Tener necesidad de que
la gente piense
28 de septiembre de 2018
Por Amador
Fernández-Savater
eldiario.es
La catástrofe de la sociedad contemporánea es producir un tipo
de relación con el mundo: la posición del espectador y la víctima. No se trata
de ofrecerle nuevos contenidos, sino de salir de ella.
En La
sociedad del espectáculo, un
libro que desde su aparición en 1967 se ha convertido en clásico (es decir, un
libro siempre contemporáneo),
el pensador francés Guy Debord afirma que la verdadera catástrofe de la
sociedad moderna no es un acontecimiento por venir, ni tan siquiera un proceso
en marcha (cambio climático, etc.), sino un
tipo de relación con el mundo: la
posición de espectador, la subjetividad espectadora.
¿En qué sentido? El espectador no entra en
contacto con el mundo, lo ve frente a sí. Desde un “mirador” (el
espectáculo) que concentra la mirada: centraliza y virtualiza, separa de la
diversidad de situaciones concretas que componen la vida. El espectador es incapaz de pensamiento y de acción: se
limita al juicio exterior (bien/mal), a las generalidades y a la espera. Es una figura
del aislamiento y la impotencia.
El espectador de Debord no ha quedado superado ni mucho menos por
la “interacción” de las redes sociales: se ha convertido simplemente en el
“opinador” de nuestros días, que siempre tiene algo qué decir sobre lo que pasa
(en la pantalla), pero no tiene ninguna capacidad de cambiar nada.
El espectador es una categoría abstracta, no alguien en concreto.
Es por ejemplo cualquiera que se relacione con el mundo opinando sobre los
temas mediáticos, sin darse a sí mismo ningún medio adecuado para pensar o
actuar al respecto. Cualquiera de nosotros puede colocarse en posición de
espectador y también cualquiera puede salir. Esto es lo que nos interesa ahora.
¿Cómo salir?
El espectador embrujado
Acaba de aparecer en Argentina La brujería capitalista (Hekht libros), un libro de la filósofa Isabelle
Stengers y el editor Philippe Pignarre que nos permite
avanzar en estas cuestiones. Incluso por caminos diferentes a los de Guy
Debord. ¿Qué quiero decir?
Para Debord, el espectador es un ser engañado y manipulado. Lo
explica sobre todo muy claramente en sus Comentarios sobre la sociedad del
espectáculo, el libro que
escribió en 1988. Stengers y Pignarre desplazan esta cuestión: no se trata de
mentiras o ilusiones, sino de “embrujos”. Es decir: el problema es que nuestra
capacidad de atención está capturada y nuestra potencia de pensamiento está
bloqueada. Por tanto, la emancipación no pasa por tener o decir la Verdad, sino
por generar “contra-embrujos”: transformaciones concretas de la atención, la
percepción y la sensibilidad.
Veamos esto más despacio. El espectador queda
atrapado una y otra vez en lo que los autores llaman “alternativas infernales”.
Por ejemplo: o bien se levantan vallas altas y picudas, o se producirá una
invasión migrante. O bien se bajan los salarios y se desmantelan los derechos
sociales, o las empresas se marcharán a otro lugar con el trabajo. Aislado
frente a su pantalla, el espectador es rehén de la alternativa entre dos males.
¿Cómo
escapar?
No se trata de “crítica”. De hecho, el
espectador puede ser muy crítico, asistir por ejemplo indignadísimo -como todos
nosotros hoy- al espectáculo de la corrupción, gozar viendo rodar
las cabezas de los poderosos, etc. Pero eso no cambia nada. Seguimos en la
posición espectadora: víctimas de la situación, reducidos al juicio moral,
a las generalidades (“son todos corruptos”, la “culpa es del sistema”) y a la
espera de que alguien “solucione” el problema.
Salimos de la posición espectadora cuando nos
volvemos capaces de pensar y actuar. Y nos volvemos capaces de pensar y actuar produciendo
lo que los autores llaman un “agarre” o un “asidero”. Es decir, un espacio de
pensamiento y acción a partir de un problema concreto. En ese momento ya no
estamos frente a la pantalla, opinando y a la espera, sino implicados en una
“situación de lucha”. Tanto hoy como ayer, son esas situaciones de lucha las
que crean nuevos planteamientos, nuevos posibles
y ponen a la sociedad en
movimiento.
Sin pensamiento ni creación es imposible que
haya ningún cambio social sustancial y el mal (la corrupción o cualquiera)
reproducirá más tarde o más temprano sus efectos. En ese sentido, en tanto que
bloquea el pensamiento y la creación, la sociedad del espectáculo es una
sociedad detenida, un bucle infinito de los mismos problemas.
Situación de lucha
No se abre una situación de lucha porque se
sabe, sino precisamente para
saber. No se crea una
situación de lucha porque hayamos tomado conciencia o abierto finalmente los
ojos, sino para pensar y abrir
los ojos en compañía. La
lucha es un aprendizaje, una transformación de la atención, la
percepción y la
sensibilidad. El más intenso, el más potente.
Los autores ponen varios ejemplos: por
ejemplo, la lucha de los medicamentos anti-sida. En 2001, 39 empresas
farmacéuticas mundiales, sostenidas por sus asociaciones profesionales, abren
proceso contra el gobierno sudafricano que garantizaba la disponibilidad a
costo moderado de medicamentos para el sida. La alternativa infernal entonces
decía: o hay patentes y precios altos, o es el fin de la investigación. El
progreso tiene un costo y un coste.
