“En Vaca Muerta no hay grieta y
ese consenso oculta desigualdad y contaminación”
Los actuales debates en torno al modelo
energético y productivo se centran en una sola alternativa: la explotación
masiva de Vaca Muerta a través del fracking. Pero, ¿qué queda detrás de eso?,
¿cuáles son sus impactos y qué es lo que ocultan estos discursos? La investigadora Lorena
Riffo aborda estos debates, poniendo en relieve las
contradicciones que ha tenido la explotación petrolera en la Norpatagonia, y
las dificultades que un modelo centrado en la ganancia de las grandes empresas
pueda derivar en una transición energética. “La intervención del Estado nos
permite pensar y proyectar un modelo energético más justo”, sostiene aunque advierte; “ese nuevo modelo
energético es prefigurativo, se va haciendo en el aquí y ahora, pero pensar en
otra sociedad implica pensar en un modo de producción que esté organizado a
partir de las necesidades de la mayoría de la población mundial y no que las
necesidades de la gente se organicen a partir del modo de producción y
acumulación de capital”.permite pensar y proyectar un modelo
energético más justo”, sostiene aunque
advierte; “ese nuevo modelo energético es prefigurativo, se va haciendo en el
aquí y ahora, pero pensar en otra sociedad implica pensar en un modo de
producción que esté organizado a partir de las necesidades de la mayoría de la
población mundial y no que las necesidades de la gente se organicen a partir
del modo de producción y acumulación de capital”.
Por: Felipe
Gutiérrez
Lorena Riffo es parte del Instituto Patagónico de Estudios de
Humanidades y Ciencias Sociales y docente en la Licenciatura en Comunicación
Social en la
Universidad Nacional del Comahue. Investiga en torno a los
conflictos sociedad-naturaleza en el marco de la expansión de la frontera
hidrocarburífera no convencional, a partir de la explotación del megaproyecto
Vaca Muerta. También es militante de la Corriente Social
y Política Marabunta, desde donde participó en espacios como la Multisectorial
contra la Hidrofractura, que protagonizó las principales movilizaciones en
contra de la explotación del fracking en la región. Desde esa
posición como investigadora y como militante sostiene que el principal
consecuencia de Vaca Muerta está vinculada a “la re-legitimación de la
actividad hidrocarburífera en dos sentidos: como parte de la principal
actividad económica de la provincia por su ingreso rápido de divisas en dólares
y como confirmación de la continuidad de un modelo energético de alto impacto
social, cultural y territorial, sin tener en cuenta ni la naturaleza ni las
personas que viven en la
provincia. En definitiva, Vaca Muerta genera una gran
cantidad de conflictos socioambientales y termina negando la posibilidad de
realizar una transición energética ni productiva.”, señala.
La historia del petróleo en Neuquén se remonta a un siglo antes de
la explotación masiva a través del fracking, proceso que marcó la historia de
estos territorios y de quienes lo habitan. Riffo caracteriza algunas de estas
particularidades. Sostiene que la incorporación de la Patagonia se dio de
manera tardía -debido a que ocurrió recién durante la segunda mitad del siglo XIX
y a través del genocidio de sus habitantes originarios- y de manera
subordinada. Esto marcó la inserción de la zona en el proceso de acumulación de
capital en el marco del naciente Estado argentino. “Primero se utiliza a la
región para el pastoreo de animales que ya no eran rentables en la pampa
húmeda, como las chivas. Luego, cuando a nivel nacional se consolida el modelo
industrializador por sustitución de importaciones, la región se fortalece como
proveedor de energía a los centros industriales del país: Santa Fe, Buenos
Aires y Córdoba, principalmente. En esta configuración regional, Neuquén aporta
energía hidroeléctrica con la represa de El Chocón y luego todo el complejo de
hidroeléctricas sobre el río Limay, que son muy importantes. Por otra parte
está la explotación hidrocarburífera que se intensifica con el descubrimiento
del yacimiento de Loma La Lata en la década del 70, con consecuencias que
vemos hasta hoy. Ni hablar ahora de lo que está pasando con las reservas de no
convencionales en las formaciones Vaca Muerta, Quintuco y Los Molles”, señala.
-En los discursos de todos los sectores políticos hoy Vaca Muerta
aparece de manera acrítica, como la única solución al problema energético. ¿Qué
oculta ese relato?
