Relanzando el extractivismo:
Revolución Bolivariana,
crisis del capitalismo rentístico y tensiones
eco-políticas en el territorio venezolano
Las contradicciones producidas a raíz de la crisis
del capitalismo rentístico venezolano y la encrucijada de la Revolución Bolivariana ,
generan extraordinarias tensiones regresivas sobre los avances sociales y
económicos que se produjeron en el país en los últimos años. A lo largo del
texto, y desde una mirada ecológico-política, trataremos de mostrar dichas
tensiones alrededor de procesos que se están configurando en la actualidad y
que podrían apuntar a importantes y significativas transformaciones en el país.
Nos referiremos especialmente a tres problemas,
que representan serias amenazas de destrucción ambiental, de despojo de bienes
comunes y de insostenibilidad sociopolítica, vinculados a la expansión y
reformulación del extractivismo en Venezuela. También propondremos algunas
ideas alternativas.
Por Emiliano
Teran Mantovani
No es un secreto que la Revolución Bolivariana
se encuentra actualmente en una situación de crisis y encrucijada. Este proceso
conviene entenderlo como una confluencia de factores coyunturales y
estructurales, que aunque se vinculan con el histórico carácter dependiente y
cíclico de la economía rentista venezolana, y con las complejas correlaciones
de fuerza geopolíticas, también está determinado por la orientación que ha
tenido la política del gobierno nacional. En este sentido debemos resaltar que
cuando logra hegemonizarse el proyecto chavista, a partir de 2004-2005,
comienzan a replantearse sus bases por medio de un relanzamiento y
redimensionamiento de toda la política extractiva, con la mira principalmente
en la Faja Petrolífera
del Orinoco (FPO), con el objetivo de convertir a Venezuela en una “potencia
energética mundial». Esto supuso una profundización de la lógica
capitalista-rentista, de la reproducción de los históricos elementos
profundamente distorsionadores del modelo venezolano, vinculados a una muy
marcada sobredeterminación de la renta petrolera; un enorme sesgo urbano (un
modelo brutalmente anti-agrícola) e importador; un parasitismo económico y
altos niveles de corrupción; una notoria dependencia y vulnerabilidad sistémica
–96% de las exportaciones totales provienen del petróleo desde 2012–; una
resaltante tendencia al endeudamiento externo; junto a patrones
subjetivo-culturales muy vinculados al consumo intensivo y a la movilidad
social en torno a la renta.
Todos estos factores detienen o dificultan de sobremanera procesos
de cambio profundo y emancipatorio en la sociedad venezolana 2. Ya
desde 2009/2010, en el marco de la crisis económica global (2008 en adelante),
se comienza a configurar un proceso de ralentización y estancamiento de los
procesos de transformación popular que se venían produciendo en el seno de esta
etapa política en el país. Con la muerte del presidente Chávez en 2013, se van
potenciando todas las contradicciones que componen las dinámicas del
capitalismo rentístico venezolano –como reflejo de una crisis de hegemonía
política–, coronadas ahora con la caída, desde 2014, de los precios
internacionales del petróleo. Este proceso, que ocurre después de casi 100 años
de historia petrolera en el país, se inscribe en una larga crisis y agotamiento
del modelo histórico de acumulación venezolano, que desde hace unos 30-40 años
inicia un período de desequilibrios estructurales que, con grados de severidad
variables, se ha mantenido permanentemente hasta nuestros días. Los efectos de
la “enfermedad holandesa”, que desde mediados de la década pasada impactan de
manera diferenciada en toda América Latina a partir del boom de las materias
primas, presionando a la reprimarización de las economías, tienen acentuadas
secuelas en Venezuela, dado su vulnerable metabolismo socioterritorial3
. Esto ha contribuido a la profundización del carácter entrópico (o
“incontrolable”, diría István Mészáros) del capitalismo rentístico nacional, lo
cual se une a las condiciones actuales de intensa disputa geopolítica y crisis
civilizatoria4 . Es importante atender a estos factores, pues son el
marco de lo que pueda ocurrir en Venezuela en el futuro próximo.
¿Cuál es la resiliencia de los factores políticos venezolanos
gobernantes, ante una latente agudización de la crisis global? E inclusive,
¿cuáles son actualmente las capacidades políticas y económicas endógenas para
hacer viable el propio proyecto nacional en el tiempo? En época de vacas flacas
se ve con mayor claridad la topografía excluyente e insostenible de los modelos
extractivistas. En este sentido crece la tensión neoliberal, y los procesos de
acumulación de capital buscan reacomodarse para, por un lado, mantener,
“defender” o potenciar procesos desregulados o poco regulados de reproducción
capitalista, y por otro lado, atacar al Estado “protector” tal y como un cuerpo
canceroso, reconfigurando su composición interna y transformando
progresivamente sus normativas, sus canales de operación y manejo de la
riqueza, y sus relaciones de fuerza endógenas, con el objetivo de desmantelar
las barreras que éste pueda imponer a la apertura a los grandes capitales
globalizados.
