El TTIP que viene: ni
globalización ni proteccionismo, acumulación por desposesión
6 de mayo de 2017
Por Adoración Guamán y
Gabriel Moreno (CTXT)
Entre las muchas coincidencias que pueden
encontrarse en el discurso electoral de Trump y Le Pen se encuentra el rechazo,
al menos en el plano formal, de los Tratados de Libre Comercio de nueva
generación y en concreto del TTIP y del CETA. Revestidos de una retórica
calificada de “proteccionismo”, primero Trump en su campaña y ahora Le Pen han
hecho suyo un discurso antitratados que ni parece que vaya a materializarse ni
aporta ninguna alternativa en beneficio de las mayorías sociales.
Desde luego, es innegable que la llegada de la Administración Trump
ha marcado un punto de inflexión en las relaciones comerciales entre la UE y
Estados Unidos. Partiendo de esta afirmación, el interés radica en elucidar si
la política comercial de Estados Unidos está dando un giro real o si la tan
publicitada ruptura con el modelo anterior es un elemento más del discurso
electoral/populista sin que exista un cambio real de modelo. El abandono del
proceso de ratificación del Tratado Transpacífico, la paralización de las
negociaciones del TTIP, la voluntad de renegociar el NAFTA han sido claros
golpes de efecto destinados a mostrar un cambio de ruta del que aún no sabemos cuál
es su alcance ni naturaleza exacta.
Lo cierto y verdad es que la contraposición
entre “proteccionismo” y “globalización”, que tanto y tan bien explota la
extrema derecha a ambos lados del Atlántico, no es una traslación automática de
la lucha entre soberanía o democracia frente a neoliberalismo o libre mercado
sin frenos. Aunque sea ese el relato del que Trump o Le Pen intentan
aprovecharse, la dicotomía en el fondo es falsa, puesto que en ella subyace una
similar estrategia de acumulación por desposesión, que se da tanto en el
interior de los países que gobiernan o pretenden gobernar como en sus
relaciones con el resto de regiones y Estados de la periferia.
La lectura del documento sobre la estrategia comercial de Trump,
que se ha filtrado el pasado mes de marzo, nos da buena cuenta de ello. En el
mismo se afirma que la nueva política significa un cambio “real” respecto de la
sostenida por la Administración anterior (lo que en teoría “venden”), aunque un
análisis pormenorizado de las propuestas revela el sostenimiento de una línea
que nunca se ha perdido: América para los americanos, sí, pero fundamentalmente
para algunos y contra la mayoría.
Según el documento, el objetivo actual de la política comercial de
Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que éste sea más libre y
más abierto para los estadounidenses. Todas las acciones comerciales, continúa
el texto, tendrán como objetivo el crecimiento económico y la promoción del
empleo en los Estados Unidos y la protección
de las empresas, trabajadores, sectores y mercancías de los Estados Unidos frente a los
del resto de países. En este sentido, se van a primar los acuerdos bilaterales
frente a los regionales y se resistirá frente a los intentos de la OMC de debilitar la postura de Estados Unidos en
los diversos tratados multilaterales. En realidad, nada nuevo bajo el sol ni diferente a lo que la
gran potencia ha venido realizando en las últimas décadas.
En concreto, Trump se fija los siguientes
objetivos: defender y expandir agresivamente la soberanía de Estados Unidos en
materia comercial; responder agresivamente a las distorsiones a la libre
competencia, incluso si son toleradas por la OMC; sortear las normas de la OMC
e impulsar tratados bilaterales que mejorenla
apertura de las fronteras de otros países respecto de los productos y servicios
estadounidenses; expandir el comercio a nuevos mercados clave y renegociar
tratados ya en vigor, en concreto el NAFTA. Es decir, nada que no estuviera, al
menos señalado, en la agenda anterior (Obama y Clinton ya apostaron por
renegociar el NAFTA), nada que implique un cambio radical (en lugar del TPP se
van a negociar tratados bilaterales con cada uno de los países implicados) y
nada que no estuviera presente en la negociación del TTIP.
Como se recordará, el 17 de julio de 2013 el
Consejo de la Unión
Europea aprobó las Directrices de negociación relativas a la Asociación Transatlántica
sobre Comercio e Inversión, entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América,
más conocido como TTIP. Este documento, que no se desclasificó hasta el 9 de
octubre de 2014, contiene los objetivos y contenidos fundamentales del acuerdo,
estableciendo como finalidad primordial el aumento del comercio y la inversión
entre la UE y los Estados Unidos. Para ello, el documento enmarca los
contenidos del Tratado en tres grandes pilares: el acceso al mercado, las
cuestiones reglamentarias y barreras no arancelarias (cooperación reguladora) y
la producción de normas comunes de obligado cumplimiento, incluyendo un
mecanismo de solución de controversias inversor-Estado (ISDS). Este amplio
contenido ha justificado que el TTIP, al igual que el CETA, sea bautizado como
un “Tratado de Nueva Generación”, ya que su objetivo principal no es el de
eliminar aranceles, sino el de servir de marco jurídico para que el capital
transnacional proteja sus intereses frente a la discrecionalidad, soberana, de
los Estados. Y aunque tras el cambio en la Administración estadounidense las
negociaciones se han paralizado, no se han dado por concluidas; al contrario,
parece que ambas potencias están apostando por retomarlas.
