¿Morir o sobrevivir?
15 de julio de 2019
Por Roberto
Herrera (Rebelión)
¿Quién querría llevar tales cargas,
gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, sino fuera por temor a algo
tras la muerte, la ignorada región de cuyos confines ningún viajero retorna?
¿Temor que desconcierta nuestra voluntad y nos hace soportar los males que nos
afligen antes de lanzarnos a otros que desconocemos? Hamlet, William
Shakespeare.
La ocupación de nuevos territorios por parte del homo sapiens fue un acto natural. Probablemente el instinto de supervivencia sea el argumento biogenético que mejor aclare y explique el fenómeno de la migración de los seres humanos. Entonces, sí ciertas aves emigran también por las mismas razones materiales y climáticas que nuestros antepasados, ¿por qué razón el señor Trump se sorprende, se horroriza y hasta se asusta que miles de salvadoreños traten de cruzar la frontera, incluso arriesgando sus vidas y las de sus hijos? ¿Quién puede detener los millones de habitantes del mundo periférico, pobre y subdesarrollado, que llegan a las costas y fronteras del llamado primer mundo? Nadie, ni muros ni vallas con alambres de púas pueden detener las masas anónimas de migrantes. La migración es, por sí alguien todavía tiene dudas, un fenómeno natural y, además, indispensable para el desarrollo de la humanidad.
Corriendo el riesgo de parecer hiperbólico, me atrevería a asegurar que son muy pocas las familias salvadoreñas que no tienen un pariente cercano o lejano viviendo en los Estados Unidos de Norteamérica, ya sea de manera legal o ilegal. La gente se va a los Estados Unidos no pensando en el “sueño americano” al que se refirió el historiador norteamericano James Adams en los años treinta del siglo pasado o creyendo en el mito de que “lavando platos se puede llegar a millonario”, sino que emigra preferentemente al norte del continente americano porque guarda la esperanza de encontrar ahí, al menos una chamba [1], que no es lo mismo que un empleo permanente y bien remunerado, pero es igual.
El drama que se vive a nivel planetario en relación con la migración obligada o forzada de seres humanos indocumentados radica, en primer lugar, en la concentración de capital, poder político y riqueza por parte de la clase social dominante a nivel nacional e internacional, es decir, en la desigualdad económica y en la exclusión social de las grandes mayorías; en segundo lugar, en la salvaje explotación de los recursos naturales por parte de empresas transnacionales y la consecuente destrucción del medio ambiente en la periferia capitalista; y en tercer lugar, en la proliferación de guerras y conflictos étnicos o religiosos.
La
migración de salvadoreños en la actualidad ya no puede ni debe entenderse como
una crisis coyuntural, puesto que el trasfondo de esta “diáspora guanaca” son
las consecuencias directas de la implantación a rajatabla del modelo económico
neoliberal una vez finalizada la guerra civil en 1992. La guerra social en la
que se encuentra el país desde los acuerdos de paz en Chapultepeque/México dura
ya casi 30 años y ha generado más hambruna, más desempleo, más violencia y más
desesperanza en toda la historia de El Salvador. Yo diría más bien, que la
situación socioeconómica actual en que vive gran parte de la población
salvadoreña y que obliga a muchos a abandonar el país, es la prueba fehaciente
del fracaso total de la política-económica neoliberal impulsada y avalada por
los gobiernos de ARENA y el FMLN. La migración masiva de salvadoreños es
definitivamente una crisis del sistema capitalista neoliberal.
Sí la cuestión para los “más pobres y tristes del mundo” es la de
elegir entre morir en el intento de cruzar el Río Grande o seguir sobreviviendo
en El Salvador, entonces estamos, estimado lector, realmente frente a una
verdadera tragedia de la sociedad salvadoreña.
Nota
[1] Trabajo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=258307
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