sábado, 22 de septiembre de 2018

"Empecemos diciendo que el objetivo que se busca con la agitación de las 'medidas solución' es desatar una movilización que, por una suerte de 'ascenso en escalera', desemboque en una lucha revolucionaria".

Consignismo y crítica marxista
21 de septiembre de 2018

Por Rolando Astarita

En notas anteriores critiqué la táctica de grupos y dirigentes de  izquierda, consistente en proponer “medidas solución”, aparentemente sencillas, a los padecimientos que provoca la crisis capitalista (desocupación, caída de los salarios, empobrecimiento de amplias capas), sin especificar las condiciones sociales y políticas para que puedan convertirse efectivamente en soluciones. Así, por ejemplo, frente a la crisis se propone que se prohíba por ley el aumento de la desocupación; que se repartan las horas de trabajo hasta acabar con el desempleo; que se establezcan por decreto los precios de los bienes salariales; o que se convoque a una Asamblea Constituyente (“con poder”, cómo no).

Mi crítica a estas propuestas –tomada de Marx- pasa porque es imposible acabar con las contradicciones de la sociedad capitalista si no se transforman radicalmente las relaciones de propiedad capitalista, y si no se acaba con el poder político –sintetizado en el Estado- del capital (véase, por ejemplo, aquí, aquí).
Frente a esto, militantes –en especial, trotskistas- admiten que, efectivamente, cuestiones como la desocupación o el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera durante una crisis no pueden ser solucionadas sin acabar con el capitalismo, pero señalan que eso no hay que decirlo porque dificulta la movilización. En su defensa dicen que aplican una táctica cuyo eje es la lucha, y que eso es lo que importa. En lo que sigue presento algunos argumentos de por qué pienso que esa táctica conlleva una minusvaloración de la teoría marxista; y por qué esto no solo está íntimamente vinculado al fracaso de esa táctica, sino también induce a desplegar un discurso burgués reformista.

El argumento de la “movilización en escalera”
Empecemos diciendo que el objetivo que se busca con la agitación de las “medidas solución” es desatar una movilización que, por una suerte de “ascenso en escalera”, desemboque en una lucha revolucionaria. Para esto, se sostiene que los revolucionarios deben concentrar la agitación en una o dos consignas, como alguna de las mencionadas más arriba. Lo importante es, como alguna vez explicó Trotsky, repetir esas consignas con insistencia, y unificadamente, de manera que “3000 pueden dar la impresión de 15.000 o 30.000”. A esto se le llama agitación. Y todo el arte consiste en arrancar la movilización por algo que sea muy sentido por los trabajadores, para ir profundizando el nivel de lucha hasta llegar a la revolución. Un ejemplo de esta orientación lo dio el dirigente trotskista Nahuel Moreno (1924-1987), quien decía que una movilización podía arrancar por el pedido de expulsión de un capataz odiado por los trabajadores; de ahí pasar a la expulsión de todos los capataces; luego al dueño de la fábrica, a la expropiación de esta, y a la imposición del control obrero (Moreno, “La traición de la OCI (U)”, Panorama Internacional Nº 19, 1982).

En consecuencia, las consignas para desplegar esta táctica deben ser sencillas, presentadas como fáciles de aplicar, y responder a los padecimientos más inmediatos de las masas trabajadoras. Así, por ejemplo, frente a la crisis y el aumento de la desocupación, ¿hay algo más a mano que prohibir, por ley, los despidos? De la misma manera, si hay inflación, ¿no es muy fácil y accesible establecer la escala móvil de salarios? ¿Y si se acelera la inflación? Pues en ese caso, que la escala se revise mensualmente; o quincenalmente; o semanalmente; o todos los días. ¿Cómo que no hay soluciones? Además, siempre se puede recurrir a alguna forma de control obrero (que los sindicatos estén dominados por una burocracia pro-burguesa es otro detalle que se puede obviar).

Por supuesto, tal vez parezca un poco más difícil la receta-solución de la Asamblea Constituyente. Por ejemplo, hoy, en Argentina, el asunto se concibe así: primer paso, echar a Macri y a todos los gobernadores; el segundo paso es dar poder soberano a la AC; el tercer escalón es conseguir (voto mediante) la mayoría de constituyentes revolucionarios; y por último, aplicar un programa de transición al socialismo, venciendo al poder político y económico del capital y su Estado. Sin embargo, ante la opinión pública estos detalles se pueden pasar por alto. Por supuesto, los marxistas saben (para eso son marxistas) que las soluciones son un poco más complicadas de lo que pintan, pero eso no lo pueden decir para no desanimar a la gente. Por eso también, si alguien pregunta si las medidas propuestas son aplicables dentro del capitalismo, se responderá que “eso depende de la correlación de fuerzas” (la “correlación de fuerzas” es un comodín que siempre opera maravillas).

