El sueño
eterno de la revolución
16 de octubre de 2017
Por Mariano Feliz
La revolución bolchevique y la revolución cubana -Lenin y el Che-
no pueden entenderse sin El Capital. La importancia de El Capital no puede
comprenderse de manera integral sino es a través de esas (y otras)
revoluciones. La obra de Marx nace del ciclo de luchas del movimiento obrero
del “viejo mundo” decimonónico (en especial, de la experiencia de las
revoluciones fallidas de 1848), mientras todas las luchas obreras y populares
desde entonces se nutren de esa monumental síntesis teórica y política.
Nadie sabe qué cosa es el comunismo
y eso puede ser pasto de la censura.
Nadie sabe qué cosa es el comunismo
y eso puede ser pasto de la ventura.
“Reino de Todavía”, Silvio Rodriguez
El 150 aniversario de la publicación del primer volumen de El
Capital, seguramente la principal obra editada por Carlos Marx en vida, nos da
la oportunidad de establecer una reflexión sobre su significado para las luchas
del presente. Esta fecha nos permite pensar un debate que trace una delgada
línea roja entre ese hito singular y los dos aniversarios terminados en cero que
concurren en este mismo año: el centenario de la Revolución Rusa de
1917 -liderada por Lenin-, y el 50 aniversario de la muerte del Comandante
Ernesto “Che” Guevara. Ese trazo representa una de las líneas
más productivas del pensamiento radical de la historia reciente y posee
-entendemos- claves para orientar la política revolucionaria en el presente.
La revolución
bolchevique y la revolución cubana -Lenin y el Che- no pueden entenderse sin El
Capital. La importancia de El Capital no puede comprenderse de manera integral
sino es a través de esas (y otras) revoluciones. La obra de Marx nace del ciclo
de luchas del movimiento obrero del “viejo mundo” decimonónico (en especial, de
la experiencia de las revoluciones fallidas de 1848), mientras todas las luchas
obreras y populares desde entonces se nutren de esa monumental síntesis teórica
y política.
El Capital no es, como a veces se afirma, un libro de ‘economía’.
Ni siquiera, tan sólo una ‘crítica de la economía política’ como prudentemente
lo subtituló su autor. Es, ni más ni menos, que parte integral
de una gramática de la lucha de clases, de una historia crítica de las luchas
populares, y sí, también, una crítica radical de la economía política, es
decir, del capitalismo.
La obra cúlmine del barbudo de Tréveris es una suerte de
condensación de sus escritos juveniles y de madurez, de sus trabajos
‘políticos’, ‘filosóficos’ y ‘económicos’, publicados e inéditos, escritos en
soledad o junto a su compañero Engels, incluidos aquellos textos destinados a
la “crítica roedora de los ratones”.
Aún si parcial, inconclusa, muchas veces unilateral, es una obra
tan fundamental que alimentó los debates claves -hoy clásicos- en la lucha
revolucionaria rusa. La discusión sobre las posibilidades del desarrollo del
capitalismo en el país-continente fueron centrales en la definición concreta de
las batallas contra el zarismo y los caminos por venir. Sus fulgurantes aportes
a la comprensión del proceso de acumulación originaria del capital fueron
claves para entender la naturaleza de las tendencias imperialistas, como
claramente percibió Rosa Luxemburgo.
¿Los Soviets del 17 y la Comuna del 71 (¿otra coincidencia
matemático-política?) no son la línea de fuga que une en la práctica la primera
revolución socialista con la crítica del fetichismo de la mercancía en El
Capital? Raya Dunayevskaya, sugiere (en su libro Marxismo y Libertad) que la
Comuna de París influyó profundamente en la comprensión que Marx tenía del
imperativo de la lucha contra el carácter alienado de las relaciones sociales;
de forma similar que los Soviets lo hicieron en Lenin y sus compañerxs. Comuna y Soviets expresaron la necesidad efectiva de la destrucción
de las formas sociales alienadas (la mercancía, el Estado, el capital, el
dinero, el trabajo abstracto) como paso inevitable en la transición al
comunismo. Esa necesidad fue puesta en acto por los pueblos en lucha (en París
y Moscú, respectivamente), en y a través, pero -sobre todo- contra el mundo
pervertido del capital en desarrollo.