En Vaca Muerta no hay grieta y ese consenso oculta desigualdad y
contaminación. En ambos sectores, se presenta como la solución a la crisis
energética. La única diferencia estaría en que el peronismo está proyectando
cierto desarrollo industrial a partir de esa energía producida en el país,
mientras Cambiemos la ve solamente como recurso para exportación. En cualquier
caso, el objetivo es el ingreso de dólares a la economía nacional. Esto
refuerza un esquema energético fosilizado, centralizado y estructurado en base
a la desigualdad territorial que configura lugares de producción de energía y
lugares de consumo.
Esto fue muy evidente con el apagón del domingo 16 de junio. Por
una parte, una línea de alta tensión del litoral del país se ve afectada por
una tormenta y todo el país, e incluso países vecinos, se quedan sin energía
eléctrica. Por otra parte, en Río Negro y Neuquén estamos cerca de grandes
centros de producción de energía y el regreso de la electricidad fue el más
tardío del país, por decisión política del gobierno nacional que priorizó la
reconexión de los grandes centros urbanos. Son cuestiones difíciles de entender
y explicar, excepto en el marco del capitalismo cuya base de sustentación es la
desigualdad en todas las dimensiones de la vida.
-¿Cómo caracterizarías ese modelo energético?
El sistema energético en la actualidad está orientado para seguir
sosteniendo el modo de acumulación. Si
partimos que ese modo de acumulación a grandes rasgos se divide entre quienes
tienen y quienes no tienen los medios de producción, desde el sistema
energético no sólo se sostiene esa diferencia sino que se contribuye a
profundizarla. En el caso de
Argentina, además, esto empeora ya que esos sectores, sean o no de capitales
locales, muchas veces forman parte del sistema extractivo. Entonces tanto desde
la extracción de combustibles fósiles como de la actividad que estos alimentan
energéticamente, se afecta a la naturaleza de una forma exagerada e innecesaria
para el bienestar colectivo.
A su vez, al ser el sistema energético en extremo inequitativo,
suele suceder que tanto en términos ambientales como sociales, quienes más se
ven afectades por éste, ni siquiera pueden gozar de su beneficio. Por ejemplo,
tenemos vecines en Neuquén capital, en barrios alejados al centro, como
Valentina Norte Rural, que están consumiendo gas de garrafa, que es mucho más
caro que el de red, cuando a menos de una cuadra pueden llegar a tener un
aparato de bombeo extrayendo esos bienes hidrocarburíferos. Entonces tienen que
andar peleando para poder conseguir ese bien para abastecerse, cuando el
recurso en sí mismo está saliendo del patio de su casa.
-¿Cuales crees que son los principales impactos que genera este
modelo?
Creo que están a distintos niveles. Si se lee en clave histórica,
siempre ha habido una especie de orgullo de ser petrolero, sobre todo en la
Patagonia, por estar de alguna manera contribuyendo al desarrollo del país. Esa
línea impactó muy fuerte e hizo que se cuestionen poco las consecuencias que la
extracción tenía para poblaciones cercanas, tanto para quienes trabajaban en la
industria, como para la naturaleza en sí misma. Luego, con la privatización de YPF podemos
decir que se comienzan a expresar múltiples conflictos. Personas que vivían
de esa actividad se quedan sin trabajo y en un contexto de crisis más
generalizada, no estaban pudiendo conseguir otros trabajos, entonces el primer
conflicto que aparece con hidrocarburos en Argentina, es un conflicto relacionado a lo
que podríamos decir, la contradicción capital-trabajo que es la contradicción
que organiza todo lo que tiene que ver con en el movimiento piquetero en la
zona por ejemplo, de Cutral Co y Plaza Huincul, donde se dan dos de las
puebladas más importantes del país previo a la crisis del 2001.
