Sionismo,
antisemitismo y la
Declaración Balfour
30 de noviembre de 2017
Por Gilbert Achcar (OpenDemocracy)
Traducción: Gabriel Huland y Susana Kobles
La complementariedad entre el deseo antisemita de deshacerse de
los judíos y el proyecto sionista de enviar a todos los judíos a Palestina
parece ser ignorada, por ejemplo, por Theresa May.
Hace cerca de un año, el pasado 12 de
diciembre, la primera ministra (PM) Theresa May pronunció las siguientes
palabras en el Almuerzo de Negocios Anual de los Amigos Conservadores de
Israel: “El 2 de noviembre de
1917 el entonces ministro de Relaciones Exteriores –un ministro de Exteriores
conservador-, Arthur James Balfour, escribió: ‘El Gobierno de Su Majestad
contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional
para el pueblo judío y pondrá todo su empeño en facilitar el logro de este
objetivo …’”.
La primera ministra leyó todo el texto de la carta a la que
volveré a referirme más adelante. Después pronunció las siguientes palabras: “Se trata de una de las cartas más
importantes de la
historia. Demuestra el rol vital de Gran Bretaña en la
creación de un hogar para el pueblo judío. Y se trata de un aniversario que
celebraremos con orgullo”.
La primera ministra añadió: “De aquella carta y de los
esfuerzos de tantas personas, nació un país especial”. Un país, Israel, que la primera
ministra describió como “una democracia próspera, un faro de tolerancia, un
motor de negocios y un ejemplo para el resto del mundo de superación de
adversidades y resistencia al desfavorecimiento”. La PM entonces aprovechó la
oportunidad de su discurso para atacar al Partido Laborista respecto a la
cuestión del antisemitismo. Esto se dio unos días después de un evento similar
organizado por los Amigos Laboristas de Israel: “Entiendo que a este almuerzo le
han dejado el listón muy alto tras las extraordinarias escenas en el evento de
los Amigos Laboristas de Israel. Este comenzó, de forma inusual, con Tom Watson
interpretando a pleno pulmón Am Yisrael Hai. El público se sumó mientras su voz
barítona llenaba la sala. ‘Am Yisrael Hai – el pueblo de Israel vive.’ Es un
sentimiento con el que todos en la sala están sinceramente de acuerdo. Pero
permítanme decir lo siguiente: no hay karaoke que pueda compensar la vista
gorda que se hace al antisemitismo”. La
PM siguió enorgulleciéndose de sus logros como ministra y los logros de su
partido y gobierno al combatir el antisemitismo (e igualándolo al
antisionismo).
Así pues, el discurso de la PM se basaba en lo que cualquiera que
conozca las circunstancias reales de la Declaración Balfour
podría identificar como una contradicción descarada. Edwin Samuel Montagu
era el único judío miembro del equipo de Gobierno liderado por David Lloyd
George, al que Balfour pertenecía, y sólo el tercer ministro judío en la
historia británica. Comentó de la siguiente manera el borrador de la carta de
Balfour cuando la recibió en agosto de 1917: “Deseo que conste en acta mi
opinión de que la política del Gobierno de Su Majestad es antisemita y de que,
por consiguiente, servirá de inspiración a todos los antisemitas del mundo”.
Montagu comentó que “resulta inconcebible que el sionismo sea reconocido por el
gobierno británico y que se autorice al Sr. Balfour a decir que Palestina se
tiene que reconstituir como el ‘hogar nacional del pueblo judío’. No sé qué
implica esto, pero supongo que ello significa que mahometanos y cristian os deben dar paso a los judíos y que los
judíos deben ser puestos en todas las posiciones preferentes y deben ser
extrañamente asociados con Palestina de la misma manera que Inglaterra lo es
con los ingleses o Francia con los franceses, que turcos y otros mahometanos en
Palestina serán considerados extranjeros, de la misma manera en que los judíos
de aquí en adelante serán tratados como extranjeros en todos los países,
excepto en Palestina”. Añadió entonces –irónicamente, como probablemente creía
ser el caso: “Quizás también la ciudadanía solo debería concederse a raíz de
un test religioso”. De hecho, esta última frase resultó ser profética, ya
que la concesión de ciudadanía en el Estado de Israel acabaría estando
inseparablemente asociada a la identificación religiosa como judío. Es
totalmente comprensible la preocupación de Edwin Montagu por los musulmanes y cristian os en Palestina – constituían más del 90% de
la población en la época-, pero quizás haya quien se pregunte por qué él
entendía la política del Gobierno británico como antisemita. La
cuestión se clarifica si se lee el texto completo de su memorándum al equipo de
gobierno. Refiriéndose a dos publicaciones de la época, el periódico
conservador The Morning Post,
que se distinguiría por publicar en 1920 un capítulo de la infame falsificación
conocida como Protocolos de
los sabios de Sion; y el infamemente antisemita semanario contemporáneo
llamado The New Witness,
Montagu escribió: “Puedo
entender fácilmente que los editores del Morning Post y de New Witness sean antisemitas, y no me sorprende
nada que los no judíos de Inglaterra acojan con agrado tal política”.