El Che comprendió -por su parte- que El Capital era un texto clave
en la lucha popular revolucionaria. Tal es así que lo estudió en profundidad
durante sus tareas en el Estado en los primeros años de la joven revolución
cubana y fue parte de sus reflexiones en plena selva boliviana donde fue
asesinado.
La revolución
cubana es, desde mediados del siglo XX, el faro de los pueblos del mundo en la
lucha por su liberación. Es el ejemplo práctico de que los pueblos en armas
pueden poner en jaque el mundo establecido: la jerarquía del imperialismo, y un
destino de dependencia. El Capital pone blanco sobre negro los límites del
capitalismo (ya en su proceso de consolidación, anticipando sus tendencias) y
ve en la praxis revolucionaria, en la lucha popular, la clave para “asaltar los
cielos”, destruyendo en un mismo acto el objeto y sujeto de ese sistema: el
trabajo (el ser humano) alienado. La cuestión no era tan sólo “tomar” el poder
(el Estado) sino “destruirlo”, como alguna vez imaginó Lenin.
El rosarino era consciente de ello a su manera: la ruptura de la
conciencia enajenada sobre la base de los incentivos morales, era tan
fundamental como la ruptura de las relaciones de intercambio desigual entre las
naciones socialistas. La ley del valor (profunda, aunque incompletamente,
estudiada por Marx en El Capital) no era un hecho natural, sino una relación
social que podía ser violentada y eventualmente destruida por la praxis humana
consciente. Esa premisa orientó su trabajo como ministro de industrias y
presidente del Banco Nacional de Cuba. También fue explícito como problema en
el desarrollo del Sistema Presupuestario de Financiamiento. Eliminar el dinero
como mediación era para él la expresión del camino para la eliminación concreta
del capital y su presencia deshumanizante. La práctica del trabajo voluntario y
la experiencia concreta de solidaridad internacional inculcada en el pueblo de
Cuba son otras tantas prácticas prefigurativas en ese sentido.
La dialéctica del amo y el esclavo (sí, el Che, como en su momento
Lenin, estudiaron y, en especial creo, comprendieron a Hegel, ese “perro
muerto”) sólo podía ser rota en un movimiento práctico crítico, poniendo por
delante el tan gramsciano optimismo de la voluntad. La cuestión
es, como proponía Fanon, destruir en un mismo instante al opresor y al
oprimido.
Era esa conciencia
la que llevó al Che a sumarse al proceso revolucionario cubano, subiéndose al
Granma, ese notable proyecto utópico. Esa misma idea lo llevó al continente
africano y luego al corazón de Suramérica. La revolución era para Él ese sueño
eterno, que se construye aquí y ahora, para vengar a las y los revolucionarixs
ayer vencidas/os.
La gramática de la
revolución debía hacer volar por los aires todas las opresiones; aquí,
seguramente, tanto Marx, como Lenin y el Che, no fueron del todo conscientes de
la centralidad de esto. Todas quería decir todas, no sólo la explotación
capitalista sino también las opresiones de género y raza, el saqueo de la
naturaleza y la instrumentalidad modernista. En el Capital, Marx pecó en esto
de una parcialidad, silencio y unilateralidad imperdonables, al igual que el
líder bolchevique y el Che.
Esta reflexión es
clave, sobre todo porque su filosofía práctica, su dialéctica, suponía y
necesitaba a la revolución como proceso integral, permanentemente crítico de sí
mismo. Por eso, esto nos obliga a radicalizar sus conclusiones,
no a descartar la tendencia marxiana. Revolucionar las revoluciones.
