Política y poder en la
construcción
del estado y la democracia
10 de enero de 2017
10 de enero de 2017
Por Arturo D. Villanueva Imaña (Rebelión)
Consideraciones generales
Desde que se ha establecido que la democracia constituye la forma
de gobierno más perfecta y avanzada que los pueblos han encontrado para regir
sus sociedades, cada vez más se ha ido acentuando el énfasis por conquistar el
gobierno y el poder, y cada vez menos en construir su fin último que consiste
en establecer un gobierno del pueblo, donde prime su decisión soberana y no la
voluntad del gobernante de turno y de las (nuevas o viejas) élites a las que
representa.
Es decir, se ha hecho cada vez más corriente y
generalizada la concepción por la cual se entiende a la política como el
instrumento para luchar, conquistar y conservar el poder, apropiándose del
Estado. Se produce un secuestro de la política, lo público, la economía y las
decisiones en manos del grupo (generalmente minoritario) y los sectores
dominantes que logran hacerse del poder; y se pierde aquella perspectiva
orientada a forjar y devolver a la ciudadanía y sus organizaciones sociales, la
capacidad de decisión y autodeterminación. En otras palabras, aquel poder que
originalmente reside en el soberano y es conferido circunstancial y
temporalmente para administrar la cosa pública, es secuestrado y usurpado para
favorecer e imponer intereses sectarios.
Tan cierto es este afán por conseguir el poder, que no sólo
prevalece en las tendencias conservadoras y derechistas que pugnan por
conservar y reproducir el poder para mantener y expandir sus privilegios; sino
que también ha sido adoptada en algunas corrientes llamadas progresistas y de
izquierda. Sucede que en vez de priorizar procesos orientados a promover las
capacidades de autodeterminación, decisión y autogestión desde las bases; han
preferido embarcarse en la conquista del poder (entendida como el fin último de
la política). En el caso de Bolivia, por ejemplo, se pretende sustituir
inclusive a las clases y sectores sociales que deberían dirigir y orientar el
proceso, por la figura individual de una persona, en la que se pretende concentrar
todos los atributos y valores de las luchas y conquistas que le corresponden al
pueblo. A tal punto llega el extravío, que a tiempo de considerarlo como un
caudillo insustituible al que se le otorgan y en el que se depositan todas las
facultades de decisión; finalmente se vacía toda posibilidad de generar y
respetar procesos de decisión popular, secuestrando y usurpando esta facultad
en manos de un individuo. A su turno y precisamente por esa imprescindibilidad
otorgada, también se cierra y anula toda posibilidad de continuidad y
sostenibilidad de un proceso, que no sea dependiente de esa figura personal y
el culto que se le dispensa.
Parece como si los acontecimientos y los hechos históricos no
hubiesen sido suficientes para comprender que en la generalidad de los casos
(muy en contrario de lo que se esperaba), los procesos de cambio y
transformación iniciados y perfilados en las luchas y revueltas populares,
terminaron casi invariablemente traicionados desde el poder y una vez que se
conquistó el gobierno. Es decir, que los cambios y transformaciones se hacen y conquistan
en las bases y las luchas; y no así en y desde el poder y el gobierno, como se
pensaba.
El origen para que se produzca ese desencanto popular y el
creciente rechazo social que provocan los gobiernos que abandonan sus
compromisos, es precisamente al constatarse el distanciamiento creciente que se
produce entre el Estado y la sociedad, cuando el gobierno hace cada vez menos
lo que reclama la sociedad como sus prioridades, e impone proyectos e
iniciativas que no responden ni resuelven los problemas álgidos de su pueblo.
Es decir, abandona y traiciona los postulados y mandatos establecidos, para
hacer prevalecer las prioridades e intereses de las nuevas castas dominantes.
En los casos de gobiernos que se reclaman como
populares y aunque persista un discurso que reafirme supuestas convicciones de
izquierda; lo que desenmascara su impostura e hipocresía, es la prevalencia de
medidas, políticas y acciones de gestión gubernamental que (muy en contrario
del discurso), favorecen intereses sectarios, corporativos, antinacionales y
entreguistas. Es decir, se hace prevalecer y se produce un sometimiento a
intereses generalmente transnacionales, capitalistas y de carácter colonial que
se encuentran en la antípoda del interés nacional. En el caso de Latinoamérica,
a poco más de 10 años de gestiones de gobiernos progresistas y de izquierda
(como se han autodenominado), los ejemplos no son excepciones y tienen un
legado muy elocuente. Si no, puede verse lo que sucede en Ecuador, Nicaragua,
Bolivia, etc.
