La farsa
neodesarrollista y
las
alternativas populares
en América Latina y el Caribe
1 de noviembre de 2017
Por Mariano Féliz y María
Orlanda Pinassi
El capitalismo fue
incapaz de introducir en América Latina el ciclo de sus revoluciones típicas.
Para garantizar su desarrollo, el capital tuvo que recurrir a menudo a
dictaduras crudas. Siempre ha oscilado entre el conservadurismo, la revolución
política (por la cúpula) y las reformas de superficie, de alcance social
restringido, culminando en la contrarrevolución preventiva como último recurso
de autodefensa.
(Florestan
Fernandes, 1973: 71)1
Nuestra experiencia
nos ha enseñado que, sobre todas las cosas, debemos ser pacientes,
perseverantes y decididos. A veces pasan meses sin que nada aparentemente
suceda. Pero si se trabaja con ejercicio de estas tres cualidades, la tarea
siempre ha de fructificar; en una semana, en un mes o en un año. Nada debe
desalentarnos. Nada debe dividirnos. Nada debe desesperarnos.
Agustín Tosco2
En este último período, América Latina y el Caribe atravesaron dos
décadas de proyectos de orientación general neodesarrollista. Por procesos
diferentes, nuevos gobiernos asumieron la tarea de intentar enfrentar las
limitaciones del proyecto hegemónico del neoliberalismo en crisis en la región.
En algunos casos, procesos populares de masividad proyectaron en
el Estado propuestas de transformación más o menos radical de las sociedades.
El caso de la
Revolución Bolivariana en Venezuela, desde 1999; el Proceso
de Cambio en Bolivia, a partir de 2005; o aun la Revolución Ciudadana
en Ecuador, desde 2007, se presentaron como programas de irrupción del pueblo
trabajador que posibilitaron modificaciones reales en los regímenes políticos
constitucionales. Esas transformaciones aparecieron como alternativas al
programa neoliberal, pero, como procesos abiertos –de intensidades y ritmos
diferentes–, enfrentaron y enfrentan las presiones desarrollistas del
capitalismo globalizado. Reformas que apuntan a construir un Estado plurinacional
en Bolivia, que incluyen a la Naturaleza como sujeto de derecho en Ecuador o
los primeros pasos en la construcción del Estado Comunal en Venezuela son
avances notables en el camino del cambio social en la región.
En otros procesos, las fuerzas políticas en el Estado enfrentaron
el programa neoliberal con políticas de alivio social, pero no tuvieron ninguna
disposición de encontrar vías para proyectar las demandas más radicales de sus
pueblos. Los de Argentina y Brasil son –entre otros– ejemplos de procesos de
esta naturaleza. En Argentina, el movimiento social más disruptivo (el liderado
por los movimientos piqueteros a comienzos de los 2000) pudo ser neutralizado
por la potencia política de la estructura del Partido Justicialista (PJ) como
expresión actual del peronismo (en su nueva forma, como kirchnerismo). En
Brasil, por su parte, el Partido de los Trabajadores (PT) concluyó con su
integración sistémica (iniciada años antes), ganando las elecciones en 2003,
pero sin la disposición de impulsar transformaciones sociales más profundas. En
otros territorios, movimientos populares fragmentados y debilitados fueron
incapaces de siquiera impulsar cambios en las fuerzas políticas gobernantes,
aun si en algunos casos pudieron propiciar algunas reformas parciales de corte
redistributivo. El caso de Chile o el de Colombia han sido ilustrativos al
respecto.
En Centroamérica y el Caribe, por su parte, se evidencia la
indivisible relación que el proyecto neodesarrollista tiene con la barbarie de
las intervenciones institucionales, militares y civiles, contra los pueblos
afectados por flagelos sociales y ambientales. La violencia de la MINUSTAH
(Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití) en Haití3
y los crímenes de las bandas rivales en El Salvador o los del narcotráfico en
México, ejercen un enorme control sobre las poblaciones en la pobreza. En muchos
casos, miles de personas huyen de la miseria social en sus países en la
búsqueda de trabajos cada vez más precarios en los países vecinos. En mayor o
menor medida, el conjunto de la región se vio atrapada en procesos de similares
características.
