La Revolución de Octubre desde una
perspectiva latinoamericana
13 de noviembre de 2017
Por Alexis Capobianco (Rebelión)
Todo gran acontecimiento histórico es interpretado de muchas
formas diferentes, lo cual no quiere decir que todas esas posibles lecturas
sean igualmente válidas o se aproximen en el mismo grado a una reconstrucción
lo más objetiva posible de los hechos, con todas las dificultades que esto
tiene. Esto, que es válido para cualquier acontecimiento histórico significativo,
lo es más profundamente aun para un acontecimiento y un proceso histórico como
fue la
Revolución Socialista de Octubre, que es uno de los que más
polémicas ha generado en el siglo XX y en lo que va del XXI.
Lo que me propongo en este artículo es señalar una serie de mitos,
medias verdades y ocultamientos en base a los cuales se ha construido una
especie de “historia oficial” de la Revolución Rusa , reproducido por los grandes medios , gran parte del espectro político y una parte
significativa de la
academia. Esta “historia” se asemeja mucho a las “leyendas negras” que
los sectores dominantes suelen imponer sobre los procesos revolucionarios, no
sólo socialistas, sino, incluso, los democrático-radicales, como lo hicieron
las clases terratenientes de la “provincia oriental” del siglo XIX -aliadas a
los imperios del momento- con el proceso revolucionario artiguista.
Uno de los principales mitos o medias verdades,
sobre el cual se construye esta historia oficial/leyenda negra, es considerar a Stalin como
una consecuencia “necesaria” de Lenin. Hipótesis más que cuestionable y que
debería ser probada con argumentos, los cuales muchas veces son débiles o están
ausentes. Una sucesión histórica no convalida una relación de causa-efecto
necesaria entre ambos sucesos; para citar una cuestión fundamental: Lenin
siempre rechazó la colectivización forzosa que más tarde llevaría adelante
Stalin, para Lenin este tipo de transformaciones sólo podían ser realizadas
consensuando con el campesinado y no imponiéndolas coactivamente. Tampoco se
desarrolló, durante el período de Lenin, la dogmatización estética que supuso
el realismo socialista como doctrina y receta, siendo los tiempos de Lenin, al
frente del gobierno bolchevique, un momento de eclosión de las artes. Otras
cuestiones menos conocidas del gobierno soviético en sus primeros años, fueron
la abolición de las leyes zaristas contra los homosexuales y los importantes
pasos dados a favor de la emancipación femenina: el voto femenino, la
legalización del aborto y la ley de divorcio entre otras medidas1, además del importante papel que
muchas mujeres jugaron como dirigentes bolcheviques, entre ellas Nadia
Krupskaia y Alexandra Kollontai. Lenin sostenía al respecto: “...no dejamos un
solo ladrillo de las leyes despreciables que colocaban a las mujeres en un
estado de inferioridad en comparación con los hombres..."2. En todos esos aspectos, se retrocedió
sustantivamente en el período de Stalin, en el cual se restablecieron leyes
contra los homosexuales y se retornó a viejos modelos que idealizaban la
familia patriarcal, también, por otro lado, se optó por la rusificación, a
pesar de toda la defensa que hizo Lenin en vida del principio de
autodeterminación de los pueblos y de su lucha para que Rusia dejara de ser
“cárcel de los pueblos”.
No es mi intención negar los errores,
desviaciones y hasta horrores cometidos durante todo el proceso histórico de la
revolución, es más, considero que su conocimiento y análisis en profundidad es
fundamental para extraer las necesarias lecciones históricas a la hora de
pensar una alternativa al mundo capitalista presente, donde millones padecen y
mueren en las peores condiciones, cuando existirían posibilidades para
construir una realidad mucho más justa. Pero también es imprescindible analizar
en profundidad este proceso histórico, contextuando y tomando en cuenta la
diversidad de aspectos y complejidades del mismo, siendo capaces de visualizar,
además de los errores y limitaciones, los aciertos, los avances y las
importantísimas contribuciones a la humanidad que fue capaz de dar la Revolución Soviética ,
lo cual resulta difícil, y a veces puede parecer casi imposible, cuando
predomina un fuerte pesimismo que evalúa con un profundo escepticismo el
pasado, y que se proyecta también hacia el futuro, expresándose en la idea de
que no hay alternativas, que el capitalismo es el único camino posible; además,
el capitalismo en su peor versión, la más deshumanizada y brutal, que solemos
llamar neoliberalismo, ante el cual el sentido común dominante nos dice que
debemos resignarnos.
