Trump y
el Estado
policíaco global
2 de julio de 2019
Por Carlos
Fazio (La Jornada)
En muy corto
plazo, la guerra de migrantes por aranceles desatada el 30 de mayo por Donald
Trump derivó en una grave crisis humanitaria en México. Y de manera vertiginosa,
también, la imagen progresista y humanista del Gobierno de Andrés Manuel López
Obrador se trasmutó en la de un país que opera como un módulo más del Estado
policiaco global, como característica principal del capitalismo actual,
asentado en sistemas cada vez más ubicuos y omnipresentes de control social de
masas y humanidad superflua mediante la represión estatal y guerras difusas,
como forma militarizada de acumulación de capital por despojo.
Más allá de la narrativa
populista, el neoliberalismo con
esteroides de Trump (William I.
Robinson dixit) es una
respuesta clasista de la ultraderecha a la crisis de legitimidad del sistema,
que descansa sobre un mensaje nacionalista y proteccionista de corte neonazi,
dirigido, en particular, a generar emociones y movilizar al sector más
reaccionario de su electorado blanco, anglosajón y protestante (WASP, por sus siglas en inglés), que en
2016 resultó deslumbrado por el narcisismo, el rostro rosado, la gorra roja y
el grito de campaña America
first! del actual inquilino de Entonces como ahora, la fanfarronería imperial y el discurso supremacista blanco y xenófobo de Trump −que criminaliza al otro, ese extranjero− están dirigidos a despertar el sentimiento antimexicano y antinmigrante en ese sector de trabajadores estadunidenses perjudicados por el TLCAN, para que canalicen su temor e inseguridad hacia una conciencia racista de su condición; lo que alienta la reproducción de milicias privadas, organizaciones fundamentalistas de todo tipo y grupos de vigilancia antinmigrantes.
En la coyuntura, la retórica deconstruir el muro y el fuerte incremento de las redadas y las detenciones de personas sin papeles que huyen del horror, la persecución y la violencia criminal (delincuencial y estatal) forman parte de una estrategia más amplia para desarticular en EU a las llamadas minorías en resistencia. A lo que se suma la necesidad de la economía estadunidense y la clase capitalista trasnacional de remplazar el actual sistema de superexplotación de la mano de obra indocumentada con un masivo programa de trabajadores con visas, que sería más eficaz en conjugar la superexplotación y nuevas formas autoritarias de disciplina laboral con la vigilancia en masa y el supercontrol social.
De allí la guerra (no) declarada de Trump contra los inmigrantes, los refugiados y las pandillas (los bad hombres), que se combina con la construcción de muros fronterizos, cárceles y centros de detención de inmigrantes (lucrativos negocios todos) incluso fuera de EU, como es el caso de México en
Pero la cultura militarista y masculinista de Trump viene de atrás. Las políticas de Hitler se inspiraron en el racismo institucionalizado de EU y el pragmatismo del derecho consuetudinario; en Mein Kampf, el futuro führer alabó las restricciones de EU a
Asimismo, y a la luz de la historia, el magnate especulador inmobiliario de Nueva York no habría llegado a
Como dice James Petras, Trump está completamente integrado en la
estructura más profunda del imperialismo estadunidense; durante su mandato las instituciones permanentes del Estado se han mantenido sin
cambios. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en guerras
en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores. Sus diferencias
con Barack Obama se limitan al estilo y la retórica. Con su
demagogia pseudoprogresista Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores mexicanos
(2 millones en ocho años); Trump ha continuado la senda prometiendo aumentar
las deportaciones. Pero inmigrantes y refugiados son producto del cambio
climático, de la depredación ecológica, de la acumulación de capital por
despojo. Y de las guerras directas y encubiertas de Obama; de sus políticas de cambio de régimen que provocaron desplazamientos
forzosos, la muerte de millones de civiles y miseria por doquier. Obama derramó
la sangre y a Trump le toca arreglar
el caos. México no escapa a esa lógica.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=257843
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