Lo
prioritario a destacar es que, desde los setenta hasta
hoy, la alianza de capitales y estados imperialistas con los locales no sólo fue
maximizando su expropiación de bienes comunes (naturales y sociales) sino
también la impunidad para ese criminal despojo.
Recordemos Duhalde asume la
presidencia de facto gracias a despliegue de la democracia representativa, de
los dos partidos de estado y de las fuerzas represoras estatales y
paraestatales. Con Roberto Lavagna instaura el modelo que adopta Néstor Kirchner.
Lo principal es que la post-convertibilidad restaura el orden capitalista por
atender a todas las fracciones de la gran burguesía.
Relación entre
grandes grupos económicos y el Estado:
ganadores y
perdedores en la post-convertibilidad.
Un estudio basado en
la trayectoria del sector servicios (2002-2010)
noviembre 2012
noviembre 2012
Por
Federico Daniel Naspleda (UNLP-IDAES)
Teniendo
en cuenta a todos los investigadores analizados en este punto ellos en general
comparten la visión de un proceso de crecimiento de todos los sectores de las
fracciones de la Burguesía pertenecientes al Bloque en el poder. Así como
también comparten la idea de que la hegemonía en la post-convertibilidad
pertenece a los sectores más concentrados exportadores de commodities, si bien
existen diferencias respecto de si son los exportadores industriales o
agropecuarios. Además entienden que dicha recomposición tiene como base la
conformación de una estructura productiva altamente concentrada y cada vez más
extranjerizada propias de un modelo cuya distribución es regresiva y que se
apoya principalmente en la caída del salario real. Ahora bien, las diferencias
aparecen en si consideran el surgimiento del modelo de la post convertibilidad
según un consenso entre las distintas fracciones de la burguesía relacionado con
las acciones y las nuevas funciones del Estado, o según la victoria por parte de
los “devaluadores”. A partir de estos análisis surgen algunas preguntas: ¿Cuál
es la relación entre la crisis de la convertibilidad y el desarrollo de un nuevo
modelo que llegó a revertir la situación de la reproducción del capital en su
conjunto? ¿Realmente “perdieron” los sectores de las empresas de servicios y el
capital financiero teniendo en cuenta como repercutió la crisis en ellas y las
ganancias obtenidas durante la post-convertibilidad? Esto se tratará en el
siguiente capítulo.
Capitulo 2: Crisis y
recomposición de las fracciones burguesas. La relación entre el desarrollo de Las Fracciones y el Estado.
Retomando los puntos señalados en el capítulo anterior, “el grupo dolarizador”,
según el denominado grupo flacso, tenía como proyecto la profundización de la
convertibilidad. Pero no argumentan como en un contexto de crisis progresiva del
modelo de los noventa se podía profundizar dicho proyecto, o sea, cuáles fueron
los apoyos nacionales e internacionales que lo sustentaron a medida que cada
intento de sostener la convertibilidad fracasaba. Entonces, según sus análisis,
el modelo de acumulación queda en un segundo plano al no incluir o no dar peso
la imposibilidad de reactivar el modelo de los 90´ en su fase crítica. Así los
términos de la lucha se definen en relación a una lucha político-ideológica
desprovista de articulaciones económicas según una coyuntura cambiante. La
crisis repercutió de manera general en las distintas fracciones del capital
pertenecientes al denominado Bloque en el Poder, pero para las que fueron
hegemónicas durante los 90´ la situación fue más aguda.