La realidad boliviana
Ahora bien, cuando la sociedad boliviana (a pesar de haberse
producido ya un referéndum nacional que ha dirimido y constitucionalizado
irrevocablemente su decisión), vuelve a ser interpelada por la terca e
insistente pretensión de abrir la Constitución para permitir una eventual y
nueva reelección presidencial (rechazada mayoritariamente); entonces surge
inmediatamente con fuerza la pregunta de por qué ese afán desmesurado y testarudo
por mantenerse y conservar el poder “cueste lo que cueste”. Por qué se insiste tanto
en prorrogarse en el poder, cuando la tarea fundamental consistía en
transformar el viejo Estado de privilegios y jerarquías, para construir uno
nuevo en donde prevalezca la decisión, la participación y la gestión pública
ejercida desde las bases (y no en un aparato burocrático corporativamente
distribuido y cada vez más grande e inepto)?
Es decir, surgen serias interrogantes e inquietudes en torno al
concepto y la práctica política, como el enfoque del poder y la democracia que
los gobernantes tienen y pretenden imponer.
Se levanta una incógnita en torno a si la
forma de gobierno, el tipo de Estado y las características de nuestra
democracia, responden a la visión y los principios establecidos en la
Constitución; pero sobre todo respecto del compromiso de transformar aquel
modelo (clientelar, cupular, de la democracia pactada) contra el que se había
luchado.
La respuesta, lamentablemente, al contrastarla con la obcecada decisión
del partido de gobierno y las organizaciones sociales oficialistas que
pretenden arrogarse la voz de todo el pueblo, sólo confirma la pertinaz
intención de conservar y reproducir el poder “a como dé lugar”. Es decir,
sabiendo que ello solo garantiza la concentración del poder en pocas manos y la
preservación de determinados intereses y privilegios de las nuevas élites
dominantes, que terminan usurpando la capacidad de decisión, participación y
autodeterminación al pueblo.
Colateralmente, a la par de esas interrogantes y cuando se hacen
patentes regímenes secantes en los que se produce una concentración del poder
asfixiante; también se sabe que la mejor forma de equilibrar y controlar ese
poder, solo es posible cuando la sociedad civil está organizada y tiene
capacidad de movilización, porque así existen mejores condiciones para impedir
excesos autoritarios, y/o defender derechos y demandas que toda sociedad tiene.
Este equilibrio y control en la correlación de
fuerzas entre el Estado y la sociedad es aún más promisoria y tendencialmente
más avanzada, cuando la sociedad civil al margen de estar bien organizada,
cuenta con organizaciones, pueblos y sectores sociales esclarecidos (digamos
política y socialmente conscientes), que tienen la virtud orientar y dirigir
las luchas populares, ya no solamente como contrapeso al poder del Estado, sino
señalando el camino de las transformaciones que requiere la sociedad para
perfeccionarse y cumplir sus históricos objetivos de igualdad, libertad,
soberanía, etc.
Durante muchas décadas, esa fue una característica de la sociedad
boliviana. Alrededor de la Central Obrera Boliviana (COB), la Federación Sindical
de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Confederación Sindical
Unica de Campesinos (CSUTCB), el pueblo logró estructurar un
formidable contrapeso frente al Estado, y especialmente respecto de gobiernos y
regímenes antidemocráticos y dictatoriales. Tal fue su fortaleza, que en
determinadas coyunturas sociales y políticas se planteó el co-gobierno y la
dualidad de poderes (como en el caso, por ejemplo, de la Asamblea Popular
al inicio de la década de los años 70).
Sin embargo, quebrado, desarticulado y dispersado (política y
materialmente) semejante referente organizativo y popular el año 1986 (cuando
se produce la Marcha por la Vida protagonizada por el proletariado nacional
alrededor de la COB y la FSTMB); tuvieron que pasar muchas décadas antes de
poder rearticular una fuerza social de esa magnitud, para luchar y deponer
aquel modelo neoliberal y su gobierno de turno, que habían dado un golpe tan
duro a la conciencia nacional y sus organizaciones matrices.