La crisis venezolana actual, vivida como
desquiciamiento económico –sobre todo en el valor de la moneda, el contrabando
y la corrupción– y como una confrontación política de múltiples escalas, sufre
una crecida de la tensión neoliberal, y se agudiza la necesidad de un cambio de
rumbo. Pero, ¿qué rumbo se tomará? ¿Es el ajuste, el horizonte próximo de la política
venezolana? ¿Qué fuerzas podrían evitar un eventual avance de la acumulación
por desposesión en el país? Los recientes debates sobre el fin del ciclo
progresista en la región cobran gran importancia, no sólo para advertir e
intentar caracterizar los nuevos tiempos que se configuran en Latinoamérica,
sino también para evaluar los saldos derivados de la profundización del
extractivismo, vinculados a expansiones del despojo territorial, de la
devastación ambiental, a la reprimarización de las economías y el aumento de la
dependencia, a la construcción de consenso social en torno al consumismo
urbano, motorizado por la distribución de las rentas por commodities; en fin,
evaluar los vínculos de las consecuencias de la expansión extractivista con la
deriva regresiva que se vive en la región y la intensificación de la tensión
neoliberal.
A lo largo de este texto, trataremos de mostrar algunas de estas
tensiones alrededor de procesos que se están configurando en la actualidad y
que podrían apuntar a importantes y significativas transformaciones en el país,
haciendo una mirada ecológico-política de éstos. Nos referiremos especialmente
a tres problemas, que representan serias amenazas de destrucción ambiental, de
despojo de bienes comunes y de insostenibilidad sociopolítica, vinculados a la
expansión y reformulación del extractivismo en Venezuela, que podría traer
consigo nuevas configuraciones territoriales a escala nacional, con
trascendentales cambios del orden metabólico. Dado que muchos de estos procesos
están en pleno desarrollo, algunas de las hipótesis presentadas serán
propuestas de manera tentativa o de forma preliminar. En todo caso,
consideramos el avance de la investigación sobre estos temas como un insumo muy
útil y profundamente estratégico para los tiempos que vivimos. Veamos.
Estado, reconfiguración
del extractivismo y disputas territoriales; ¿hacia nuevos ordenamientos
socioambientales? Es necesario reconocer que en la Revolución Bolivariana ,
el tema ambiental ha tenido un auge en las discusiones públicas, una mayor
difusión en los debates sociales y de organizaciones populares, por lo cual
éste sube de ranking, en comparación con otros períodos políticos
contemporáneos. Recordemos no sólo la vocería crítica del presidente Chávez en
las cumbres de cambio climático –resaltando su papel en la COP 15 en
Copenhague–, sino también la consideración del problema ambiental como elemento
fundamental para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019, al
colocarse como uno de los cinco Objetivos Históricos del Plan de la Patria:
“Contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la
especie humana”. El presidente Nicolás Maduro ha intentado seguir una línea
discursiva similar. El pasado 18 de junio, saludaba la carta encíclica Laudato
sí del Papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común”, planteando que se
trataba de “uno de los documentos más importantes que han salido en las últimas
décadas”, y dijo asumir plenamente el compromiso propuesto en esta carta,
proponiendo su difusión en comunas, barrios y organizaciones de base,
asegurando que estas premisas se estaban poniendo en marcha en el marco de la
construcción del ecosocialismo en Venezuela5.
Sin embargo, las bases programáticas de esta narrativa
ambientalista están configuradas, como ya hemos dicho, por el relanzamiento del
proyecto Bolivariano en torno a la expansión del extractivismo, lo que supone
una contradicción fundamental en el seno de la propuesta “emancipatoria” del
Gobierno Nacional. Los argumentos que emergen para intentar solventar esta
contradicción suelen girar alrededor de algunas ideas centrales, de las que
destacamos dos:
I.
La ampliación del extractivismo nos llevará al desarrollo. A partir de ahí,
podremos salir del extractivismo. Es algo temporal: en la medida en que se
intensifi ca nuestra especialización en la División Internacional
del Trabajo y la Naturaleza, se ensancha el Estado rentista y su relación
clientelar con los sujetos; se amplían las firmas de obligaciones de mediano y
largo plazo con compañías transnacionales; se extiende la modernización
capitalista a nuevos territorios, subsumiendo y disolviendo comunidades,
saberes, culturas y economías ancestrales, desestimulando poderosamente las
economías productivas y devastando ecosistemas; y se propaga el modo de vida
consumista y de individuación propio del rentismo. En esta medida, se hace cada
vez más complicado salir del extractivismo. Además, esta idea ignora otras modalidades y alternativas
que se pueden poner en marcha como políticas de transformación
post-extractivista. No hay motivos para pensar que más extractivismo nos puede
abrir el camino hacia un proceso de transformaciones emancipatorias
“ecosocialistas”.
II.
