La peste plástica va tomando
nuestros
órganos
21
de julio de 2019
Luis E
Sabini Fernández
https://revistafuturos.noblogs.org/
Monsanto…
hasta de sus últimas sílabas se podría extraer una filosofía de
la inversión de la verdad, de que todo resulta opuesto a lo proclamado…
Monsanto es
el agente clave para la expansión de la agrondustria que le ha signficado
a la humanidad, el campesinicidio más generalizado (lo cual en cifras no
tiene parangón con ningún otro trastorno demográfico
y ocupacional en la historia humana; baste pensar que hace un siglo las
sociedades podían tener un 75% o un 90% de
población dedicada a tareas rurales y hoy se estima en 2%, 4%, 10%
la población “dedicada al campo” en la inmensa mayoría de los estados del
orbe).
Esa “extirpación” del campesinado no es el mero
avance de la humanidad; no es el canto al progreso-siempre-mejor que nos
insuflan desde los centros de poder; es una suma algebraica de avances y
retrocesos de los cuales la historia oficial solo nos muestra, siempre,
“los avances”.
Hay un
formidable avance en los medios de comunicación y en los de transporte,
pero también una pérdida de experiencia y conocmiento para tratar a la
naturaleza, por ejemplo.
Pero
Monsanto dista mucho de haber sido –y seguir siendo− únicamente el pivote
de la “La Revolución
Verde”, la agroindustria y la contaminación de los campos.
Durante la
guerra que EE.UU. desencadenó para imponer la democracia en Vietnam (y que
tras 14 años tuviera que abandonar), por métodos, no precisa-
mente muy democráticos, el papel de Monsanto fue
protagónico: proveedor, aunque no exclusivo, de Agente Naranja; el
agrotóxico que la aviación de EE.UU.
diseminó masivamente en los campos vietnamitas para
“quitar el agua al pez”. 1
Pero las
contribuciones monsantianas vienen de tiempo atrás. Fundada en 1901 para
elaborar productos químicos inicialmente dedicados a sustituir alimentos
naturales, −los cada vez más conocidos y difundidos
aditivos alimentarios− como, por ejemplo, vainilina para cortar la
dependencia culinaria hacia las islas Célebes de donde se la extraía
tradicionalmente.
Tal comienzo
debía haber abierto los ojos de los contemporáneos. La sacarina, uno de
los primeros producos de Monsanto, de la primera década del
s.XX, ha sido desechada por tóxica. Con su extremo
dulzor con dejo amargo.
Con el paso del tiempo, su capacidad de incidir en el
“desarrollo tecnológico” se fue ampliando y la consiguiente toxicidad de
su producción también. Desde la década del ’20 produce PCBs, los temidos
polibifenilclorados que luego de décadas de uso “inocente”, o más bien
impune, se iban a revelar con una altísma toxicidad generando innumerables
cánceres infantiles.
En la década del ’30, significativa y sintomáticamente Monsanto se
convierte en productor de primera línea de otro gran triunfo de la
modernidad ciega y
soberbia, derrochando venenos en el planeta,
expandiendo el uso de los termoplásticos, encontrándose así en los puestos
de “vanguardia” para el envenenamiento planetario. Estos plásticos, como
los anteriores (rígidos) tenían un rasgo que debía haber hecho reflexionar
un tanto: eran materiales no
biodegradables. El idioma humano no tenía siquiera
una palabra para enunciar semejante realidad. Hasta los “logros” de la
petroquímica, nuestros materiales, nuestros
objetos, eran naturaleza. Y por lo tanto, a la corta o a la larga, “volvían”
a ella; una suerte de reciclado (a veces muy complejo, pero siempre
total). Pero con los plásticos se rompen los ciclos naturales (para no
mencionar los bióticos, ahora amenazados). La naturaleza no puede
reabsorber, reasimilar productos engendrados
de tal modo que han perdido todo parentesco con el mundo natural.
Lo que podía
haber sido una advertencia sobre un camino ominoso fue en cambio muy bien
recibido para abaratar costos, mejor dicho para abaratar los
costos del capital. Que prefiere productos baratos en
lugar de buenos. Una cuestión de rentabilidad, pero empresaria, no social,
aunque todos sus argumentos se basan en que se trataría de rentabilidades
de la sociedad.
Con el
horizonte de una guerra inminente y el recuerdo de la anterior con
sus peripecias en las trincheras, los soldados asolados por chinches y
piojos, investigadores se dedicaron a pergeniar insecticidas. Así Monsanto
trajo al mercado el DDT (descubierto por un técnico suizo alemán en 1939),
una solución radical a las vicisitudes provocadas por insectos. Sin
embargo, la guerra que se desata en 1939 no tendrá trincheras; la aviación
y los bombardeos cambiarán el panorama y
la estructura de las guerras, y los insecticidas
quedarán arrumbados. Por eso, en la posguerra, los laboratorios buscarán
empecinadamente nuevos usos a sus
investigaciones y aplicaciones y empezará así la
aplicación de insecticidas a la agricultura. Será el momento del combate
químico a “las plagas”. Que hasta
entonces se atendían y enfrentaban mediante usos
físicos o biológicos. Así llegaremos a la Revolución Verde.
