2016: los primeros
relámpagos
26 de diciembre de 2016
26 de diciembre de 2016
Por
Raúl Zibechi (La Jornada)
La tormenta se acerca. Los oscuros nubarrones que se
avistaban en el horizonte se convierten en ráfagas de viento; estallan los
relámpagos que anuncian la inminencia de la tempestad. La
discusión sobre si se viene una tormenta o no deja de tener importancia ante la
urgencia de definir cómo actuar ante situaciones de emergencia. Este es, a
grandes rasgos, el mensaje que nos deja 2016, el año en que comenzaron a
sentirse los primeros signos de lo que ya está aquí.
Podemos incluso enumerar algunas de las
características que asume esta tormenta. El triunfo del Brexit en Reino Unido, el crecimiento de las
extremas derechas y del racismo antinmigrante, con la posibilidad de que ganen
el gobierno en Francia, son algunas de sus principales manifestaciones
europeas.
El golpe de Estado fracasado en Turquía y la
creciente desestabilización de Medio Oriente, donde la violencia es el modo
casi único de resolución de los conflictos. La intervención de todas las
potencias en el escenario más caliente del mundo, incluidas Rusia y China, en
defensa de sus intereses nacionales. La terrible y silenciada guerra en Yemen,
donde Arabia Saudita perpetra crímenes de lesa humanidad sin que Occidente
levante la voz.
Triunfo de Donald Trump y viraje antichino en
Washington, con grandes posibilidades de que se produzca un conflicto mayor en
el Mar del Sur de China, escenario estratégico donde transcurre la mayor parte
del comercio exterior de la potencia asiática y navegan los grandes barcos que
le suministran petróleo. La ventaja del triunfo de Trump es que impide
ocultar la decadencia estratégica y la debacle moral de la superpotencia.
En América Latina, 2016 fue el año en que las
derechas se hicieron con el gobierno en dos países claves: Argentina y Brasil.
La paz en Colombia es asignatura pendiente, toda vez que la firma del acuerdo entre
el gobierno y las FARC no impide que los militantes sociales sigan siendo
asesinados, superando con mucho el centenar de muertos en los años recientes.
En Venezuela se cruzan la voluntad destituyente de la oposición con la
incapacidad del gobierno de estabilizar el país.
El giro conservador es apenas coyuntural. Lo
fundamental es que los gobiernos pierden legitimidad y la estabilidad se
evapora a velocidades impensables años atrás. Crisis de legitimidad que se ven
agravadas ante la persistencia de crisis económicas y el aumento de la ya
gigantesca desigualdad.
En cada uno de estos escenarios los sectores
populares son los más afectados. Sin embargo, estamos apenas ante la primera
parte de la tormenta que, fuera de dudas, se profundizará en los próximos años.
Quisiera comentar tres aspectos de esta tempestad que puede enterrar el
capitalismo, pero que se cierne también como una terrible amenaza sobre los
pueblos.
La primera es que estamos ante una tormenta
sistémica, que no es coyuntural. No es una crisis que será superada con la
introducción de algunos cambios para que todo vuelva a la normalidad. Por lo
tanto, las soluciones serán sistémicas o todo seguirá igual. El modelo
extractivo/cuarta guerra mundial ha erosionado a los estados nación, ha
desorganizado las sociedades, evaporado las autoridades y dislocado todas las
variables del sistema mundo, incluidos los partidos de izquierda y los
sindicatos.
Esto quiere decir que ya no podremos apoyarnos
en las viejas instituciones legadas por un sistema mundo también desarticulado,
sino que debemos abocarnos a crear otras nuevas, capaces de sostenerse y
navegar en este periodo de agudas tormentas. Como siempre sucede, las culturas
políticas son muy resistentes a los cambios y se niegan a ser desplazadas por
lo nuevo.
A su vez, lo nuevo es a menudo poco
consistente o es considerado escasamente útil por las viejas culturas
necróticas; pero este desencuentro es inevitable, forma parte de la tormenta en
curso y no habrá de ceder por un buen tiempo. Por lo tanto, habrá que tener
mucha paciencia para no responder con crispación a las provocaciones.
La segunda cuestión es una pregunta: ¿quién
nos va a proteger ahora que los estados y las instituciones del sistema mundo
son incapaces de hacerlo? Es una interrogante que se formuló hace dos décadas
Immanuel Wallerstein y mucho se ha avanzado en esa dirección, aunque aún es
insuficiente. La respuesta es: nosotros y nosotras, con nuestras propias
fuerzas, siempre que estemos organizados. O sea, en colectivo.
En este sentido, deberíamos reflexionar sobre
los derechos humanos. Ningún estado, ninguna institución, ningún gobierno va a
defender la vida de los de abajo. O porque no quieren o porque no pueden. O por
ambas cuestiones a la
vez. En México , por ejemplo, los familiares y amigos de los
43 de Ayotzinapa saben que no se hará justicia. El razonamiento es bien
sencillo. Si fue el Estado el responsable de las desapariciones, no puede ser
ese mismo Estado el que haga justicia. Hacer justicia es superar las causas de
la política de genocidio. O sea, poner fin a la cuarta guerra
mundial/acumulación por despojo.
La tercera cuestión radica en el cómo. En los
caminos que vamos a emprender para superar esta tormenta. Es, por tanto, una
cuestión de largo aliento, estratégica o como se quiera denominar. Pero las
estrategias no se inventan. Se trata de sistematizar lo que hacen los pueblos
para sobrevivir.
Lo que vemos es un doble trabajo consistente
en resistir y crear, en defenderse de los jinetes de la muerte y en recrear y
reproducir la vida. No
es algo novedoso, sino el sentido común de los pueblos a lo largo y ancho del
mundo. Desde Rojava hasta Chiapas, pasando por donde se pueda imaginar, se
resiste y se crea o, si se prefiere, se resiste creando con base en la
organización colectiva.
La autonomía es, por lo tanto, un imperativo
de las circunstancias, no una mera opción de tal o cual corriente ideológica.
Si no somos autónomos, no podremos construir ni resistir. Hoy más que nunca, la
vida es sinónimo de autonomía.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220844
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