El genocidio palestino
por parte de Israel,
Por José Schulman (Rebelión)
La reciente resolución del Consejo de
Seguridad de la ONU, de condena a la ocupación israelí de territorios
palestinos bajo la forma de “colonias” de propósito productivo o habitacional,
ha desatado la furia de las élites israelíes y potenciado un debate de larga
data: ¿cuál es el carácter del conflicto entre el Estado de Israel y la
población palestina?
Incómodos, porque se pone en duda el mito
sionista de que “los palestinos impiden la plena ocupación pacifica de los
territorios ancestrales heredados del mismo Dios según su interpretación del
Antiguo Testamento”; aislados de buena parte del mundo que le resulta difícil
no hacer al menos un gesto ante la brutalidad extrema de los ocupantes, las
elites israelíes se abrazan al neo fascista presidente electo de los EE.UU. que
en sus bárbaras definiciones (llevaría la Embajada de los EE.UU. a la ciudad de
Jerusalén, consagrada como ciudad compartida por todos los acuerdos y
resoluciones de la ONU; desconocería la formula dos pueblos dos estados con que
se puso en marcha el proceso de diálogos de Oslo en 1994, proceso que prometía
crear al fin el prometido Estado Palestino de la resolución de la ONU de 1947,
promete ayuda militar irrestricta y respaldo a toda violación de los derechos
humanos del pueblo palestino) y de este modo, en el abrazo, confirman su
ideología fascista y su política colonialista alineada al Imperio
norteamericano.
Podrán, quién sabe, mantener un tiempo más la
ocupación militar y el sojuzgamiento del pueblo palestino, pero algo se ha
quebrado en la formula sionista: su presunta legitimidad. Cada vez son más los
que en el mundo comprenden que la experiencia no trata de “liberación nacional”
del pueblo judío perseguid por siglos, sino de otra cosa: un dominio colonial
que cumple las condiciones para considerarlo genocidio según la normativa
internacional y la práctica teórica de estos años de Juicio y Castigo a los
represores de Argentina y América Latina.
En mayo de este año (2016), invitado por Addameer,
cuya pagina se puede visitar en www.addameer.org,
organismo de lucha por los derechos humanos y en defensa de las y los presos
políticos palestinos, tuve la oportunidad de recorrer Cisjordania y Jerusalén
Oriental; luego, invitado por organismos de derechos humanos y la izquierda
israelí, estuvimos en Jerusalén Occidental y Tel Aviv.
Fue un viaje distinto a lo que ofrecen las
agencias de Turismo. Casi nada de los sitios sagrados para las tres religiones
monoteístas más importantes del mundo: el Judaísmo, el Cristianismo y el
Islamismo. Muy, pero muy poco de las famosas playas del Mar Muerto o el
Mediterráneo. Apenas una rápida recorrida por el Vía Crucis hasta el Santo
Sepulcro, un acercarse al Muro de los Lamentos y un asomarse al patio de la
Mesquita de la Roca.
Entonces, ¿qué hicimos durante los días que
transitamos por las viejas ciudades y los nuevos barrios?, pues recorrer los
campos de refugiados de los palestinos (construidos en 1948, primero en
territorio jordano y luego, desde 1967, encerrados en los territorios ocupados
militarmente por Israel); entrar a las casas de palestinos en diversos barrios
de Jerusalén Oriental para conversar con las mujeres y los hijos de los presos
políticos; presenciar en una sesión de la corte militar que funciona casi en el
mismo edificio que la Cárcel de Ofer, en el límite entre Ramalah y Jerusalén;
recorrer minuciosamente el Valle del Jordán, entrar a alguna de sus aldeas y
llegar hasta la naciente de un río que los israelíes, literalmente, se roban
por medio de bombas y cañerías para dejar sin agua a los palestinos y alimentar
las colonias productivas de la zona; también recorrimos colonias israelíes en
las ciudades de Jerusalén y Hebrón, y algunas en regiones rurales
También dialogamos con diversos militantes y
expertos, estudiosos y estudiantes, trabajadores y ex presos políticos,
dirigentes de la
Autoridad Palestina pero también del movimiento social y de
otras fuerzas políticas de la izquierda laica y de Hamas, todo eso en
Palestina; en tanto que en Jerusalén Occidental y en Tel Aviv conversamos con
diversos organismos de derechos humanos israelíes y fuerzas no partidarias de
la ocupación militar, lo que en el escenario israelí se podría considerar la
izquierda y la centro izquierda (de nuevo, claro que en relación al derechizado
panorama israelí). Participamos en una movilización de repudio a la designación
como Ministro de Defensa del nazi de origen ruso Avigdor Lieberman en el centro
de Tel Aviv, organizada por la coalición Lista Unidad ,
encabezada por los comunistas de Israel.