Si tenemos en cuenta la rentabilidad y las ventas
realizadas por las fracciones de la burguesía en el periodo de la crisis podemos
señalar que los sectores más poderosos en términos económicos dejaron de ser las
empresas líderes del sector financiero y de servicios, y esto no fue producto
solo de la salida y respuesta económica a la crisis, sino de la pésima situación
que atravesaron durante la crisis. En este sentido pensamos que la salida que la
burguesía encontró para recomponer el proceso de reproducción del capital en
términos generales fue un proceso complejo, contradictorio y que se dio durante
la post-convertibilidad. Si bien su recomposición
atiende a que se crearon mejores condiciones de inserción de una fracción de la
burguesía en el mercado mundial a partir de la devaluación y del aprovechamiento
de los buenos precios internacionales de las commodities, también mejoró
notablemente la situación del conjunto de las fracciones de la burguesía en
términos económicos, si bien de manera desigual. Y se realizó no sólo desde la
hegemonía de las empresas exportadoras, sino a partir de un complejo proceso
donde el Estado también participó. En este sentido, el Estado tuvo una
“metamorfosis” de sus funciones, al actuar y tomar decisiones que incidieron
directamente en la posibilidad de un consenso entra las fracciones de la
burguesía –siguiendo la idea de Peralta Ramos-. Otorgó subsidios y pudo
intervenir incidiendo de manera mayor en términos relativos –respecto a los
noventa- sobre la renta del conjunto de la burguesía. Se produjo una
reorganización que las diferentes fracciones del capital, “por su mero interés
mezquino” no la podían dar, resolviéndose en el Estado -que no es según la
libertad de acción del Estado- y condicionado por el mercado mundial. La
aceptación de “las nuevas reglas de juego” y de la nueva situación hegemónica
pareció, en dicha coyuntura, mostrar sus beneficios rápidamente y un horizonte
prometedor. Siguiendo a la investigadora, algunos signos que muestran la
estabilidad se ven a finales del 2002, donde se llegó a un superávit record y a
la estabilidad del tipo de cambio. Tanto el Estado como las empresas
interactuaron en función de una lógica de beneficios y pérdidas para las
distintas fracciones de la burguesía según dos periodos claramente desiguales:
un primer periodo de crisis general y de salida a la crisis, y un segundo
periodo de beneficios desiguales pero generales donde el continuo crecimiento de
la economía es significativo-. En este sentido, lejos de poder pensar al
conjunto del periodo solamente desde la perspectiva de las pujas inter-burguesas,
es importante resaltar la reorganización del conjunto de las fracciones de la
burguesía, y el nuevo rol del Estado para arbitrar y mediar en dicha
reorganización, sin desconocer y aceptar las fricciones que sucedieron en dicho
periodo entre ellas. (…)
3.1. El proceso de
recuperación de los grandes grupos económicos del sector servicios y su relación
con el Estado (2002-2004).
A
finales de la crisis la burguesía para proteger sus intereses económicos retiró
los depósitos del sistema bancario efectuando “una sangría de divisas” (Salvia
2009). Peralta Ramos (2007) plantea que a la convulsión social y política se le
sumaba la paralización total de la actividad económica por las consecuencias del
default y “el corralito” –que aislaron a la argentina de las posibilidades de
financiamiento internacional-. Así para la investigadora, desde finales de
octubre del 2001 la fuga de capitales alcanzo alrededor de 3500 millones de
pesos; y hacia finales de noviembre se perdieron depósitos cercanos a los 2363
millones de pesos y reservas por 2736 millones de pesos. Parte importante de los
que fugaron capitales eran empresas de servicios privatizadas. Basualdo, Nahón y