Entre los avances conquistados por la Revolución Soviética ,
no se puede soslayar ni dejar de lado el mejoramiento sustantivo de las
condiciones de vida para millones de seres humanos, en el marco de un estado
que se propuso -por primera vez en la historia de la humanidad, tras ese gran
intento que fue la Comuna de París- superar las relaciones de explotación entre
los seres humanos, con sus innegables logros en salud y educación, que
permitieron universalizar el acceso a las mismas, el importantísimo desarrollo
económico-industrial que pudo sacar a Rusia y los países de la Unión Soviética de
un atraso milenario y ponerlos en los primeros lugares de desarrollo en muchos
aspectos, además de las contribuciones en el ámbito científico-tecnológico, a
pesar de la guerra civil promovida por los llamados rusos blancos, de las
agresiones internacionales y de las consecuencias devastadoras de la invasión
alemana y todo el esfuerzo de guerra soviético. También se puede visualizar un
desarrollo muy importante en muchas expresiones culturales, en las artes y en
el deporte. Alan Woods nos recuerda:
“Los resultados no tienen precedentes en la
historia económica. En el espacio de dos décadas, Rusia estableció una poderosa
base industrial, desarrolló la industria, la ciencia y la tecnología y abolió
el analfabetismo. Logró avances notables en los ámbitos de la salud, la cultura
y la educación. Esto
sucedió en un momento, en la
Gran Depresión , en que el mundo occidental se sumergía en un
estado de desempleo masivo y colapso económico.”3
Muchas veces se suele citar, en la prensa
uruguaya, la visión fuertemente crítica del militante, pensador y fundador del
Partido Socialista del Uruguay Emilio Frugoni sobre la Unión Soviética ,
en la cual cumplió funciones diplomáticas por nuestro país, y su visión parece
bastar para todo tipo de juicios lapidarios contra el proceso revolucionario
soviético. Menos conocida y citada es la visión de quien fue su secretario en
dicha misión, Mario Jaunarena, quien también fue militante y dirigente del
Partido Socialista, además de fundador del Frente Amplio en 1971. Su valoración
de la Unión soviética contrasta fuertemente con la del fundador del Partido
Socialista. En su ensayo “¿Por qué se malogró el socialismo soviético?”, nos dice
sobre los primeros años de la Revolución Soviética :
“Desmoronado el sueño de la revolución en
Europa, Rusia hizo un esfuerzo gigantesco en la industrialización, la educación
popular, la ciencia, la cultura de masas, consiguiendo progresos no previstos. Logró
hacer desaparecer la
miseria. Estaba lejos de ser una sociedad rica, pero demostró
dignidad. Y las realizaciones sociales fueron impresionantes. En 1930 se había
logrado poner fin a la plaga del desempleo, en el año 40 no había más
analfabetos, se afirmaban los servicios sociales, toda la medicina, la
preventiva, la de tratamiento curativo y la de recuperación eran gratuitas.”4
A todo esto habría que sumar el papel fundamental
en la derrota del nazismo, donde murieron más de 20 millones de soviéticos,
liberando a millones de seres humanos del terror nazi, entre ellos a los del
tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz. También fue esencial
la contribución de la URSS al movimiento de liberación de las colonias, al
Congo de Patrice Lumumba, asesinado y desaparecido por la CIA, a Vietnam, la
solidaridad con la naciente Revolución Cubana , el apoyo a la lucha
contra el apartheid, régimen apoyado por potencias capitalistas como el Reino
Unido y EEUU. ¿Qué hubiera pasado en el mundo con el nazismo si el mismo no
hubiera encontrado la firme oposición del Ejército Rojo y el pueblo soviético?
¿Qué habría sido del movimiento anticolonial en Asia y África sin el apoyo fundamental
de la Unión Soviética ?
Señala Boaventura de Souza Santos en un
artículo publicado este año, que no puede ser calificado ni de acrítico ni de
complaciente con el proceso de la Revolución Soviética :
“La Revolución Rusa mostró a las clases trabajadoras
de todo el mundo, y muy especialmente a las europeas, que el capitalismo no era
una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del
desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que
servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando decían lo
contrario.”5
Todo esto no justifica, ni es la intención de
este escrito, el renunciar a analizar críticamente el proceso soviético. Es
necesaria una crítica radical que no debe dejar de condenar todo lo que sea
condenable, hechos y elementos en su mayor parte -o siempre- contradictorios
con la ideología socialista y comunista que busca concretar la igualdad,
libertad y fraternidad proclamadas ya por la Revolución Francesa
y los pensadores de la ilustración, pero nunca concretadas en el marco del
capitalismo. Es necesario ser profundos y rigurosos en el análisis del proceso
que se desarrolló bajo la presidencia de Stalin, como así también del proceso
de burocratización que culminó con la transformación de gran parte de esa
burocracia en una nueva burguesía que condujo a la restauración capitalista, o
con las violaciones al principio de autodeterminación, defendido por Lenin tanto
teórica como prácticamente. Pero no debemos olvidar los aportes fundamentales
de la Unión Soviética
a la conquista de derechos y al avance de los procesos emancipadores a nivel
mundial, a los procesos de liberación nacional y anticoloniales, a la lucha por
la democracia contra las dictaduras apoyadas por EEUU y otras potencias
occidentalles y a la derrota del eje nazifascista, en la cual la Unión Soviética
fue el que incomparablemente más esfuerzo y más víctimas puso de “Los aliados”
con sus 27 millones de muertos estimados, lo cual es necesario repetir todas
las veces que sea necesario, para reparar una visión absolutamente
distorsionada y parcial, que olvida este gigantesco esfuerzo y magnifica el
papel de los otros aliados, particularmente de EEUU. Señala Jaunarena al
respecto: “Los aliados habían enviado ayuda material y en armas y víveres, pero
el segundo frente se abrió solo en el año 44, cuando el ejército rojo ya estaba
en Rumania y había atravesado el río Bug.”6
¿Pero hubiera sido pensable, además, el
desarrollo del denominado estado de bienestar en Europa Occidental de no mediar
la “amenaza soviética”? Muchos investigadores coinciden en que la existencia
del campo socialista fue fundamental para que las clases dominantes de Europa
Occidental y el capitalismo desarrollado aceptaran, en mayor o menor medida,
políticas intervencionistas que permitieron un mayor bienestar para los
trabajadores y gran parte de la población, lo cual podría ser extensivo, en
cierta medida, a ciertos avances conquistados por las clases subalternas en los
países capitalistas dependientes. Al respecto señala Boaventura de Souza Santos
en su artículo ya citado:
“Los últimos años mostraron que, con la caída
del Muro de Berlín, no colapsó solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó
claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores
habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían.
