A 40 años
Entre la Revolución
sandinista y
la dictadura
orteguista
20
de julio de 2019
Por Mónica Baltodano (Rebelión)
Al cumplirse
40 años del triunfo de la Revolución Popular
Sandinista , no puedo obviar los sentimientos encontrados que
me embargan como protagonista e historiadora de aquella gesta que puso fin a la
dictadura de Somoza. Por estas fechas siempre vienen a nuestra mente los miles
de héroes populares y mártires de los años 70, algunos de ellos entrañables
como mi hermana Zulema, asesinada a sus 16 años. Estos sentimientos se
entrelazan con las ceremonias y actos religiosos con los que en estos días
honramos a los cientos de asesinados hace apenas un año, esta vez por la
dictadura orteguista, encabezada por quién fuera uno de los protagonistas de
aquella gesta contra el somocismo.
Mientras la dictadura de
Ortega aparenta alegría en celebraciones de los 40 años y se adueña
impositivamente de los símbolos de aquella heroica hazaña, una inmensa mayoría
de sus participantes, comandantes de la Revolución, comandantes guerrilleros,
combatientes populares y pueblo que se incorporó masivamente en la insurrección
final, repudian el orteguismo, sus atrocidades y la represión desatada, que
incluye -según las conclusiones de la CIDH- crímenes de lesa humanidad contra
el pueblo nicaragüense.El baño sangriento que sufrió la población, que se agrandó aún más con la “operación limpieza” entre junio y julio del 2018, se perpetró enarbolando cínicamente a los cuatro vientos la bandera rojinegra; con gritos de “¡Patria libre o morir!”; con el argumento de que se defendía la segunda etapa de la Revolución y vistiendo, los criminales, con camisetas de Sandino y el Che.
Antiguos combatientes de los setenta, hasta entonces resentidos por el abandono del dictador y del partido, fueron urgentemente llamados al “combate”, con los consabidos ofrecimientos. Mezclados con policías y con militares retirados, antiguos revolucionarios realizaron su labor mortífera disparando a matar contra jóvenes osados que lanzaban piedras y morteros de feria desde las barricadas de las ciudades; a los estudiantes atrincherados en las universidades; y contra los tranques de campesinos y pobladores rurales, casi en su totalidad ciudadanos desarmados.
El levantamiento de abril no era una insurrección armada, como hace 40 años. Pero en ambos casos fue evidente la masiva participación popular. La de aquel entonces derivó en el triunfo del 19 de julio. La sublevación pacífica del presente, reprimida a muerte, aguarda por una segura victoria sobre el nuevo tirano.
La masacre emprendida por Ortega en abril del 2018 incrementó el repudio a la dictadura, y en una parte de la población se ha expresado como rechazo a todo lo que huele a sandinismo. Como cucarachas oportunistas aparecieron incluso antiguos somocistas para sentenciar: “nosotros teníamos razón, y por eso queríamos exterminar a los sandinistas.”
Como si fuera poco en los Estados Unidos, los antiguos halcones que ahora asumieron importantes cargos en
Tanto así, que sus principales aliados durante los últimos once años y hasta el estallido social de abril, eran los banqueros, los principales empresarios del país y las dirigencias del Consejo Superior de
Ciertos sectores de la izquierda institucional en Europa y América Latina, y algunos nostálgicos, quisieron creer el cuento que Ortega sigue siendo un revolucionario, y que su retorno al poder era el regreso del proyecto enarbolado en 1979.
Estos sectores asumieron irresponsablemente el cínico relato del orteguismo que argumenta que la sublevación popular es un tenebroso plan del imperialismo. En desprecio a la ética de los verdaderos revolucionarios hay quienes mantienen esa posición aún después de la matanza que dejó cientos de muertos, miles de heridos y mutilados, así como más de 70 mil refugiados políticos. Se siguen asumiendo estas posturas, a pesar de que fue demostrado el uso generalizado de la tortura, la violación sexual a hombres y mujeres, y tratos crueles a los miles que fueron capturados. Por lo menos 800 de estos últimos ellos fueron mantenidos en prisión largos meses en régimen de máxima seguridad y totalmente aislados, sin derecho a la defensa, acusados de terrorismo, y de cualquier tipo de delitos sin sustentación alguna.
Ingenuidad, desconocimiento, oportunismo, desfachatez, son algunos de los adjetivos que se nos ocurre aplicar a quienes califican la sublevación popular como un plan de
Así las cosas, de izquierda a Ortega solo le quedaba la palabrería ocasional; la manipulación retórica de la historia; su inscripción en el ALBA y las oportunistas relaciones con el gobierno venezolano, con el que firmó un jugoso negocio con evidente rentabilidad para su patrimonio familiar. Sin olvidar, desde luego, sus vínculos personales con una parte de la vieja guardia de la revolución cubana. Aunque trágico, al tiempo que esto ocurría para una parte importante de los nicaragüenses, en particular para las nuevas generaciones, el rostro de gobierno de nuestro país, se convirtió en una criminal dictadura de izquierda, una dictadura sandinista.
