Por Nancy Fraser (Sinpermiso)
La elección
de Donald Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas
espectaculares que, en conjunto, apuntan a un colapso de la hegemonía
neoliberal. Entre esas insubordinaciones, podemos mencionar, entre otras, el
voto del Brexit en el Reino Unido, el rechazo de las reformas de Renzi en
Italia, la campaña de Bernie Sanders para Sin embargo, hasta hace poco, la repuesta más común a esta crisis era la protesta social: espectacular y vívida, desde luego, pero de carácter harto efímero. Los sistemas políticos, en cambio, parecían relativamente inmunes, todavía controlados por funcionarios de partido y elites delestablishment, al menos en los estados capitalistas poderosos como los EEUU, el Reino Unido y Alemania. Pero ahora las ondas electorales de choque reverberan por todo el planeta, incluidas las ciudadelas de las finanzas globales. Quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra sus amos políticos. Burlándose de las direcciones de los partido, han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en los últimos treinta años. Los sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto.
No obstante, la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. Esto puede sonar como un oxímoron, pero se trata de un alineamiento, aunque perverso, muy real: es la clave para entender los resultados electorales en los EEUU y acaso también para comprender la evolución de los acontecimientos en otras partes. En la forma que ha cobrado en los EEUU, el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente
El neoliberalismo progresista se desarrolló en los EEUU durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los “Nuevos Demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. En vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su bona fides moderna y progresista, amante de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres. Aun cuando
Como sugiere esto último, al asalto a la seguridad social le dio
lustre un barniz de carisma emancipatorio prestado por los nuevos movimientos
sociales. Durante todos los años en los que los se abría un cráter tras otro en
su industria manufacturera, el país estaba animado y entretenido por una
faramalla de “diversidad”, “empoderamiento” y “no-discriminación”.
Identificando “progreso” con meritocracia en vez de igualdad, con esos términos
se equiparaba la “emancipación” con el ascenso de una pequeña elite de mujeres
“talentosas”, minorías y gays en la jerarquía empresarial del
quien-gana-se-queda-con-todo, en vez de con la abolición de esta última. Esa
comprensión liberal-individualista del “progreso” vino gradualmente a
reemplazar a la comprensión anticapitalista –más abarcadora, antijerárquica,
igualitaria y sensible a la clase social— de la emancipación que había
florecido en los años 60 y 70. Cuando la Nueva Izquierda
menguó, su crítica estructural de la sociedad capitalista se marchitó, y el
esquema mental liberal-individualista tradicional del país se reafirmó a sí
mismo al tiempo que se contraían las aspiraciones de los “progresistas” y de
los sedicentes izquierdistas. Pero lo que selló el acuerdo fue la coincidencia
de esta evolución con el auge del neoliberalismo. Un partido inclinado a
liberalizar la economía capitalista encontró su compañero perfecto en un
feminismo empresarial centrado en la “voluntad de dirigir” del leaning in o en “romper el techo de cristal”.
El resultado
fue un “neoliberalismo progresista”, amalgama de truncados ideales de
emancipación y formas letales de financiarización. Fue esa amalgama la que
desecharon in toto los votantes de Trump. Prominentes entre los
dejados atrás en este bravo mundo cosmopolita eran los obreros industriales,
desde luego, pero también ejecutivos, pequeños empresarios y todos quienes
dependían de la industria en el Cinturón Oxidado y en el Sur, así como las
poblaciones rurales devastadas por el desempleo y
Lo que hizo posible esa combinación fue la ausencia de cualquier
izquierda genuina. A pesar de arrebatos periódicos como Occupy Wall Street, que se
rebeló efímero, no ha habido una presencia sostenida de la izquierda en los
EEUU desde hace varias décadas. Ni se ha dado aquí una narrativa abarcadora de
izquierda que pudiera vincular los legítimos agravios de los votantes de Trump
con una crítica efectiva de la financiarización, por un lado, y con la visión
antirracista, antisexista y antijerárquica de la emancipación, por el otro.
Igualmente devastador resultó que se dejaran languidecer los potenciales
vínculos entre el mundo del trabajo y los nuevos movimientos sociales.
Divorciados el uno del otro, estos indispensables polos de cualquier izquierda
viable se alejaron indefinidamente hasta llegar a parecer antitéticos.
Al menos
hasta la notable campaña de Bernie Sanders en las primarias, que bregó por
unirlos luego del relativo pinchazo de la consigna “Las Vidas Negras Cuentan”.