La ampliación del extractivismo es para salir de la pobreza: cabe
destacar, en primer lugar, que eso que llamamos ambiente no sólo son “recursos
naturales” o paisajes, sino también es tierra y territorio. Por eso, en los
procesos de modernización y los proyectos extractivos no sólo hay una
degradación de biodiversidad, sino que también está involucrada una
desterritorialización social que supone que la gente que habita esas áreas
sufre los despojos que hacen posible el desarrollo, pierden el suelo que pisan,
el agua y los frutos de la tierra de los que se abastecen directamente, y esto es
algo que el ideal del progreso siempre ha querido ocultar. La pobreza está en
estrecha relación con la propiedad –el despojo de la modernización capitalista
apunta a la creación de los “desposeídos”–, con la autonomía comunitaria –la
dependencia necesariamente genera pobreza y viceversa– y con el acceso a los
bienes comunes para la vida, y si éstos son despojados o destruidos, estamos en
presencia de una pérdida neta de riqueza. Así que el extractivismo, aunque
prometa y prometa riqueza y desarrollo, siempre generará gente que se
empobrece. Luego, en segundo lugar, la riqueza está generalmente asociada a la
cobertura de las necesidades básicas, y de consumos suntuarios, de los
ciudadanos por la vía de la redistribución de la renta –solventada con dinero–.
Esto refleja que la pobreza y la desigualdad estructural no son
tocadas, y que este hechizo de riqueza monetaria desaparece en la misma medida
que caen los precios de las materias primas, dejando un saldo de mayor
dependencia social y de mayor pobreza ecológica. En la actualidad, tanto los
proyectos expansivos de “desarrollo” que se han anunciado, como la propia
crisis integral del sistema venezolano, han hecho que el discurso ambientalista
se haya venido precarizando, se haya relegado a un segundo plano, en relación a
su momento de auge anterior. La tensión neoliberal presiona, entre otras cosas,
también a la flexibilización ambiental, para así mantener tasas de ganancia
sostenibles para el capital.
Esto, como ya lo hemos advertido, podría tener extraordinarias
repercusiones socioambientales en el corto y mediano plazo. A continuación
presentamos tres problemas eco-políticos, que expresan y sintetizan estas
tensiones y disputas:
a) Expansión de la minería en Venezuela: ¿hacia una escala sin
precedentes? En el marco de este relanzamiento del extractivismo en el país y
de una profunda alianza con China, se ha propuesto que, junto a la meta de
llevar la “producción” petrolera nacional a 6 millones de barriles diarios –4
MM en la FPO–, se adelante una injustificable expansión de la minería. El 23 de
agosto de 2011, el presidente Chávez declaraba la importancia estratégica de lo
que ha denominado el Arco Minero de Guayana, una especie de faja minera rica en
oro, bauxita, coltán, diamantes, entre otros, con un “gran potencial y poderío
económico”, ubicada justo al sur del río Orinoco (estado Bolívar). Ese mismo
día, Chávez aprobaba por decreto el Plan de Acción Estratégica en Dos
Horizontes6 , que persigue engranar dos zonas “geoeconómicas” como
lo son la FPO con el gran proyecto de la faja minero-industrial de Guayana, “en
un sólo gran proyecto de desarrollo” 7.
La idea de convertir a
Venezuela en una “potencia energética mundial” se proyecta hacia la minería con
la premisa de “Desarrollar el poderío económico utilizando los recursos
minerales”, como lo expresa el Plan Socialista de Desarrollo 2013-2019. De esta
manera, se propone aumentar la certificación de reservas de minerales a nivel
nacional (punto 3.1.15.1) bajo la figura de empresas mixtas (punto 3.1.16.4),
para así “duplicar las reservas minerales de bauxita, hierro, coltán (niobio y
tantalita), níquel, roca fosfórica, feldespato y carbón con la certificación de
los yacimientos ubicados en el Escudo de Guayana, Cordillera de los Andes,
Sistema Montañoso del Caribe y la Sierra de Perijá” (punto 3.1.15.3). Lo mismo
con las reservas minerales de oro y diamante en los yacimientos ubicados en el
Escudo de Guayana (punto 3.1.15.4)8. Ya en septiembre de 2013, el
Gobierno Nacional suscribía con el Banco de Desarrollo de China, el Banco de
China y la constructora asiática Citic, un memorando de entendimiento para la
elaboración del mapa minero de Venezuela, junto a los estudios técnicos para la
explotación de Las Cristinas (estado Bolívar), uno de los principales yacimientos
auríferos del mundo –estimaciones de unas 17 millones de onzas–9.
Este plan minero ha sido confirmado recientemente (20/08/2015), cuando el
vicepresidente para el área social, Héctor Rodríguez, planteaba que se quiere
completar un proyecto de certificación similar al Proyecto Magna Reserva –que
desde 2005 cuantificó y validó las reservas petroleras de la FPO–, para
certificar “todo el potencial minero que existe en Venezuela” 10.