Monsanto
resultó, una vez más, pieza clave, pivot del Ministerio de Agricultura de
EE.UU. (USDA) cuando en los ’90 el gobierno norteamericano decide un plan
alimentario mundial, “basado en las pampas argentinas
y las praderas norteamiericanas”. 2 Cuando los emporios de la
agroindustria estadounidense se sintieron
fuertes como para adminstrar los alimentos del planeta. 3 Este plan
se desencadena a partir del recurso de la ingeniería genética aplicada a
alimentos, con la producción masiva y en permanente expansión de alimentos
transgénicos.
Antes,
Monsanto había tenido el dudoso honor de patentar otro
edulcorante, probablemente más tóxico que la problemática sacarina: el
aspartame.
Son varios, entonces, los “aportes” a una
alimentación degradada, tóxica, como por ejemplo la somatotropina bovina,
una hormona que ha sido rechazada de plano en los mercados europeos, por
ejemplo (aunque en EE.UU. se la consume libremente). Fue diseñada para
aumentar la produccion de leche y los reparos
provienen de que diversas investigaciones la asocian
fuertemente con cánceres de mama y de próstata.
La “perla”
de tantos nefastos aportes, siempre tolerados por la
autoridades sanitarias de EE.UU. y sus satélites y claramente adoptados y
aplaudidos por el
mundo empresarial “moderno”, ha sido el tratamiento y
el procesamiento de los plásticos que no son alimento pero que tienen una
insidiosa cualidad y están muy
vinculados a los alimentos. Como ya es de público
conocimiento, las montañas de plásticos; los basureros gigantescos
compuestos en un 90% de material plástico,
las islas oceánicas, flotantes, con superficies
mayores a las de los más grandes países del planeta, constituyen un
problema de creciente actualidad.
Pero se trata de un problema menor, pese a su
envergadura, ante la cuestión de otro aspecto descuidado de los desechos
plásticos: sus micropartículas. Que están urbi et orbi.
Como lo
plástico, ya dijimos, no es biodegradable, la erosión va
achicando, rompiendo, despedazando los envases, las bolsas, hasta perderse
de vista. Pero así, microscópicas, siguen siendo partículas. Que no se
biodegradan, que respiramos e ingerimos a diario.
Una cancha
de fútbol de pasto sintérico, debido a la fricción a que su superficie es
sometida, es un sitio “ideal” para la producción de micropartículas plásticas.
La erosión en general; el agua y el viento producen
permanentemente micropartículas plásticas.
Hay quienes
empiezan a preguntarse a dónde van las partículas que se desprenden
permanentemente de los materiales plásticos que están prácticamente en toda
nuestra vida cotidiana. La pregunta es, como siempre, tardía. Porque
el sentido común ha cedido el paso al lavado de cerebro que nos encanta y
cautiva con lo novedoso, lo moderno.
Finalmente,
la Universidad de Newcastle, Australia, tras laboriosos conteos
de material “invisible a los ojos” ha establecido magnitudes aproximadas
de consumo involuntario de micropartículas plásticas: unas cien mil al
año, que traducido en peso equivaldría a unos 250 gramos . Otra
estimación que han hecho con semejante ingestión: unas 50 tarjetas de
crédito al año (a razón de un peso de 5 gr. por tarjeta, lo que equivale a
una tarjeta ingerida por semana, por vías respiratoria y disgestiva). 4
Porque las principales fuentes de ingreso a nuestros cuerpos de tales micropartículas
es mediante alimentos, agua y aire.
Se ha
verificado, por ejemplo, que el agua potable en EE.UU. tiene el doble
de tales micropartículas respecto de la correspondiente europea. (ibídem)
Pensemos, un minuto apenas, cuántas de tales partículas puede haber
en las aguas potables de países como Uruguay, Argentina, Brasil…
El mundo
médico ha sido más bien remiso en informar qué puede ocurrir en nuestros
cuerpos con los microplásticos. Y sin embargo, hay investigaciones de biológos
como los norteamericanos Théo Colborn, John Peterson Myers y
Diane Dumanovsky 5 , por ejemplo, que a mediados de los ’90 relevaron la
presencia de partículas plásticas invisibles
de policarbonato (PC), de polivinilcloruro (PVC), en numerosos animales
que presentaban, junto con estos “alteradores endócrinos” diversas malformaciones o trastornos en la vida sexual y
reproductiva. Y, por ejemplo, rastrearon la presencia de Bisfenol A
(ingrediente del PC), un reconocido alterador endócrino, en bebes (sus
biberones estaban hechos de PC).
Nuestra
estulticia, no sabemos si tiene precio, nos tememos que sí. Pero lo que es
indudable es que es inmensa.◊
Notas
Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2019/07/21/la-peste-plastica-va-tomando-nuestros-organos/
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