La libertad para
todas y todos, el “para todos, todo” zapatista, esta política no podía (nunca
puede) reclamar menos. Pero la filosofía de la praxis que une estos proyectos
de revolución social, tienen en sus manos la argamasa para su realización: los
sueños y esperanzas de las y los oprimidas del mundo, de los condenados de la tierra. La construcción del mundo en que quepan todos los mundos,
supone articular las luchas de todos los pueblos, de todos aquellos que
enfrentan la tendencia colonizante del capital (que es a su vez -siempre-
hetero-patriarcal, racista y extractivista).
No hay que esperar el
desarrollo de las fuerzas productivas, ni el desarrollo universal de las
tendencias del capital. Ni Lenin ni el Che, ni Marx por caso,
creían en ello, aunque por momentos les costaba asumirlo. Marx tuvo su debate
epistolar con Vera Zasúlich sobre las posibilidades de la revolución en Rusia
(donde eventualmente se produciría), Lenin produjo la polémica idea de
socialismo como “soviets + electricidad” (que luego, en la revolución
derrotada, con Stalin al frente, cambiaría lamentablemente a “industrialización
pesada + colectivización forzada”) y el Che debatió abiertamente el problema de
la articulación/subordinación con la Unión Soviética (la ya mítica URSS).
La revolución es
crear un mundo nuevo en cada instante, en cada debate, en cada práctica
transformadora. La cambio social radical estaba siempre a la vuelta de la
esquina, alumbrando en un comité obrero, en la selva Lacandona en
el suroeste mexicano, o en una barriada de la zona sur del conurbano
bonaerense. Siempre alimentando la llama del cambio social, esperando/propiciando
la chispa que transforme el “por ahora, no” (a la Chávez) en un “ahora sí”. No
habrá nunca revoluciones tempranas, pues nacen indefectiblemente de la
actualización de los deseos y sueños -otrora imposibles- de los pueblos. Cada
lucha tiene la potencia de constituirse en prefigurativa, en germen del cambio
revolucionario; pero solo la lucha puede determinar el pasaje de potencia en
acto, de reforma en revolución. Sin lucha, sin praxis revolucionaria, la
reforma deviene administración, revirtiendo inevitablemente en
contra-revolución.
El capital será
sujeto de nuestra historia sólo en medida en que nosotros no podemos reconocer
la práctica del comunismo como “proceso
real” de transformación de nuestras condiciones a través de nuestras luchas. Por eso, frente a los pueblos del mundo, en 1966 el Che pedía
“crear dos, tres… muchos Vietnam”. Sólo luchando por nuestra libertad, podremos
ser todas y todos realmente libres; socialmente iguales, humanamente diferentes
y totalmente libres como proponía Rosa Luxemburgo.
Esto significa que
la revolución está siempre presente en potencia en todo momento, siempre es
actual, como expresión latente en cada lucha por pan, tierra, contra la
violencia de género, contra el racismo o por el mero derecho a existir. La
revolución aparece como posibilidad en la lucha por la reducción de la jornada
laboral, en aquellas por la caída del zarismo y contra la guerra, y también en
las luchas antiimperialistas y la solidaridad en acto del Che y el pueblo de
Cuba.
La luz que proyecta
El Capital como parte de una filosofía integral de y para la revolución, allana
el camino que construyen diariamente los pueblos del mundo en el intento
siempre inacabado de su liberación. Cada batalla es un nuevo comienzo,
construido sobre la experiencia y la dignidad de revoluciones inconclusas. Lo
sabían los comuneros de la revolución rusa; también lo sabía el Che.
Mariano Féliz, La Plata, 29 de Septiembre
Mariano Féliz, investigador, docente en la UNLP, integrante de la
Sociedad de Economía Política de la Argentina y Uruguay, militante en el Frente
Popular Darío Santillán Corriente Nacional
Fuente: http://www.dariovive.org/?p=8280
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