Al mismo tiempo se desata un conjunto de conflictos que tienen que
ver con la contradicción capital-naturaleza producto de la explotación
intensiva que hicieron las empresas de capitales extranjeros. A partir de las
poblaciones cercanas al principal yacimiento de gas que es Loma la Lata, empezamos a conocer cuáles eran las
consecuencias a la salud por parte del petróleo. Gracias a la movilización de
comunidades mapuche como Kaxipayiñ
y Paynemil, hoy conocemos la consecuencia que tiene en la salud de las
personas y la contaminación de las aguas. De alguna manera ahí se empieza a
desnaturalizar esa actividad que estaba tan instalada como potencialidad y
favorablemente en la mayoría de la población.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que cualquier producción de
energía va afectar a la
naturaleza. Lo que tenemos que tratar es que sea lo menos
posible y que sea desde un plano armónico en que la naturaleza tenga la
capacidad de re-absorber esos impactos. Y, hoy no se está pensando en esa
clave, todo lo que fue el desarrollo del capitalismo, no se pensó en esa clave y
estamos viendo esas consecuencias, como el cambio climático. Todo el desarrollo
del capitalismo, y ahí la energía juega un rol fundamental, se hizo a través de
la aplicación de una lógica extractiva, voraz que ni siquiera ha contribuido a
tener un mundo más justo en términos sociales y políticos. La lógica voraz del
capital no puede convivir con un sistema energético democrático e inclusivo.
Otro modelo energético necesariamente va ligado a otro modo de acumulación o,
mejor dicho, a otro modelo de sociedad.
-¿Como pensás que debería ser ese otro modelo?
Desde algunos sectores de izquierda pensamos la transición en
muchos niveles: transiciones hacia un mundo más justo, en el que no haya
pobreza, ni desigualdad estructural. En esa clave, pensar la transición
energética implica pensar otra relación sociedad-naturaleza y también un acceso
igualitario y participativo en el desarrollo de un modelo energético. En
función de eso discutir la transición energética requiere que pensemos ¿qué
consumimos? ¿para qué consumimos? y ¿quiénes consumimos?. Y luego problematizar
esa desigualdad que hoy existe, entre quien está apropiándose de la mayor
producción energética y quienes están padeciendo sus consecuencias, porque
muchas veces quienes padecen las consecuencias no son quienes se benefician de
ese consumo. Esto implica, necesariamente, buscar un camino más armónico e
inclusivo para pensar el acceso a la energía minimizando la afectación
ambiental. En el mismo sentido, entendemos el acceso a la energía como un
derecho público y social. Esto limita la mercantilización que se produce sobre
los bienes comunes. Si entendemos a la energía como un derecho, el Estado debe
intervenir para, al menos, garantizar su mínimo acceso.
-Se entiende, entonces, como clave el rol del Estado en dicho
proceso
Es que la intervención del Estado nos permite pensar y proyectar
un modelo energético más justo, a través de un rol activo en el sector, lo que
permite de alguna forma sacarle el potencial mercantilizador que tiene el bien
de la energía. Las
mercancías, en general, en el capitalismo, tienen un valor de uso y un valor de
cambio, que se define por el trabajo de quien la produce, por la apropiación
del excedente del capitalista y por los vaivenes del mercado. La intervención del Estado lo que
hace es controlar ese valor de cambio, habilitando otras formas de acceso y
financiandolo desde sus arcas. De esta manera, se prioriza el valor de uso que
es lo necesario en derechos básicos como la salud, la educación y también la
energía.
¿Qué nos permite la energía? Cosas como calefaccionarnos, comer,
transportarnos, trabajar y entretenernos. No podemos permitir que los derechos
de las mayorías de las personas queden en manos de empresas cuyo único objetivo
es el rédito económico. Es necesario pensar el sistema de manera integral y
proyectar un acceso amplio. En ese mismo sentido, esta intervención del Estado
es fundamental para no avanzar en la mercantilización de otras energías que aún
no están del todo desarrolladas. Si la base de la transición queda en manos
privadas, seguiremos reforzando las diferencias entre el acceso y la percepción
de las consecuencias del modelo energético que se elija.
A su vez, en el Estado hay trabajadores y trabajadoras estatales
que es más fácil que entiendan las problemáticas del acceso desigual a la
energía por cercanía con quienes tienen menos acceso, por empatía, por
organización sindical, por la conexión con otros tipos de luchas y
resistencias. Entonces si es el Estado el que se ocupa, esta mirada compleja
puede ir constituyéndose desde estos enfoques propuestos por las y los
trabajadores. Ya no estaríamos hablando sólo de un acceso equitativo e
inclusivo, sino también de participación en la planificación estatal para crear ese nuevo modelo energético que es
prefigurativo, se va haciendo en el aquí y ahora, pero siempre con la
perspectiva de que hay que cambiar la sociedad para poder hacer un mundo más
justo.