Haciendo estallar el sentido común neoliberal reinante, la revuelta de Sanders
fue, en el lado Demócrata, el paralelo de Trump. Así como Trump logró dar el
vuelco al establishment Republicano, Sanders estuvo a un pelo
de derrotar a la sucesora ungida por Obama, cuyosapparatchiks controlaban todos y cada uno de los
resortes del poder en el Partido Demócrata. Entre ambos, Sanders y Trump,
galvanizaron una enorme mayoría del voto norteamericano. Pero sólo el populismo
reaccionario de Trump sobrevivió. Mientras que él consiguió deshacerse
fácilmente de sus rivales Republicanos, incluidos los predilectos de los
grandes donantes de campaña y de los jefes del Partido, la insurrección de
Sanders fue frenada eficazmente por un Partido Demócrata mucho menos
democrático. En el momento de la elección general, la alternativa de izquierda
ya había sido suprimida. La opción que quedaba era un tómalo o déjalo entre el
populismo reaccionario y el neoliberalismo progresista: elijan el color que
quieran, mientras sea negro. Cuando la sedicente izquierda cerró filas con
Hillary, la suerte estaba echada.
Sin embargo, y de ahora en más, este es un dilema que la izquierda
debería rechazar. En vez de aceptar los términos en que las clases políticas
nos presentan el dilema que opone emancipación a protección social, lo que
deberíamos hacer es trabajar para redefinir esos términos partiendo del vasto y
creciente fondo de revulsión social contra el presente orden. En vez de
ponernos del lado de la financiarización-cum-emancipación contra la
protección social, lo que deberíamos hacer es construir una nueva alianza de
emancipación y protección social contra la finaciarización. En
ese proyecto, que construiría sobre terreno preparado por Sanders, emancipación
no significa diversificar la jerarquía empresarial, sino abolirla. Y
prosperidad no significa incrementar el valor de las acciones o el beneficio
empresarial, sino la base de partida de una buena vida para todos. Esa
combinación sigue siendo la única respuesta de principios y ganadora en la
presente coyuntura.
En lo que a
mí hace, no derramé ninguna lágrima por la derrota del neoliberalismo
progresista. Es verdad: hay mucho que temer de una administración Trump
racista, antiinmigrante y antiecológica. Pero no deberíamos lamentar ni la
implosión de la hegemonía neoliberal ni la demolición del clintonismo y su
tenaza de hierro sobre el Partido Demócrata. La victoria de Trump significa una
derrota de la alianza entre emancipación y financiarización. Pero esta
presidencia no ofrece solución ninguna a la presente crisis, no trae consigo la
promesa de un nuevo régimen ni de una hegemonía segura. A lo que nos
enfrentamos más bien es a un interregno, a una situación abierta e inestable en
la que los corazones y las mentes están en juego. En esta situación, no sólo
hay peligros, también oportunidades: la posibilidad de construir una nueva
Nueva Izquierda.Mucho dependerá en parte de que los progresistas que apoyaron la campaña de Hillary sean capaces de hacer un serio examen de conciencia. Necesitarán librarse del mito, confortable pero falso, de que perdieron contra una “panda deplorable” (racistas, misóginos, islamófobos y homófobos) auxiliados por Vladimir Putin y el FBI. Necesitarán reconocer su propia parte de culpa al sacrificar la protección social, el bienestar material y la dignidad de la clase obrera a una falsa interpretación de la emancipación entendida en términos de meritocracia, diversidad y empoderamiento. Necesitarán pensar a fondo en cómo podemos transformar la economía política del capitalismo financiarizado reviviendo el lema de campaña de Sanders –“socialismo democrático”— e imaginando qué podría ese lema significar en el siglo XXI. Necesitarán, sobre todo, llegar a la masa de votantes de Trump que no son racistas ni próximos a la ultraderecha, sino víctimas de un “sistema fraudulento” que pueden y deben ser reclutadas para el proyecto antineoliberal de una izquierda rejuvenecida.
Eso no quiere decir olvidarse de preocupaciones acuciantes sobre
el racismo y el sexismo. Pero significa molestarse en mostrar de qué modo esas
inveteradas opresiones históricas hallan nuevas expresiones y nuevos
fundamentos en el capitalismo financiarizado de nuestros días. Rechazando la
idea falsa, de suma cero, que dominó la campaña electoral, deberíamos vincular
los daños sufridos por las mujeres y las gentes de color con los experimentados
por los muchos que votaron a Trump. Por esa senda, una izquierda revitalizada
podría sentar los fundamentos de una nueva y potente coalición comprometida a
luchar por todos.
Nancy Fraser es una profesora de filosofía y política en la New School for Social
Research de Nueva York. Su último libro: Fortunes of Feminism: From State-Managed
Capitalism to Neoliberal Crisis (Londres, Verso, 2013).
Fuente original: https://www.dissentmagazine.org/online_articles/progressive-neoliberalism-reactionary-populism-nancy-fraser
Traducción: María Julia Bertomeu
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=221666
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