La crisis del
Antropoceno
6 de julio de 2017
6 de julio de 2017
"Lo que hace falta es reconocer que es la
lógica de nuestro actual modo de producción -el capitalismo- lo que se
interpone en el camino para crear un mundo de desarrollo humano sostenible que
trascienda el desastre en espiral que de otra manera espera a la humanidad. Para
salvarnos debemos crear una lógica socioeconómica diferente que apunte a fines
humano-ambientales diferentes: una revolución ecosocialista en la que las
grandes masas de la humanidad participen."
John Bellamy Foster
Y es debido a que nos
mantenemos en la oscuridad sobre la naturaleza de la sociedad humana -entendida
como opuesta a la naturaleza en general- por lo que ahora nos enfrentamos (así
me lo aseguran los científicos implicados) a la completa destructibilidad de
este planeta que apenas se ha convertido en un lugar en el que vivir.
Bertolt Brecht [1]
Bertolt Brecht [1]
El Antropoceno, visto como una nueva era geológica que ha
desplazado al Holoceno de los últimos 10.000 a 12.000 años, representa lo que ha sido
denominado “brecha antropogénica” en la historia del planeta [2]. Introducido
formalmente en el debate científico y medioambiental contemporáneo por el
climatólogo Paul Crutzen en 2000, defiende la idea de que los seres humanos se
han convertido en la fuerza geológica emergente primaria que afecta al futuro
del Sistema Tierra. Aunque a menudo se ha seguido su rastro hasta la Revolución Industrial
de finales del siglo XVIII, el Antropoceno se ve probablemente con más claridad
como algo surgido a finales de los años 1940 y principios de los 50.
Pruebas científicas recientes sugieren que el periodo desde
aproximadamente 1950 en adelante muestra un gran pico, marcando la Gran Aceleración
en el impacto humano sobre el medio ambiente, encontrándose la traza más
importante de la brecha antropogénica en la lluvia de radionúclidos procedentes
de ensayos de armas nucleares [3]
Planteado de esta forma, el Antropoceno puede ser visto como algo
que coincide aproximadamente con el auge del movimiento ecologista moderno, que
tuvo sus inicios en las protestas llevadas a cabo por científicos contra las
pruebas nucleares terrestres tras la Segunda Guerra Mundial ,
y surgió como un movimiento más amplio tras la publicación de Primavera Silenciosa de Rachel Carson en 1962. Al libro de
Carson le siguieron pronto en los 60 los primeros avisos por parte de
científicos soviéticos y estadounidenses del calentamiento global acelerado e
irreversible[4]. Es esta interrelación dialéctica entre la aceleración hacia el
Antropoceno y la aceleración del imperativo radical ecologista en respuesta lo
que constituye el tema central del nuevo y maravilloso libro de Ian Angus. Es
su capacidad para ofrecernos perspectivas sobre el Antropoceno como un nuevo
nivel emergente de interacción naturaleza-sociedad producido por el cambio
histórico -y cómo los nuevos imperativos ecológicos que genera se han
convertido en la cuestión central a la que nos enfrentamos en el siglo XXI- lo
que hace que Facing the
Anthropocene sea tan
indispensable.
Hoy parece probable que el Antropoceno llegará a estar vinculado
especialmente con la ciencia de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En cualquier caso, como en el de todos los grandes puntos de inflexión en la
historia, hubo signos de picos menores en etapas tempranas durante todo el
periodo a partir de la Revolución Industrial. Esto refleja lo que el
filósofo marxiano István Mészáros denomina “la dialéctica de continuidad y
discontinuidad” que caracteriza todos los nuevos desarrollos emergentes en la
historia [5] Aunque el concepto de Antropoceno sólo se ha desarrollado
completamente con la noción científica moderna de sistema Tierra, y se ve cada
vez más como algo que tiene su base física en la Gran Aceleración
posterior a la
Segunda Guerra Mundial , estuvo prefigurado por ideas
anteriores, surgidas de pensadores que se centraron en los cambios dramáticos
en la interrelación humanos-medio ambiente producidos por el auge del
capitalismo, entre los que se incluye la Revolución Industrial ,
la colonización del mundo y la era de los combustibles fósiles.
“Naturaleza, la naturaleza que precedió a la historia humana”, tal
como destacaron Karl Marx y Frederick Engels en una fecha tan temprana como en
1845, “ya no existe en ninguna parte (excepto quizá en unas pocas islas
coralinas australianas de origen reciente).” [6] Puntos de vista similares
fueron presentados por George Perkins Marsh en Hombre y naturaleza en 1864, dos años antes de que Ernst
Haeckel acuñase el término ecología, y tres años antes de que Marx publicase el
primer volumen de El Capital,
con su advertencia sobre la brecha metabólica en la relación entre los seres
humanos y la Tierra [7]
No fue hasta el último cuarto del siglo XIX y principios del siglo
XX, sin embargo, que surgió el concepto clave de biosfera, a partir del cual se
desarrolló la idea moderna de sistema Tierra, con la publicación,
principalmente, de La Biosfera del geoquímico soviético Vladimir I.