El Pacto de Unidad fue forjándose muy lenta y dificultosamente en
el transcurso del largo periodo neoliberal, la desideologización de los
movimientos y organizaciones sociales, y la atomización y “relocalización” a la
clase obrera nacional, que se habían impuesto desde mediados de los años 80.
Al margen de la Coordinadora del Agua y la Vida en Cochabamba (que
constituye otra invalorable experiencia organizativa que tuvo un papel
determinante para perfilar y establecer nuevas formas de decisión y
autodeterminación popular que contribuyeron en la lucha contra el
neoliberalismo y la expulsión de intereses corporativos transnacionales del
país); el proceso de cambio y transformación en Bolivia (que estalló con la llamada Guerra del
Agua a inicios del año 2000 y la revuelta popular de Octubre Negro del 2003),
estuvo también precedido por la conformación del Pacto de Unidad.
Esta organización se forjó en las tierras bajas
del Oriente, sobre la base de las 5 organizaciones indígenas y campesinas
matrices de todo el país. Al margen de haber logrado insertar en la agenda
nacional, históricas reivindicaciones emergentes de la explotación, exclusión y
discriminación étnica y cultural que sufrieron durante siglos, así como de
reclamar el reconocimiento de su identidad colectiva, el derecho a la tierra y
el territorio y su autodeterminación; otra de las virtudes esenciales del Pacto
de Unidad, fue la de amalgamar y constituirse en el referente nacional que
impulsó las principales luchas del pueblo (sobre la base de varias y
sacrificadas Marchas Nacionales que emprendieron), hasta el punto de lograr la
derrota y expulsión de los gobiernos neoliberales y el establecimiento de la Asamblea Constituyente
(que fue una demanda nacional originada en este movimiento).
No fue casual que alrededor de este Pacto de Unidad se
constituyera posteriormente el denominado Instrumento Político para la
Soberanía del Pueblo (IPSP), como una novedosa y esperanzadora fórmula que se
perfilaba como el mecanismo para preservar y devolver a las organizaciones
sociales y sus bases, la capacidad de decidir y constituirse en los
protagonistas del proceso.
Aquella promisoria fórmula encontrada para abanderar y dirigir el
proceso, pronto se desvirtuó al tomarse la decisión de conformar el Consejo
Nacional para el Cambio (CONALCAM) y los consejos departamentales (CODECAM),
que pasaron a formar parte de la gestión de gobierno nacional y
departamentales, y a cuya organización se integraron nuevos y diversos sectores
sociales (como gremialistas, transportistas, jubilados, juntas de vecinos,
etc), incluida la COB.
Con el argumento de conducir el proceso de
cambio, las organizaciones sociales no sólo perdieron la independencia sindical
y política (tan indispensables para controlar y constituirse en contrapeso
frente al Estado que se conformaba); sino que pasaron a formar parte, a
corresponsabilizarse de la gestión de gobierno, pero sobre todo a beneficiarse
de las ventajas y beneficios del poder, sobre la base del cuoteo corporativo,
la repartija de canonjías y el manejo clientelar del aparato del Estado.
Cuando tuvieron la más grande oportunidad para constituir un
Estado diferente y alternativo al modo conservador, vertical y jerárquico que
había caracterizado a los gobiernos y las democracias derechistas y
republicano-liberales; el llamado proceso de cambio decidió adoptar y
reproducir esas antiguas y conservadoras formas de gobernar.
De esa forma no sólo reprodujo el perpetuo afán de las clases
dominantes tradicionales de conquistar el poder sólo para conservar, imponer y
satisfacer sus intereses sectarios, sino que transfirió este impulso de
conquista, dominación y conservación del poder en los sectores y organizaciones
sociales; las mismas que al entrar en la lógica del “ahora es cuando”,
terminaron sucumbiendo a la angurria de poder, el control del Estado y la
dominación, como un fin en sí mismo.
Al concebirse y ejercerse la política como la forma de conquistar
y conservar el poder a toda costa, también se hace imposible generar procesos
de transformación y cambio que le devuelvan a la ciudadanía, sus organizaciones
y pueblos, la capacidad de decidir y autodeterminarse, de tal modo que se
facilite y construya el verdadero sentido de la democracia: el gobierno del
pueblo. A cambio y a la inversa de ello, se torna conservador y hasta
reaccionario, porque esa forma de hacer política corresponde a los antiguos y
tradicionales partidos, organizaciones y sectores que buscan el poder para
imponer sus intereses (quitándole a la democracia su sentido esencial y
fundamental).