Nochteff (2006) exponen la situación de varias empresas en relación a la fuga de
capitales realizadas durante el 2001 con los siguientes montos en millones:
Telefónica Argentina S.A. U$S1559,9; Telecom S.A. U$S 963,4; EDESUR S.A. U$S172;
Central Puerto SA U$S149,3, Transportadora Gas del Sur S.A. U$S 143,1; Aguas
Argentinas S.A. 132,8; Metro Gas S.A. U$S104,4; Transportadora Gas del Norte
S.A. U$S 86,8; para citar algunos casos. Así parte importante del sector puso en
resguardo a una cantidad importante de su capital consiguiendo una ventaja
importante antes de la devaluación. Si analizamos la trayectoria de las
políticas-económicas en los inicios del gobierno de Duhalde podemos verificar
desde un principio cierta tendencia a la formación de un arbitraje del tipo
neo-populista y de acciones impulsadas por las empresas para revertir su
situación crítica, que, posteriormente, van a servir para unificar al sector con
el conjunto de las fracciones según “nuevas reglas de juego” aceptadas por
todas, en el sentido marcado por Peralta Ramos. Así en los comienzos tenemos
como una de las primeras acciones del Estado la Ley de Emergencia Pública y
Reforma del Régimen cambiario (Ley N° 25.561) cuyo contenido principal fue la
del abandono de la paridad cambiaria de un peso igual a un dólar, y la
consiguiente devaluación del peso. Esto, de acuerdo a los análisis del Grupo
FLACSO, alteró la situación de los servicios al modificar los precios relativos
en detrimento del sector. Pero lo más concerniente a los cambios que afectaron
al sector en el nuevo escenario lo expresan diferentes medidas incluidas en
dicha ley, como que: “A través del artículo Nº 8 de la ley de Emergencia se
estableció la eliminación de la dolarización de las tarifas así como también de
su indexación periódica en función de la evolución de los precios de Estados
Unidos” (Azpiazu y Schorr 2006, pp2). De esta manera el Estado pasó a tener
mayor control de las tarifas y esto va a determinar “la suerte” del sector en
este periodo, al trabar, en términos relativos, los incrementos tarifarios, y
realizando diferencias frente a otros sectores. A su vez su situación empeoraba
al incrementar el valor de sus deudas quedando “dolarizadas”. Con el control de
las tarifas se expresa esta versión del Estado Neo-populista al intervenir
abiertamente en el conflicto de intereses desatado en la crisis, y dotándolo de
un carácter político: la recomposición tiene como eje el despliegue de los GGE
exportadores sobre las demás fracciones integrantes del bloque en el poder.
Ahora bien, el Estado va a adoptar una serie de medidas en
favor del sector servicios tales como la pesificación asimétrica. Esta acción
supuso la licuación de pasivos del sector privado respecto a las deudas
concernientes con la banca local al transformar sus pasivos de dólares a pesos.
De esta manera gran parte del gasto Estatal en el tercer trimestre del 2002
corresponde a los efectos de la pesificación asimétrica según la emisión de
bonos para resarcir a los bancos por el cambio de los pasivos de las empresas de
dólares a pesos. Y, según estimaciones de Azpiazu y Schorr (2006): “Entre
los 50 mayores deudores privados que, a comienzos de 2002, vieron licuados sus
pasivos con el sistema financiero local (mediante su pesificación a una relación
de 1 peso = 1 dólar estadounidense), quedan incluidas 25 empresas privatizadas
que, por ese medio, obtuvieron un beneficio -del orden de los 2.000 millones de
dólares- prácticamente equivalente al de las ganancias obtenidas por éstas en el
año 2000.” (Azpiazu y Schorr, 2006, pp.27). Pero esta medida no alcanzó a “dejar
contento” al sector frente al peso que para ellos acarreó la devaluación y el
congelamiento de las tarifas. Y pronto, apelando a aparatos de denuncia
internacionales, consiguieron crear un mecanismo de presión frente al Estado.