Constituían una profunda amenaza al capitalismo y éste, por instinto de
supervivencia, hizo las concesiones necesarias (tributación, regulación social)
para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con
ella, la amenaza, el capitalismo dejó de temer enemigos y volvió a su voracidad
depredadora, concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para,
en momentos sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa
riqueza, especialmente humana.”
Dos grandes mitos sobre la Revolución de
Octubre
Otra de las hipótesis de esta “historia negra”
de la Unión Soviética
es sostener que la misma no fue una revolución sino un “golpe de estado”,
extraño golpe de estado que resiste el levantamiento contrarrevolucionario y la
intervención de más de una decena de potencias extranjeras, y pocos años
después a la maquinaria de guerra nazi, a la cual logra derrotar,
reconstruyéndose desde sus cenizas. Sólo una revolución con un gran respaldo
popular es capaz de esos milagros históricos, ningún gobierno se hubiera
sostenido en condiciones tan adversas si el mismo hubiera sido producto de un
golpe de estado y no de una revolución.
Al contrario de esta visión histórica, la Revolución Rusa
fue, como afirma Ernest Mandel7, el producto de un prolongado
movimiento de masas, que se manifestó durante décadas, y en forma
particularmente clara en las revoluciones de1905 y de febrero del 1917, donde
se instauró una situación de doble poder: el gobierno provisional presidido por
Kerensky por un lado y los soviets por otro. El gobierno provisional incumple
su promesa de terminar con una guerra criminal impulsada por el reparto del
mundo por parte de las grandes potencias europeas, sólo la Revolución de
Octubre y los bolcheviques pusieron fin a la participación en la guerra por
parte de Rusia. Una guerra que desangraba al pueblo ruso y a muchos pueblos
europeos, por causas que no eran más que los afanes hegemonistas de las
diferentes clases dominantes. La Revolución de Octubre nace, entre otras cosas,
como un movimiento a favor de la paz y de la autodeterminación de las naciones,
lo cual lleva a la práctica el gobierno presidido por Lenin, cosa que nunca
hizo el gobierno de Kerensky. Los bolcheviques fueron absolutamente coherentes
con su prédica a favor de la paz, contra un guerrrerismo que se ha demostrado,
a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI, intrínseco al capitalismo.
También repartirá las tierras entre los campesinos, nacionalizará los grandes medios de producción y emprenderá un proceso de
transformaciones económicas, sociales y culturales sin precedentes en la
historia, a no ser la
breve Comuna de París, orientado a la construcción de una
nueva sociedad, que emancipara a la humanidad de la explotación del hombre por
el hombre y de diversas formas de dominación.