Todos estos
procesos políticos se vieron condicionados por la coyuntura del capitalismo
internacionalizado, con su renovada impronta extractivista, y la tendencial
transición hegemónica desde Occidente a Oriente (es decir, simplificando las
cosas, de EE.UU. a China). El capitalismo a escala global atravesó el punto
alto de un proceso de valorización especulativa exacerbada (expresión final de
la crisis del ajuste neoliberal global) y el inicio de la crisis tardía
neoliberal en el centro en el segundo quinquenio de la década de 2000. La
primera fase creó un marco propicio para la avanzada regional de los rasgos más
destructivos del neoextractivismo; también, promovió la reproducción ampliada
de aquellos rasgos más regresivos de las facetas neodesarrollistas de las
distintas estrategias de desarrollo. El alza en los precios internacionales de
las materias primas favoreció, en nuestra región, la construcción de hegemonías
políticas basadas en la redistribución marginal de los ingresos antes que
transformaciones más profundas en las formas de producción y reproducción
social. Las experiencias más radicales (con el caso de la República Bolivariana
de Venezuela como punto más alto) fueron –como señalamos– la excepción más que la regla. La crisis en el
centro, desde 2008, comenzó a desbaratar las condiciones generales expansivas y
contribuyó a crear un marco general menos propicio para cambios siquiera leves,
favoreciendo a la vez el avance de fuerzas reaccionarias.
Las dificultades de los movimientos sociales para imponer su
agenda de cambio radical se tornaron más evidentes a partir de ese momento. Con
marcados obstáculos para articular las demandas en un proyecto colectivo de
masas, los movimientos populares fuimos contenidos e incorporados parcialmente
en la estrategia dominante. Esa estrategia no pudo, en general, romper con la
impronta histórica del desarrollismo en sus diversas versiones. Las “urgencias”
de la construcción hegemónica y las contradicciones de la geopolítica y la
política “de Estado” operaron para frenar o bloquear las sendas más ofensivas
de los procesos sociopolíticos más avanzados en marcha. En casos como los de
Bolivia, Ecuador o Venezuela, las dificultades fueron evidentemente grandes. En
los dos primeros, la reforma constitucional fue el pináculo del cambio, que
luego prácticamente se detuvo. En Venezuela, el momentum del cambio radical fue
profundo hasta al menos la muerte de Hugo Chávez, en 2013, a partir de lo cual
las dificultades políticas se multiplicaron. Si bien es evidente que el giro
conservador y rapaz del imperialismo actuó como un condicionante creciente (en
especial, como es evidente en estos días en Venezuela), las complejidades de la
construcción de poder popular y las dificultades estratégicas sumaron
elementos.
Mucho más débil fue el cambio en aquellos países donde la ‘toma
del poder’ por parte del pueblo nunca se planteó como proyecto. Mucho más fácil
fue allí que las fracciones de las derechas tradicionales y los sectores
capitalistas más concentrados pudieran presentarse como alternativas políticas
en el nuevo contexto. En países como Argentina o Brasil, las fuerzas políticas
que arribaron al gobierno a comienzos de los 2000 se propusieron de entrada la
construcción de formas de “crecimiento con inclusión” o “capitalismo en serio”,
sin intención de superar el régimen social de explotación. En general, esas
fuerzas políticas (también en Uruguay con el Frente Amplio) llegaron al gobierno
con el fin de recomponer las condiciones para la acumulación de capital en la periferia. Partieron
de la hipótesis de que ello sería compatible, a mediano plazo, con formas de
redistribución parcial de ingresos y construcción de ciudadanía, aunque no
necesariamente con el fortalecimiento del poder popular.
La historia
reciente del giro conservador en la región pone en cuestión las dificultades de
los movimientos populares para irrumpir y subvertir las estructuras sociales
del capital en sus diferentes formas. Esto parece ser evidente cuando las
consecuencias políticas de las luchas populares no logran consolidar procesos
que simultáneamente fortalezcan la construcción del poder popular y radicalicen
la crítica social.
Este giro “a la derecha” ha sido encarado activamente por
gobiernos llamados progresistas (como el de Brasil con Lula y Dilma, o en el
Uruguay de ‘Pepe” Mujica y Tabaré Vázquez), pero también por gobiernos de
impronta más radical (como el de Evo en Bolivia). Por supuesto, este cambio se
ha acelerado en aquellos países donde las derechas tradicionales o las nuevas
derechas han logrado desplazar a esas fuerzas autoproclamadas progresistas; en
Brasil, por la vía de un golpe de Estado; o en Argentina, por la vía de las
elecciones. Si, como señalamos, la faceta redistributiva y popular/populista
del neodesarrollo tuvo enormes limitaciones, el giro conservador en él (y más
allá de él) expresa la propia naturaleza de las demandas sistémicas.
¿Es el ajuste
tendencial, la “sintonía fina” como la denominó en 2011 la presidenta argentina
Cristina Fernández, un tiempo necesario en el camino del neodesarrollo? La
superación neodesarrollista hacia la derecha apareció a la vez como camino
inevitable de una estrategia reformista y, a la vez, como expresión de los
límites para la estrategia de construcción de poder de las organizaciones
populares. La caracterización del momento actual como mero “regreso del
neoliberalismo” proyecta como alternativa la matriz política del “volveremos”
de los movimientos políticos que sostuvieron el neodesarrollo como estrategia.