Vernadsky en 1926. “De manera notable”, escribieron Lynn Margulis y Dorian
Sagan en ¿Qué es la vida?,
“Vernadsky desmanteló los rígidos límites entre organismos vivos y medio
ambiente no vivo, describiendo la vida globalmente antes de que ningún satélite
nos mostrase fotografías de la Tierra desde órbita” [8]
La aparición del libro de Vernadsky coincidió con la primera
introducción del término Antropoceno (junto con Antropogeno) por parte de su
colega, el geólogo soviético Aleksei Pavlov, quien lo utilizó para referirse a
un nuevo periodo geológico en el que la humanidad era el principal causante del
cambio geológico planetario. Como observó Vernadsky en 1945, “A partir de la
idea del rol geológico del hombre, el geólogo A. P. Pavlov (1854-1929) en los
últimos años de su vida solía hablar de la era antropogénica, en la que ahora
vivimos… Destacó correctamente que el hombre, ante nuestros propios ojos, se
está convirtiendo en una poderosa y siempre creciente fuerza geológica… En el
siglo XX el hombre, por primera vez en la historia de la Tierra, ha conocido y
abarcado toda la biosfera, completado el mapa geográfico del planeta Tierra y
colonizado toda su superficie” [9]
Simultáneamente al trabajo de Vernadsky sobre la biosfera, el
bioquímico soviético Alexander I. Oparin y el biólogo socialista británico
J.B.S. Haldane desarrollaron de manera independiente en los años 20 la teoría
del origen de la vida, conocida como la “teoría de la sopa primigenia”. Tal
como lo resumen los biólogos de Harvard Richard Levins y Richard Lewontin, “La
vida surgió originalmente de la materia inanimada [lo que como es bien sabido
Haldane describió como una “sopa caliente diluida”], pero este origen hizo que
su repetición fuese imposible, porque los organismos vivos consumen las
complejas moléculas orgánicas necesarias para recrear la vida de novo. Además, la atmósfera
reductora [falta de oxígeno libre] que existía antes del principio de la vida
se ha convertido, por acción de los organismos vivos, en otra rica en oxígeno
reactivo”. De esta forma, la teoría Oparin-Haldane explicó por primera vez
cómo se pudo haber originado la vida a partir de materia inorgánica, y porqué
el proceso no se podía repetir. De manera igualmente significativa, la vida,
surgida de esta forma hace miles de millones de años, podría ser vista como la
creadora de la biosfera dentro de un complejo proceso de coevolución [10]
Fue Rachel Carson, presentadora como es bien sabido del concepto
de ecosistema al público estadounidense, en su charla de 1963 que supuso un
hito, “Nuestro medio ambiente contaminado”, quien expresó de la forma más
elocuente esta perspectiva ecológica integrada y la necesidad de tenerla en
cuenta en todas nuestras acciones. “Desde el principio de los tiempos
biológicos”, escribió,
ha existido la interdependencia más íntima posible entre el medio
ambiente físico y la vida que este sostiene. Las condiciones de la Tierra joven
produjeron la vida; la vida, inmediatamente después, modificó las condiciones
de la Tierra, de manera que este único y extraordinario acto de generación
espontánea no podía ser repetido. De una forma u otra, la acción y la
interacción entre la vida y lo que le rodea ha estado en marcha desde entonces.
Este hecho histórico tiene, creo, un significado más que
académico. Una vez lo aceptamos vemos porqué no podemos llevar a cabo con
impunidad repetidos asaltos contra el medio ambiente como ahora hacemos. Un
estudiante serio sobre la historia de la Tierra sabe que ni la vida ni el mundo
físico que la mantiene existen en pequeños compartimentos aislados. Por el
contrario, reconoce la extraordinaria unidad entre organismos y medio ambiente.
Por esta razón sabe que las sustancias dañinas liberadas en el medio ambiente
vuelven con el tiempo para crear problemas a la humanidad.
La rama de la ciencia que trata de estas interrelaciones es la
ecología…. No podemos pensar solo en los organismos vivos, ni podemos pensar en
el medio ambiente físico como una entidad separada. Los dos existen juntos,
actuando uno sobre el otro para formar un complejo ecológico o ecosistema [11].