Sostiene Ernest Mandel respecto a este mito
del golpe de estado:
“La verdad es otra. La Revolución de Octubre
fue el punto culminante de uno de los más profundos movimientos de masas jamás
conocido. En la Europa de esa época, sólo el levantamiento de los obreros
alemanes de 1920, en reacción a la intentona golpista de Kapp-von Luttwitz, y
la insurrección catalana de julio de 1936, frente a la toma del poder
militar-fascista de los franquistas, tuvieron una amplitud comparable que, con
todo, resultó más reducida y menos duradera.”8
Muchos de los adversarios y críticos de la Revolución Rusa
han criticado esta mistificación histórica, Mandel cita una diversidad de
fuentes e historiadores que refutan en forma clara ese mito. Uno de ellos es
N.N. Sujanov, el cual era un dirigente eserista muy lejano a los bolcheviques:
“...los bolcheviques trabajaban tesoneramente
y sin descanso. Todo el día estaban con las masas, en los talleres. Todo el
santo día, decenas de oradores, menores y mayores, hablaban en las fábricas y
los cuarteles de Petrogrado. Para las masas, los bolcheviques se habían
convertido en elementos de su propia comunidad, porque siempre estaban
presentes, tomando la iniciativa tanto en los más mínimos detalles como en los
asuntos más importantes de la empresa o el barrio militar...Resulta totalmente
absurdo hablar de una conspiración militar en lugar de una insurrección
nacional, cuando el partido era seguido por la gran mayoría del pueblo y
cuando, de facto, ya había conquistado el poder real y la autoridad”9
Otra de las hipótesis que nos plantea esta
suerte de “historia oficial” es que el derrumbe de a Unión Soviética fue
producido por el colapso de la economía planificada, lo cual cada vez es más
cuestionado por algunas investigaciones de historia económica. David Korz10 y
Fred Weir11 investigan
esta hipótesis, concluyendo que, si bien había dificultades en la economía
soviética, de ninguna forma se puede hablar de un colapso de la misma. La misma no dejó
de crecer ininterrumpidamente desde el 75 hasta principios de los 90. El
decrecimiento recién se da a mediados del año 1990, cuando los procapitalistas,
liderados por Boris Yeltsin, toman el control del poder y desarman las
instituciones de planificación económica, lo cual produce un retroceso
económico de 2,4 en 1990 y de 12,8 en 1991, siendo el promedio de crecimiento
de 1985 a
1989 de 2,2, lo cual puede ser modesto si lo comparamos con períodos
anteriores, pero lejos del colapso económico que plantea la historia oficial, y
una cifra nada despreciable si pensamos en los promedios
actuales de la mayoría de los países capitalistas, sean centrales o
periféricos. Para los autores, las causas de la restauración capitalista no las
debemos buscar en el supuesto colapso de la economía planificada, sino en una
elite de poder que buscaba acumular riquezas y que veía en la restauración del
capitalismo la posibilidad de transformarse en la clase privilegiada, asimismo,
la despolitización de la mayoría de la población y la ausencia de una real
democracia socialista impidieron que el pueblo resistiera una restauración
capitalista con la cual, en su gran mayoría, no estaba de acuerdo.
Otra investigación plantea la siguiente
estimación sobre los niveles de crecimiento en la URSS desde 1917 hasta 198612:
Período |
Variación media anual
(%) |
1917-1925 |
8,44 |
1925- 1937 |
6,34 |
1937- 1950
|
3,70 |
1950-1965 |
6,57 |
1965- 1980 |
4,72 |
1980- 1986 |
3,44 |
Al respecto Alan Woods plantea los
fundamentales avances de la “economía nacionalizada y planificada” en estos
términos:
“En un periodo de 50 años, la URSS multiplicó
su producto interior bruto (PIB) por nueve. A pesar de la terrible destrucción
de la Segunda
Guerra Mundial , su PIB se multiplicó por cinco entre 1945 y
1979. En 1950, el PIB de la URSS era sólo el 33% del de los EEUU. Ya en el año
1979 alcanzó el 58%. A finales de la década de los 70, la Unión Soviética se
había convertido en una potencia industrial formidable que en términos
absolutos ya había superado al resto del mundo en toda una serie de sectores
clave. La URSS era el mayor productor de petróleo, acero, cemento, asbestos,
tractores y muchos bienes de equipo. La producción industrial de la URSS era la
segunda después de la de
EEUU.. .Pero el alcance de estos logros no se expresa sólo en
estas cifras. Todo esto se consiguió prácticamente sin inflación ni paro. El
desempleo como el que existía en Occidente era desconocido en la Unión
Soviética.”13
A partir de la caída del socialismo real, y la
gran ofensiva neoliberal a nivel mundial, se impuso como un verdadero dogma el
libre mercado, impulsándose un gran ciclo de privatizaciones con consecuencias
sociales y económicas desastrosas, sobre todo para los países dependientes. Ese
dogma sigue vigente hoy. La vulgata neoliberal es el credo de la mayoría de los
grandes medios y de las fuerzas
políticas hegemónicas a nivel mundial. El mercado libre es un principio de fe
incluso para algunos sectores que se consideran progresistas, los cuales
admiten, a lo sumo, pequeñas intervenciones de carácter parcial y fragmentario.
La reflexión sobre los grandes avances que alcanzó la Unión Soviética en
un breve lapso de tiempo -considerado en términos históricos- con la economía
planificada, así como la deconstrucción del mito del colapso de la misma,
debería aportarnos elementos para pensar una nueva sociedad, siendo capaces de
reconocer sus virtudes así como sus defectos, sobre todo aquellos que llevaron
a un proceso de burocratización tal que entró en contradicción con la propiedad
social de los medios de producción.
Sintetizando, la “historia oficial” parte de
la idea que la Revolución de Octubre fue un golpe de estado, oculta su papel
fundamental en la derrota del nazismo, así como haber logrado resolver mucho de
los grandes males que afectan a cientos de millones en las sociedades
capitalistas; el fin de la
Unión Soviética , nos dicen, se produjo por un colapso
económico de la economía planificada, la cual, según las lecturas neoliberales,
va contra las leyes naturales de la economía. Pero el análisis más profundo de los
hechos históricos nos muestra que está es una historia basada en mitos y
ocultamientos: el mito del golpe de estado, cuando la Revolución Rusa
fue producto de uno de los más grandes movimientos de masas de la historia de
la humanidad, el mito del colapso de la economía planificada, cuando esta, si
bien con dificultades y una significativa perdida de dinamismo a partir de la
década del 60, permitió, hasta principios de los 90, niveles de crecimiento
nada despreciables, y el ocultamiento del papel histórico fundamental de la
URSS en la derrota del nazismo, así como en la resolución de muchos de los
problemas que afectan a la mayoría de las personas en las sociedades
capitalistas.
