De extremo a extremo, los pueblos indios de las
Américas viven, construyen y resisten. Resisten las invasiones a sus
territorios de mineras, petroleras, grandes represas, gasoductos, la tala de
sus bosques y las mega plantaciones de monocultivos de árboles, los parques
eólicos, las plantaciones de transgénicos y las fumigaciones de agrotóxicos, el
avance indiscriminado de proyectos inmobiliarios, la contaminación y robo de
sus tierras, ríos, lagos y aire.
Por Silvia
Ribeiro - Periodista y activista uruguaya,
directora para América Latina del Grupo ETC, con sede en México.
Resisten además las mil formas de tratar de
invisibilizarlos, de afirmar que no existen o no son pueblos; de que cada
lucha, cuando sale a la luz y convoca solidaridad, sea vista como fenómeno
localizado y aislado, donde no hay historia, no hay identidad, no hay
organización, no hay solidaridad y redes con muchos otros. Las luchas indígenas
tienen muchas capas de significación que nos tocan a todas y todos, aunque a menudo
solo las percibimos a partir de sus resistencias en momentos de represión y
amenaza.
Al Sur del continente, los mapuches , tanto en
Chile como en Argentina –su territorio ancestral nunca tuvo esa frontera– son
perseguidos judicial y militarmente, por defender sus territorios contra
grandes forestales, hidroeléctricas, petroleras y otras empresas y negociados
de los gobiernos de turno con sus tierras. En cada conflicto se les ha aplicado
–o intentando hacerlo- leyes anti-terroristas, leyes que vienen de las
dictaduras militares, con persecución militar, policial y judicial. En ambos
casos, particularmente en Argentina, el discurso oficial y mediático niega
incluso que existan pueblos indios, como ha sucedido en el caso de muchos otros
conflictos en territorios indígenas. A fin de 2016, el caso de la machi mapuche
Francisca Linconao (autoridad moral, médica y consejera de su comunidad)
levantó solidaridad en todo el planeta, cuando la machi Francisca ,
que se declara inocente y fue detenida sin pruebas, acusada por un incendio que
dejó dos muertos en una finca forestal que ocupa y devasta sus territorios,
emprendió una huelga de hambre que duró dos semanas, hasta que le concedieron,
no la libertad, sino arresto domiciliario, el 6 de enero 2017. El juicio contra
ella sigue.
El pasado 10 y 11 de enero, el gobierno
argentino y el gobernador Mario das Neves de la provincia de Chubut, lanzaron
en operación conjunta de la Gerdarmería Nacional y la policía local una feroz
represión contra una comunidad (lof) mapuche que defiende su territorio en el
departamento de Cushamen, Chubut. Este lof mapuche volvió a ocupar esa tierra
en marzo 2015, luego de que hubiera quedado encapsulado en lo que desde 1991 es
propiedad de la trasnacional italiana Benetton, uno de los mayores
terratenientes de Argentina, con cerca de 900,000 hectáreas
en la Patagonia.
En lo que Amnistía Internacional definió como
una “operación
cerrojo”, 200 gendarmes cerraron todas las vías de acceso y
avanzaron disparando balas de goma y de plomo contra la comunidad, con enorme
brutalidad, atacando mujeres, hombres y niños. El primer día tenían una orden
judicial para liberar las las vías de un tren turístico que la comunidad había
bloqueado con materiales, no personas. Nada más. El segundo día no tenían ni
siquiera esa limitada orden, pero en ambas ocasiones atacaron violentamente a
la comunidad, dejando una secuela de heridos y detenidos.
ataque brutal, siguieron las manipulaciones
mediáticas. Medios locales acusaron a los mapuches de tirar piedras y “resistir
violentamente un procedimiento judicial”, implicando que fueron ellos que
provocaron la represión.
El gobernador azuzó el conflicto declarando “Hace un tiempo
en Chubut hay un grupo de violentos que no respetan las leyes, la patria, ni la
bandera… En esto voy a hacer duro hasta las últimas consecuencias, para que se
cumpla con las leyes y la gente viva tranquila” ( 12/01/17lavaca.org).
Para el gobernador, “la gente” es la trasnacional Benetton.
Tal como denunció el querido historiador
Osvaldo Bayer en el sitio Garganta Poderosa, se trata otra
vez, de la Patagonia rebelde, una renovada “Campaña del
desierto” (que condujo Julio Argentino Roca a principios de 1900) para terminar
con los pueblos y tribus del Sur, ahora para dar paso a las empresas
trasnacionales.
En toda la Amazonía, en la resistencia a la
minería, petroleras y otras devastaciones están pueblos indígenas. En Ecuador,
miembros del pueblo Shuar de la comunidad de Nankitz, Morona Santiago,
intentaron en noviembre y diciembre recuperar su territorio, del que habían
sido violentamente
desalojados en agosto
2016 por fuerzas militares y policiales del gobierno, que nuevamente, dio
atención a una orden judicial a favor de la empresa minera china Explorcobres
S.A., pese a que el mismo gobierno no había cumplido siquiera con la consulta
libre, previa e informada a que tienen derecho las comunidades indígenas Shuar.
En los conflictos, murió un policía y varios resultaron heridos. Como rebote, a
la organización ecologista Acción Ecológica, que desde hace años viene
denunciando los impactos de la minería y petróleo y la violación de derechos
indígenas y humanos en esas áreas, incluso el caso Shuar, el gobierno intentó clausurarla.
Esto se logró parar, tanto por la vacuidad de las acusaciones contra esa
organización, como por la amplia protesta nacional e internacional, pero las
amenazas continúan: sigue la militarización en zona Shuar y situaciones
parecidas de desalojos, acoso y violencia, se repiten en varios territorios
indígenas del Ecuador donde quieren avanzar la mega minería, a favor de
empresas extranjeras, sobre todo chinas.
La defensa territorial de los pueblos
indígenas tiene un papel fundamental en la defensa de la vida y de la justicia
a través de todas las Américas, como sucedió también con la movilización del
Pueblo Sioux en Standing Rock, Dakota del Norte, contra el oleoducto DAPL, otro
devastador emprendimiento que logró ser detenido en diciembre por la extendida
y firme resistencia indígena. La convergencia de pueblos indígenas y
organizaciones ecologistas de base, así como en varios lugares con otros
movimientos sociales, feministas, urbanos, campesinos, no es nueva, pero va
adquiriendo nuevas formas y significados.
La historia y contundentes realidades del
movimiento y las comunidades zapatistas abona, directa o indirectamente, a
todos esos procesos de resistencia. México, casi como un continente en sí
mismo, está atravesado de conflictos territoriales, ambientales, sociales, de
injusticias, con incontables casos de represión abierta o encubierta, y con
cientos de luchas y resistencias locales, muchas basadas en comunidades
indígenas y campesinas. Los testimonios y denuncias del Congreso Nacional
Indígena reflejan muchos de ellos. La decisión de formar un Concejo Indígena de
Gobierno y contraponer una candidata mujer e indígena a los discursos
electorales es otra forma de poner en la mesa, invitando a muchos otros
movimientos, estas realidades, heridas, resistencias, indignaciones y
construcciones.
Desinformémonos,
17 de enero, 2017
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