Desbordes del velorio mediático: ¿solo los “medios k” están en crisis? ¿Qué metamorfosis ocurre
en el mapa de medios ?
El lunes pasado cerró la Agencia DyN (Diarios y
Noticias, cuyos accionistas mayoritarios son Clarín y La Nación), la mayor
agencia de noticias privada de la Argentina, mientras un juzgado comercial
decretó la quiebra de Radio Rivadavia, una de las históricas emisoras de AM del
país. En simultáneo, se empantanan las negociaciones por las empresas
audiovisuales del Grupo Indalo, propietario de la señal C 5N, y las radios FM
Pop, Vale, Radio 10, Mega y TKM, entre otras y, en este mismo año inaugurado
con el cierre de los talleres AGR (Grupo Clarín) y el cierre de seis revistas
de Editorial Atlántida (hoy en manos del conglomerado mexicano Televisa), el
titular de Página/12, Víctor Santa María, afirma que el rojo del periódico pone
en riesgo su supervivencia.
Quien pierde con el cierre de esas fábricas de contenidos que son
los medios (algunos con grandes
audiencias, otros no) es la sociedad, que asiste al velatorio en el que un
grupo intenso de sobrevivientes discuten si la culpa es del kirchnerismo o del
macrismo, sin consideración o empatía con los más de 2500 trabajadores que
quedaron en la calle.
Ya en la morgue de cadáveres de medios
de comunicación, la sala de los que estuvieron netamente identificados con el
kirchnerismo, inaugurada con la asunción de Mauricio Macri como presidente,
está colmada. Curiosos disfrazados de forenses dictaminan a primera vista que
la morgue se reduce a esa sala, que no hay otros cadáveres dignos de atención.
Sin embargo, si bien el segmento de “medios
k” presenta su especificidad, es la morgue de medios
en su totalidad (y no sólo la sala “k”) la que acusa el desborde por una
epidemia que sobrepasa los alineamientos partidarios.
Con las autopsias en la mano que revelan las características de la
peste que asola al sector y las salas de terapia intensiva repletas de medios agonizantes, es previsible que la morgue
colapse en los próximos años.
La simplificación del problema reduciéndolo sólo a los “medios k” es el atajo preferido por las dos veredas
de la grieta. En
el deporte de echar la culpa al otro, el atajo es tentador. Unos, victoriosos,
celebran la descomposición súbita del empresariado “k” tras haber sido
engordados artificialmente en el feedlot de la publicidad oficial y exhibir
públicamente su incapacidad para desarrollar modelos de negocios
complementarios, e incluso justifican el tendal de despidos causados por el
cierre de medios y llegan a
responsabilizar a los empleados por haber “elegido” trabajar en empresas de
dudosa sostenibilidad. Los otros, derrotados, encuentran en el torniquete
aplicado por Cambiemos/PRO a la publicidad oficial a algunos medios , o en el reclamo oficial a determinados
empresarios (no a todos) por deudas acumuladas con el fisco, la persecución
ideológica que denuncian tramada por el gobierno nacional como vendetta por
contradecir el panegírico oficialista que corean los medios
de mayor audiencia. Pero la realidad desencaja el confort dicotómico; es
incorrecto acotar el problema a las empresas de medios
con línea editorial nítidamente kirchnerista.
La morgue no da abasto. Exequias del
kirchnerismo mediático
El kirchnerismo fue transgresor e hiperactivo en su política de medios . Impulsó y sancionó una regulación
audiovisual, la primera respetuosa de los valores constitucionales desde 1983,
y luego la profanó; usó intensivamente los recursos estatales como
artillería; se alió y se peleó con el Grupo Clarín; disputó la agenda pública
con los grandes medios comerciales;
inventó un sistema de medios afines
a través de la transferencia de grandes partidas de presupuesto público; generó
capacidades productivas en el interior del país; amplió el acceso social a
contenidos de interés relevante; denostó a periodistas y conductores no
alineados con sus políticas; modernizó la infraestructura de conectividad. El
engendro de medios privados “k”, hoy
en avanzada descomposición, es uno de los aspectos más controvertidos de ese conjunto
tan incoherente y ambicioso como incapaz de sostenerse sin la transfusión
cotidiana de sangre desde la
Casa Rosada.