Sin embargo, a pesar de la visión ecológica integrada presentada
por figuras como Carson, los conceptos de Vernadsky de biosfera y ciclos
biogeoquímicos fueron minimizados durante mucho tiempo en Occidente debido al
modo reduccionista que prevalecía en la ciencia occidental y el trasfondo
soviético de estos conceptos. Los trabajos científicos soviéticos eran bien conocidos
por los científicos en Occidente y fueron traducidos con frecuencia en los años
de la Guerra Fría
por editoriales científicas e incluso por el gobierno de los EEUU -aunque
incomprensiblemente La
Biosfera de Vernadsky no fue
traducida al inglés hasta 1998-. Esto era una necesidad puesto que en algunos
campos, como la climatología, los científicos soviéticos iban muy por delante
de sus homólogos estadounidenses. Pero este amplio intercambio científico, que
cruzaba las divisiones de la
Guerra Fría , era raramente transmitido al público general,
cuyo conocimiento de los logros soviéticos en estas áreas fue prácticamente
inexistente. Ideológicamente, por tanto, el concepto de biosfera parecer haber
caído durante mucho tiempo bajo una especie de prohibición.
No obstante, la biosfera ocupó el centro del escenario en 1970,
con un número especial de Scientific
American sobre el tema [12].
Aproximadamente por esa misma época, el biólogo socialista Barry Commoner
advirtió en El círculo que se
cierra de los enormes cambios
en la relación de los humanos con el planeta, a partir de la era atómica y el
auge de los desarrollos modernos en química sintética. Commoner recordaba los
tempranos avisos de la alteración medioambiental del capitalismo de los ciclos
de la vida representados por el debate de Marx sobre la brecha en el
metabolismo del suelo [13]
En 1972, Evgeni K. Fedorov, uno de los principales climatólogos
mundiales y miembro del Presidium del Soviet Supremo de la URSS, así como el
principal partidario soviético de los análisis de Commoner (escribió unas
“Observaciones finales” a la edición rusa), declaró que el mundo debería
desengancharse de los combustibles fósiles: “El ascenso de la temperatura de la
Tierra es inevitable si no nos limitamos al uso, como fuentes de energía, de la
radiación solar directa y las energías hidráulica, maremotriz y eólica, en
lugar de obtener energía de los [combustibles] fósiles o las reacciones
nucleares”[14] Para Fedorov, la teoría de Marx del “metabolismo entre la
población y la naturaleza” constituía la base metodológica para un enfoque
ecológico de la cuestión del sistema Tierra [15] Fue en los 60 y 70 cuando los
climatólogos de la URSS y los EEUU hallaron por primera vez “pruebas”, en
palabras de Clive Hamilton y Jacques Grinevald, de un “metabolismo mundial”
[16]
El auge de los análisis del sistema Tierra en las décadas
siguientes se vio también fuertemente impactado por las extraordinarias vistas
desde fuera, aparecidas con las primeras misiones espaciales. Como escribió Howard
Odum, una de las figuras principales en la formación de la ecología de
sistemas, en Medio ambiente,
poder y sociedad:
Podemos empezar una visión de sistema de la Tierra con la
macroscópica del astronauta muy por encima de la Tierra. Desde un
satélite en órbita, la zona viva de la Tierra parece ser muy simple. La delgada
cáscara de agua y aire que cubre la Tierra -la biosfera- está limitada hacia el
interior por sólidos densos y hacia el exterior por el casi vacío total del
espacio exterior… Desde los cielos es fácil hablar de equilibrios gaseosos,
presupuestos energéticos de millones de años y la magnífica simplicidad del
metabolismo total de la delgada cáscara exterior de la Tierra. Con la
excepción del flujo de energía, la geobiosfera en su mayor parte es un sistema
cerrado del tipo en que los materiales se reciclan y reutilizan [17].
“El mecanismo de sobrecrecimiento” que amenaza este “metabolismo
total”, seguía Odum, “es el capitalismo” [18] El concepto actual de Antropoceno
refleja por tanto, por una parte, un reconocimiento reciente del rol en rápido
aceleramiento de los impulsos antropogénicos en la alteración de los procesos
biogeoquímicos y de los límites planetarios del sistema Tierra y, por otra, un
serio aviso de que el mundo, bajo el “business as usual” [seguir como siempre],
está siendo catapultado a una nueva fase ecológica -menos propicia para el
mantenimiento de la diversidad biológica y una civilización humana estable-.