Las enseñanzas de Octubre y algunas
reflexiones
No se puede negar, por todo lo que hemos
venido desarrollando, el aporte fundamental de la Revolución Soviética
a diversos procesos emancipadores así como importantes niveles de desarrollo
económico y social que permitieron sociedades con muchos de los problemas básicos
resueltos (esos que aun no resuelven siquiera la mayoría de los países
capitalistas más desarrollados), como salud, educación universal, vivienda,
empleo, etc. Ser capaces de valorar todos estos elementos, con una mirada lo
más objetiva posible, que no soslaye los errores y tragedias que se cometieron,
es fundamental para el aprendizaje histórico, y para que éste nos permita
construir una sociedad futura más justa, en la cual la Revolución Soviética
mucho tendrá que enseñarnos, aunque su principal enseñanza sea tal vez habernos
demostrado que es posible transformar radicalmente la realidad y que no estamos
condenados a que se repita eternamente la misma historia.
La acción de los bolcheviques fue coherente en
forma consecuente con la dialéctica materialista desarrollada por Marx y
Engels, para la cual el ser humano es producto de determinadas circunstancias
históricas y sociales, a las cuales, a su vez, ese mismo ser humano puede
transformar. Fue una rebelión no sólo contra las concretas formas de dominación
y explotación de la Rusia presoviética, sino también contra las concepciones
que interpretaban en forma absolutamente mecanicista el legado de Marx, y para
las cuales los procesos de transformación histórica no podían ser producto de
la acción organizada y consciente de los seres humanos, sino una fatalidad
determinada por la evolución de la economía. La Revolución
Rusa supuso la refutación práctica de un fatalismo histórico alienado y
alienante, el cual considera a la “realidad” intransformable, porque no la
concibe como un producto de la actividad humana. Fue una rebelión contra ese
espíritu de resignación que siempre intenta convencernos de que no hay
alternativas, que dejemos todo como está, que no hay nada para hacer y que sólo
podemos buscar salidas individuales porque las colectivas están condenadas de
antemano al fracaso, aunque la historia y la experiencia práctica nos enseñen
que las salidas individuales son, en términos generales, irrealizables y que
las únicas salidas realmente posibles son aquellas que son producto del
esfuerzo colectivo consciente.
Esa voluntad transformadora de los
bolcheviques se expresaba muy claramente en la frase de Lenin: “¡Tanto peor
para la realidad!”15,
con la que el revolucionario ruso respondía a los “realismos” políticos que
ponían peros a las propuestas de cambio que iban contra la “realidad”. Esta
frase expresaba un espíritu “quijotesco” propio de los revolucionarios,
contrapuesto al espíritu “sanchopancesco”16,
al decir de Mariátegui, como aquél en que desembocó la II internacional, que no
sólo renunció a la revolución, sino que se alineó, en su absoluta mayoría, con
la clase dominante de sus respectivos países para desatar esa carnicería
llamada Primera Guerra Mundial.
Hoy parece ser muy difícil, en el mundo en
general y para los latinoamericanos en particular, trascender ciertos límites
que nos lleven a pensar y actuar más allá del capital, dando pasos efectivos
hacia un horizonte socialista. Un objetivo que, claro está, no está a la vuelta
de la esquina, pero que es necesario e imprescindible plantearse como horizonte
estratégico. Se han dado pasos importantes en estos años en el marco de los
gobiernos progresistas y de izquierda (aunque en algunos procesos más que en
otros), pero es necesario tomar esos avances como puntos de partida y no como
estaciones terminales, como algunos parecen considerarlos, más cuando la
derecha revive con nuevos bríos ante un contexto internacional en el que ya no
parece viable, desde el punto de vista económico, realizar concesiones en el
marco de las actuales estructuras a los trabajadores y sectores subalternos, y donde
la retórica del ‘necesario ajuste’ (la cual no es ajena tampoco a un amplio
sector del progresismo y de la izquierda más moderada que propone versiones más
tolerables de los ajustes, las cuales afectarían un poco menos negativamente a
los sectores populares) se impone como la única alternativa en el marco de un
capitalismo que no es cuestionado en forma radical. La Revolución Rusa ,
si algo nos enseña, es que hay alternativas a las dos grandes utopías
capitalistas predominantes en América Latina: la desarrollista y la neoliberal.
Pero para poder desarrollar una estrategia
decididamente socialista, habrá que vencer ese espíritu de resignación profundo
existente en nuestras sociedades, al cual no es ajeno gran parte de la
izquierda, incluso entre muchos de aquellos que apuestan a un futuro
socialista. Resignación que es un fenómeno complejo y de carácter mundial, pero
que en nuestra región parece tener fuertes raíces en el sentimiento de derrota
que produjeron las dictaduras preventivas contrarrevolucionarias del plan
Cóndor, a lo cual se suman causas de carácter más universal como la caída del
socialismo real (que afecto no sólo a comunistas), el impresionante bombardeo
ideológico del neoliberalismo y su concomitante creación de un sentido común
individualista al extremo y radicalmente fetichizador del mercado como punto
culminante de la evolución humana, consagrado como orden natural e institución
perfecta, a pesar de su historicidad y de que no cumple jamás sus promesas de
bienestar generalizado y felicidad, que los portavoces de este Dios pagano
suelen anunciar.