Otra muestra concreta de este avance, y de las tensiones y pugnas que produce,
representa el decreto 1.606 del 10 de febrero de este año (Gaceta Oficial
40.599), que aprobaba la explotación de carbón en 24.192 hectáreas
de los municipios Mara y Guajira (estado Zulia)11, una ampliación
histórica significativa de las áreas de extracción carbonífera, a pesar de los
múltiples conflictos y denuncias que ha creado la insistencia en ampliar este
tipo de extractivismo en la
zona. Pero es importante resaltar que una persistente campaña
y movilizaciones de grupos ambientalistas de Zulia, junto a otros grupos
sociales y universitarios en el país, influyen en la decisión de modificar este
decreto (Gaceta Oficial Nº 40.733 del 27/08/2015), reduciéndose el área de
explotación a 7.249 has., lo que supone que, al menos por el momento, no habrá
apertura de nuevas minas de carbón en la poligonal señalada en este decreto.
Hablamos de un significativo cambio de escala de la minería en el país, que
acarrearía extraordinarias consecuencias ecológicas, sociales, económicas y
culturales.
Si el objetivo es profundizar notablemente el esquema extractivo
petrolero, con el fin de alcanzar posteriormente el “desarrollo” de una
economía “productiva” –léase, “salir del rentismo” o “sembrar el petróleo”–,
resulta paradójica una apertura al extractivismo minero a mayor escala. El
apetito de “recursos naturales” del mercado mundial –en nuestro caso, haciendo
énfasis en China– parece ser el determinante para que el megaproyecto de
explotación petrolera de la FPO no sea suficiente. Pero existe otro factor importante
que valdría la pena mencionar. Al estar en declive histórico la producción en
los yacimientos convencionales de crudo (ligeros y medianos) del país, el
futuro del “crecimiento” nacional se encuentra depositado en el desarrollo de
la explotación de los petróleos no convencionales, léase los crudos
extrapesados de la FPO.
Ahora bien, con la notoria caída de los precios
internacionales del petróleo, es muy probable que los proyectos de la FPO estén
en el congelador –sólo son rentables con precios altos–, al igual que ocurre
con tantas otras fuentes de hidrocarburos no convencionales en el mundo12.
En este sentido, una ampliación significativa del extractivismo minero en el
país podría cumplir un papel compensatorio ante las dificultades del
extractivismo petrolero venezolano, y mucho más cuando se avizora que se añada
a la oferta mundial de crudo la producción iraní, y mayores volúmenes de países
como Irak y Argelia, entre otros; junto con un estancamiento de la demanda,
entre otras cosas, por la ralentización de la economía china, lo que podría
mantener por un tiempo los precios internacionales del crudo a la baja13
.
Las devastadoras consecuencias ambientales producidas por la
minería, conocidas por todos, se unirían a los históricos daños provocados por
la industria petrolera y a los nuevos desafíos de la FPO. No sólo se ampliarían
los males producidos por esta actividad extractiva en zonas de reserva, como
por ejemplo los provocados por la minería ilegal en Guayana (sur del país), que
además perjudica terriblemente a los pueblos indígenas que habitan la zona14,
sino que también podría afectar cursos de agua que alimentan ciudades, como lo
ha planteado la Sociedad
Homo et Natura, al referirse a cómo la extracción masiva de
carbón a cielo abierto afectaría dramáticamente las cuencas de los ríos Guasare
–que ya se encuentra afectado– y Socuy, y al propio suministro de agua de
ciudades tan importantes como Maracaibo y otros poblados15 .
Adicionalmente, los conflictos sociales vinculados a la minería se harían aún
más problemáticos, sobre todo en los pueblos indígenas, como ya ha ocurrido en
el país sobre todo a partir del segundo gobierno de Chávez. Destacan
sobremanera las disputas que se han desarrollado con parte del pueblo yukpa en
la Sierra de Perijá, o en zonas rurales y boscosas de los estados Amazonas,
Bolívar y Delta Amacuro, que pueden estar en el marco de la minería formal o
ilegal. Conscientes de esto, el 2 de junio de 2014, la Coordinadora de
Organizaciones Indígenas de la Amazonia (COIAM) se pronunciaba acerca de la
“nueva política minera del Estado venezolano”, resaltando la terrible y
contradictoria práctica de la minería ante un proyecto político que se hace
llamar ecológico, y “la urgencia debida, [para que se] realice una revisión de
sus políticas de desarrollo para la Amazonía venezolana (nueva política
minera), estudiando y explorando modelos de desarrollo alternativos y
ambientalmente sostenibles, decretando una MORATORIA DE LA ACTIVIDAD MINERA
al sur del Orinoco, como garantía de protección de los grandes recursos
hídricos y forestales de la Amazonía, así como la importante biodiversidad y
sociodiversidad presente en estos territorios” 16.
