Ya nada será igual:
Venezuela y la crisis de la civilización petrolera
28 de mayo de 2018
Por Emiliano
Teran Mantovani
Consumadas ya las elecciones
presidenciales, es necesario nuevamente subrayarlo: independientemente de
cuánto tiempo dure Nicolás Maduro como primer mandatario; independientemente de
si las élites que gobiernen en los próximos meses o años, sean militares,
empresarios, derechas, izquierdas, populistas, tecnócratas, socialistas,
neoliberales, blancos, azules o rojos; finalmente todos tienen y tendrán que
enfrentar al desmoronamiento de los viejos pilares de una economía, una
sociedad, una nación que fueron construidas en torno a un petróleo altamente
rentable, fluido, abundante y estable. Eso está llegando a su fin.
Y si sirve la metáfora del Titanic para
pensar nuestro rumbo actual, entonces agreguemos que en nuestro caso el barco
no navega en aguas tranquilas (como aquel), sino que está siendo sacudido por
la tormenta de la crisis energética global. Todo es parte del mismo proceso
mundial. Si usted está buscando una de las más claras expresiones de la crisis
de la civilización petrolera, pues ponga sus ojos en Venezuela.
¿A qué nos enfrentamos?
a)No estamos en capacidad de predecir
el rumbo de los precios internacionales del crudo:Durante el boom de precios
del petróleo en la década pasada, e incluso con el repunte que se dio después
de la debacle de 2009, numerosos analistas planteaban que estos marcadores se
mantendrían altos, debido a las necesidades de elevados ingresos para cubrir
los costosos proyectos de hidrocarburos no convencionales que venían en auge
–tales como los petróleos de esquisto o las arenas bituminosas–, mientras que
los crudos más rentables aprovechaban la renta diferencial.
Este fue uno de los principales
argumentos sostenidos por analistas, asesores y propagandistas para justificar
las alucinantes metas de extracción petrolera para la Venezuela del futuro
(recordemos los 6 millones de barriles diarios para 2021, basado principalmente
en 4 millones solo en la
Faja Petrolífera del Orinoco – FPO), lo cual sería la base
para llevarnos a ser una “Potencia Energética Mundial”.
Lo que planteamos no es una tajante
afirmación de que el petróleo se mantendrá en valores discretos, o bien
afirmar, ahora que vienen subiendo los precios, que logrará mantenerse en
niveles altos, sino que la propia volatilidad se está convirtiendo en la normalidad. Si la
economía venezolana depende completamente del petróleo –y esto también es el
resultado de haber orientado una política de expansión del extractivismo– esto
implica que el propio proyecto político y la estabilidad social se volatilizan
con el vaivén desenfrenado de los precios del crudo.
b) Un horizonte extra-pesado: chicos, el
negocio ya no es tan rentable como antes: el progresivo declive de los crudos
convencionales de las cuencas petroleras tradicionales, junto con particulares
intereses en el desarrollo de la FPO nos han llevado a que la actual
composición de los crudos extraídos en Venezuela sean ya en su mayoría pesados
y extra-pesados (casi el 60% del total).
Es necesario recordar que este tipo de
hidrocarburos son los más difíciles de extraer, difíciles de procesar, por
tanto más caros, generan mayores impactos socio-ambientales, requieren mayores
niveles de energía por unidad extraída y procesada, y en general son
económicamente menos rentables y representan inversiones más inestables.
Lo que nos parece más significativo de
este asunto, es que el problema va más allá del propio negocio petrolero y la
salud económica de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Por el enorme significado
que tiene esta industria para el país, estamos hablando de una afectación
estructural de la rentabilidad del factor dinamizador por excelencia de la
economía nacional, y por tanto un límite histórico del modelo de acumulación
dominante, del capitalismo rentístico. Esto, además, impacta determinantemente
en las estructuras de poder construidas en torno al Petro-Estado e incluso en
todas las instituciones sociales, políticas y económicas alimentadas por la
renta petrolera.
Basado en estos y otros factores, en el
libro ‘El fantasma de la
Gran Venezuela ’ propusimos en su momento una crítica al
proyecto de la FPO y sus dimensiones faraónicas, debido a la sensible relación
entre el enorme nivel de inversión requerida en pocos años –más de 240 mil
millones US$–, los límites del modelo de acumulación y gestión centralizada del
Petro-Estado, la inestabilidad y financiarización del mercado petrolero
internacional y los peligros de potenciar un nuevo ciclo de endeudamiento
público (externo) y posterior proceso de acumulación por desposesión. Todo esto
en el marco de un proyecto país de proyección de mediano y largo plazo, basado
en una alta concentración del rol de los sectores extractivos (más
extractivismo). Hasta ahora las tendencias han apuntado dramáticamente hacia la
agudización de estos procesos críticos señalados.