Según explican Basualdo, Nahón y Nochteff (2006), un conjunto de empresas
privatizadas presentó demandas al Centro Internacional sobre Arreglo de
Diferencias Relativas a Inversiones entre Estados y Nacionales de otros Estados
(CIADI) que depende del Banco Mundial, logrando neutralizar los tribunales
locales. Siguiendo su investigación los investigadores agregan que, al año 2004,
varias empresas que en su mayoría eran empresas de servicios públicos
privatizadas, presentaron un conjunto de demandas al Estado por un monto mayor a
U$S17 mil millones, y cuyo objetivo principal era “intentar preservar, mediante
la instauración de los seguros de cambios y el aumento de las tarifas de los
servicios públicos, los excepcionales privilegios logrados en la década
anterior” (Basualdo, Nahón y Nochteff 2006 pp.75). Si bien los montos exigidos
al día de hoy no fueron cobrados. (…)
En
síntesis podemos decir que el periodo analizado está fuertemente marcado por el
intento de parte de las empresas del sector de conseguir ventajas en torno a los
problemas que le trajo la crisis de la convertibilidad, la devaluación y el
congelamiento de sus tarifas, esto es, “el cambio en las reglas de juego”. El
Estado pasó a controlar las tarifas alterando las condiciones de reproducción
del sector que quedó en peor posición frente los grandes grupos exportadores de
commodities. Pero aprovechando ciertas ventajas por su estructura de poder: la
posibilidad que tuvieron de fugar una gran masa de capitales al exterior antes
de la devaluación, por la posibilidad de disminuir y reestructurar parte de sus
deudas tanto locales como externas a través de mecanismos estatales y por el
aprovechamiento del contexto de incertidumbre económica generalizado, y las
concesiones otorgadas por el Estado en términos de aliviar los compromisos que
las empresas tenían según sus contratos. Las presiones de uno y otro lado
estuvieron claramente presentes –basta recordar los juicios del CIADI, y
llegaron a romper sus relaciones con la salida de algunos inversores
extranjeros, pero la mayoría logró reorganizarse, y aprovechar los buenos signos
de recuperación tras la crisis, que se hicieron presentes después del primer año
de su peor momento.
3.2. De la recuperación económica al despegue: la
política de subsidios como motor de crecimiento del sector energético y de
transporte (2004-2010) A partir del 2004 una tendencia que se iba
desarrollando desde comienzos del 2002 comenzará a impactar aceleradamente: la
relación entre el gasto público y la “suerte” de los GGE del sector servicios,
según el crecimiento de los subsidios entregados a los sectores energéticos y de
transporte. A lo largo de la post-convertibilidad su incidencia sobre el gasto
público aumentará, como a su vez lo hará el mismo gasto público. Bonnet y Piva
(2011) muestran como uno de los elementos de la evolución del aparato del Estado
en estos años el incremento del gasto público con los siguientes datos: del 2002
al 2009 aumenta un 192%, equivalentes a 14 puntos del PBI; presentando una
contracción inicial hasta el 2005, momento en el cual se incrementa
extraordinariamente llegando a representar en el 2009 el 43% del PBI. Ahora
bien, el porcentaje de este gasto destinado a los servicios públicos estuvo,
desde el 2003 en claro ascenso.
(…)
Leer
Pensemos en Cristina Fernández
exigiendo a los trabajadores racionalidad para que el empresariado
mantuviese el crecimiento económico. Pero analicemos cómo la devaluación para
posibilitar la post-convertibilidad o la recuperación gran burguesa de altas
rentabilidades implicó un enorme robo de salario y poder
adquisitivo a los trabajadores y otros sectores populares. Aún más tomemos en
consideración cuáles son los resultados de tamaño sacrificio de los de abajo.
Fuga de capitales, dólar y modelo K
31 de octubre de 2011
Por Rolando Astarita
Esta nota es continuación y actualización de la que escribí hace un año, en
la que discutía cuestiones vinculadas al crecimiento basado en el tipo de
cambio alto (“Profundizar…”
). Decía entonces que el tipo de cambio alto había sido clave para la
estrategia de desarrollo “industrialista”, desde mediados de 2002.
