Como la influencia de
Agustin Edwards aumentó con la llegada de la Concertación
30 de mayo de 2017
Por Víctor Herrero (El Mostrador)
Con la llegada de la democracia la
jerarquía de 'el decano' no disminuyó, sino todo lo contrario. Los gobiernos de
la Concertación estrecharon vínculos con el diario de Agustín, sumándose a sus
fundaciones y rindiendo homenajes a la familia que ha manejado centenariamente
la influencia política de la prensa escrita chilena. Todo esto y más se relata,
con pluma pulcra y datos inéditos, en el libro del periodista Víctor Herrero,
"Agustín Edwards Eastman. Una biografía desclasificada" (Penguin
Random House, 2014). Extractos:
La fecha exacta en que El
Mercurio quedó como el único
periódico influyente de la transición política chilena fue el viernes 24 de
julio de 1998. Ese día dejó de circular La
Época, un diario opositor a Pinochet fundado en marzo de 1987, que
pretendió cumplir un papel similar en Chile al que desempeñó el periódico
español El Paísen la
transición española.
La Época había sido el primer
periódico desde 1973 en romper con el monopolio ideológico que ejercía la
derecha en la prensa escrita chilena. Sin embargo, el matutino venía
arrastrando hace varios años una mala situación financiera y no faltaron quienes
le recriminaron al Gobierno la falta de apoyo al diario. Por ejemplo, en esos
años casi el 80 por ciento del avisaje del Estado en los medios
escritos iba a las cadenas de El
Mercurio y Copesa.
Ese mismo año también dejó de circular la revista Hoy, que fue uno de los
primeros medios opositores al
régimen militar al salir a la calle en 1976. La desaparición de estos medios fue la culminación de un proceso que se había
iniciado con el cambio de régimen en 1990. Revistas emblemáticas de los años
ochenta, como Cauce, Análisis yApsi, ya no existían. Si no
fuera por la televisión o las radios, hacia fines de la década de los noventa
en el país circulaban prácticamente los mismos diarios y revistas de influencia
que había en los primeros años de la dictadura. A saber, El Mercurio, La Segunda y Las
Últimas Noticias, y por el lado de Copesa La
Tercera, La Cuartay la
revista Qué Pasa. (...).
Además, el «decano» de la prensa chilena seguía ejerciendo un
fuerte magnetismo. «Soy de las periodistas que recuerda que en los tribunales
había magistrados para quienes diarios como La
Época no existían –contó Alejandra Matus en El libro negro de la justicia
chilena–. Sólo contaba El
Mercurio, y lo que este dijera o dejara de decir era para ellos esencial.»
Por último, la propia política comunicacional
que instaló el Gobierno de Patricio Aylwin, y que después fue seguida por los
gobiernos siguientes, también contribuyó al desplome de esta prensa. El jefe de
la Secretaría de Comunicaciones de La Moneda, el sociólogo Eugenio Tironi,
había elaborado una máxima que se resumía en la frase «la mejor política
comunicacional es no tener una política comunicacional».
El diseño de Tironi fue, tal vez, una respuesta a la omnipresencia
que tuvieron los servicios de comunicaciones durante el régimen de Pinochet, en
especial en los años en que Francisco Javier Cuadra estuvo al mando de ellos.
Sin embargo, uno de los efectos de largo plazo de esta política de laissez faire fue el fortalecimiento de los grandes
conglomerados en la prensa escrita.
Al final, contribuyó a una situación que muchos personeros de la
Concertación lamentan hasta hoy: que todos los diarios influyentes del país
sean de derecha. Muchos años después, uno de ellos, que ocupó un importante
cargo en La Moneda en la década del 2000, aseguró que «el gran fracaso de la
Concertación fueron los medios de
comunicación, no haber logrado tener medios
propios o al menos una prensa más equilibrada».
Pero para El
Mercurio y Agustín Edwards se
trató de una evolución muy favorable. Un mes después del cierre deLa Época,
el diario publicó un editorial al respecto, enfocándose en la inviabilidad
financiera de su competidor.
