mercatoria. Propuestas y alternativas para desmantelar el poder de las
empresas transnacionales, Icaria, Barcelona.
[5] Polanyi, K.,
(1944), La gran transformación,
Siglo XXI, México.
[6] Fernández, Gonzalo
(2016): Alternativas para
desmantelar el poder corporativo. Hegoa, Bilbao . Disponible aquí
[7] Datos del Informe 10
biggest corporations make more money than most countries in the world combined,
publicado en septiembre de 2016 por Global Justice Now.
[8] ETC Group (2016):
Campo Jurásico. Syngenta, DuPont, Monsanto: la guerra de los dinosaurios del
agronegocio. Disponible aquí (pdf)
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/La_que_se_avecina_un_capitalismo_aun_mas_salvaje
No hay comentarios:
Publicar un comentario