Ser capaces de aprender de la audacia de los
bolcheviques es esencial, así como también su lección de que la política
revolucionaria exige firmeza estratégica pero también flexibilidad táctica y capacidad
de improvisación, virtudes políticas que se expresaron en que fueron capaces no
sólo de realizar una revolución donde todos los dogmas teóricos decían que era
imposible, sino que siguieron adelante con su radical proceso transformador,
aunque la esperada revolución alemana nunca triunfara. Ser capaces de dar pasos
más allá de lo “normal”, de lo “establecido” y “esperable”, es decir, dar un
salto hacia lo nuevo, así como también realizar un “análisis concreto de la
situación concreta”, yendo más allá de las previsiones teóricas establecidas,
produciendo teoría a partir de las realidades existentes, es un aprendizaje que
deberíamos reeditar cada día de los bolcheviques, como su capacidad de crítica
y autocrítica que les permitía reconocer los errores, los cambios a nivel
social y en las correlaciones de fuerza, como así también los cambios en las
condiciones, que habilitaban un tipo de vía u otro, un tipo de metodología u
otro. Al decir de Lenin, ser capaces de “soñar pero con los pies en la tierra”.
Como en Nuestra América lo hicieron Fidel, el Che, Camilo, Vilma y el pueblo
cubano.
También debemos aprender del tesón militante
de los bolcheviques, de esa tarea gris y cotidiana que afrontaron miles de
sencillos revolucionarios anónimos, debatiendo, organizando y convenciendo a
otros compañeros en las fábricas, en los sindicatos, en la aldea o los soviets,
o, dicho de otra forma, creciendo y transformando “desde el pie” -al decir de
nuestro trovador Alfredo Zitarrosa- la realidad, lo cual los llevo de ser una
minoría a ser la fuerza mayoritaria y hegemónica en los soviets y en la
sociedad rusa. En estas sociedades capitalistas postmodernas, donde Narciso ha
desplazado a Edipo, como analizara Lipovetski17,
estas humildes tareas que pasan desapercibidas, que implican sacrificios
cotidianos, parecen no ser del gusto de muchos militantes que apuestan a
actividades que preconciben como más “importantes”, o a ocupar cargos que les otorguen
visibilidad. Pero estas tareas , que podríamos llamar gramscianas, de lenta
acumulación de fuerzas, de labor cotidiana y gris, son las que crean, como
fruto de procesos de acumulación, esos otros momentos trascendentes: los de
ruptura, los de quiebre revolucionario. Sólo trabajando día a día en esta
tierra, es que podremos, tarde o temprano, tomar el cielo por asalto.
También la Revolución Rusa
nos puede brindar importantes lecciones para superar falsas oposiciones, entre
transformaciones culturales y estructurales, opresiones de clase y opresiones
de género u otras que no son de clase, entre internacionalismo y defensa de la
liberación nacional, particularmente relevante para nosotros como pueblos
latinoamericanos, sometidos al imperialismo de las potencias centrales y a
oligarquías que han ido construyendo todo tipo de lazos con los diversos
centros imperiales, que hace que sus intereses se identifiquen entre sí. Ante
los discursos contrapuestos de la “nueva” izquierda “culturalista” por un lado y
de la “vieja” izquierda “estructuralista” por otro (por lo menos de algunos
sectores e individualidades relevantes), que parten de falsas oposiciones,
promoviéndolas y reproduciéndolas, debemos ser capaces de desarrollar un
discurso superador de esas contraposiciones metafísicas, al decir de Engels, y
analizar los mecanismos por los cuales las opresiones de género y raciales, por
ejemplo, ayudan a perpetuar las estructuras de explotación y dominación de
clase, y como estas últimas contribuyen a la reproducción de las opresiones de
género y raciales, y sus respectivas construcciones ideológico culturales: el
machismo, el racismo, etc. Debemos ser capaces de desarrollar un discurso que
muestre la solidaridad entre todas las luchas emancipadoras, y como un avance
en cada una de ellas contribuye al avance de todas las demás, como las diversas
conquistas son pasos efectivos hacia la conquista de la democracia. A esto
debemos agregar otras cuestiones como el desafío ecológico, ante un capitalismo
que acentúa sus características destructivas de las fuentes de toda riqueza:
“la naturaleza y el ser humano”. Los bolcheviques fueron capaces de realizar
avances fundamentales, como hemos visto más arriba, para los trabajadores y
campesinos, pero no por ello dejaron de lado toda una impresionante serie de
conquistas legales con el objetivo de la emancipación femenina, ni se olvidaron
de abolir todas las leyes zaristas contra los homosexuales.