Algunas empresas de medios
“k” implosionaron desde el comienzo del gobierno de Macri, evidenciando
carencia de estabilidad a mediano plazo y nula capacidad de previsión. Otros,
los que sobrevivieron hasta las PASO 2017, con las encuestas en la mano de las
próximas elecciones empeoraron su padecimiento e incluso reconocen que el
desenlace puede ser inminente. Las penurias de este segmento “k” tienen razones
peculiares que las distinguen en un panorama que, en general, es aciago para
todos los productores de noticias y entretenimientos masivos, sean o no “k” y
sean o no argentinos.
Página/12 no llega a fin de mes (en el sentido de que sus pérdidas
mensuales son cuantiosas), según declaró Víctor Santa María como representante
de su patronal, el Grupo Octubre, perteneciente a los trabajadores de
edificios. Algunos de los periodistas más connotados del diario fundado en 1987
por Ernesto Tiffenberg, Jorge Lanata y Fernando Sokolowicz afirman en privado
que la empresa nunca antes vivió una crisis tan marcada y que corre riesgo su
continuidad. Distinta sería la suerte de otros medios
del Grupo Octubre (como la bien posicionada AM750), al menos mientras no
prosperen las denuncias del macrismo contra Santa María.
El caso de Indalo Media, de Cristóbal López y Fabián de Sousa, es
más conocido. Tras su frustada venta a la mendocina familia Terranova,
cuyos negocios en medios prosperaron
en la última década al calor del apoyo de la gestión de Macri como jefe de
gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, todo el Grupo Indalo fue transferido a
“OP Investments”, cuyo representante Ignacio Rosner (alcanzado por los Paradise
Papers) dice que no considera activo estratégico el segmento de medios y por eso le busca comprador. Esta
operación se halla sujeta a aprobación del juez federal Julián Ercolini, dado
que López y De Sousa están inhabilitados para vender sus propiedades a raíz de
la deuda de $8 mil millones y $10 mil millones por impuestos. Indalo Media
posee la señal audiovisual C5N, Radio 10, las FM Pop, Mega, Vale y Radio One y
Ámbito Financiero, entre otros medios .
Aunque la audiencia de las emisoras de tv y radio es alta (en algunos casos,
son líderes o disputan el liderazgo de su mercado), los arreglos económicos de
López con el kirchnerismo se pulverizaron con el cambio de mando en la Casa Rosada , que no
acepta guiños (como fue el despido del conductor Roberto Navarro de
la empresa) ni alternativas a la capitulación incondicional.
En tanto, y mientras gana licitaciones de obra pública con el
macrismo, Electroingeniería mantiene a Radio del Plata con respirador
artificial y somete a sus trabajadores al atraso de pago de sueldos a pesar del
muy buen desempeño en rating que logró tras la asunción de Macri, cuando llegó
a estar segunda después de Radio Mitre (Grupo Clarín). El vaciamiento de Radio
del Plata, que provocó el éxodo de algunas de sus conductores estrella,
evidencia tanto el ruinoso gerenciamiento de la compañía de los Ferreyra
(Gerardo y su hijo Sebastián) como el curioso comportamiento del mercado
publicitario, que se priva de colocar anuncios en una emisora dirigida a un
público ABC1.
Más escandalosa fue la liquidación del Grupo Veintitrés, de Sergio
Szpolski y Matías Garfunkel. Como en un acto de ilusionismo, el tinglado al que
los gobiernos de Fernández de Kirchner apostaron con cientos de millones del
tesoro público (entre julio de 2009 y junio de 2015, $ 815 millones) se
autodestruyó en un abrir y cerrar de ojos. Algunas de las empresas pasaron a la
órbita de Indalo Media, otras cerraron y una, Tiempo Argentino, fue resucitada
como cooperativa por los trabajadores, en lo que constituye una experiencia
inédita en el país. En plena campaña electoral de octubre pasado, la entonces
candidata a senadora Fernández de Kirchner titubeó cuando, entrevistada
por Elizabeth Vernaci, le preguntaron sobre el profuso manantial de pauta
publicitaria con el que en sus dos gestiones presidenciales regó las cuentas
bancarias de Szpolski y Garfunkel.