«Tampoco corresponde que el Estado desplegara recursos para
asegurar su funcionamiento, tal como lo requirieron los sectores políticos y de
profesionales de la información –afirmó el periódico de Edwards–, pues ello
habría derivado inevitablemente en desaconsejables intervencionismos
oficialistas.»
Claramente, El
Mercurio se había olvidado de
las sustanciales ayudas estatales que había recibido de Pinochet en los años
ochenta. De todos modos, esta visión editorial no estaba muy alejada de la
mirada que tuvieron algunos importantes personeros de la Concertación, como
Eugenio Tironi. «La existencia de medios
gubernamentales con ciertos privilegios y garantías constituía una clara
interferencia en el sistema», afirmó unos años después.
De esta manera, hacia fines los años noventa El Mercurio no sólo había logrado ser respetado
por sus opositores políticos como un medio importante, como había sucedido en
las décadas anteriores al régimen militar, sino que convertirse en el principal
y único órgano de prensa influyente donde ellos mismos se expresaban.
Hubo un momento que cristalizó cuán profunda había sido, hasta ese
momento, la victoria de la historia para El
Mercurio. Ello sucedió con
motivo del centenario del periódico el 1 de junio de 2000. La noche del
miércoles 31 de mayo se realizó una cena de gala en Casa Piedra, un centro de
eventos perteneciente a la
familia Edwards , al que acudió la élite en pleno del país.
Entre los asistentes estaban, por ejemplo, el
presidente del Senado, Andrés Zaldívar; el presidente de la Cámara de
Diputados, Víctor Barrueto; el presidente de la Corte Suprema ,
Hernán Álvarez; además de los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y de
Carabineros, así como ministros, empresarios y otros líderes de la sociedad. En total
fueron unos seiscientos invitados. Entre ellos el presidente de la República,
Ricardo Lagos, quien fue el único orador no perteneciente a El Mercurio esa noche.
Nunca antes, y tal vez nunca después, se había
reunido toda la dirigencia del país para homenajear a El Mercurio. Agustín Edwards
estaba satisfecho. La identificación de El
Mercurio con los intereses
permanentes de la República, algo a lo que sus antepasados siempre habían
aspirado, se volvió realidad esa noche. «El Mercuriosigue ahí, como una
institución de la República, como si fuera parte esencial del país –escribió
unos años después Juan Andrés Guzmán en The
Clinic–. Una parte que no se elige, como la cordillera, y que como ella no
tiene corrección posible.»
En su discurso, Agustín Edwards no temió pecar de autocomplaciente
y de reivindicar el papel que el diario había cumplido a lo largo de las
décadas. Su intervención esa noche fue lo más parecido a un manifiesto
político, aunque, a grandes rasgos, expresaba la ideología permanente de su
familia. Entre otras cosas, esa noche Edwards dijo:
“El Mercurio se
halla sintonizado con la opinión pública y con sus ideas permanentes. Al expresarlas
refleja tanto la estabilidad de estas como los cambios que experimentan. De
modo tal que el diario interpreta a la sociedad, no la «pautea», no la
presiona, ni le impone ideas ni decisiones […] Si El Mercurio no se apoya en la realidad social,
si no entiende en un sentido hondo el alma nacional, no es nada ni representa a
nadie […] Nos hallamos sintonizados con la opinión pública chilena, y esta
nunca es extrema. No cree la mayoría de nuestro pueblo, ni tampoco cree El Mercurio, en la exaltación,
la injuria, la fuerza, el desorden o la violencia. Concibe
el cambio como gradual y evolutivo, no como corte brusco y arrasador de todo lo
preexistente. Por eso, en los momentos de extrema pasionalidad [sic]
política y social, El Mercurio mantiene su tono moderado, y esta
misma serenidad exacerba cierta irritación en su contra. Pero a la larga, ello
es un servicio prestado al país”.