Mención aparte merece el carácter
internacionalista del bolchevismo, pero combinado con la estricta defensa de la
autodeterminación de los pueblos, que Lenin fundamentó y promovió como una
principio esencial de los revolucionarios. Esto adquiere particular relevancia
en momentos que ese principio parece encontrarse muy devaluado, no sólo por la
derecha, que promueve invasiones y tratados de libre comercio que concentran
cada vez más poder en las grandes transnacionales, las tecnoburocracias y los
estados imperialistas, sino por gran parte de la izquierda, la cual ha
aceptado, en mayor o menor medida, lo que Bricmont llama “imperialismo
humanitario”18,
que ha llevado a intervenciones de devastadoras consecuencias en países como
Libia o Siria, o a no poder comprender -o comprender muy limitadamente- ciertos
procesos de lucha por la autodeterminación, a los cuales contraponen al
internacionalismo en forma mecánica, porque razonan a partir de un
universalismo abstracto, opuesto al universalismo concreto y dialéctico de
Lenin, que bregó siempre porque Rusia dejara de ser una “cárcel de los pueblos”
y por la adhesión voluntaria de los pueblos a la Unión Soviética.
También los aportes teóricos de los
bolcheviques, en particular de Lenin, han sido fundamentales. Empezando por
concebir a la economía capitalista como una estructura económica mundial
imperialista, donde algunos países tienen un carácter central y explotador y
otros periférico y dependiente, siendo explotados de diversas formas por los
países centrales. Imperialismo que supone, también, estructuras políticas,
militares y culturales, que hoy vemos cada vez más desarrolladas.
Otro aporte esencial es su teoría del estado,
que explicita y desarrolla los planteamientos de Karl Marx y Friedrich Engels.
Los estados hoy son órganos mucho más complejos que en la rusia zarista, como
bien atisbaba y señalaba Lenin en “occidente”, y como brillantemente investigo
y teorizó Antonio Gramsci, pero los mismos no dejan de tener un núcleo duro de
aparato burocrático-represivo de las clases dominantes, el cual será necesario
destruir -de una u otra forma- para avanzar en los procesos de transformación
revolucionaria. No obstante lo cual, otros elementos del estado pueden ser
transformados radicalmente sin ser destruidos, como las instituciones
educativas para citar un ejemplo. No aprender esta lección política y teórica,
puede conducir a errores tales como los que cometió Salvador Allende, que
confió en los aparatos represivos que terminaron destruyendo el proceso
revolucionario chileno.
La necesidad de crear organizaciones
revolucionarias, capaces de impulsar y conducir la lucha, es otra cuestión
insoslayable, aunque existan sobre este punto muchas preguntas a realizarse y
muchas prácticas y dogmas a cuestionar, para evitar las tendencias
burocratizadoras, que terminan emprobreciendo y, muchas veces, osificando o
destruyendo el movimiento revolucionario. Esas organizaciones deben ser
disciplinadas, si, pero una disciplina que deber ser más bien autodisciplina, y
donde la formula centralismo democrático sea comprendida más en sentido
democrático que centralista, sin negar los necesarios momentos y niveles de
centralidad y en que la lógica dinámica que va de abajo hacia arriba y de
arriba hacia abajo, sea capaz de desarrollarse como alternativa a las
tendencias autoritarias que terminan imponiendo lógicas verticalistas. Es
decir, un centralismo democrático inductivo, como proponía Gramsci, y no uno de
carácter deductivo.
Por último, quería mencionar en esta lista
parcial e incompleta, los aportes filosóficos de Lenin. En particular, su
desarrollo de la dialéctica materialista en el campo de la teoría del
conocimiento, que lo llevó a criticar duramente las tendencias subjetivistas,
escépticas y relativistas. El ser humano, para Lenin, es capaz de conocer en
forma aproximada la realidad, y profundizar en su conocimiento a través de la
investigación, tarea que no es de un solo individuo ni de una sola generación.
Y ese conocimiento es fundamental para transformar la realidad ¿cómo poder transformar
algo si no lo podemos conocer?, ¿cuál es la premisa de la libertad, además,
sino el conocimiento de los mecanismos más profundos de las leyes y mecanismos
de la sociedad y la naturaleza? Su pasión transformadora estaba intrínsecamente
unida a su pasión por la
verdad. Lo cual no lo llevaba a un autoritarismo epistémico
iluminista, porque el conocimiento es una elaboración colectiva y siempre
aproximativa, porque el error es parte de todo proceso cognitivo (también de
los revolucionarios en sus intentos de comprender la realidad, por eso la
siempre necesaria crítica y autocrítica), y porque el criterio para determinar
lo verdadero y lo falso es la práctica o la experimentación, que también tiene
sus limitaciones, y no una razón escindida del mundo. Hoy el relativismo y
diversas formas de subjetivismo o escepticismo han tomado mucha fuerza o se han
transformado en hegemónicas, actuando en gran medida como premisas “teóricas”
del inmovilismo y la resignación, del dejar “todo como está”. Paradójicamente,
cuanto más avanza el conocimiento científico y los desarrollos tecnológicos,
más fuerte se hace una filosofía que sostiene la imposibilidad de conocer la
realidad, e incluso algunas corrientes ponen en duda o cuestionan la existencia
de la misma. Pero
negar la posibilidad de conocer la realidad, es negar también la posibilidad de
conocer los mecanismos de explotación y dominación existentes en nuestras
sociedades, como así también su posible transformación. Por eso Lenin optó por
demostrar que no es sólo posible conocer el mundo sino también transformarlo, y
que lo conocemos transformándolo y que lo transformamos conociéndolo.