¿Qué rol tomarían en ese proceso las energías renovables?
Las energías renovables en este momento histórico, de alguna
manera solo están complementando la fósil, pero no tienen un gran desarrollo
por si mismas, ni están pudiendo afrontar toda la demanda energética del
capitalismo, porque el capitalismo es voraz en el consumo de energía y estas
nuevas alternativas no dan a basto para poder generar ese movimiento del mundo
que necesita el capital para garantizar su acumulación. Al mismo tiempo al
interior del mismo sistema se están pensando en alternativas que en el contexto
de la crisis climática quieren sostener el modelo. A partir de la década de
1970 hubo todo un sector, que podríamos denominar capitalismo verde, que
empieza a entender como problemática a la relación que se estaba teniendo con
la naturaleza. Es una
respuesta que también desarrolla el capital para seguir sosteniendo su esquema
de acumulación y poder
absorber esas demandas. Todo esto lo aplica a través de medidas que
podríamos considerar parches y que incluso han tenido consecuencias ambientales
negativas. Si pensamos en el marco de la energía, particularmente el
capitalismo verde lo que ha hecho es proyectar ese cambio de matriz a partir de
la desfosilización, por las consecuencias negativas para el cambio climático,
que tiene la quema de hidrocarburos. Pero de ninguna manera cuestiona el
consumo o hacia qué tipo de desarrollo está orientada la producción de energía,
entonces pensar solo en la generación sin pensar en el consumo, es no pensar en
la totalidad del sistema. Por eso las energías renovables pueden ser una de las
soluciones pero este cambio no se basa solamente en las fuentes.
Pero no podemos pensar un modelo
energético más limpio sin pensar en modificar el modo de acumulación porque de
alguna manera u otra eso va traer consecuencias para la población y para la naturaleza. Por
eso desde algunos sectores planteamos como modelo el
ecosocialismo, haciendo referencia a tres ejes que se van conectando y que son
centrales modificar para pensar y prefigurar esta sociedad nueva que queremos:
el modo de producción, las relaciones de producción y el patrón de consumo. En primer lugar, pretendemos cambiar
el modo de producción, en base a problematizar de qué manera se producen los
medios que necesitamos para vivir. En segundo lugar, buscamos transformar las
relaciones sociales que estructuran esa vida social, que en estos momentos está
dividida en quienes tienen los medios de producción y quienes no. Entonces
quienes no tenemos los medios de producción, sólo tenemos nuestra fuerza de
trabajo, manual o intelectual, para vender y poder sobrevivir en este contexto.
Por último, en tercer lugar, necesitamos cuestionar nuestro modo de consumo:
todo lo que consumimos hoy ¿lo necesitamos para vivir o hay elementos que
podríamos dejar de consumir?, ¿qué hacemos con nuestros residuos?, por ejemplo.
Este cambio centrado en modificar hábitos culturales es fundamental también.
Cambiar esos ejes es clave para poder proyectar nuevos modelos de
sociedad, donde la relación sociedad-naturaleza no puede estar por fuera. Por
eso el modo de producción es algo que se comenzó a cuestionar en algún momento,
pero pretendiendo sostener todo el resto de la estructura del capitalismo. Es
necesario que discutamos si construiríamos una sociedad nueva en función de la
lógica industrializadora que hoy es la que rige el esquema mundial con los
componentes del capitalismo financiero y demás. Pensar en otra sociedad implica
pensar en un modo de producción que esté organizado a partir de las necesidades
de la mayoría de la población mundial y no que las necesidades de la gente se
organicen a partir del modo de producción y acumulación de capital.
Esta publicación es financiada con recursos de la Fundación Rosa Luxemburgo
con fondos del Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo de
Alemania (BMZ). El contenido de la publicación es responsabilidad exclusiva de
OPSur, y no refleja necesariamente una posición de la FRL.
Fuente:
http://www.opsur.org.ar/blog/2019/06/19/en-vaca-muerta-no-hay-grieta-y-ese-consenso-oculta-desigualdad-y-contaminacion/
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