Edwards no rehusó mencionar el hecho de que el diario había
apoyado a la dictadura, aunque le restó importancia en el contexto de la larga
historia del matutino:
“Para nuestro diario han sido siempre valores intangibles la
separación e independencia de los poderes del Estado, la generación popular y
periódica de las autoridades políticas y las libertades públicas. Especial énfasis,
naturalmente, ha puesto en la defensa de la libertad de expresión. Se podría
observar que El Mercurio de hecho aceptó y aun apoyó gobiernos
surgidos de la fuerza, como en 1891, 1924, 1925 y 1973. Pero en cada uno de
esos momentos actuó considerando las circunstancias excepcionales que afectaban
a la sociedad chilena, impulsando, dentro de sus posibilidades, el retorno a la
institucionalidad democrática permanente del país. El Mercurio ha convivido con todos los regímenes,
sin renunciar a sus principios y bajo la premisa de que aquellos de facto eran
consecuencia de los errores de la política civil y serían transitorios”. (...)
El último discurso de la noche correspondió al presidente Lagos,
quien afirmó que «es difícil entender la historia de Chile sin El Mercurio». Sin embargo, el
mandatario deslizó que el diario no podía desentenderse de su papel en el
quiebre democrático de 1973.
«El Mercurio, como tantos otros medios
de la prensa, se alineó con una de las partes en conflicto –afirmó el
Presidente ante una audiencia donde varios comenzaron a sentirse incómodos–. Y
fue como todos los protagonistas de la vida nacional tanto objeto como
responsable de aquella división que culminó en el derrumbe de nuestra
democracia.»
Al día siguiente, el diario no publicó esos pasajes y solo destacó
que el presidente había hablado de la importancia del matutino en la historia
del país.
En cambio, en un editorial titulado «Centenario de servicio a
Chile», El Mercurio insistió en que siempre estuvo en el
lado correcto de la historia chilena. (…)De esta manera, Doonie y El Mercurio entraron al nuevo siglo sin hacer un
mayor análisis del papel que ellos y el periódico desempeñaron en la historia
contemporánea del país. (…)
En Chile, en tanto, sus placenteras relaciones con la Concertación
le permitieron a Edwards seguir expandiendo su imperio mediático, sin tener que
temer cambios a la Ley de Prensa que tal vez pusieran freno a la concentración
en ese mercado. (…)
Sin embargo, no todos los negocios comunicacionales le han salido
bien. Donde Agustín Edwards falló fue en el antiguo anhelo de su familia de
contar con un canal de televisión. (...)
Cuando en 2005 se supo que el grupo empresarial del venezolano Gustavo Cisneros iba a poner a la venta el canal de
TV Chilevisión, Edwards se
volvió a entusiasmar con la idea de entrar al negocio televisivo.
Esta vez le pidió asesoría al ex ministro René Cortázar, quien
entre 1995 y 2000 había sido director ejecutivo deTelevisión Nacional de
Chile. Lo citó a El
Mercurio, desde donde lo trasladaron en helicóptero al fundo de Graneros,
donde lo esperaba Agustín Edwards. Aunque la apuesta no prosperó, pues quien se
adjudicó el canal era su vecino en el lago Ranco, Sebastián Piñera, retuvo
durante muchos meses a Cortázar como asesor de la presidencia de El Mercurio.
Un funcionario que ejercía importantes responsabilidades
administrativas en la empresa en esos años afirmó que, cuando le preguntó al
gerente general, Johnny Kulka, por qué tenían en la nómina salarial a alguien
que nunca aparecía por las oficinas del diario, este le respondió: «Son cosas
de don Agustín, a él le cae bien Cortázar».
A las tres de la tarde del viernes 3 de abril de 1992, Agustín
Edwards entró, acompañado de dos guardaespaldas, al Centro de Extensión de la Universidad Católica ,
ubicado en la Alameda. El
salón estaba repleto de autoridades, ministros y empresarios, quienes
aplaudieron su llegada. Entre los asistentes al evento se encontraban muchos
altos dirigentes de la Concertación y de la Alianza.