El gran debe de todo el proceso iniciado con
la Revolución de Octubre es el de la construcción de una democracia socialista,
que abarcara no sólo las instituciones políticas sino la gestión económica,
posibilitando la superación de los procesos de alienación. Se avanzó en forma
sustantiva en la universalización del derecho a la educación y en un importante
nivel de igualdad económico-social que permitía el acceso a la salud,
alimentación, vivienda, etc., condiciones fundamentales -y elementos
constituyentes podríamos decir- para la construcción de una democracia
sustantiva o real (cuestiones que las sociedades capitalistas no resuelven o
resuelven solo muy parcialmente). Pero la consigna “todo el poder a los
soviets”, que suponía una forma de democracia más profunda con el protagonismo
del pueblo, y no con el mero papel pasivo al cual apuestan las clases
dominantes en las democracias representativas de las sociedades capitalistas
(que tienden a reducir al ciudadano a un elector despolitizado), no se concretó
como construcción de una democracia que fuera realmente el gobierno “del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, lo cual abrió los caminos para los
procesos de burocratización y restauración capitalista. Construir un proyecto
socialista donde se pueda aprender de todos los errores y deformaciones, sobre
todo de la deformación burocrática, pero también de los aciertos, entre ellos
todos los elementos positivos de la planificación económica, es el gran desafío
para que el proyecto de la Revolución de Octubre termine triunfando,
permitiendo una alternativa a una barbarie capitalista que puede terminar en
tragedias mayores, incluso un ecocidio, para lo cual será necesario seguir
pensando y ensayando los caminos para que los trabajadores y el pueblo ejerzan
todo el poder, o, como dijeron Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, para
la “conquista de la democracia”.
Notas
1 Para
ampliar sobre estos aspectos de la Revolución Rusa , recomiendo el artículo publicado
en la revista digital “Hemisferio Izquierdo”: “La revolución rusa y las
mujeres: una revolución dentro de la revolución.”, Espacio de Mujeres de
Movimiento Liberación, en “https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/10/23/La-Revoluci%C3%B3n-Rusa-y-las-mujeres-una-revoluci%C3%B3n-dentro-de-otra
2 Vladimir
Lenin, citado por Woods, Alan, “¿Qué consiguió la revolución rusa y por qué
degeneró?”, 2017 en “El militante”
http://argentina.elmilitante.org/teora-othermenu-54/7286-2017-02-24-01-28-33.html
3 Woods,
Alan, op, cit.
4 Jaunarena,
Mario, ¿Por qué se malogró el
socialismo soviético?, Ed. Nordan, Montevideo, 1994, p. 202.
5 De
Souza Santos, Boaventura, “El problema del pasado es que no pasa. A cien años
de la revolución rusa.”, 2017, En Rebelion http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222772
6 Jaunarena,
Mario, op. Cit., p. 202.
7 Mandel, Ernest,
“Octubre de 1917: ¿Golpe de estado o revolución social?” en “Viento sur”https://vientosur.info/IMG/pdf/octubre-mandel.pdf
10 Kotz, David, “Socialism and Capitalism. Lessons from the Demise of State
Socialism in the Soviet Union and China ”,
1999, University
of Massachussets en http://people.umass.edu/dmkotz/Soc_and_Cap_Lessons_00.pdf
11 También se puede
acceder a un resumen en español de un artículo donde los autores sintetizan sus
principales planteamientos sobre la caída del socialismo en el siguiente
artículo “La caída de la URSS: el mito del colapso económico.” en https://vientosdeleste.wordpress.com/2011/02/28/la-caida-de-la-urss-el-mito-del-colapso-economico/
12 Informe del Servicio de
Estudios la
Fundación Joaquín Costa , en “Anales de la fundación Joaquín Costa ”,
España, 1992, en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=105084
13 Woods, Alan, op. Cit. En http://argentina.elmilitante.org/teora-othermenu-54/7286-2017-02-24-01-28-33.html
15 Mariátegui, José
Carlos, “El determinismo marxista” en Mariátegui, José Carlos, Textos Básicos, Ed. Fondo de
Cultura Económica, Lima, 1991, p. 27.
16 Mariátegui, José
Carlos, “Mensaje al consejo obrero” en Mariátegui, José Carlos, Ideología y política. Obras
completas. Tomo 13, Ed. Amauta. Lima enhttps://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/ideologia_y_politica/paginas/mensaje%20al%20congreso.htm
18 Cattori, Silvia,
“Imperialismo humanitario. Entrevista a Jean Bricmont”. 2005 enhttp://www.rebelion.org/noticia.php?id=23761
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233950
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