Editorial
Biodiversidad | 05 mayo 2017 | Biodiversidad 92 / 2017-2
Dicen las comunidades: “es la hora de los pueblos”, por la necesarísima sensación de saber que lo que haga falta los pueblos lo pueden hacer, si tan sólo los dejaran.
Y aunque
“nada se ha puesto fácil” como dice con tanto filo, razón y cariño Hermann
Bellinghausen en este mismo número, el empeño y la entereza de la gente común,
de las comunidades tan menospreciadas, vilipendiadas, olvidadas y si no
atacadas, sigue ahí, vigente y con plenitud de horizonte.
Hay por
todas partes una renovada chispa de energía que hace que la gente se junte,
converse, piense junta. Los proyectos del extractivismo ya no le convencen a la
gente, que sabe todos los efectos inmediatos y de mediano y largo plazo que
acarrea ese despanzurramiento que se perpetra con químicos y explosivos que
además dejan la tierra anegada con sus aguas de lixiviados absolutamente
tóxicas.
A
la gente ya no le convencen las explotaciones agrícolas rebosantes de
agrotóxicos que les envenenan la comida, el agua, el baño, el aire, la nariz,
el vientre materno. Ya no les convencen las siembras mecanizadas que aprietan
la tierra y provocan súbitas inundaciones. Ya no les gusta que lleguen los
paramilitares a jalonear a la gente y a incendiarles sus casas y expulsarlos
para sembrar palma, o soya (soja), o cualquier otro cultivo industrial, del
maguey a la amapola.
Las
personas están hartas de saber que les roban el agua por todas partes: les
quitan la lluvia con cañonazos de químicos a las nubes; les roban el agua
perforando pozos clandestinos dentro de enormes terrenos que acapararon las
refresqueras sabedoras de los mantos subterráneos que había; les roban el agua
perforando pozos e inyectando agua con químicos para sacar el petróleo. Les
desvían los cauces para las grandes hidroeléctricas o para “alimentar las
grandes ciudades”.
La gente
está harta del despojo. De la devastación, de la deshabilitación, de los
engaños, del control, de la represión, de la violencia, del silencio, de la
muerte también robada (porque cada asesinato le robó a los asesinados su
historia más íntima). Está harta de las políticas públicas que les reparten
migajas por todo lo que les han arrebatado. De programas que los fragmentan ,
los seducen y los embarcan en proyectos irrealizables o a todas luces desventajosos.
La gente
está harta de tener que migrar, y vivir en condiciones precarias incluso en sus
propias tierras que alguien renta y de todos modos les explota (con la renta y
con el mísero salario que les impone como jornaleros en los invernaderos levantados
en su propia casa)
Y así, la
gente vieja, y la gente joven, mujeres y hombres, está harta de no poder
decidir. Y por eso, mujeres y hombres también, van tomando la iniciativa en
tantas nuevas actividades y asumen nuevas responsabilidades entendiendo que en
tanto plenen sus días ahora, el futuro será más luminoso y más justo.
Biodiversidad, sustento y culturas surge de todas esas certezas y todos esos
atisbos de claridad, venidos de cada rincón de nuestra América e incluso de
otros continentes, para reflejar el pensamiento común, que más temprano que
tarde romperá tantas inquinas y abrirá hilos de entendimiento para
transformarnos a todas y todos.
Fuente: https://www.grain.org/es/article/entries/5701-editorial
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