Básicamente porque la devaluación posterior a la ruptura de la
Convertibilidad había significado una fuerte caída de los salarios -en
términos de dólar y poder adquisitivo-,
con la consiguiente mejora de las condiciones competitivas del capitalismo
argentino. Sostenía también que a la redistribución regresiva del ingreso se
habían sumado equipos industriales renovados durante los 90; una elevada
capacidad ociosa; y el congelamiento de tarifas de servicios. Todo esto se
conjugó para elevar la tasa de rentabilidad, en particular de las empresas
productoras de bienes transables. Además, el ciclo alcista de los precios de
los alimentos, y en particular la soja, dieron un poderoso oxígeno extra al
crecimiento, habilitaron ganancias extraordinarias al agro (suba de la renta
de la tierra), y una constante inyección de recursos al Estado. Sin embargo,
señalaba en aquella nota, no
había habido un desarrollo sustentado en la inversión de equipos y la
tecnología. Esto
es, no estábamos ante un aumento de la competitividad con bases sólidas. Por
eso, en 2010 ya se evidenciaba el desgaste del “modelo”: el superávit
comercial se achicaba; la inflación erosionaba la competitividad del tipo de
cambio; y el gobierno se enfrentaba a la disyuntiva de devaluar, o de
retrasar el tipo de cambio a fin de frenar la inflación. Pero en este último
caso, caería aún más la competitividad. Escribíamos: “Si el gobierno
promueve una depreciación de la moneda, acelera la inflación, con poca
ganancia en competitividad. Si por el contrario, retrasa el tipo de cambio,
agrava los problemas de competitividad, acercándose a un escenario parecido
al de los noventa. De hecho, hoy algunos sectores industriales empiezan a
quejarse de que con este tipo de cambio no pueden competir. Es posible que
de prolongarse esta situación, hacia fin de 2011 el tipo de cambio real
vuelva a estar al nivel de la Convertibilidad. Aunque la situación
internacional es distinta de la existente en los noventa, principalmente por
la suba de la demanda mundial de materias primas”.
A pesar de
las señales que estaba dando la economía, muchos defensores del modelo K de
crecimiento siguieron afirmando que “el modelo tiene bases sólidas”, y que sólo
los ciegos “catastrofistas de izquierda”, o la derecha golpista, podían
encontrar algún problema serio. La idea dominante en este sector es que, en
tanto haya estímulos de demanda, la inversión crecerá más o menos
automáticamente. Una tesis que se ha mantenido contra viento y marea.
Fuga de capitales
También en
una nota anterior, de septiembre de 2010 (ver aquí),
decíamos que
en Argentina se mantenía
una de las características típicas del atraso, que una parte muy importante de
la plusvalía se volcaba al consumo suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba
al exterior. Con respecto a esto último, señalábamos que las inversiones de
argentinos en el exterior obedecían a una lógica de valorización financiera, y
que los rendimientos de esas inversiones se reinvertían en el exterior, de
manera que representaban una importante sangría en términos netos del excedente.
La contrapartida de esta salida era que la inversión en plantas, equipos e
infraestructura productiva, si bien había mejorado en algún punto del PBI con
respecto a los 90, continuaba siendo relativamente débil. Por eso concluíamos
que “hay un fuerte crecimiento (del PBI),
y cierto aumento de la participación de la inversión con respecto a los niveles
promedio de los noventa, pero sin que pueda hablarse de algún cambio
estructural. Una parte fundamental del excedente sigue saliendo del país; aunque
a diferencia de la década de los noventa, ahora esa salida está financiada por
el superávit de cuenta corriente. …
La salida de capitales
sigue poniendo en evidencia la estrecha vinculación de la clase capitalista
argentina con el capital mundializado, particularmente con el capital financiero”.
Naturalmente, los defensores del “modelo productivo” siguieron mirando para otro lado. Pero los hechos son testarudos, y las cosas siguieron complicándose, hasta llegar a la actual coyuntura. En los últimos tres meses el Banco Central ha vendido más de 4100 millones de dólares. Según la consultora Ecolatina, la formación de activos externos del sector privado se incrementó de un ritmo promedio mensual de 300 millones de dólares en el período enero 2003 a marzo 2008 a 1.500 millones por mes entre abril 2008 y junio 2010. El marco de esta fuga de capitales es una macroeconomía en la que las señales del desgaste del “modelo” son inocultables. El superávit comercial pasó de más del 4% del PBI en 2007 a aproximadamente el 2%. Las reservas del Banco Central bajaron desde más de 52.500 millones de dólares a fines de 2010, a 47.580 millones hoy; esto a pesar de que tomó préstamos de bancos europeos. Las reservas de libre disponibilidad (las que exceden la base monetaria, y con las que el Gobierno paga deuda externa), se evaporaron. El crecimiento de los depósitos bancarios se ha frenado, y las tasas de interés han subido al 15% para los minoristas (estaban al 10%) y hasta el 20% para los grandes depositantes. ¿Esto también formará parte del “modelo productivo”? En cualquier caso, y ante este panorama, es evidente que la disyuntiva de 2010 que comentábamos, se ha hecho más aguda. Destaquemos que si bien la crisis internacional ha jugado un rol en la fuga de capitales -debido a la devaluación del real, y la desaceleración de la demanda internacional- no alcanza a explicarla. Después de todo, otros países latinoamericanos han estado recibiendo capitales a causa de la crisis internacional, por lo que su problema es el opuesto del argentino: procuran evitar la apreciación de sus monedas. En Argentina, en cambio, la apuesta de muchos grandes inversores, y también de ahorristas pequeños y medianos, es que el precio del dólar finalmente va subir.