¿Cómo pudo ser que una revolución que despertó tanta admiración y esperanzas terminara desfigurada, repudiada por la mayoría del pueblo? ¿Como mutó el rostro de aquella lucha hasta adquirir las facciones monstruosas de una dictadura personalista, sangrienta y criminal?
Para responder a esta pregunta discriminemos las distintas valoraciones. Para un sector de la derecha los sandinistas y la gente de izquierda per se son criminales. Mayoritariamente los somocistas vencidos de 1979. Muchos se integraron después a
La Revolución de 1979 fue posible porque después de 20 años de lucha el FSLN de Carlos Fonseca logró sumar a la mayoría del pueblo a una estrategia de lucha política- militar. Después de respaldar más de 40 años al régimen de Somoza, la administración norteamericana a regañadientes se sumó a las presiones de la comunidad internacional que se escandalizó con los crímenes de lesa humanidad del somocismo y apoyó la heroica resistencia del pueblo. Somoza salió en desbandada por una insurrección popular, y además porque reiteradamente evadió las salidas negociadas que le propusieron desde la OEA.
Los detractores de las revoluciones y sublevaciones populares olvidan que éstas no son el resultado de actos voluntariosos, maquiavélicos o morales. Las revoluciones son posibles porque son necesarias. En el caso de Nicaragua la situación para el pueblo era ya insostenible no sólo por la represión, sino porque urgían transformaciones inaplazables. En primer lugar, era necesario restaurar el derecho a la vida y la libertad, los derechos civiles básicos, como la libre organización, y la libertad de pensamiento, pues el poder, las organizaciones somocistas y el sindicalismo blanco tenían asfixiada a
Pero también formaban parte, de los móviles de la Revolución y su Programa, la concentración brutal de la tierra en pocas manos que urgía de una verdadera reforma agraria, las inequidades sociales, la extrema pobreza, el obscurantismo. El país convertido en una hacienda de los Somoza.
La recuperación de la Soberanía era esencial, pues había sido entregada a los Estados Unidos. El Programa Histórico del Frente Sandinista buscaba también la integración económica y social del país, en particular de las poblaciones originarias y afrodescendientes del Caribe nicaragüense; y abolir la “odiosa discriminación que ha sufrido la mujer con respecto al hombre”. En esas direcciones se comenzó a trabajar.
Ya se sabe que la Presidencia de Reagan (1981-1989) inauguró una escalada agresiva de los Estados Unidos contra la Revolución, a la que consideró de manera oficial como un peligro para la seguridad nacional de su país. Así, la Nicaragua revolucionaria, extremadamente frágil en lo económico, tuvo que resistir durante casi una década “la guerra de baja intensidad“de los halcones de la revolución conservadora que en el plano global encabezarían el mismo Reagan y Margaret Thatcher.
La Revolución fue derrotada políticamente en 1990 como resultado de la combinación de un complejo de factores. Aquí solo enunciamos los más relevantes: la guerra de agresión imperialista que organizó la contrarrevolución con resultado de miles de muertos; actos brutales y criminales de ambos bandos, y el servicio militar obligatorio, que sembró el descontento en las familias. Bloqueada y asfixiada, la Revolución se volvió inviable económica y socialmente. La dirigencia revolucionaria, por soberbia o por inexperiencia, no fue capaz de definir colectivamente el rumbo de
También
operó el atraso cultural del pueblo y el poco desarrollo ideológico de la
dirección y la militancia sandinista; las silenciosas disputas por el liderazgo
personal en la dirección colegiada y la coyuntura internacional del colapso del
campo socialista, al que Nicaragua terminó alineada.
Con
la derrota, renació y rebrotó el pasado. Para muchos dirigentes la Utopía había
llegado a su fin, y por tanto solo quedaba la real
politik y ajustarse
pragmáticamente a los nuevos tiempos. El Frente Sandinista de Carlos Fonseca
comenzó a desfallecer, a diluirse en repartos de poder, en los grandes negocios
de la cúpula orteguista, en los pactos con políticos corruptos, en sumisión fanática
a la economía del capital y su mercado, en la obediencia ciega al caudillo y su
mujer, únicos en decidir sobre puestos, prebendas y salarios. El caudillo
privatizó al FSLN, hasta desaparecerlo convirtiéndolo, únicamente en la casilla
electoral del orteguismo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=258464
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