Derribar nuestros muros
15 de mayo de 2017
Abrir bien los ojos es temerario: resulta
abrumador ver el desastre cada vez más general y espeluznante. Cerrarlos es
suicida: el horror nos toma desprevenidos; ni siquiera sabemos de dónde viene
el golpe. Es insensato negar esta guerra de la que no hay forma de escapar.
¿Cómo nutrir, ante ella, miedos sensatos y esperanzas bien fundadas? ¿Cómo
evitar ilusiones contraproducentes y arraigar la confianza en caminos que sean
simientes de porvenir?
El capital y los gobiernos a su servicio,
arrinconados ante los límites internos y externos con los que se han topado,
usarán todos los medios legales e
ilegales para continuar su obra de despojo, en que arrasan por igual
naturaleza, territorios y derechos. La autodestrucción del capitalismo lo
desliza a la barbarie. No
puede detener o revertir el proceso de su agotamiento, pero tampoco puede
encontrar otra forma de desaparecer. Nos arrastra a su despeñadero.
La agresión parece imparable. Continuará la
que se realiza contra Siria, Venezuela… o México. Debemos reaccionar. Es
momento, por ejemplo, de ofrecer al pueblo venezolano tanta solidaridad como
sea posible. Pero hacerlo a sabiendas de que sólo la acción valiente y
organizada de las bases comunales que ha podido construir podrá enfrentar sus
inmensos desafíos. De ellas, mucho más que de aciertos o desaciertos de sus dirigentes,
depende la defensa del país ante el asalto de fuerzas internas y externas cada
vez más abiertamente coaligadas. La OEA vuelve a ser la oficina colonial de
Washington, con la complicidad de gobiernos vergonzosamente sometidos a ella,
como el mexicano. Las fuerzas de oposición seguirán usando el descontento real
de amplios sectores y sus reivindicaciones legítimas para tratar de justificar
social y políticamente el vicioso ataque antidemocrático que impulsan.
Nutrir un sensato temor ante perspectivas de
esa índole, que aconsejan prudencia y moderación sin bajar los brazos, exige al
mismo tiempo resistir tentaciones e ilusiones que se forman en todas partes
ante coyunturas electorales o confrontaciones abiertas. Millones de mexicanos
alimentan aún la ilusión de que un cambio de dirigentes puede suavizar las
aristas más agresivas del sistema, como alguna vez prometió López Obrador, y
que eso, junto con más programas sociales, menor impunidad y más dignidad en
las posiciones internacionales de México, permitirá enfrentar nuestros
predicamentos internos y externos.
No tiene ya mayor relevancia o utilidad
especular sobre las posibilidades reales de que AMLO o Morena ganen elecciones
locales o nacionales o de que cumplan lo que prometen, si llegaran a ocupar los
puestos a que aspiran. Lo importante es mostrar, con base en experiencia propia y ajena,
que incluso si se cumpliera todo eso seguiríamos cayendo en el abismo actual.
Ningún dirigente, de cualquier partido, podría impedir la caída actual en el
abismo.
Para nutrir la esperanza de que en México o en
Venezuela se consolide y amplíe la organización en la base social que puede
hacer frente a los predicamentos actuales necesitamos tener claridad del sentido del
empeño. Es inútil y contraproducente seguir buscando acomodos dentro del
sistema. Necesitamos organizarnos abiertamente contra el capitalismo y el
patriarcado sin reservas mentales o prácticas, es decir, construir formas de
existencia y organización social que los dejen atrás.
Al recorrer ese camino, de acotamientos
imprecisos, necesitamos saber que el principal enemigo se encuentra adentro. El
capitalismo se basa en la construcción de individuos necesitados y deseantes:
se nos programa para necesitar y desear las mercancías en cuya operación se basa
el sistema. Organizarnos para la supervivencia y la lucha, ante el capitalismo
que nos está llevando a la barbarie, no es hacerlo para satisfacer nosotros
mismos esas necesidades y deseos, con autonomía, pensando que así socavamos el
sistema. En realidad, estaríamos reforzándolo. Lo primero es autonomizarnos de
esas necesidades y deseos, con plena conciencia de que cada necesidad es
producto de un despojo y cada deseo una construcción social que toma su forma
específica en una sociedad capitalista.
El cercamiento de los commons que dio origen al capitalismo creó
personas necesitadas de techo, empleo, alimento… Perdieron la condición que
tenían antes de ser expropiados; las mercancías definían ahora sus necesidades.
No es fácil reaprender a ser nosotros mismos, abandonar necesidades reales o
supuestas que nos impusieron. Más difícil todavía es readquirir nuestros
propios deseos y conectarlos con la realidad. Pero esa es la tarea.
Examinarla en esferas de la vida cotidiana
permite ver de qué se trata. Ante la gravísima crisis alimentaria, no se trata
de competir con el agronegocio y ganarle, y no basta modificar aberrantes
políticas públicas. La soberanía alimentaria, según Vía Campesina, implica
definir por nosotros mismos lo que comemos –no el mercado o el Estado– y
producirlo. Pequeños campesinos, principalmente mujeres, alimentan actualmente
a 70 por ciento de la población mundial. En La Habana se produce 60 por ciento
de lo que se come en La Habana…
Para realizar esta tarea podemos aprender con
los llamados pueblos originarios, especialmente aquellos que nunca se dejaron
cercar por completo y no han dejado de ser ellos mismos. Su noción de salud,
por ejemplo, es mucho más sana que depender de la dictadura médica… y no
prescinde de antibióticos o ultrasonido… Su camino parece estar lleno de
simientes de porvenir para todos.
Contacto:
gustavoesteva@gmail.com
Fuente:
http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Derribar_nuestros_muros
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