No bastará la contra-propuesta de los
tecnócratas que anuncian que el problema se resuelve re-organizando la
industria sobre la base únicamente de criterios de eficiencia y rentabilidad.
El petróleo es un asunto político, en la medida en la que ha sido la base
material de la gobernabilidad en la Venezuela contemporánea, el factor
posibilitante del sueño de riqueza y progreso nacional. Así que en realidad, al
volver a plantear que el trozo de la torta para la población debe ser más
pequeño, reavivará viejos conflictos, atizará los actuales y creará otros
nuevos.
c) Se modifica el mapa de actores en el
mercado energético mundial: es importante recordar el rol internacional que
desde décadas atrás ha jugado Venezuela, por ejemplo, en el nacimiento de la
OPEP en 1960. Su influencia internacional contemporánea ha estado
fundamentalmente determinada por su papel como un importante exportador de
crudos y su capacidad de construir coaliciones geopolíticas en torno al
petróleo. En este sentido, conviene resaltar dos factores: el primero, es que
la afectación estructural del proceso de acumulación de capital doméstico tiene
impacto en el rol político del Petro-Estado venezolano y por tanto afecta su
influencia internacional y su capacidad de negociación (elemento muy estudiado
por Bernard Mommer en ‘La cuestión petrolera’). El segundo factor, es que los
cambios en el mercado energético internacional han modificado el conjunto de
los grupos y bloques de poder que se configuran en torno a los hidrocarburos,
resaltando la pérdida de influencia geopolítica de la OPEP, el crecimiento de
algunos grandes productores no-OPEP a partir de sus reservas no convencionales
(como los mismos Estados Unidos) o el incremento de la importancia de los
sectores financieros en el negocio.
d) No estamos en capacidad de saber cómo
se comportará la brecha entre oferta y demanda mundial de crudos en el futuro:
Uno de los factores clave de la crisis energética global es la brecha que se va
configurando entre la demanda y la oferta mundial de crudos. La demanda se
proyecta en los próximos años a un incremento en términos absolutos y por las
crecientes necesidades de energía es claro que tiene una base que a pesar de
los factores de crisis y volatilidad se mantiene invariable. Mientras tanto el
mantenimiento de la oferta se enfrenta no sólo a las limitaciones
físico-geológicas del declive de las fuentes convencionales, sino también a
crecientes necesidades de inversión para mantener el ritmo expansivo de la
demanda.
Dichas inversiones se ven limitadas o
ralentizadas por la crisis económica global, la volatilidad de los precios de
los hidrocarburos y las tendencias anuales al incremento de los costos de
producción de los crudos a nivel mundial. La brecha entre demanda y la oferta
podría crecer. Esto supone una situación determinante y excepcional que tiene y
tendrá enormes repercusiones en todas las economías del mundo.
Esto obliga a re-evaluar el rol
relativo del petróleo en un mundo que podría apuntar al incremento proporcional
de la importancia de otro tipo de energías (sin que esto implique decir que el
petróleo deje de ser un commodity de gran importancia). Las presiones para
impulsar políticas ante el agravamiento del cambio climático o las expectativas
e iniciativas económicas (oportunidades de negocio) hacia otros mercados
energéticos refuerzan estas tendencias.
Al mismo tiempo, lo que ocurre en
Venezuela (incluyendo la actual debacle de la operatividad de PDVSA y las
cuotas de “producción” diarias) es también expresión de los factores que
provocan este desacoplamiento energético oferta-demanda, y las limitaciones que
va teniendo la propia industria petrolera. Además hace evidente una reflexión
crítica sobre la viabilidad de las inversiones en la ampliación del extractivismo
en la FPO (ej. tener que competir con crudos convencionales en un contexto de
severa crisis económica global y tendencias al crecimiento estacionario), y
amarrar la economía nacional a este tipo de proyectos.
Mientras tanto, antes de la actual situación
de emergencia para tratar de recuperar anteriores niveles de “producción”
(cuando se mantenían en alrededor de 3 millones de barriles/día), el Gobierno
nacional se ha tambaleado en la esquizofrenia discursiva de anunciar recortes
de la misma para favorecer el incremento de los precios internacionales
–acuerdos con productores mundiales y OPEP–, al tiempo que declara que el
proyecto de la
“Venezuela Potencia Energética” se basa en el incremento de
la producción hasta 6 millones de barriles diarios (emulando además la
propuesta neoliberal de los años 90).
e) La larga crisis del capitalismo
rentístico es también una crisis de los propios mecanismos correctivos del
sistema: el petróleo no sólo ha generado renta; también ha constituido las
estructuras de poder del Petro-Estado, ha formateado las instituciones
republicanas, y ha impactado determinantemente en las esferas societales. Por
lo tanto, una crisis del modelo no es sólo económica: es también sistémica,
integral y multidimensional.