Sin duda, una nueva apertura de las mismas vendrá marcada por una
notable posición de fuerza de los Estados Unidos que mantendrá las líneas rojas
que ya estancaron las negociaciones en el otoño pasado. Cuestiones como la
apertura de los mercados de la contratación pública con la derogación o
modificación de la
Buy American Act o el reconocimiento de las
Denominaciones de Origen ya se plantearon como concesiones imposibles por parte
de la Administración
Obama y en estos momentos se pergeñan como líneas
infranqueables, con más agresividad aún. Así las cosas, y con el as en la manga
que supondría dar prioridad a un tratado de nueva generación con el Reino Unido
antes de negociar con la UE, el Gobierno de Trump puede coger el mando de las
negociaciones con una Unión Europea a la que la negociación de estos tratados
está provocando fisuras cada vez más amplias.
En esta coyuntura, el objetivo actual de la
política comercial de Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que
éste sea más libre y más abierto para los estadounidenses. Sea como fuere, la Administración Trump
se encontrará delante con una UE aún más desunida y débil, con las
contradicciones inherentes a su propio proceso de integración abiertas en
canal. La primacía de lo económico y del mercado en la configuración misma de
la UE, sin la necesaria dimensión social que los atenúe, unida a los últimos
ataques neoliberales desde sus instituciones a los derechos y al bienestar de
las mayorías sociales del continente, han suscitado un sentimiento de rechazo
hacia el proyecto que ha sido, por el momento, canalizado con mayor intensidad
por la derecha. La
ausencia de mecanismos redistributivos a nivel continental y la consagración
jurídica, al mismo tiempo, de la estabilidad presupuestaria como indiscutible
camisa de fuerza para las posibilidades de intervención económica de los
Estados han provocado que las libertades económicas fundamentales (de
movimiento, de capitales, de servicios y bienes…) hayan seguido operando sin
diques que las frenen, aumentando la desigualdad y la acumulación de la riqueza
a través, y por encima, de los países.
El descontento, por ende, se hará aún mayor si
no somos capaces de dar un giro rotundo a la arquitectura misma de la Unión Europea , y la
extrema derecha seguirá creciendo si su relato, falso, sigue teniendo un
asidero real en Bruselas al que agarrarse. Ellos, Le Pen y Trump, se erigen en
los salvadores de la comunidad, de la Nación y de la seguridad, laboral y
social, frente a la globalización institucionalizada y al mundo de las frías
cifras del establishment de Washington o de las instituciones
de Bruselas. Pero ellos también, a la vez, no dejan de defender en el fondo los
mismos planteamientos que subyacen a las consecuencias que critican y de las
que se aprovechan en el descontento generalizado. Trump seguirá con el libre
comercio sin trabas, lo potenciará incluso, y la acumulación de unos pocos y la
desigualdad para los muchos aumentará. Lo hará, eso sí, desde un vigorizado
discurso nacionalista y neoproteccionista, mientras sus millonarias cuentas no
pararán de crecer y sus empresas, cual metáfora de su misma ideología, no
cesarán de saltar de un país a otro protegidas por los tratados de nueva
generación auspiciados por EEUU.
Le Pen, de ganar, no acabará con la base
socioeconómica que alimenta la desigualdad, la injusticia social y el
descontento, como tampoco lo hará Macron, por mucho que ahora ambos decidan que
criticar el CETA está à la mode. El Brexit, por su parte, no supondrá un
renovado impulso para la democracia en el Reino Unido, que, de la mano de May y
los tories, ya está comenzando a abrazar de
nuevo la posibilidad de aumentar los neoliberales lazos con Estados Unidos y de
convertir Londres en un paraíso para estos nuevos tratados que amparan,
recordemos, la impunidad total de un capital transnacional dueño y señor de los
mecanismos tradicionales de poder.
Frente a la atomización social, el
individualismo extremo, el empobrecimiento de amplias capas de la población y
el aumento de la desigualdad, el capitalismo neoliberal, precisamente la causa
de todos estos factores, parece haber encontrado una vía de escape para seguir
conservando la acumulación que alienta: el nacionalismo de los falsos proteccionismos
que en el fondo no sólo no cambian, sino que profundizan, la acumulación por
desposesión que estamos sufriendo. El TTIP que viene tendrá posiblemente otro
nombre y otras formas, pero detrás estarán los mismos intereses de siempre al
servicio de quienes, desde hace demasiado tiempo ya, vampirizan el futuro de
las generaciones presentes y venideras.
Adoración Guamán. Profesora titular de
Derecho del Trabajo en la Universitat de València. Gabriel Moreno. Investigador
en Derecho Constitucional en la Universitat de València.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226282
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