Montagu estaba entonces poniendo el dedo en la
complementariedad entre el deseo antisemita de deshacerse de los judíos y el
proyecto sionista de enviar a todos los judíos a Palestina. Él conocía muy bien
un hecho que la primera ministra Theresa May parece ignorar: el de que el mismo
ministro de Relaciones Exteriores, Arthur Balfour, estaba influenciado por la
corriente antisemita conocida como “Sionismo Cristiano”, la corriente que
apoyaba el “retorno” de los judíos a Palestina. El verdadero objetivo de este
apoyo –no declarado en muchos casos, pero a menudo totalmente manifiesto- era
deshacerse de la presencia de judíos en países de mayoría cristian a. Los sionistas cristian os
veían en el “retorno” de los judíos a Palestina el cumplimiento de la condición
de la Segunda Venida
de Cristo, que sería seguida del Juicio Final condenando a todos los judíos al
sufrimiento eterno en el Infierno, salvo si se convirtiesen al cristian ismo. La misma corriente constituye a día de
hoy la más firme defensora del sionismo en general y de la derecha sionista en
particular. De hecho, cuando Arthur Balfour fue primer ministro, entre 1902 y
1905, promulgó el Aliens Act (Ley del Inmigrante) de 1905, cuyo
objetivo era detener la inmigración a Gran Bretaña de refugiados judíos que
huían del brutal antisemitismo que estaba creciendo en el Imperio Ruso.
La continuidad directa entre este hecho y la carta de la cual la ministra May está
orgullosa no podía escapar al entendimiento de Edwin Montagu. El ministro judío
era completamente consciente del hecho de que los sionistas contaban con los
antisemitas para lograr su proyecto de establecer un Estado sionista en
Palestina.
La clara mirada de Theodor Herzl
Nadie es más claro sobre este tema que el propio Theodor Herzl,
fundador del movimiento sionista y autor del manifiesto Der Judenstaat (el Estado de los judíos), que fue
traducido del alemán al inglés como The
Jewish State (El Estado
judío). En el prefacio, Herzl declaró sin rodeos lo siguiente: “Todo depende de nuestra fuerza
propulsora. ¿Y cuál es nuestra fuerza propulsora? La miseria de los judíos”. Herzl continuó en la misma línea y con
mayor claridad en la introducción del libro dirigiéndose a los judíos laicos
“asimilados” de Europa occidental que querían deshacerse de los pobres
inmigrantes judíos de Europa del este y a los que él no dudó en describir como
“antisemitas de origen judío” sin intención despectiva.
“Los ‘asimilados’ se beneficiarían aún más que los ciudadanos cristian os del alejamiento de los jud íos fieles ya que se librar ían de la competencia molesta, incalculable e inevitable del
proletariado jud ío, arrojado de
un lugar a otro, de un país a otro por la
presi ón política y la necesidad
económica. Este proletariado flotante se volvería estable. Actualmente, muchos
ciudadanos cristian os, a quienes se califica de antisemitas,
pueden oponerse a la inmigración de judíos extranjeros. Los ciudadanos judíos
no pueden hacerlo, aunque son los
m ás afectados, pues en ellos
sienten, en primer lugar, la fuerte competencia de individuos que trabajan en ramas similares de la
industria y que, además, o bien
introducen el antisemitismo donde
no existe o lo agravan donde ya existe. Es una pena secreta de los asimilados
que se alivia por medio de empresas ‘filantrópicas’. Fundan sociedades de
emigración para judíos errantes.
