Insurrecciones
silenciosas
11 de noviembre de 2017
Por Raúl Zibechi (La
Jornada)
Los grandes cambios
comienzan siempre por pequeños movimientos invisibles para los analistas de
arriba y para los grandes medios , como
señala uno de los comunicados del zapatismo. Antes de que miles de personas
ocupen las grandes alamedas suceden procesos subterráneos, donde los oprimidos ensayan los levantamientos que luego hacen
visibles en los eventos masivos que la academia denomina movimientos sociales.
Esos cambios suceden en la vida cotidiana, son
producidos por grupos de personas que tienen relaciones directas entre ellas,
no son fáciles de detectar y nunca sabemos si se convertirán en acciones
masivas. Sin embargo, pese a las dificultades, es posible intuir que algo está
cambiando si aguzamos los sentidos.
Algo de esto parece estar sucediendo en países de América Latina.
Un compañero brasileño consideró, durante un encuentro de geógrafos con
movimientos sociales (Simposio Internacional de Geografía Agraria- SINGA), que
en este país estamos ante una insurrección
silenciosa. La intuición se basa en hechos reales. En el seno de movimientos
sociales y en los espacios más pobres de la sociedad, las mujeres y los
jóvenes, están protagonizando cambios, se están desplazando del lugar asignado
por el Estado y el mercado.
Los verdaderos movimientos son aquellos que modifican el lugar de
las personas en el mundo, cuando se mueven en colectivos y rasgan los tejidos
de la dominación. En
este punto, debe consignarse que no hay una relación directa o mecánica de
causa-efecto, ya que en las relaciones humanas las predicciones no son posibles
por la complejidad que contienen y por la interacción de una multiplicidad de
sujetos.
En los últimos años pude observar esta
tendencia de cambios silenciosos en el interior de varios movimientos. Entre
los indígenas del sur de Colombia, grupos de jóvenes nasa y misak re-emprenden
la lucha por la tierra que había sido paralizada por las direcciones, focalizadas
en la ampliación de las relaciones con el Estado que les proporciona abundantes
recursos. Algo similar parece estar sucediendo en el sur de Chile, donde una
nueva generación mapuche enfrenta la represión estatal con renovadas fuerzas.
Entre los movimientos campesinos consolidados,
donde existen potentes estructuras de dirección, mujeres y jóvenes están
emprendiendo debates y propuestas de nuevo tipo, que incluyen la movilización y
organización de las personas que se definen LGTB (lesbianas, gays, transexuales
y bisexuales).
Observamos también un creciente activismo en
el seno de los movimientos tradicionales de militantes negros que construyen
quilombos y palenques, incluso en las universidades, como puede apreciarse en
las academias brasileñas y colombianas donde abren espacios propios.
Durante la escuelita nos explicaron que la
mitad de los zapatistas tienen menos de 20 años, algo que pudimos apreciar. La
participación de las mujeres jóvenes es notable. Quienes participaron en los
encuentros de arte y ciencia convocados por el EZLN enfatizan esta realidad. En
otros movimientos aparece la organización de niños y niñas con asambleas que
excluyen a sus mayores.
Qué reflexiones podemos realizar sobre esta
insurrección silenciosa, que abarca a toda la sociedad y de modo particular a
los movimientos antisistémicos. Sin pretender agotar un debate incipiente,
propongo tres consideraciones.
La primera es que las insurgencias en curso de las mujeres,
de los pueblos negros e indígenas y de los jóvenes de todos los sectores
populares, están impactando en el interior de los movimientos. Por un lado,
están produciendo un necesario recambio generacional sin desplazar a los
fundadores. Por otro, ese recambio va acompañado de modos de hacer y de
expresarse que tienden a modificar la acción política hacia direcciones que,
por lo menos quien escribe estas líneas, no es capaz de definir con claridad.
La segunda es de carácter cualitativo, estrechamente
relacionada con la
anterior. La irrupción juvenil/femenina es portadora de preguntas
y culturas elaboradas en el interior de los movimientos, con sus propias
características. Las mujeres de abajo, por ejemplo, no enarbolan el discurso
feminista clásico, ni el de la igualdad ni el de la diferencia, sino algo nuevo
que no me atrevo a conceptualizar, aunque hay quienes mencionan feminismos
comunitarios, negros, indígenas y populares.
El deseo de los jóvenes zapatistas por mostrar
sus músicas y danzas, es algo más que una cuestión artística, del mismo modo
que sus preguntas sobre la
ciencia. En algunos casos, como el mapuche o el nasa, se
pueden observar cambios que, desde fuera, podemos valorar como una
radicalización que no se focaliza sólo en las formas de acción política, sino
también en la recuperación de tradiciones de lucha que habían sido casi
abandonadas por sus mayores.
La tercera, y quizá la más importante, es que la irrupción de los abajos
jóvenes y mujeres va perfilando otra concepción de revolución, que se aparta de
la tradicional teoría de la revolución de cuño leninista. Aquí aparece otra
cuestión: ¿cómo se hace política en clave quilombo/palenque? ¿Cómo es la
política en clave mujer? No me refiero a la participación de las mujeres y los
jóvenes de abajo en las estructuras ya existentes.
Las respuestas las darán los propios pueblos, que están abriendo
caminos nuevos, aunque el analista de arriba siempre tiende a verlos con ojos y
conceptos del pasado. Se trata de construir, más que de ocupar las
instituciones existentes. Se van creando mundos nuevos o sociedades nuevas, si se
quieren nombrar con los conceptos de antes: poderes propios, justicia propia en
base, muchas veces, a tradiciones y en otras al sentido común de los pueblos;
salud, educación y maneras de ocupar el espacio en base a lógicas no
capitalistas.
El mundo, nuestro mundo, está cambiando de manera acelerada.
Rechazar esos cambios, sería tanto como anular la capacidad transformadora que
está enterrando el capitalismo y levantando un mundo nuevo sobre sus escombros.
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