La amenaza a la propia supervivencia de los pueblos indígenas en
Venezuela es enorme, lo que no puede provocar indiferencia en la opinión pública
nacional.
b) Extractivismo flexibilizado y acumulación por desposesión
Como ya hemos expresado, la intensa situación de conflicto
político y la crisis del modelo rentista petrolero, intensificada con la caída
del precio del crudo, ha presionado al Gobierno Nacional a mantener el
movimiento de la economía (fundamentalmente del consumo) a través de la emisión
de bonos y un creciente endeudamiento con China, junto con diversos procesos de
flexibilización económica selectiva, donde destaca la apertura, en febrero de
este año, de la tasa de cambio SIMADI (Sistema Marginal de Divisas, que se une
a otras dos tasas de cambio reguladas), la cual opera “totalmente libre” y se
cotiza por la dinámica de la oferta y la demanda. A estas alturas se han adquirido
préstamos con la nación asiática que superan los 50.000 millones de dólares, de
los cuales diversas estimaciones plantean que ya se ha cancelado la mitad17.
Esta deuda no se salda en efectivo, sino por medio de envíos de petróleo a
China, cotizados a precios de mercado. Dado que las cuotas se establecen a
partir de una “cantidad mínima” desde la cual se calcula el número de barriles
por día y dado que los precios del crudo cayeron, esto supone que el gobierno
venezolano debe enviar más barriles para cubrir dicha cuota. Esta situación
está vinculada con los recientes “protocolos de enmienda” del financiamiento
conjunto chino-venezolano, en los cuales se han establecido algunas
flexibilizaciones que favorecen a Venezuela, como la posibilidad de establecer
el número de barriles enviados al día mediante notas diplomáticas, o la
supresión del plazo de tres años que tenía el gobierno venezolano para el pago
de los préstamos18 . De esta forma, la conexión entre la situación de
crisis nacional y el papel de “protector” geopolítico y financiador
“condescendiente” de China, favorecen a una situación de flexibilización
interna a la operación de sus capitales. La medida más relevante al respecto es
el decreto 1425 de la Ley de Regionalización Integral (nov. de 2014), que
plantea la figura de las Zonas económicas especiales (ZEE) –tomadas del modelo
chino–, las cuales representan una liberalización integral de regiones
geográficas del país, para derribar obstáculos al capital (IED) y así “afianzar
el desarrollo y enfrentar la pobreza estructural”19.
En estas Zonas Estratégicas de Desarrollo Nacional (ZEDN), o en
las ZEE, se plantean políticas tales como: a) planes especiales de estímulos
fiscales y aduanales, e incentivos económicos a las empresas para el desarrollo
de las zonas; b) liberación de restricciones arancelarias y para-arancelarias,
suspensión de impuestos a empresas, posibilidad de retención de la totalidad
del impuesto al valor agregado por parte de éstas; c) definición de una
autoridad (coordinador) de la ZEDN; d) definición de un régimen especial y
extraordinario de contrataciones, acorde a los objetivos de la ZEDN que se
cree; e) posibilidad de una administración especial de los ingresos generados
en las zonas; f) autorizaciones para la movilización de mercancías y
facilidades de despacho, simplificación de trámites y obtención de permisos de
forma sencilla, expedita y simplificada; y g) orientación de las ZEE a la
exportación y comercio internacional (aunque no únicamente)20 . La
FPO ha sido declarada como una de las ZEE de la
República Bolivariana de Venezuela21, en el marco
de una política en Petróleos de Venezuela (Pdvsa), que desde la asunción de
Eulogio Del Pino como su presidente (sept. de 2014), pudiésemos catalogar de
pragmática, es decir, orientada fundamentalmente hacia la funcionalidad del
negocio.
Recientemente (agos. de 2015), el vicepresidente del Consejo de
Ministros para Planificación y Conocimiento, Ricardo Menéndez, anunciaba que la
FPO es una “vitrina de la Venezuela que se quiere construir”, y añadía que “el
petróleo es la fuerza para impulsar las potencialidades productivas de todos
los ejes sectoriales, para dejar atrás la cultura de la renta petrolera. No hay
que repetir errores del pasado” 22, con lo que replica, por enésima
vez, la promesa de dejar atrás la cultura petrolera a partir del impulso y la
fuerza del petróleo23. Aparte de las diversas consecuencias
políticas, económicas, geopolíticas, sociales y culturales que conllevan estas
formas de liberalización territorial, preocupa, en un sentido integral, las
consecuencias ecológicas. El anuncio de Menéndez de que “La Faja es territorio
virgen, no hay resistencias” 24 pareciera la típica premisa de todo
proceso de acumulación originaria. Pero además, el hecho de su “virginidad” y
su “ausencia de resistencias” parece conectarse armónicamente con la
facilitación para la obtención de trámites anunciada en esta Ley de
Regionalización. Aunque la Ley no hace referencia específica a ningún parámetro
ambiental, preocupa que esta liberalización territorial suponga un cheque en
blanco para la devastación ambiental y haga prácticamente imposible detener
estos procesos destructivos de la vida, si acaso pudiendo apenas remediarlos
posteriormente. Las débiles y parcializadas contralorías ambientales a la
explotación petrolera en el país, el hecho de que es la Corporación Venezolana
de Petróleo (CVP) el ente encargado de desarrollar los lineamientos de la
política ambiental de Pdvsa, y que las auditorías ambientales en la FPO las
realizarán las propias empresas mixtas (CVP y empresas transnacionales)25,
no representan antecedentes alentadores. Este problema es aún más significativo
en la FPO, dado que se trata de, por un lado, una explotación de crudos
extrapesados, los cuales son mucho más perniciosos que los convencionales, en
lo que respecta a contaminación de aguas, generación de desechos tóxicos,
emisiones de GEI y gasto energético, entre otros; y por otro lado, se trata de
un proyecto que pretende replicar toda una regionalización desarrollista, de
ciudades, agroindustria y grandes infraestructuras, que acompañarían a las
estructuras de la industria petrolera.