Habían pasado dos meses desde el desenlace del secuestro de
Cristián Edwards y Doonie había convocado a la élite política y económica de
Chile para hacer un importante anuncio. Había resuelto crear una organización
dedicada a combatir el crimen en el país: la Fundación Paz Ciudadana.
(…)
La diversidad política de la fundación, al menos para los cánones
de la transición chilena, fue la gran novedad que anunció esa tarde de abril.
El primer consejo directivo de Paz Ciudadana iba a estar conformado por
Bernardo Matte, el hermano menor de la familia dueña de la CMPC; Carlos
Cáceres, ex ministro del Interior de Pinochet y empresario, y cuatro personas
simpatizantes o militantes de la Concertación.
Estos fueron el democratacristian o
Edmundo Pérez Yoma; Mónica Jiménez de la Jara, una trabajadora social cercana a
la DC que se había desempeñado en la Comisión Nacional
de Verdad y Reconciliación; Nemesio Antúnez, un distinguido pintor que Doonie
conocía desde su infancia, y Sergio Bitar, ex ministro de Salvador Allende,
prisionero político en la
isla Dawson y, a comienzos de los noventa, presidente del
Partido por la Democracia (PPD).
¿Cómo logró Agustín Edwards, que estaba tan identificado con el
derrocamiento de Allende y el apoyo a Pinochet, convencer a un grupo de
antiguos adversarios políticos de unirse a su causa?
Un alto dirigente concertacionista de esa época recordó muchos
años después: «Nosotros queríamos dar una señal de buena voluntad hacia la
derecha y el empresariado. Además, le habían secuestrado a su hijo, ¿qué se
supone que debíamos hacer ante su invitación a incorporarnos a esta fundación?
¿Decirle que no nos importaba ese u otros crímenes?».
Sergio Bitar esgrimió una argumentación similar cuando fue
entrevistado por Marcela Ramos y Juan Andrés Guzmán para el libro La guerra y la paz ciudadana:
«Mi idea era, bueno, si aquí hay un espacio de conversación, bienvenido».
Gestos
de confianza
La primera década de los gobiernos de la
Concertación fue mucho más tranquila y amigable con Agustín Edwards de lo que
él podría haber sospechado. Los nuevos gobernantes habían adoptado el modelo
económico instaurado por Pinochet y los Chicago Boys, sobre el cual él y su
diario venían evangelizando desde fines de los años cincuenta, y Chile crecía a
tasas aceleradas. Una señal de la estabilidad política y económica del país
fue, por ejemplo, que la inversión extranjera directa pasó de 1.200 millones de
dólares en 1989 a
casi 8.800 millones en 1999.
La saludable convivencia en Paz Ciudadana fue
la mejor muestra de que sus adversarios políticos no le guardaban rencores.
Pero a ello se sumaban muchos gestos «no forzados» de buena voluntad. (...)
En diciembre de 1993, por ejemplo, el ministro de Educación, Jorge
Arrate, decretó que dos escuelas municipales fueran renombradas en honor a
antepasados de Doonie, «considerando que es interés del supremo Gobierno honrar
la memoria de aquellas personas nacionales […] que se hayan destacado en la
esfera de sus actividades y constituyan un ejemplo para la comunidad nacional».
El Liceo A-97 de San Miguel recibió el nombre de Liceo Industrial
Agustín Edwards Ross, en honor al bisabuelo de Doonie, y la Escuela F n.º 372 de
Colina pasó a llamarse Escuela Básica Agustín Edwards Budge, en memoria de su
padre.
Actualmente existen al menos ocho colegios en
Chile que llevan el nombre de algún antepasado de Agustín Edwards. Y a fines de
1996, el presidente Eduardo Frei asistió junto a la primera dama, Marta
Larraechea, a la gran cena de El
Mercurio para celebrar los
cuarenta años de Agustín Edwards al mando de la empresa.