Este fenómeno implica un contrasentido que podría resultar jocoso
si no se tratara de seres humanos. Algunas de estas sociedades de protección no
obran a favor sino en contra de los desdichados judíos perseguidos, con el fin
de alejarlos lo más rápido y lejos posible. Y así, observando atentamente, se
descubre que muchos aparentes amigos de los judíos no son sino antisemitas de
origen judío disfrazados de benefactores. Pero ni siquiera los intentos de colonización
hechos por hombres realmente bien intencionados tuvieron éxito, aunque fueron
intentos interesantes. (…) Estos intentos fueron interesantes en tanto que
representaron, a pequeña escala, a los precursores prácticos de la idea de un
Estado judío”.
El nuevo proyecto trazado por Herzl para
sustituir la mencionada empresa colonial “filantrópica” tenía que pasar de
acciones benevolentes a una aventura política integrada en el marco colonial
europeo y orientada a la fundación de un Estado judío que pertenecería y
reforzaría ese marco.
Para ello, Herzl se dio cuenta de que los cristian os antisemitas serían los más vehementes
defensores de su proyecto. Su argumento central, en la sección titulada El Plan del segundo capítulo de su libro, es
el siguiente: “La creación de
un nuevo Estado no es ni ridícula ni imposible. (…) Los gobiernos de todos los
países azotados por el antisemitismo estarán animadamente interesados en
ayudarnos a obtener la soberanía que queremos”.
Lo único necesario era seleccionar el territorio
en el cual el proyecto sionista se materializaría:
“Dos países pueden tomarse en cuenta:
Palestina y Argentina. En ambos países se han llevado a cabo notables ensayos
de colonización según el erróneo principio de la infiltración paulatina de los
judíos. La infiltración está abocada al fracaso, pues llega siempre el instante
en que el gobierno, presionado por la población que se siente amenazada,
prohíbe la afluencia de judíos. Por consiguiente, la inmigración resulta inútil
salvo si se asienta sobre una soberanía afianzada. La Society of Jews tratará
con las actuales autoridades superiores del país, poniéndose bajo el
protectorado de las potencias europeas, si estos empatizan con el plan”.
Hacia el final del último capítulo de su
libro, donde explica los “Beneficios de la emigración de los judíos”, Herzl
reafirmó, a aquellos a quien se había dirigido, que los gobiernos prestarían
atención a su plan, “ya sea
voluntariamente o bajo presión de los antisemitas”.
Podéis ahora entender por qué Edwin Montagu
denunció el proyecto de la carta de Balfour como un producto de la
confabulación entre el movimiento sionista y los antisemitas británicos, y por
qué afirmó categóricamente que la política del Gobierno británico era
antisemita y que serviría de inspiración para todos los antisemitas del mundo.
Historial catastrófico
El equipo de gobierno de David Lloyd George
intentó aliviar las preocupaciones de Montagu sobre el destino de la mayoría
palestina no judía y de los judíos que no estaban dispuestos a convertirse en
colonos en Palestina añadiendo a su compromiso de “poner todo su empeño en facilitar
el logro” del objetivo de
“establecer en Palestina un hogar nacional para el pueblo judío” la disposición
de que estaba “claramente entendido que nada se debe hacer para perjudicar
los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en
Palestina, o los derechos y el estatus político asegurados a judíos en
cualquier otro país”.
Conocemos el historial catastrófico del
gobierno británico en mantener las dos disposiciones que, en realidad, estaban
en total contradicción con el compromiso central de la carta infame, así como
con su verdadera esencia.
Que la PM Theresa May , un
siglo después, pudiera encontrar en la infame Declaración
Balfour un motivo de orgullo mientras confirmaba su
satisfacción en relación con la postura contra el antisemitismo de su partido y
Gobierno es razón de consternación ante el bajo nivel de conocimiento histórico
del gobierno de Su Majestad y sus redactores de discursos.
Pronunciado en la conferencia “The Balfour
Declaration, One Century After (La Declaración de Balfour: un siglo después)”,
organizado por el Centro de Estudios Palestinos de SOAS, Universidad de
Londres, el 26 de octubre de 2017. Esta charla se basa parcialmente en el
artículo que será publicado en la revista digital Jadaliyya el 3 de noviembre.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=234666
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