Desarrollo desigual y dependiente, y tipo de cambio
Tal vez
una de las cuestiones más importantes es entender que la disyuntiva descrita
-devaluar o retrasar más el tipo de cambio- se inscribe en un movimiento de
largo plazo de la economía argentina, en la que se alternaron los períodos de
tipo de cambio alto y bajo, pautados por crisis que marcaron la transición de un
período al otro. Por eso, más allá del análisis de la coyuntura inmediata, nos
interesa mostrar cómo existe una cierta lógica en estos movimientos, que está
vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas -en particular, al nivel de
productividad- y a las variaciones de la rentabilidad e inversión de los
sectores vinculados a la producción de bienes transables (sustitución de
importaciones y exportables) y de bienes no transables (en lo que sigue resumo
algunas de las ideas que presento en Economía
política de la dependencia y el subdesarrollo).
Si se toma
como punto de partida 1974 -inicio de la crisis final de la estrategia de
sustitución de importaciones-, se advierte que desde 1977 y hasta comienzos de
1981 rigió un tipo de cambio real bajo (moneda apreciada); que en la década de
1980 y hasta comienzos de 1991, el tipo de cambio fue alto (moneda depreciada);
durante la Convertibilidad la moneda se apreció; y a partir de 2002 se vuelve a
un tipo de cambio alto, aunque con tendencia paulatina a la apreciación desde
2003, hasta llegar al actual escenario. Aclaramos que cuando hablamos de moneda
apreciada nos referimos a un tipo de cambio cercano al nivel de paridad de poder
de compra con los países adelantados (en particular, con EEUU). Esto significa
que, en promedio, y a igual que sucede con la mayoría de las economías
atrasadas, la moneda argentina tiende a ubicarse en un nivelpor
debajo de la paridad de
poder de compra. Esta depreciación de la moneda en términos reales obedece,
desde el punto de vista de la ley del valor trabajo, a problemas estructurales, que
tienen que ver, principalmente, con la baja productividad de la industria
argentina.
Dada su
baja productividad relativa, una manera que tiene la industria de ganar
competitividad en el mercado mundial es a través del tipo de cambio real alto,
que implica bajos salarios en términos de la moneda mundial (dólar o euro). Sin
embargo, debido a los impulsos inflacionarios que derivan de este régimen
cambiario, a mediano plazo casi inevitablemente se generan las condiciones para
la reversión hacia el tipo de cambio bajo. Y son estas variaciones bruscas del
tipo de cambio, las que generan cambios también bruscos y profundos en las tasas
de rentabilidad de los sectores productores de bienes transables y los
productores de bienes no transables; y con ellos, de sus tasas de crecimiento e
inversión. Con tipo de cambio alto, los sectores productores de transables
aumentan su rentabilidad, lo que lleva aparejado el aumento de inversiones en el
sector; pero baja la rentabilidad y la inversión en los sectores de no
transables. A su vez, con la moneda apreciada, los sectores transables ven
disminuidas sus ganancias, y los de no transables las incrementan, y con ella la
inversión y el crecimiento.