Se podría decir que tuvimos, junto a
dirigentes de organismos de derechos humanos de Paraguay, Chile, Colombia,
México y el País Vasco, con los que compusimos una delegación bastante cercana
en sus convicciones y compromisos éticos y políticos, el raro privilegio de ver
la trama oculta de la realidad palestina e israelí, aquello que tanto se
empeñan en ocultar, deformar o negar los medios
de comunicación hegemónicos y buena parte de los observadores y académicos que
estudian el tema y se siguen manejando por los mismos prejuicios que Edward
Said denunciara en diversos libros, pero especialmente en su indispensable
Orientalismo (Said, Edward, Orientalismo,
, 2013 Penguin Random House Grupo Editorial España.)
¿Y qué es lo que nosotros pudimos ver de modo
prístino y que no ven los turistas llevados en confortables combis o los
académicos de los más diversos signos, incluidos algunos autotitulados
progresistas o de izquierda?: pues sencilla y de un modo contundente, un
genocidio en tiempo presente.
Un genocidio tal como lo definió el artículo
dos de la Convención de Prevención y Castigo al Delito de Genocidio, asumido
por las Naciones Unidas el mismo año en que los israelíes expulsaron cerca de
setecientos cincuenta mil palestinos de sus casas y aldeas, a las que todavía
no pudieron regresar. Para el mundo, 1948 es el año de la declaración de los
derechos humanos y de la sanción de la Convención de Genocidio, para el pueblo
palestino, el año de la Nabka o tragedia. Lo que dice mucho más sobre las
Naciones Unidas y el sistema internacional de garantías a los derechos humanos
que mil tratados y libros de “expertos”.
Cómo un anticipo cruel de lo que vendría, una
interminable e inútil seguidilla de condenas formales, exhortaciones humanistas
pero banales, e informes que no cambian un ápice de la realidad, el Convenio de
Prevención y Condena al Delito de Genocidio no solo fue contemporáneo con el
inicio del genocidio contra el pueblo palestino, en algún modo fue parte
fundante del dispositivo discursivo que lo ha justificado desde entonces, y
todavía.
¿No es una verdadera paradoja de que, en el
discurso oficial sionista y de buena parte de historiadores, el Estado de
Israel es el producto de un genocidio -en el sentido de que se constituye como
respuesta al terror diseminado por el nazismo, el terror a que se repitiera un
genocidio semejante- y al mismo tiempo, para su constitución arrasa otro
pueblo, negando su identidad nacional, generando el terror de los palestinos
por ya más de setenta años?
El creador del concepto de Genocidio, Raphael
Lemkin, fue un abogado polaco de origen judío que buscaba una clasificación
penal adecuada a lo que, entendía él, constituía un fenómeno de nuevo tipo
surgido de la mano del fascismo y la Segunda Guerra Mundial :
no solo la destrucción de la identidad de un grupo nacional, no solo la
destrucción del grupo nacional como tal sino la imposición de la identidad del
sujeto genocida (sea un Estado o un conjunto de fuerzas diversas) al grupo
agredido.
Lemkin decía sencillamente: “Genocidio es
el crimen de la destrucción de grupos nacionales, raciales o religiosos” aunque distinguía dos fases: la
destrucción de la identidad nacional del grupo y la imposición de la nueva identidad;
como veremos más adelante, el caso del genocidio palestino por parte del Estado
de Israel, con el apoyo del gobierno de los EE.UU. y del movimiento sionista
internacional, contando con la pasividad cómplice de la Comunidad Internacional ,
es la demostración más potente de aquella idea casi intuitiva de Lemkin.
Al adoptar el concepto, luego de largos
debates, las Naciones Unidas dijeron en la Convención ya mencionada: “Artículo
II : En la
presente Convención , se entiende por genocidio cualquiera de
los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir,
total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como
tal:
1.
a) Matanza de miembros del grupo;
2.
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del
grupo;
3.
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia
que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
4.
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del
grupo;
5.
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.”
Como cualquier observador medianamente
imparcial debería confirmar sin dudas, el Estado de Israel, con el apoyo
entusiasta de amplios sectores de su población y el apoyo indispensable y
fundamental del gobierno de los EE.UU. y del sionismo internacional, someten al
pueblo palestino a un proceso genocida, que como todo proceso genocida, tiene
características particulares y únicas.
En el caso palestino, una de las
particularidades viene del lado de la duración.
Se podría decir, al menos de manera tentativa,
que el proceso genocida comenzó en 1948 con lo que los palestinos llaman la
Nabka, la tragedia, que consistió en la expulsión de sus aldeas y hogares de
unos 750 mil palestinos, separados de su pueblo y sometidos a condiciones de
existencia que inevitablemente acarrearían “su destrucción física, total o
parcial”.
Durante estos largos años, cerca de la mitad
de los varones palestinos han pasado por las cárceles del Estado de Israel,
sometidos a condiciones de supervivencia que acreditan un estado de tortura
permanente y actualmente hay unos siete mil presos políticos, de los cuales 56
son mujeres, 340 niños y unos 700 están bajo “detención administrativa” lo que
justifica la aplicación de los incisos B y C del citado articulo dos de la
Convención.