Pero las asociaciones de pacientes de sida
salen de su papel de víctimas y politizan la cuestión que les afecta:
investigación, disponibilidad de los medicamentos, derechos de los enfermos,
relación con los médicos. Piensan, crean, actúan. Suscitan nuevas conexiones
con asociaciones humanitarias, otros afectados, empresas farmacéuticas
sensibles, Estados favorables como Brasil, etc. Porque el mapa de una situación
de lucha (los amigos y los enemigos) nunca está claro antes de que se abra,
sino que esta lo redibuja. No hay “sujeto político” a priori, la situación de
lucha lo crea.
La alternativa infernal pierde fuerza y los
industriales acaban retirando su demanda. No porque los afectados les hayan
opuesto buenos argumentos críticos, sino porque han creado nueva realidad: nuevas legitimidades, maneras de ver,
sensibilidades, alianzas. En una situación de lucha, nos dicen los autores, los
diagnósticos críticos son “pragmáticos”, es decir, inseparables de la cuestión
de las estrategias y los medios adecuados. En definitiva, de las alternativas
infernales se sale sólo “por el medio”: a través de situaciones concretas, por
medio de prácticas, desde la vida.
Podemos pensar en el mismo sentido las luchas
de los últimos años: desde la PAH hasta YO SÍ Sanidad Universal, pasando por
los movimientos de pensionistas y de mujeres. Una situación de lucha es el
“intelectual” más potente: no sólo describe la realidad, sino que la crea,
suscitando nuevas conexiones, problematizando nuevos objetos, inventando nuevos
enunciados. De hecho, los intelectuales-portavoces (nuevos y viejos) surgen
muchas veces en ausencia de situaciones de lucha, para representar a los que no
piensan.
Sin situaciones de lucha no hay pensamiento.
Sin pensamiento no hay creación. Sin creación estamos atrapados en las
alternativas infernales y espectaculares. La representación se separa de la
experiencia social. Sólo quedan los juicios morales, las generalidades y la espera. El runrún
cotidiano del espectáculo mediático y político, así como de nuestras redes
sociales.
Que la gente piense
Hoy vemos crecer un poco por todas partes
movimientos ultraconservadores. ¿Cómo combatirlos? La subjetividad a la que
interpelan todos estos movimientos es la subjetividad
espectadora y victimista: "el pueblo sufriente". La víctima critica,
pero no emprende un proceso de cambio; considera a algún Otro culpable de todos
sus males; delega sus potencias en “salvadores” a cambio de seguridad, orden,
protección.
Escuchamos hoy en día a gente de izquierda
decir: disputemos el victimismo a la derecha. Hagamos
como Trump o Salvini, pero con otros contenidos, más “sociales”. Es una nueva
alternativa infernal: hacer como la derecha para que la derecha no crezca. Un
modo de reproducir la catástrofe que, como decíamos al principio, está inscrita en la propia relación
espectadora y victimizada con el mundo.
En 1984, a una pregunta sobre qué es la izquierda,
el filósofo francés Gilles Deleuze respondía: “la izquierda necesita que la
gente piense”. A estas alturas me parece la única definición válida y la única
salida posible. No disputarle a la derecha la gestión del resentimiento, del
miedo y el deseo de orden, sino salir
de la posición de víctimas. Que
la gente piense y actúe, como se hizo durante el 15M, el único cortafuegos de
la derechización que ha funcionado durante años en este país.
Dejar de repetir que “la gente” no sabe, que
la gente no puede, que no tiene tiempo ni luces para pensar o actuar, que no
pueden aprender o producir experiencias nuevas, que sólo pueden delegar y que
la única discusión posible -entre los “listos”, claro, entre los que no son “la
gente”- es sobre qué modos de representación son mejores que otros. Hay mucha
derecha en la izquierda.
Que la gente piense: no convencer o seducir a
la gente, considerada como “objeto” de nuestras pedagogías y nuestras
estrategias. Abrir procesos y espacios donde plantear juntos nuestros propios
problemas, tejer alianzas inesperadas, crear nuevos saberes. Aprender a ver el
mundo por nosotros mismos, ser los protagonistas de nuestro propio proceso de
aprendizaje.
Pensar es el único contra-embrujo posible.
Implica ir más allá de lo que se sabe y empieza por asumir un “no saber”,
arriesgarse a dudar o vacilar. Es el arte de liberar la atención de su captura
y volcarla en la propia experiencia. Poner
el cuerpo, precisamente lo
que le falta a la posición de espectador, de tertuliano, de comentarista de la
política, de polemista en redes sociales.
Seguramente necesitamos una nueva poética
política. Por ejemplo, una palabra nueva para hablar de lucha, que asociamos
muy rápidamente a la movilización, a la agitación activista, a un proceso
separado de la vida, etc. Reinventar lo que es luchar. En realidad, una lucha
es un regalo que nos damos: la oportunidad de cambiar, de
transformarnos a la vez que transformamos la realidad, de mudar de piel. No hay
tantas.
Una situación de lucha no es ningún camino de
salvación. Así solo la ve el espectador, que se relaciona con todo desde fuera.
Desde dentro, es una trama infinitamente frágil, muy difícil de sostener y
avivar. Pero también es ese regalo. La ocasión de aprender, junto a otros, de
qué está hecho el mundo que habitamos, de tensarlo y tensarnos, de probarlo y
probarnos. Para no vivir y morir idiotas, es decir, como espectadores.
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Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=247088
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