El resultado es que se asiste a un desarrollo desigual, profundamente desestructurado. Los cambios bruscos de la rentabilidad de los sectores debilitan las inversiones de largo plazo, fundamentales para superar el subdesarrollo. Los diferenciales de productividad se acentúan, porque ora un sector, ora el otro, sufre períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad y por lo tanto de baja inversión y renovación tecnológica. En los 90, por ejemplo, en tanto en teléfonos, o producción y transporte de electricidad, se realizaban inversiones y se expandían, muchas industrias productoras de transables, en especial intensivas en mano de obra -textiles, calzado, etc.-, languidecían. De la misma manera, el parque industrial se renovaba parcialmente, pero el sector productor de máquinas herramientas trabajaba con un 50% de capacidad ociosa, promedio. En los 2000, por el contrario, sectores de productores de bienes exportables, o sustitutos de importaciones, prosperaron; pero amplios sectores productores de servicios, o energético, se retrasaron. Significativamente, la balanza energética pasó a ser deficitaria, luego de haber tenido superávit en los 90 y buena parte de los 2000.
Este
crecimiento desestructurado se refleja entonces en la situación cambiante del
sector externo, y las dinámicas de precios. Los períodos de tipo de cambio alto,
posteriores a una devaluación, dan lugar a mejoras rápidas y sustanciales de la
balanza comercial (o en la balanza de cuenta corriente). Los productores de
transables con ventajas competitivas naturales -ejemplo, el sector productor de
granos- obtienen plusvalías extraordinarias, bajo la forma de ganancias
extraordinarias, o alta renta agraria. Eventualmente, en una coyuntura de altos
precios internacionales de las materias primas, una parte de la renta puede
captarse con impuestos y destinarse a subvencionar industrias proveedoras de
insumos y servicios, a los efectos de sostener el tipo de cambio real alto. En
estos períodos el crecimiento industrial se caracteriza por ser principalmente
extensivo -esto es, empleador de mano de obra- y la renovación tecnológica
relativamente débil.
La competitividad del
sector transable es alta, pero porque está asentada en una alta explotación del
trabajo (salarios bajos, precarización del empleo, etc.), y en la contención de
los precios de insumos y servicios esenciales.
Erosión del tipo de cambio “competitivo”
No es de extrañar entonces que a mediano plazo la ventaja competitiva se erosione, en la medida en que los precios de los bienes no transables y los salarios, especialmente de los sectores sindicalizados, buscan recuperar el terreno que han perdido con la devaluación. Por eso, a mediano o largo plazo, las falencias y contradicciones estructurales no pueden superarse con meros remedios monetarios. No se trata de conspiraciones de los golpistas, como he escuchado de boca de algún intelectual K de Carta Abierta, sino de las leyes de la acumulación (y la explotación) capitalista. La cuestión de fondo es que la debilidad de la inversión -y del despliegue de la investigación y desarrollo- no permite superar el atraso y ganar competitividad genuina a la industria. Hoy, en Argentina, la balanza comercial industrial es fuertemente deficitaria (en las manufacturas de origen industrial, por unos 20.000 millones de dólares), luego de casi una década de crecimiento “industrialista” K. El problema puede agudizarse bruscamente si algunos de los socios comerciales deprecia su moneda; como acaba de suceder con Brasil.
En
consecuencia, las presiones inflacionarias, que tienen origen cambiario, no
dejan de acentuarse. Los sectores productores de no transables no invierten si
no mejoran los precios relativos, y en el mediano o largo plazo, los precios de
servicios y otros insumos comienzan a subir. Si además, el gobierno ha mantenido
tarifas congeladas, a
costa de crecientes subsidios, es probable que aparezcan déficit
fiscales crecientes. La monetización del déficit (esto es, cubrirlo con
emisión), da lugar a mayores presiones inflacionarias, acrecentando la
desconfianza hacia la moneda nacional. En definitiva, las presiones
inflacionarias terminan erosionando la competitividad cambiaria. Al crecer la
desconfianza, se potencia el flujo de fondos hacia el dólar o el euro. El ahorro
(más precisamente, atesoramiento) ocurre en moneda extranjera. Al caer los
depósitos en moneda nacional, los bancos elevan las tasas de interés, para
detener la sangría. Lo cual no es precisamente un estímulo para la inversión
productiva. Todos estos factores no dejan de empujar hacia la devaluación.