Si unos seis millones viven fuera de los territorios administrados
de un modo directo por Israel y relativo por la Autoridad Palestina ,
y poco más de cuatro millones y medio lo hacen en los territorios ocupados
militarmente por Israel de Cisjordania y Gaza, amén de que otro millón y medio
lo hace en la ciudad de Jerusalén Oriental o en otras ciudades del Estado de
Israel, se puede demostrar que todos ellos sufren condiciones de discriminación
que han sido equiparadas con el “apartheid” sudafricano, lo que nos remite
nuevamente a los incisos B y C de la Convención.
Cada palestino que viva fuera de Jerusalén o el Estado de Israel,
desde que nace hasta que muera, vivirá encerrado entre muros que solo podrá
traspasar cruzando un “check point” militar en el que deberá mostrar pases
administrativos emitidos por la autoridad militar, que de cualquier modo podrá
demorarlo el tiempo que quiera o directamente negarle el paso sin mayores
fundamentos que las armas largas que portan las soldadas y los soldados
israelíes en cada punto de paso. En esos “encierros temporales”
extrajudiciales, se han registrado muertes de madres embarazadas que esperaban
llegar a un centro de salud o un hospital al cual nunca las dejaron ingresar,
lo que de por sí amerita la aplicación del punto D del Artículo dos de la
Convención: “Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo”
(todas las cifras y datos históricos están tomados del libro en castellano: Palestina y palestinos del Grupo de Turismo Alternativo, www.atg.ps donde se pueden consultar información
enciclopédica actualizada en tiempo real sobre la historia y la actualidad
palestina)
¿En qué articulo del Convenio encuadrar el asesinato de los niños
en Gaza, sorprendidos mientras jugaban al futbol en la playa o la de los niños
del Campo de Refugiados Aída de Belén, cazados como animalitos con rifles de
mira telescópica por los soldados israelíes que deberían garantizar su
seguridad? La letra fría diría que en el primer inciso del articulo dos, el que
condena “la matanza de miembros del grupo”, pero uno presiente que en obstinado
ataque a los niños hay algo mucho más profundo y revelador sobre el proceso
genocida en curso: los matan, los arrestan, los torturan, y si uno de ellos
alza una piedra, los tratan como terroristas y ahí aparece el coro de voces
“progresistas” clamando por la seguridad de Israel, o sea, justificando el
genocidio presente.
También, y eso corresponde al ya citado punto C del artículo dos:
“Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de
acarrear su destrucción física, total o parcial”, los palestinos son limitados
en la provisión del agua potable y en el acceso a la energía eléctrica,
impedidos de mejorar sus viviendas o de tener un pleno acceso a los servicios
de salud, esparcimiento, cultura y turismo.
Pero no tengo dudas que la segunda gran particularidad del
genocidio que sufre el pueblo palestino a manos del Estado de Israel, sus
seguidores y cómplices nacionales e internacionales, es que ese genocidio es
negado por el Estado perpetrador y por muchos de los actores que a nivel
internacional no dudan en condenar el sufrido por los pueblos de América Latina
en los años setenta del siglo pasado o el pueblo armenio alrededor de 1915.
Un
genocidio en tiempo presente pero oculto ante los ojos de la mayoría de la
humanidad.
Si el Dr. Zaffaroni dice “que no hay crimen de
estado que no se sostenga en un discurso justificatorio”, el negacionismo del
genocidio palestino se ….sostiene en la firme base histórica que los pueblos
judíos en la diáspora han sido perseguidos durante muchos siglos. Y de un modo
especial desde finales del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, cuando se
consuma el exterminio nazi de unos seis millones de judíos, como parte del
exterminio de cincuenta millones de europeos, lo que ha permitido construir el
mito del “eterno pueblo perseguido”, que ahora se resignifica en aras de la
justificación de otro genocidio: el de los palestinos.
Como si los palestinos hubieran sido
habitantes de Berlín o soldados de la SS, y como si hubiera dolor o agravio
pasado que justifique la tortura, el asesinato, la violación de mujeres, el
escarnio de los niños, la destrucción sistemática de sus viviendas y aldeas, es
decir, como si el hecho cierto que algunos de los actuales perpetradores del
genocidio hayan sido parte o sean familiares de los que formaron parte del
grupo sometido a genocidio por los nazis, impidiera que ahora puedan ser
sujetos de la infamia completando de un modo trágico y perverso aquello que
Lemkin, un polaco de origen judío, había anticipado casi literalmente: el
genocidio no consiste solo en que un pueblo sea sometido a condiciones para que
sea anulada su identidad nacional, sino que luego de eso asuman la del grupo
genocida. Aunque duela a tantas y tantos, el sionismo y sus competidores ultra
religiosos han asumido la ideología y las prácticas de quienes dicen tanto
odiar, los nazis. Y todo eso pude comprobar con mis propios ojos en mi viaje
por Palestina e Israel, tal como lo conté en mis Crónicas Palestinas[1]
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=221691
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