Y como la historia se encarga de demostrar este extremo, también
es posible afirmar que no se trata de un fenómeno exclusivo de partidos,
tendencias y organizaciones conservadoras y de derecha que buscan el poder para
perpetuar la vigencia de su dominación; sino que también expresa el sentimiento
y la visión de organizaciones y tendencias autodefinidas como de izquierda, que
también ansían conseguir “el maravilloso instrumento del poder” para sustituir
y encumbrar nuevas élites de dominación (sindical, corporativa, cultural y/o
clasista), en cuya lógica de gobierno persiste y se reproduce la verticalidad,
el mando de unos pocos y las jerarquizaciones excluyentes.
Frente a un escenario como éste, evidentemente la sociedad y la
ciudadanía quedan desprotegidas y vulnerables ante la “majestad del poder”. Sin
embargo, históricamente y muy especialmente en Bolivia, también ha quedado
claro que sólo se trata de episodios pasajeros, antes de que vuelvan a surgir
nuevas iniciativas y movimientos orientados a resolver y restituir, al menos,
el equilibrio perdido.
En Bolivia, donde buena parte de las
organizaciones sociales y sus dirigentes han sido cooptados por el poder en
forma clientelar y prebendal, y donde ya no existen condiciones para
contrarrestar, controlar y equilibrar la nueva relación de dominio y hegemonía
que ejerce el poder del Estado sobre la sociedad; la ciudadanía que no forma
parte del oficialismo, ha quedado completamente desguarnecida. A pesar de ello
ha ideado y está generando nuevas oportunidades para organizase, y ha puesto en
marcha un nuevo tipo de colectivos, agrupaciones, movimientos sociales, e
iniciativas comunitarias o asociativas (de carácter barrial, rural o de redes
sociales), donde prevalecen y se ejercen novedosas como tradicionales formas de
deliberación, decisión, participación y gestión social en diferentes campos.
Caracterizados por un natural y comprensible rechazo (dados los
antecedentes organizativos sucedidos en el país), a estructurarse jerárquica y
verticalmente, y menos a comprometerse o estar dispuestos a reafirmar lealtades
que no correspondan a objetivos concretos de lucha, trabajo o acción en la que
se encuentren (en claro rechazo a las traiciones, los partidos políticos
tradicionales y la forma de hacer política que ha caracterizado la historia
nacional); en realidad muestran un nuevo horizonte y una diferente voluntad
para establecer la relación entre la sociedad y el Estado.
Si las luchas y conquistas populares por construir una sociedad
diferente, con un gobierno verdaderamente del pueblo, han sido envilecidas y
degeneradas por el poder; entonces no es casual que tiendan a desarrollarse
nuevas y alternativas formas sociales de decisión, participación y gestión, que
paulatinamente vayan liberándonos de la dependencia de contar con un gobierno
para que administre la cosa pública. El gobierno debe darse cuenta que no ha
surgido para usurpar el poder que le corresponde al soberano, sino para servir,
atender, facilitar y garantizar todas las condiciones, derechos y servicios que
permitan al pueblo vivir con dignidad, igualdad y respeto, en armonía con la
naturaleza.
La pretensión de prorrogarse y reproducir el poder “cueste lo que cueste”,
no sólo es un despropósito político que sucumbe a tentaciones autoritarias para
adueñarse de la voluntad soberana que le corresponde al pueblo, sino que
desconoce en la práctica la decisión del mismo soberano expresado claramente en
un referéndum nacional específicamente dispuesto para dirimir esta situación.
Además, pone en entredicho aquel principio de “gobernar obedeciendo” que había
sido adoptado precisamente por el gobierno del Estado Plurinacional.
Un precedente de este tipo no muestra una voluntad
de servicio y mucho menos la intención de construir y devolver al pueblo la
capacidad de decidir y construir procesos de gestión popular y pública; sino
que busca utilizar su respaldo, para concentrar y beneficiarse de las ventajas
que otorga el poder, el mando, la verticalidad y las jerarquías inherentes a
una forma de gobierno no precisamente popular y de izquierda.
Arturo D. Villanueva Imaña, Sociólogo, boliviano.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=221559&titular=pol%EDtica-y-poder-en-la-construcci%F3n-del-estado-y-la-democracia-
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