Devaluaciones, inflaciones y reversiones cambiarias
Pero la
devaluación de la moneda no es una solución sencilla, ya que puede dar lugar a
nuevas devaluaciones, que eventualmente desembocan en altas inflaciones (o
hiperinflaciones). Lo cual es insostenible, como lo demuestra la experiencia
argentina de los 80 y principios de los 90. Es que con alta inflación los
salarios bajan en términos reales -es inevitable que pierdan la carrera con los
precios- pero también con una moneda en constante pérdida de valor se embotan
los mecanismos del mercado. Entonces es imposible comparar los tiempos de
trabajo. Por eso, en el extremo, la economía se dolariza. El dólar pasa a ser
moneda no sólo de atesoramiento, sino también medida de valor y medio de pago
(los contratos se fijan en dólares, etc.). Se generan así las condiciones para
la reversión hacia la moneda “fuerte”. El anclaje del tipo de cambio está en la
lógica del proceso, ya que se busca fijar la variable que ha estado en el origen
del impulso inflacionario, y restablecer la disciplina del mercado, tanto sobre
los capitales menos productivos, como -y principalmente- sobre los trabajadores.
Es por esta razón que las razones que lleva a los períodos de apreciación de la
moneda se incuban en las fases de crecimiento que se sostienen en el tipo de
cambio alto. Algo de esto se ve en el panorama actual; la apreciación del peso
de los últimos años está en la mecánica del crecimiento de los 2000. Sin
embargo, hoy la economía argentina no está ante un escenario de crisis aguda, al
estilo de lo ocurrido en 2001. Pero dicho esto, también
hay que decir que el panorama se ha agravado. Desde hace muchos
meses el gobierno ha venido retrasando el tipo de cambio para frenar la
inflación, esto es, ha aplicado una receta típica de la década de 1990. Pero por
esto en los últimos tiempos se ha apreciado la moneda; con lo cual se debilitó
uno de los pilares del “modelo”, el tipo de cambio alto. Por eso también, en los
hechos, ha comenzado a establecerse otra paridad entre el peso y el dólar, a
través del mercado no oficial (o negro). Esta dicotomía -atraso del tipo de
cambio oficial, depreciación de la moneda en el paralelo- es otra expresión de
las disyuntivas que enfrenta el “modelo K”. Paralelamente, los subsidios a
industrias productoras de servicios y similares (eléctricas, transporte, pero
también forestal y agroalimentaria), no han dejado de aumentar. En 2010 el
Estado transfirió unos 48.000 millones de pesos a las empresas, un 45% más que
en 2009. Y sólo en los primeros seis meses de 2011, alcanzaron 32.366 millones
de pesos, un 73% más que en igual período de 2010. El “ajuste” significaría un
aumento de las tarifas, esto es, un caída del poder adquisitivo de los salarios,
en primer lugar. Pero también agregaría presión a los impulsos devaluatorios.
Subrayamos: en estas condiciones, una
devaluación se descargaría sobre los trabajadores, bajando los salarios. Aunque
puede dar lugar a una agudización de las luchas salariales. Por eso la propia
clase dominante es reacia a aplicar este remedio. Pero por otra parte, el actual
esquema ha comenzado a hacer agua.
En
conclusión,
lo que está sucediendo hoy en Argentina -fuga de capitales, depreciación de
hecho de la moneda- refleja que el crecimiento de los 2000 no ha permitido
superar las estructuras del atraso y la dependencia. Negar esta realidad
hablando sobre el “modelo de matriz diversificada y acumulación con inclusión
social”, equivale a marearse con palabrerío vacío.
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