El falso conjuro de la paja en el ojo ajeno
Los estertores de los “medios
k” suelen festejarse en la trinchera opuesta por dos motivos: en primer lugar,
porque ven en esa agonía el resumen representativo toda la política de
comunicaciones de los gobiernos de Fernández de Kirchner y, por consiguiente,
hallan la evidencia anhelada para impugnar toda la política pasada; en segundo
lugar, porque funciona como un falso conjuro: la peste sólo contagia al
portador de kirchnerismo y no se propagará entre sus adversarios. Sin embargo,
la epidemia excede con mucho al kirchnerismo y, en gran medida, desborda las
fronteras argentinas.
En enero de este año, el Grupo Clarín anunciaba el cierre de su
planta Pompeya de Artes Gráficas Rioplatenses (AGR), taller que llevaba “cuatro
años consecutivos de pérdidas crecientes” que, por “la fuerte reconfiguración
que atraviesa el sector de la impresión comercial”, el principal conglomerado
mediático del país “se ve en la necesidad de reestructurar sus actividades,
enfocándose en sus segmentos de impresiones digitales variables, distribución y
logística, y discontinuando una parte de su sector de impresiones masivas”. 350
trabajadores del mayor y más próspero multimedios
del país fueron afectados por la medida.
En abril pasado, Editorial Atlántida, perteneciente al grupo
audiovisual mexicano Televisa, cerró seis de sus publicaciones tras un año de
ajustes que al día de hoy continúan. Al enmarcar la crisis de la más antigua
editorial de revistas del país, fundada por en 1918 por Constancio C. Vigil, La
Nación recordaba que “en la última década, la circulación de revistas en la
Argentina se redujo a la mitad y su participación en la torta publicitaria
también se vio resentida”.
Al comenzar este mes de octubre, el juez nacional en lo comercial
Horacio Robledo declaró la quiebra de Radio Emisora Cultural, titular de la licencia AM 630 LS5
Radio Rivadavia. En tanto, el grupo América de Daniel Vila y José Luis Manzano
está en tratativas de venta, lubricadas a nivel normativo por un decreto de
Macri que permite que los empresarios transfieran licencias sin previa
autorización estatal.
Esta semana el Directorio de la Agencia DyN ,
encabezado por Clarín y La Nación, anunció su cierre después de 35 años de
funcionamiento. Todas las empresas periodísticas de Buenos Aires despidieron
empleados y/o abrieron retiros voluntarios en los últimos dos años, comenzando
por Clarín y La
Nación. El SiPreBA (Sindicato de Prensa de Buenos Aires)
estima en 2500 la cantidad de trabajadores de prensa despedidos desde enero de
2016.
Pretender que el cataclismo de los medios
de comunicación es consecuencia directa y exclusiva de las políticas de
Fernández de Kirchner es tan estéril como tapar el sol con la mano. En un marco de
transformaciones sociales, económicas, políticas y tecnológicas de carácter
global, la estructura del sistema de medios
argentino acusa impactos mayúsculos. Los cambios no son únicamente
tecnológicos, aunque la convergencia digital acelera y dispone un entorno crítico
por el surgimiento de depredadores y amenaza de extinción para especies
históricas del ecosistema de la comunicación masiva; también son políticos y
regulatorios, lo que refuerza la percepción de que el presente es una frontera
y que al atravesarla nada será como fue.
¿Todo tiempo pasado fue mejor?
La idea de que la metamorfosis en curso o las políticas recientes
son las que conmueven las bases de una construcción que fue sólida antes del
kirchnerismo y consistente antes de la revolución digital, puede resultar
excitante, pero es falsa. Ni el pasado fue glorioso ni el presente es
promisorio.