En este sentido, la debacle de los
circuitos del negocio petrolero, y por tanto de los procesos de acumulación,
van socavando las propias capacidades para la captación, centralización y
retención de la renta petrolera, y por tanto la capacidad de respuesta del
Petro-Estado (y las élites gobernantes) para enfrentar la crisis y poner en
marcha políticas coherentes para salir de la misma. Podríamos
decir que la historia de Venezuela de los últimos 40 años es también la de la
relación entre la crisis del modelo de acumulación y la crisis de hegemonía.
Por estas razones, es imperioso
mencionar que el incremento de la conflictividad política nacional ha
potenciado estas dinámicas, llevando la resolución de las crisis al plano de la
confrontación por medidas de fuerza. Las sanciones económicas impuestas por el
Gobierno de los Estados Unidos contra PDVSA y, en general, bloqueando
operaciones financieras con Venezuela, atacan estas vulnerabilidades descritas,
al tiempo que buscan ser detonantes de un colapso de amplia escala.
Es en todo este marco crítico en el
cual la corrupción hace metástasis, y aparece como uno de los principales
mecanismos de captura y distribución de la renta, motorizada por una
relativamente desordenada disputa de intereses particulares para apropiarse de
los excedentes rentísticos. Al mismo tiempo, esta precariedad de la economía
formal, le ha dado cabida a un extraordinario auge de las economías informales.
Estos factores representan la emergencia de múltiples puntos de fuga
fragmentados para confrontar la crisis, que antes que rasgos cooperativos,
parecen ser fundamentalmente competitivos.
f) Ecología política y economía
ecológica del petróleo: los “daños colaterales” del desarrollo rentista se han
vuelto sencillamente insostenibles: la historia del desarrollo del capitalismo
rentístico es también la historia del progresivo socavamiento de los medios
ecológicos de vida de los y las venezolanas, principalmente al norte del río
Orinoco. Esta zona septentrional ha sido altamente degradada (ej. un 50% de su
superficie ha sido deforestada) y la población va sintiendo cada vez más la
sensible precariedad que se ha establecido en la distribución ecológica (veamos
por ejemplo la grave situación actual del agua). El proyecto de la FPO tendría
consecuencias ambientales devastadoras –como lo explicamos detalladamente en
“El Fantasma de la Gran
Venezuela ”– y mucho más si los dispositivos para la
recuperación de la tasa media de ganancia apuntan a la radicalización de las
externalizaciones ambientales. Una proyección de mediano y largo plazo de este
extractivismo petrolero es simplemente irrealizable en términos ecológicos y
constituye un salto al vacío.
Buscar alternativas: las bases
materiales de una coalición popular contra-hegemónica
Los nuevos escenarios del petróleo y
los hidrocarburos marcarán la geopolítica global, los patrones energéticos, y
en especial a las economías estructuradas en torno a los crudos. Marcará a
Venezuela y al propio desenlace de la crisis actual, como ya lo está haciendo
en la actualidad.
Debemos prepararnos y tratar de trascender los delirios
retóricos o económicos del extractivismo.
Lamentablemente los líderes de los
principales grupos políticos hacen caso omiso de esta situación, poniéndonos en
una condición sumamente crítica y vulnerable. No es sólo el gobierno de Nicolás
Maduro, sino también los delirios extractivistas que tuvieran Henrique Capriles
Radonski –“Petróleo para tu progreso”– o Leopoldo López –“Petróleo en la Mejor Venezuela ”–
como modelo de país para el futuro. Todos comparten la misma receta expansiva.
Preocupa la consciente evasión para
generar debates públicos, inclusivos y verdaderamente vinculantes de temas tan
medulares como estos, que en cambio no se discuten, o se tratan con slogans y
superficialidades. También inquieta la permanente desestimación y omisión de
alternativas que surgen desde diferentes actores políticos y sectores de las
organizaciones sociales. Por ejemplo, las posibilidades de invertir en la
recuperación secundaria en pozos convencionales que aún tienen en promedio una
vida de 60 a
70 años, suficiente tiempo para financiar una transición de modelo; el
aprovechamiento de la capacidad instalada para la producción económica y
generación de energía; relanzamiento productivo de tierras ociosas y el
incentivo a las iniciativas productivas existentes (en vez de ser atacadas);
una política fiscal que cargue a los sectores económicamente más poderosos;
entre muchas otras.
Estamos ante una situación de cambios
significativos y esto supone la activación de novedosos mecanismos políticos,
sociales y epistémicos para enfrentarla. Planteamos que, un camino diferente,
productivo, inclusivo y participativo, y ecológicamente sustentable, no será
impulsado desde las élites políticas y económicas del país, sino que tendrá que
venir como propuesta impulsada y peleada desde las bases sociales, sobre todo
las más organizadas.