Si este modelo, presente también en Paraguaná (estado Falcón), en
el eje Morón-Puerto Cabello (estado Carabobo) y en el eje Ureña-San Antonio
(estado Táchira), se replica incluso a otras zonas estratégicas del país, el
tema de la regulación ambiental sería casi inexistente, por lo que podríamos
estar ante un proceso de devastación ambiental desregulada, que tendría no sólo
consecuencias respecto a la conservación de ecosistemas, sino al propio orden
metabólico de la territorialidad venezolana, que sería aún más dependiente y
vulnerable, al mermar los bienes comunes disponibles, tanto por su degradación
como por sus formas de privación política y económica.
c) Formas delincuenciales de acumulación, operaciones de extracción
y disputas territoriales
Las disputas políticas en Venezuela han estado muy permeadas en
años recientes por operaciones masivas de extracción de bienes de consumo, e
incluso de producción, en formas de contrabando que en buena medida están
motorizadas por grupos delincuenciales. Ante las actuales formas de caotización
del orden sociopolítico y económico venezolano –desquiciamiento de la economía,
metástasis de la corrupción, generalización de diversas formas de violencia y
ampliación de redes informales de poder territorial, entre otras–, es difícil
saber a ciencia cierta cuáles son las proporciones de salida de bienes de
consumo o producción por las fronteras, o bien el porcentaje de la población
que está involucrada en estas redes de economía informal26 . Según
el presidente Nicolás Maduro, “entre 30% y 40% de los productos del mercado
nacional son desviados a Colombia por el contrabando” 27, y quien
fuera vicepresidente para el Área Económica, Rafael Ramírez, afirmaba que el
contrabando de gasolina a Colombia se ha traducido en una pérdida para el
Estado venezolano de 100.000 barriles diarios de petróleo28 . Es
importante mencionar que esta creciente estructuración de redes delincuenciales
de escalas nacional y transfronteriza ha tenido un severo impacto en los
circuitos económicos del capitalismo rentístico venezolano, y por tanto,
trastoca también las formas de ejercicio del poder, muy vinculadas en el país
al control y distribución de la renta petrolera.
Esto tiene notables repercusiones en el metabolismo del sistema
extractivista nacional, de las que quisiéramos destacar dos: I. Contrabando,
défi cits ecológicos y expansión del extractivismo: la reproducción del
capitalismo rentístico requiere de una creciente entrada de divisas y productos
importados, que cubran la expansiva demanda interna. La intensifi cación y
ampliación de las economías de contrabando generan un extraordinario aumento de
los défi cits en la oferta interna de bienes de consumo, lo que hace que el
Estado necesite aún más divisas y productos importados para tratar de solventar
la situación. Esta
coyuntura, en la medida en la que se agrava –junto a la caída de los precios
del crudo– y ante la incapacidad de producción doméstica, presiona al Estado a
un mayor endeudamiento externo y a la apresurada búsqueda de nuevos ingresos a
partir de la proyección del aumento de sus cuotas extractivas (en la FPO, en
las plataformas gasíferas offshore, en minería), junto con una fl exibilización
de las políticas petroleras nacionalistas y de su soberanía territorial
respecto a las empresas multinacionales, las cuales, ante la situación defi
citaria de su contraparte venezolana, desean que se hipotequen los territorios
y la naturaleza del país. Podemos hacer este ejercicio: si sumáramos los bienes
de consumo fugados, los barriles de petróleo extraídos y no capitalizados
debido al contrabando transfronterizo de gasolina, y le añadimos la enorme fuga
de capitales de los últimos años en Venezuela, que también está vinculada en
muy buena medida a estafas y a la reproducción de economías delincuenciales29,
lo que tendremos es una enorme cantidad de naturaleza liquidada domésticamente
–una expansión de la huella ecológica nacional–, que ni siquiera responde a las
exigencias de necesidades básicas de la población venezolana, y mucho menos a
inversiones para salir del modelo rentista/extractivista. Esta modalidad de
fuga de riqueza y formas de défi cit ecológico, allana el camino para la
expansión del extractivismo, y por ende, al avance de las fronteras del
desarrollismo y a la devastación ambiental del país. II. Disputas
territoriales, órdenes geográfi cos y control de bienes comunes naturales: como
ya hemos señalado, las complejas disputas territoriales que se desarrollan en
Venezuela –atravesadas por disputas de orden geopolítico– están también
relacionadas a diversas formas de reproducción económica. Es fundamental
cartografi ar los vínculos que existen entre estas pugnas situadas y la