La inscripción de estos cambios en la historia reciente del sector
de la comunicación en Argentina permite advertir la lógica de una
estructuración que exhibía conflictos y contradicciones profundas desde hacía
décadas. Es importante mencionarlos: la excesiva concentración de la propiedad,
el arancelamiento de accesos y fracturas sociales que determinaron brechas en
la posibilidad de uso de bienes y servicios de la cultura, la mercantilización
de los contenidos, el alquiler y subalquiler de espacios de programación o
edición, la profusa asistencia estatal a través de publicidad oficial y de
otras medidas como la prórroga sine die de las licencias, las moratorias impositivas
y facilidades crediticias extraordinarias, la ausencia de medios estatales orientados a la promoción de la
diversidad y el pluralismo (de puntos de vista, de representaciones sociales y
geográficas, de géneros de programación), la proscripción del acceso a la
titularidad de las licencias de radio y tv para organizaciones sin fines de
lucro, la centralización geográfica de las producciones, la financierización de
la estructura de propiedad, la extranjerización de actividades dinámicas del
sector y la precarización de la organización de los procesos de trabajo.
Pero hasta hace unos diez años, los medios
de comunicación aún gozaban del control de la cadena productiva de la
información y el entretenimiento que circulaba masiva y cotidianamente,
definiendo una agenda de asuntos a los que les conferían importancia y que,
entonces, despertaban el interés variable de distintos grupos sociales. En el
caso de las empresas de medios más
poderosas, el control de la cadena productiva se extendía hasta la posesión misma
de la propiedad de los eslabones necesarios para producir, editar, distribuir,
exhibir y comercializar los flujos de contenidos que bombeaban la opinión
pública. Tenían la sartén por el mango mientras sus propios protagonistas
añoraban un pasado aún más remoto para evocar los tiempos del mítico periodismo
“de calidad”.
Desde entonces, de modo creciente, la intermediación de gigantes
digitales globales como Google y Facebook afectó el funcionamiento de la cadena
productiva de la información y el entretenimiento quitándoles a las industrias
de medios el control no sólo de la
organización de los contenidos que producen sino, también, de su distribución,
exhibición y comercialización. Es decir que los intermediarios digitales,
caracterizados desde los medios como
depredadores que parasitan los contenidos creados por éstos, se lograron
insertar como molestos eslabones estratégicos del ecosistema de contenidos
capturando así porciones crecientes de la renta del sector.
Las nuevas reglas económicas del juego de las comunicaciones
quitan oxígeno a las empresas periodísticas para transferirlo a esos
intermediarios digitales. Google y Facebook capturan el 90% de la renta
publicitaria online global. No es en la Argentina sino en España donde por
desde la Federación de las Asociaciones de Prensa reconocen que “estamos en
ciernes de una revolución del sistema publicitario, que va a tener una
continuidad dramática en el futuro”, porque “el mercado de prensa en España es
tremendamente pequeño y cualifica muy mal. No hay manera de sacar partido a
nuestros productos”, mientras vaticinan una contracción severa de la oferta de medios que engrosará de cadáveres su morgue.
La nueva escena digital expresa una doble derrota para planificar
desde los medios la negociación
cotidiana con otras instituciones y con el humor y valores sociales en el
troquelado de la agenda pública (a menos que se crea que sólo los medios producen agenda): por un lado, el quiebre de
su monopolio en la distribución, exhibición y comercialización de contenidos es
percibido por otros actores (como gobiernos y empresas) como una oportunidad
para desintermediar sus mensajes y dirigirse directamente a sus interlocutores
sin pagar el peaje (simbólico y económico) de usar como plataforma de
comunicación a los medios ; por otro
lado, la irrupción de los intermediarios de Internet erosiona la capacidad de
los medios para medir la temperatura
del humor social, las tendencias y gustos cambiantes de los diferentes grupos,
así como de interpretar las razones mutantes de la agregación y desagregación
de las audiencias. Moribundos, los medios
pierden el conocimiento de lo que ocurre a su alrededor y con ellos mismo.
Con las organizaciones que tradicionalmente se dedicaron a la
producción de contenidos debatiéndose entre la terapia intensiva con
transfusión de recursos públicos y la putrefacción de sus grandes redacciones
inertes, se reactiva la pregunta acerca de cómo garantizarán los Estados la
obligación de proveer diversidad de puntos de vista en información y entretenimiento
para asegurar el ejercicio pleno a la libertad de expresión no sólo de los
pocos que sobrevivirán a la peste (en parte, gracias al intercambio de favores
con los gobiernos de turno), sino del resto de la comunidad, con o sin
capacidad patrimonial o de lobby privilegiado con la conducción estatal.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/
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