Sabemos que esta crisis ha impactado
notablemente el campo popular, sus horizontes, sus energías, sus tejidos, sus
esperanzas. No queda más que comenzar a crear a partir de lo existente,
reinventarnos, reencontrar las potencialidades de un pueblo que ha sabido
ocupar las calles por sus demandas, que ha sabido ser torbellino, enjambre,
épica. Pero debemos insistir: necesitamos otros códigos, otros sentidos
comunes, otras valoraciones, otras subjetividades. Esta crisis está también
sostenida por los paradigmas epistémicos y antropológicos de la cultura del
petróleo.
Más allá de la retórica, creemos que es
posible orientar una coalición popular contra-hegemónica a partir de dos de los
factores materiales fundamentales que rigen la organización de la vida: la
distribución económica y la distribución ecológica. Es decir, para nuestro
caso, la confluencia entre demandas por mayor justicia en la distribución de la
renta petrolera y las luchas contra el extractivismo en los territorios.
Respecto a la primera, creemos que un
factor que puede nuclear movilizaciones de grupos muy diversos tiene que ver
con la creación e impulso de una amplia plataforma para una auditoría de todas las
cuentas públicas: asignación de presupuestos y partidas, inversiones en
proyectos, adquisición de deuda pública (en especial la externa o
externalizada), y un largo etcétera. Este tipo de propuesta ha sido impulsada
en otros países y en Venezuela se ha promovido desde organizaciones como la
Plataforma para la
Auditoría Pública y Ciudadana y el Capítulo Venezuela del
Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM-AYNA). Lo ideal es
lograr formas variadas de participación popular en dichas auditorías, así como
poder impulsar la formalización de mecanismos permanentes de contraloría social
de las cuentas públicas, como los llamados “Gobiernos electrónicos o
“e-gobiernos”.
En relación a la distribución
ecológica, es fundamental hacer visible que la propia existencia y distribución
de la renta está determinada por los diferentes proyectos extractivistas, que
suponen impactos territoriales, socio-ambientales, culturales y, en general,
económicos negativos. Esto supone vincular directa o indirectamente a las
organizaciones y bases movilizadas por las auditorías públicas con los
diferentes conflictos y movilizaciones que se producen en el país en torno a la
defensa de los bienes comunes y de la justicia ambiental (piénsese en las
múltiples protestas por el acceso al agua que se desarrollan en el país), y
poder evidenciar tanto el origen de la cadena de desigualdades, explotación y
pobreza, conocer el conjunto de las injusticias que genera el modelo de
desarrollo, así como la necesidad de una integralidad de las luchas por la
reproducción social de la vida.
Se trata inclusive de un proceso
altamente pedagógico para el propio campo popular, como ha ocurrido en otros
países latinoamericanos en los últimos años, en torno a la coalición de
diversas luchas económicas, políticas y ecológicas.
El Arco Minero del Orinoco,
mega-proyecto propuesto por el Gobierno nacional para enfrentar la crisis
estructural del modelo rentista petrolero, revela tal vez con mayor claridad la
confluencia de muchos de los factores críticos descritos: el impulso de falsas
soluciones (salir de la crisis creada por el modelo extractivista, con más y
nuevo extractivismo), la opacidad de los convenios y acuerdos, el respaldo de
la deuda asumida irresponsablemente con la mercantilización de la naturaleza de
nuestros territorios, y los múltiples impactos socio-ambientales que conllevará
el proyecto.
Estos factores materiales son uno de
los más sensibles a la población y constituyen tanto algunas de las urgencias
inmediatas para confrontar la situación con justicia social y ambiental, como
la apertura de más espacios para discutir y confrontar los temas medulares que
tienen que ver con el propio modelo de sociedad que queremos y que no queremos.
Es apenas una propuesta más para empezar a nuclear voluntades.
*Emiliano
Teran Mantovani es sociólogo
de la UCV, ecologista político y master en Economía Ecológica por la Universidad Autónoma
de Barcelona. Investigador asociado al Centro de Estudios para el Desarrollo
(CENDES), miembro del Observatorio de Ecología Política de Venezuela y mención
honorífica del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2015 por el libro ‘El
fantasma de la Gran
Venezuela ’. Participa en el Grupo Permanente de Trabajo Sobre
Alternativas al Desarrollo organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo
y es miembro de la Red Oilwatch Latinoamérica.
Fuente:
http://www.opsur.org.ar/blog/2018/05/28/ya-nada-sera-igual-venezuela-y-la-crisis-de-la-civilizacion-petrolera/
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