administración y gestión de bienes comunes naturales. Se trata de un ejercicio
exploratorio –al menos para el caso venezolano–, pero urgente para intentar
detectar las formas que toman estas modalidades de control territorial en el
país. Resaltan diversos controles territoriales mafi osos, como los vinculados
a las minas de oro y extracción maderera del sur del país (estado Bolívar,
principalmente en los municipios Sifontes, El Callao y Roscio). Según el diputado
Américo De Grazia, de la Causa
R por el estado Bolívar, desde hace cinco años,
aproximadamente, una serie de bandas criminales tomaron los campamentos mineros
bajo la fi gura de “sindicatos mineros”, quienes cobran “vacuna” e imponen su
ley30. El periodista Manuel Isidro Molina ha denunciado esta misma
problemática, asegurando que estas mafi as actúan articuladas con sectores de
las fuerzas militares y policiales nacionales31. El fenómeno ha sido reconocido
por el Gobierno Nacional, cuando quien fuera ministro de Interior, Justicia y
Paz, Miguel Rodríguez Torres, anunciara medidas contra estas mafias. Cabe
añadir los efectos de contaminación ambiental por el uso incontrolado de
mercurio y cianuro, que han provocado estas actividades en los pobladores de los
municipios mencionados. También destacan las mutaciones que en tiempos
recientes ha sufrido el crimen organizado, con la configuración de megabandas
con armamento de guerra, capacidad de expansión territorial y dominación de
redes de economía ilegal e informal, que parecen ser el precedente de las
llamadas “Bacrim». El diputado por el PSUV, que estuvo al frente de la comisión
presidencial para la reforma policial, Freddy Bernal, planteaba que esta
“cultura paramilitar” se ha ido extrapolando en diversas partes del país,
instalándose en el estado Guárico, en la zona sur de Aragua, en los Valles del
Tuy, en Barlovento, en el sur del estado Bolívar, en zonas de Caracas e
inclusive en la
propia Faja Petrolífera del Orinoco32 . Estas formas
“irregulares” de disputa política han incluso permeado la propia industria
petrolera. Por ejemplo, en abril de este año (2015), PDVSA anunciaba que un
grupo comando armado saboteó instalaciones petroleras en Monagas, al oriente
del país33 . En el marco de esta situación, desde julio de 2015 el Gobierno
Nacional ha impulsado la
“Operación para la Liberación del Pueblo” (OLP), que implica
intervenciones de choque directas de los cuerpos de seguridad del Estado en
diferentes territorios del país (rurales, urbanos, barrios periféricos), para
“combatir el hampa” –al estilo de las operaciones en las favelas brasileñas–34.
También se ha declarado estado de excepción en varios municipios de los estados
fronterizos Táchira, Zulia y Apure, con lo que se pueden suspender las
garantías constitucionales35 . A su vez, recientemente (10/09/2015)
se instaló el Comité de Zonas de Seguridad para resguardar las instalaciones,
recursos y operaciones estratégicas de la FPO36 . En todo caso, es conveniente
intentar estudiar estas dinámicas en el marco no sólo de disputas entre
sectores de poder político nacional o territorial, sino también de procesos de
acumulación de capital a variadas escalas, y de control y apropiación de
recursos y bienes comunes. ¿Cómo se articulan formas de la política formal con
la informal, de la legal con la ilegal, de la central con la territorial?
Los análisis sobre extractivismo deben intentar dar cuenta de las
transformaciones y mutaciones en los mecanismos de poder en estos tiempos de
cambio en América Latina, lo que supondría que también pueden mutar los objetos
del reclamo político y por ende las estrategias de resistencias populares.
Alternativas Es necesario reconocer las particularidades de la situación
venezolana –poniendo, por supuesto, la mirada en la situación latinoamericana y
global–, para poder intentar plantear algunas vías de resistencias, tránsitos
hacia transformaciones emancipatorias y la construcción de formas sociales
post-extractivistas. En este sentido, puntualizamos las siguientes ideas:
i. Difícilmente se puedan
sugerir nuevos planteamientos de políticas públicas si no se reactivan las luchas desde abajo. Todo proceso
contra-hegemónico de horizonte social emancipatorio se mueve y produce a partir
de la lucha popular –es su factor constituyente y originario–, la cual puede
generar una recomposición que mejore las condiciones de disputa, la gestión
común de la vida y las posibilidades de transformación social. Esto, por
supuesto, no sólo constituye la propia historia de la Revolución Bolivariana
de Venezuela, sino que aplica para luchas articuladas que intenten detener los
avances de la acumulación por desposesión y de proyectos desarrollistas y
extractivistas que terminan destruyendo tejidos sociales y ecosistemas.