Pero el acercamiento de la Concertación no sólo se dio a través
de este tipo de gestos, sino también por medio de un nuevo entendimiento
internacional. La cercanía de los nuevos gobiernos chilenos de centro izquierda
con Estados Unidos llevó a estrechar lazos con un hombre y una organización que
hacía más de tres décadas eran muy cercanos a Agustín Edwards.
Se trataba de David Rockefeller y el Council of the Americas,
sucesor del Business Council de comienzos de los años sesenta. En 1993, por
ejemplo, el Gobierno de Aylwin condecoró en Washington a David Rockefeller con
la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins, que es la distinción más alta que Chile
entrega a los extranjeros por servicios prestados al país.
La condecoración se le dio por su empeño personal por aprobar el
llamado fast track, que
ayudaba a agilizar el futuro Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados
Unidos. Después, en marzo de 1994, Eduardo Frei Ruiz-Tagle invitó al magnate
estadounidense a la inauguración de su mandato. El hecho de que su buen amigo
norteamericano ahora estaba convertido también en un buen amigo de la
Concertación debió ser motivo de satisfacción para Doonie.
La historia parecía darle la razón. Otro motivo de
satisfacción histórica para él debió ser cuando el candidato socialista Ricardo
Lagos, en plena campaña presidencial en 1999, fue a Nueva York a exponer su
programa de Gobierno ante el Council of the Americas. Edwards seguía siendo, y
es hasta hoy, miembro honorario y contribuyente financiero de esa organización,
cuya sede es una elegante casa ubicada en Park Avenue, en el corazón de
Manhattan.
Después le tocó el turno a Michelle Bachelet. En septiembre de
2009, siendo aún presidenta, el Council la condecoró con la Insignia de Oro, el
mayor reconocimiento que esa organización otorga a los latinoamericanos que
contribuyen a mejorar las relaciones comerciales en el hemisferio occidental.
En la cena de premiación, que estuvo auspiciada, entre otros, por
la gigante minera Freeport-McMoRan, dueña en Chile de las minas de cobre
Candelaria, Ojos del Salado y El Abra, la mandataria afirmó que «se puede ser
popular sin ser populista», al hacer un balance de su Gobierno. Y en 2012,
siendo presidenta de ONU Mujeres, Bachelet contribuyó con un artículo a Americas Quarterly, la revista
del Council of the Americas.
La enorme influencia que ha ejercido esa organización siempre le
ha abierto puertas y círculos políticos a Agustín Edwards, incluso hasta hoy.
En junio de 2014, por ejemplo, el Council organizó su tradicional Conferencia
de Ciudades Latinoamericanas en Santiago. Ahí, Doonie aprovechó para compartir
con el canciller Heraldo Muñoz, los ministros de Hacienda, Alberto Arenas, y de
Energía, Máximo Pacheco, además de varios representantes de bancos, mineras y
multinacionales.
De todos modos, Chile no es el único país que le ha otorgado una
gran importancia al Council. Desde los años ochenta, en que esta organización
fue uno de los promotores más entusiastas de las reformas económicas
neoclásicas para América Latina, conocidas como el «Consenso de Washington»,
casi todos los aspirantes a presidente, gobernantes en ejercicio y ministros de
Finanzas de la región han pasado por Park Avenue, incluyendo al ex presidente
salvadoreño Mauricio Funes, que fue respaldado por el Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional.
Pese a todas las señales de buena voluntad mutua, hacia fines de
los años noventa Doonie estaba preocupado. En octubre de 1998, Augusto Pinochet
había sido detenido en Londres a petición del juez español Baltasar Garzón, que
investigaba crímenes cometidos por la dictadura chilena.
A eso se sumaba que el más probable candidato de la Concertación
para las presidenciales de diciembre de 1999 era Ricardo Lagos. Muchos hablaban
del retorno del primer presidente socialista a La Moneda después de Salvador
Allende. Otros recordaron que Lagos había sido designado por la Unidad Popular como
embajador chileno en la
Unión Soviética , cargo que no asumió por producirse el golpe
de Estado.