Ese recurso aparece privilegiando las políticas del mal menor convertido en
estrategia y, por ello, conduce –como explicaba Gramsci– a un callejón sin
salida para las fuerzas populares.
Se abren múltiples
interrogantes en la nueva etapa que se ha iniciado. ¿Los progresismos tienen
una debilidad congénita para canalizar las ansias populares de cambio social
radical? ¿Sólo pueden operar como amortiguadores de las luchas populares, como
cara amable de proyectos sociales injustos? Y, si eso fuera así, ¿qué papel
tenemos los movimientos populares de la región para evitar que esos procesos se
consoliden como medios para la
reproducción ampliada de la explotación, el saqueo y la muerte? Las trampas del
neodesarrollo nos han dejado con un sabor amargo, al parecer. En la batalla
contra la avanzada neoliberal de las décadas anteriores, no hemos sabido
superar los límites de un Estado social precario que promete el desarrollo
(capitalista) como medio universal de inclusión.
Pero, ¿qué tipo de inclusión puede ofrecer un Estado construido
sobre la base de las relaciones sociales capitalistas y patriarcales en
nuestras sociedades, atravesadas por la colonialidad? Por otra parte, ¿cómo se
vincula la inclusión en un marco capitalista con las demandas de cambio social
por parte de los movimientos populares?
¿Es posible que debamos volver a pedir lo imposible? El cambio
social radical, revolucionario, nos convoca a todas y todos a una batalla
integral que suponga una lucha en, contra y, sobre todo, más allá de las formas
sociales que hoy nos atraviesan: más allá del Estado, del capital, de la
mercantilización de la vida.
¿Y cómo hacer? ¿Cuáles son las mediaciones necesarias para
proyectar ese cambio social? La construcción de formas del poder popular, donde
la participación activa, donde el protagonismo del pueblo sean ejes
articuladores del cambio, aparece como elemental. ¿De qué manera podemos
superar las formas organizativas que replican la jerarquía, verticalidad y
opresión que impone el sistema? Esa es la búsqueda más importante, sin dudas.
Lograr la construcción de procesos colectivos y diversos que nos permitan
canalizar nuestras esperanzas, nuestros sueños y proyectos de transformación,
se convierte en una de las prioridades.
Este libro presenta una serie de trabajos realizados por
académicos y/o militantes populares de la región. Cada uno de
ellos hace, a su manera, un intento de problematizar las contradicciones de
estos procesos de cambio, el lugar de las organizaciones populares y las
necesidades tácticas y estratégicas. Sin pretender ser respuestas contundentes
o acabadas, intentan de conjunto aportar elementos para comprender la coyuntura
actual y, sobre todo, proveer pistas para renovar las prácticas de cambio
social radical que hoy, nuevamente, se presentan como indispensables.
Esta compilación ha sido un esfuerzo colectivo de muchos meses que
no podríamos haber realizado sin el apoyo y acompañamiento de muchas y muchos.
En particular, yo, Mariano, quisiera reconocer a Melina, quien siempre acompaña
mis ideas y proyectos, aportando su mirada aguda y su colaboración intelectual
y amorosa. Y yo, Maria Orlanda, agradezco la colaboración de Camilla Marcondes
Massaro, Roberta Traspadini y Ana Raquel de Oliveira Alves en la organización y
revisión de los textos en portugués. Finalmente, nos gustaría agradecer a las y
los compañerxs de Herramienta, que pusieron tanto esfuerzo para que este libro
llegara a buen puerto.
Dedicamos este libro a todxs lxs compas perseguidxs por el
capital, por todxs lxs compas encarceladxs, torturadxs, asesinadxs,
desaparecidxs por el Estado militarizado de Argentina, Brasil y toda America
Latina. Santiago Maldonado, militante solidario con lxs Mapuche, hoy
desaparecido por las fuerzas de represión del Estado argentino, José Claudio
Ribeiro da Silva y Maria do Espírito Santo da Silva, líderes
anti-extractivistas y ambientalistas (Pará, 2011), Amarildo Dias de Souza,
albañil, negro y pobre (Río de Janeiro, 2013); Ricardo Nascimento, cartonero,
negro y pobre (San Pablo, 2017); Clodiodi de Souza, trabajador de la salud,
indígena guarani-kaiowaá (Mato Grosso do Sul, 2016), y todxs lxs compañerxs
caídos en las luchas, presentes. A Facundo
Jones Huala, líder Mapuche, injustamente preso.
Mariano Féliz y María Orlanda Pinassi
Agosto de 2017
Fuente: http://www.dariovive.org/?p=8294
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