ii. En Venezuela hay una potencia política popular sin precedentes
que se ha configurado alrededor de unos códigos comunes, de un complejo proceso
identitario que podemos llamar chavismo37. Si pensamos en
movilizaciones masivas de calle, a estas alturas esta fuerza se encuentra
fragmentada; en la política en general presenciamos una falta de referentes
éticos y políticos, y hay ausencia de efervescencia y motivaciones sociales que
caracterizaron los primeros años de la Revolución
Bolivariana. Pero esto no supone la ausencia de esta fuerza y
de tejidos políticos populares. Dependiendo del tipo de asimilación que desde
el campo popular se dé a estos tiempos de cambio, podremos presenciar la
activación de otro tipo de ciclo de lucha en el país.
iii. En Venezuela, la proporción urbano-rural es
extraordinariamente sesgada hacia lo urbano, pues casi el 90% de la población
vive en ciudades. Es por tanto necesario reconocer que en el país,
paradójicamente, las principales potencialidades para resistencias contra el
modelo extractivista tienen que nutrirse, en gran medida, de las luchas en las
ciudades. En los territorios clave de extracción (FPO, AMG), las densidades
poblacionales suelen ser muy pequeñas, o bien la población ha sido muy
asimilada o subsumida al modo de vida rentista. Ha sido en las ciudades donde
el rentismo petrolero se ha alimentado con más fuerza, dado que es el lugar
donde se concreta la gran promesa histórica de progreso, modernidad y
civilización, “posible” rápidamente a partir de la masiva distribución de la
renta del petróleo. Pero también es el núcleo de las movilizaciones
contra-hegemónicas más potentes –la fuerza del chavismo popular es
fundamentalmente urbana–. En este sentido, en Venezuela uno de los aspectos más
sensibles es una transformación cultural para intentar trascender la llamada
“cultura del petróleo”. ¿Cómo generar imaginarios críticos ante el modelo
extractivista petrolero, en los cuales la gente no sólo cuestione modos de vida
muy vinculados al consumo, sino a la sensibilización sobre territorios donde no
vive? iv. Esto apunta a la imperiosa necesidad de construir nuevas narrativas,
en las cuales los venezolanos podamos pensarnos más allá del petróleo –y ahora
incluso de la minería–, más allá del rentismo y más allá de una política que
gira básicamente en torno al Petro-Estado.
Es fundamental asumir que estas nuevas
narrativas no deben ser labor de un Estado, sino principalmente producto de la
construcción discursiva de los movimientos populares. Esto supone plantearse
incluso una disputa cultural con el propio Estado.
v. La crisis del capitalismo rentístico venezolano, no sólo
refleja el conflicto sociopolítico nacional originado por las contradicciones
del sistema, sino que también abre caminos a nuevas oportunidades para pensar y
producir otras modalidades de organización social. Las crisis desarmonizan la
relación que existe entre las ideas hegemónicas y la realidad material, por lo que
se posibilitan la resignificación y la reformulación de los paradigmas sociales
reinantes. El desquiciamiento de la economía venezolana y la situación crítica
generalizada han provocado un nuevo escenario productivo, que obliga a la
reactivación de múltiples procesos populares moleculares, urbanos y rurales,
que intentan pensarse más allá del gobierno nacional, pero que además persiguen
configurar un entorno de subsistencia, producción y autogestión. Estas
numerosas experiencias representan un sustrato de tejido social
postextractivista y post-rentista de incalculable valor, pero suelen ser poco
difundidas38 . vi. Por último, pero no menos importante, se encuentra la
propuesta de las comunas, impulsada a partir de 2007 por el presidente Chávez.
Se trata de un complejo campo en disputa. Todo el movimiento social
contra-hegemónico en Venezuela, en general, se ha debatido, por un lado, entre
los formatos corporativos que ha propuesto el Estado para administrar las
comunas, y por el otro, entre sus propias modalidades populares de
autogobierno, producidas desde abajo. Las tensiones varían en grados, de un
lado u otro de la balanza.
Pero lo central que queremos resaltar es la posibilidad
abierta de nuevas territorialidades, de otras gestiones de la vida que tienen
relaciones complejas y contradictorias con el rentismo petrolero, pero que
buscan reproducir otros modos de vida en formas diferentes a las hegemónicas.
Bibiografía
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(PDF) a continuación:
Relanzando el extractivismo.
Revolución bolivariana, crisis del capitalismo rentístico y tensiones
eco-políticas en el territorio venezolano (531,77 kB)
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Relanzando_el_extractivismo_Revolucion_Bolivariana_crisis_del_capitalismo_rentistico_y_tensiones_eco-politicas_en_el_territorio_venezolano
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Relanzando_el_extractivismo_Revolucion_Bolivariana_crisis_del_capitalismo_rentistico_y_tensiones_eco-politicas_en_el_territorio_venezolano
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