Por otra parte, dado que al momento de lanzar la(s) consigna(s) transicional(es), el partido revolucionario carece de poder para realizarla(s), el reclamo debe dirigirse al Estado capitalista. Pero… ¿el Estado capitalista aplicando medidas de transición al socialismo? ¿No suena un poco raro? En absoluto, responderá el experto en tácticas revolucionarias. Es que si los trabajadores exigen al Estado capitalista medidas que van contra la naturaleza del Estado capitalista, tomarán conciencia de que es necesario acabar con el Estado capitalista. De nuevo, ¿puede concebirse algo más sencillo?

Por último, para que la táctica sea aplicada con entusiasmo por la militancia, es necesaria otra condición: no hay que preguntar –ni permitir que se suscite la pregunta- dónde y cuándo esta táctica ha dado resultado. Y si nos topamos con un preguntón irreductible, la respuesta debe ser: la táctica se ha aplicado desde hace unos 80 años, en cantidad de países y circunstancias, por innumerables organizaciones políticas, de manera que seguramente debió de dar resultado. Además, ¿a quién, que no sea un escéptico, imbuido de intelectualismo pequeñoburgués y gangrenado por la desmoralización contrarrevolucionaria, se le puede ocurrir pedir un balance?

Teoría revolucionaria, ¿para qué?
Es claro que para decir que las crisis y la desocupación se pueden evitar votando leyes, o que el poder adquisitivo del salario se puede defender obligando al Estado a fijar los precios de la canasta salarial, no hace falta estudiar El Capital. Más en general, si la conciencia política de las masas trabajadoras puede avanzar “en escalera”, ¿para qué el análisis crítico, científico, de la sociedad capitalista? En última instancia, ¿para qué Marx habrá perdido el tiempo escribiendo largas críticas a la Economía Política burguesa, si basta con lanzar una o dos demandas “inmediatas” y machacar con ellas al infinito para llevar al movimiento al socialismo? ¿Para qué, por ejemplo, estudiar la teoría del fetichismo de la mercancía, “la transformación de valores a precios”, o los esquemas de reproducción, si es suficiente con reclamarle al Estado que aplique el control de precios; o que fije el valor del dinero; o que prohíba los despidos, para que la gente se dé cuenta de que es necesario el socialismo? (sobre el uso de El Capital, aquí).

Sin embargo, y contra lo que creen los “tácticos”, la crítica –lo que Engels llamaba la lucha en el plano teórico- sigue siendo imprescindible. Es que las movilizaciones de masas no ocurren en el vacío ideológico y político. Por eso, por ejemplo, pasar del pedido de retiro de un capataz odiado, al control de la empresa, no puede asimilarse al hecho de subir un simple peldaño de una imaginada escalera de reivindicaciones. Los trabajadores pueden ver que es justo y necesario echar a un capataz, y no por ello sacarán la conclusión de que es necesario acabar con el poder capitalista al interior de la empresa. Entre una y otra demanda hay un abismo, imposible de desconocer. Más en general, las direcciones políticas y las ideologías de las masas trabajadoras inciden en sus luchas y en sus reivindicaciones. A lo que se suma que muchas veces los obreros “soportan” situaciones muy malas, ya sea porque en sus filas reina el temor (por caso, a la desocupación, durante una crisis); o porque no ven alternativas viables para un cambio social de fondo.

De la táctica “consignista” se desprende, además, una dialéctica sumamente perjudicial para la actividad socialista. Es que la creencia de que todo se soluciona agitando una o dos consignas, invita a “rebajar” la carga crítica del marxismo. Por ejemplo, si se quiere convencer a la gente de que hoy se puede parar el aumento de la desocupación votando una ley, no se le puede decir, al mismo tiempo, que el aumento de la desocupación es inevitable durante la crisis. Pero entonces, la agitación del socialista pasa a tener un marcado tono oportunista y burgués. Lo cual, a su vez, incide en su discurso más general. Es lo que explica por qué, con frecuencia, escuchamos a “autorizados voceros” del socialismo defender ideas más tributarias del keynesianismo izquierdista, o del nacionalismo burgués estatista, que del marxismo. Lo cual, a su vez, refuerza el consignismo burgués-reformista, y así de seguido, en espiral. El resultado es que la actividad política del socialista termina semejándose a la del típico sindicalista, honesto, reformista burgués, o pequeño burgués (por su programa). Y esta situación parece empeorar año tras año.
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