Unir estos dos aspectos del Antropoceno -vistos de forma diferente
como el geológico y el histórico, el natural y el social, el clima y el
capitalismo- en una visión única, integrada, es lo que constituye el logro
principal de Facing the
Anthropocene. Angus demuestra que el “capitalismo fósil”, si no es
detenido, es un tren fuera de control que lleva al apartheid medioambiental
global y a lo que el gran historiador marxista británico E.P. Thompson llamaba
la amenazada etapa histórica del “exterminismo”, en la que las condiciones de
existencia de centenares de millones, quizá miles de millones de personas,
cambiarán drásticamente, y estarán en peligro las bases mismas de la vida tal
como la conocemos.
Además , todo esto tiene su origen en lo que Odum llamaba
“capitalismo imperial”, que pone en peligro las vidas de las poblaciones más
vulnerables del planeta en un sistema de desigualdad global forzada [19]
Los peligros son tales que sólo un enfoque nuevo, radical, de las
ciencias sociales (y por tanto de la sociedad misma), nos dice Angus -uno que
se tome en serio la advertencia de Carson de que si socavamos los procesos
vivos de la Tierra esto “volverá en su momento” para acosarnos- puede daros las
respuestas que necesitamos en la era del Antropoceno. Por lo que se refiere a
la urgencia del cambio, “mañana es demasiado tarde” [20]
Pero la ciencia social dominante, la que sirve al orden social
dominante y a sus capas dirigentes, hasta ahora ha servido para oscurecer estos
temas, poniendo su peso en las medidas paliativas junto a soluciones
mecanicistas como los mercados de carbono y la geoingeniería. Es
como si la respuesta a la crisis del Antropoceno fuese estrechamente económica
y tecnológica, compatible con la ulterior expansión de la hegemonía del capital
sobre la Tierra y sus habitantes -a pesar de que el actual sistema de acumulación
de capital se encuentra en la raíz de esta crisis. El resultado es empujar al
mundo a un peligro aún mayor. Lo que hace falta, por tanto, es reconocer que es
la lógica de nuestro actual modo de producción -el capitalismo- lo que se
interpone en el camino para crear un mundo de desarrollo humano sostenible que
trascienda el desastre en espiral que de otra manera espera a la humanidad. Para
salvarnos debemos crear una lógica socioeconómica diferente que apunte a fines
humano-ambientales diferentes: una revolución ecosocialista en la que las
grandes masas de la humanidad participen.
¿Pero no hay riesgos en un cambio tan radical? ¿No nos esperan
grandes luchas y sacrificios ante cualquier intento de derrocar el sistema
dominante de producción y de uso de la energía en respuesta al calentamiento
global? ¿Hay alguna seguridad de que seremos capaces de crear una sociedad de
desarrollo humano sostenible como conciben ecosocialistas como Ian Angus? ¿No
sería mejor equivocarse por el lado del negacionismo que por el del
‘catastrofismo’?¿No deberíamos dudar en pasar a la acción a este nivel hasta
que no sepamos más?
Aquí puede ser útil citar el poema didáctico del gran dramaturgo y
poeta alemán Bertolt Brecht “La parábola de Buda de la casa en llamas”:
Buda, sentado todavía bajo el árbol del pan,
a los que no le habían preguntado les narró la siguiente parábola:
“No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente. Pero aquella gente
no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía, si no hacía viento, si había
otra casa para ellos, y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder más para que dejen de hacer preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente
cambiar su sitio con el de otra persona, en vez ded quedarse, a ese hombre
nada tengo que decirle.” le dijo Gautama al Buda. [21]
a los que no le habían preguntado les narró la siguiente parábola:
“No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente. Pero aquella gente
no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía, si no hacía viento, si había
otra casa para ellos, y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder más para que dejen de hacer preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente
cambiar su sitio con el de otra persona, en vez ded quedarse, a ese hombre
nada tengo que decirle.” le dijo Gautama al Buda. [21]
Es el capitalismo y el medio ambiente global alienado que éste ha
producido lo que constituye hoy nuestra “casa en llamas”. Los ecologistas mayoritarios,
ante este monstruoso dilema, han preferido generalmente hacer poco más que
contemplarlo, observando y haciendo pequeños ajustes a lo que les rodea en el
interior mientras las llamas lamen el tejado y toda la estructura amenaza con
derrumbarse a su alrededor. El punto, en cambio, es cambiarlo, reconstruir la
casa de la civilización con principios arquitectónicos diferentes, creando un
metabolismo más sostenible entre la humanidad y la Tierra. El nombre del
movimiento para conseguir esto, surgiendo de los movimientos socialistas y
ecologistas radicales, es ecosocialismo, y Facing
the Anthropocene es su
manifiesto más actualizado y elocuente.
—-
Nota del autor: Este artículo es una adaptación de prólogo al libro de
Ian Angus Facing the
Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System (Monthly Review Press, 2016).
Notas:
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/La_crisis_del_Antropoceno
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