Además, Doonie probablemente no había olvidado que el candidato
había sido el liquidador de su banco en los años de Allende. Para más remate,
aún estaba fresca la imagen cuando Ricardo Lagos emplazó con su dedo a Pinochet
en un programa político de Canal
13 en 1988.
La lógica del «Sí» y el «No» del plebiscito y las confrontaciones
entre izquierda y derecha de la época de la Unidad Popular se
estaban reavivan do. Las sospechas
mutuas también. «Creo que Edwards estaba genuinamente asustado con los
acontecimientos políticos», afirmó una persona que trabajaba con él en esa
época. (...)
Fue en este contexto que a Sergio Bitar se le ocurrió la idea de
tender puentes entre el candidato y el dueño de El Mercurio. En marzo de
1999, este amigo cercano de Ricardo Lagos y, al mismo tiempo, miembro de la Fundación Paz Ciudadana ,
propuso que los tres se sentaran a conversar, según afirmaron dos personas que
supieron los pormenores de este encuentro.
Así, Bitar organizó una cena en su casa para que los tres
conversaran. Fue una reunión tensa. Edwards y Lagos no se conocían en persona.
Unos años antes se habían topado en una cena en la Embajada de Estados Unidos
en Santiago. A Luisa Durán, esposa de Lagos, le había tocado sentarse al lado
de un caballero de edad que le hablaba con pasión acerca de plantas. Solo
después supo que se trataba de Doonie.
Pero esa noche en la residencia de Bitar la conversación fue menos
miscelánea. A la hora del postre, ambos sinceraron sus temores. Según las
personas que supieron de lo conversado, en un momento dado Edwards y Lagos se
enfrascaron en un corto pero duro diálogo.
–Quiero vivir en un país donde quienquiera sea el presidente, yo
no tenga que irme de Chile –disparó Agustín Edwards.
Lagos no tardó en contestar: –Y yo quiero vivir en un país en que
no exista un complot en contra del presidente, cualquiera que este sea.
La respuesta de Lagos, que aún era precandidato de la Concertación
y tenía que competir en una primaria con Andrés Zaldívar, de la DC, no estaba
sin fundamentos.
El aspirante presidencial sentía que los diarios de la cadena El Mercurio habían desatado una campaña en su
contra. El vespertino La
Segunda, por ejemplo, había publicado un amplio reportaje sobre la supuesta
rearticulación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, colocando ese artículo
justo al lado de una nota que hablaba sobre la candidatura de Lagos. Eran
técnicas de propaganda política que recordaban a la cobertura que los diarios
de Doonie realizaron durante los años de la UP.
Tras la respuesta de Lagos se produjo un silencio glacial. Pero
Sergio Bitar intervino calmando los ánimos. En mayo de 1999, Lagos ganó
cómodamente las primarias de la Concertación.
Durante su campaña presidencial dio numerosas muestras de
moderación que calmaron a la derecha y a Doonie. La frase que tal vez mejor
retrató este enfoque fue: «No aspiro a ser el segundo presidente socialista de
Chile, aspiro a ser el tercer presidente de la Concertación».
Es más, durante el único debate presidencial televisado entre
Lagos y su contendiente de la UDI, Joaquín Lavín, en noviembre de 1999, el
candidato de la Concertación afirmó ante una pregunta sobre la delincuencia:
«Yo firmo todo lo que dice Paz Ciudadana».
La idea de esa frase se le habría ocurrido a Eugenio Tironi, cuya
empresa de comunicaciones le prestaba en esa época servicios a la fundación de
Agustín Edwards mientras que él asesoraba también a Lagos.
Tras una reñida elección que requirió de una segunda vuelta en
enero de 2000, Lagos se impuso a Lavín, el ex editor de Economía y Negocios de El Mercurio. Las relaciones
entre el presidente y Agustín Edwards, aunque nunca muy cercanas, se
mantuvieron en un buen pie casi hasta el final de su mandato. Pero ahí se
produjo un episodio que llevó a ambos a enfrentarse públicamente…
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227156
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