La revolución
bolchevique 100 años después
11 de noviembre de 2017
Por Yazle A.Padrón Kunakbaeva (Rebelión)
En estos días, en que una hora nos parece mucho tiempo, cien años
representan una cantidad de tiempo absurda. Toda la maquinaria de la industria
cultural y la dinámica del mundo económico se conjugan para hacer que vivamos
en un mundo de lo efímero y lo fugaz. Esto es verdad incluso en Cuba, donde se
supone que deberíamos estar a salvo. Es por eso que cien años es algo cuya
verdadera densidad ya casi no podemos experimentar. Cuando nos enteramos de que
se cumplen cien años o doscientos de algo, es como si pasara un cometa: ocupa
por un momento el cielo, extraño, venido de otro mundo, y luego desaparece. No
resulta extraño, por tanto, que nos cueste trabajo reaccionar frente al
centenario de la Revolución de Octubre.
Lo interesante, no obstante, es el estado de incomodidad ante la efeméride que existe entre los más diversos actores del escenario actual. Nadie sabe muy bien que hacer. Son muchos los que no quieren celebrarla, pero son incapaces de dejarla pasar en silencio. Los cien años de la Revolución de Octubre recuerdan el derrocamiento del absolutismo zarista y el surgimiento del primer estado socialista, una conmoción que sacudió los cimientos del mundo. Pero traen también a la memoria los horrores del estalinismo, la opresión de millones de personas en Europa del Este, etc. Se trata de una de esas fechas ante las que se hace necesario tomar una posición, decidir de qué lado se está.
Lo interesante, no obstante, es el estado de incomodidad ante la efeméride que existe entre los más diversos actores del escenario actual. Nadie sabe muy bien que hacer. Son muchos los que no quieren celebrarla, pero son incapaces de dejarla pasar en silencio. Los cien años de la Revolución de Octubre recuerdan el derrocamiento del absolutismo zarista y el surgimiento del primer estado socialista, una conmoción que sacudió los cimientos del mundo. Pero traen también a la memoria los horrores del estalinismo, la opresión de millones de personas en Europa del Este, etc. Se trata de una de esas fechas ante las que se hace necesario tomar una posición, decidir de qué lado se está.
La revolución de los bolcheviques pasó ya hace
cien años. Puede parecer mucho tiempo, pero lo realmente sorprendente es que
hayan pasado sólo cien años. Cuando uno piensa en cuanto ha cambiado el mundo
desde 1917, parece que han pasado milenios. Las figuras de la revolución
parecen provenir de un pasado mítico, de una época definitivamente perdida. En
1917 todavía era posible que la historia vibrara y explotara. Todavía eran
posibles un Lenin de inteligencia y convicción titánicas, un Smolny atestado de
bolcheviques y un Petrogrado rebelde, indómito. Todavía era posible, en fin, un
asalto al palacio de invierno. Se creía, por aquellos días, en que sería posible
construir una sociedad sin clases.
Frente a la grandeza de aquel acontecimiento y a los cien años transcurridos es necesario hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo fue posible que la hermosa locura revolucionaria de aquellos días se perdiera y diera a luz a un estado dictatorial e incluso sanguinario? ¿Cómo fue posible que el socialismo se corrompiera hasta el punto de convertirse en un peso muerto sobre la vida de los hombres, en una verdadera muestra de vida enajenada? El mismo pueblo ruso que inició la construcción del socialismo fue aquel que derrocó al estado soviético y abjuró de él. ¿Fue el socialismo siempre un error?
No hay ninguna evidencia de que el socialismo como horizonte social sea una opción errónea, sino todo lo contrario. Cada vez es más evidente que el capitalismo como sistema social es insostenible a largo plazo. En algún momento, el afán de hacer trabajar a otros para enriquecerse y la necesidad de trabajar para sobrevivir deben dejar de ser las principales motivaciones para producir. En su lugar, debe aparecer la voluntad de construir un mundo mejor como motor de
Tampoco puede decirse que fue un error intentar construir el socialismo durante el siglo XX. La evidencia muestra que sólo el socialismo pudo sacar a Rusia del atraso y convertirla en un país industrializado. En general, en todos los países en los que hubo un proceso revolucionario verdadero, el socialismo generó condiciones de vida superiores a las que había con anterioridad. Además, de no haber existido
El verdadero error está, como siempre, en los
métodos. El gran discurso de los documentos teóricos no es la verdadera casa de
la ideología de una sociedad. El método es la ideología. La manera
en que los hombres hacen las cosas es lo que determina la manera en la que
piensan, aunque digan otra cosa. Esta es la enseñanza primera del marxismo.
Desgraciadamente, en los países del socialismo real, los métodos fueron
autoritarios, basados en el ordeno y mando generalizado. Frente a ese proceder,
el discurso de la democracia obrera tenía muy poco que decir.
Es cierto que resulta muy difícil para una sociedad desprenderse de los métodos autoritarios, sobre todo cuando estos vienen validados desde el mismo nivel del paradigma de racionalidad. La ciencia y la técnica moderna están constituidas para ser utilizadas por élites empresariales y tecnocráticas. El socialismo, en cambio, exigiría el desarrollo de una democracia cognitiva como fundamento de la democracia política. Este cambio de paradigma, evidentemente, es poco factible ahora mismo (mucho menos hace cien años), pero no por ello resulta menos necesario.
Los sistemas del socialismo real chocaron con la dificultad ontológica de construir relaciones sociales no autoritarias y se rindieron pronto. Se conformaron con eliminar la propiedad privada, sin eliminar la gestión tecnocrática de los recursos económicos. A partir de ahí, sólo fue cuestión de tiempo que la corrupción autoritaria se adueñara de todos los aspectos de la vida.
Ni la revolución ni el socialismo fueron un error: más bien se trató de un salto a lo desconocido que, como suele pasar, terminó mal ala larga. Lo imperdonable sería
que nosotros no aprendiéramos nada de lo que ha pasado en estos cien años y
continuáramos cometiendo los mismos errores.
Es cierto que resulta muy difícil para una sociedad desprenderse de los métodos autoritarios, sobre todo cuando estos vienen validados desde el mismo nivel del paradigma de racionalidad. La ciencia y la técnica moderna están constituidas para ser utilizadas por élites empresariales y tecnocráticas. El socialismo, en cambio, exigiría el desarrollo de una democracia cognitiva como fundamento de la democracia política. Este cambio de paradigma, evidentemente, es poco factible ahora mismo (mucho menos hace cien años), pero no por ello resulta menos necesario.
Los sistemas del socialismo real chocaron con la dificultad ontológica de construir relaciones sociales no autoritarias y se rindieron pronto. Se conformaron con eliminar la propiedad privada, sin eliminar la gestión tecnocrática de los recursos económicos. A partir de ahí, sólo fue cuestión de tiempo que la corrupción autoritaria se adueñara de todos los aspectos de la vida.
Ni la revolución ni el socialismo fueron un error: más bien se trató de un salto a lo desconocido que, como suele pasar, terminó mal a
¡Viva la
Gran Revolución Socialista de Octubre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario