Una reflexión a
propósito de la elección presidencial en Brasil
¿Tiene cura el “izquierdismo”?
24 de septiembre de 2018
Por Atilio Borón (Rebelión)
El domingo 7 de Octubre tendrá lugar la primera vuelta en las
elecciones presidenciales del Brasil. Todo parecería indicar que el
ultraderechista Jair Bolsonaro prevalecería en esa instancia, pero sería
derrotado en el balotaje por Fernando Haddad, quien fuera elegido como
candidato a la vicepresidencia por Lula y quien luego conformó una fórmula con
Manuela d’Ávila, del PCdoB. De este modo, el tan celebrado (por politólogos y
los “opinólogos” de los grandes medios) “centro político” desapareció casi sin
dejar rastros en Brasil. Es que con políticas como las impulsadas por el
régimen golpista de ese país una opción centrista carece por completo de
sentido. Ante la brutal reinstalación de un neoliberalismo puro y duro con la
gestión de Michel Temer, como también ocurriera con Mauricio Macri en la
Argentina, pocas cosas serían menos razonables -¡y posibles!- que apostar a un
compromiso o un acuerdo entre quienes hoy gobiernan para beneficio de una
minoría opulenta y de los intereses imperiales y quienes pretenden hacerlo para
el pueblo y las grandes mayorías nacionales. Resumiendo, es casi un hecho que
la disputa final será entre Bolsonaro y Haddad. Los representantes del “centro
político”, Marina Silva y Gerardo Alckmin, el gobernador del Estado de Sao
Paulo y delfín de Fernando H. Cardoso, se hunden en un 7 y 6 % respectivamente
en intención de voto y el versátil Ciro Gómez no logra despegar de un tercer
lugar cada vez más lejano de los punteros. En los últimos días Bolsonaro
cosechó el apoyo de importantes sectores del establishment,
dispuestos a cualquier cosa con tal de evitar el retorno del “populismo”
lulista al Palacio del Planalto. Pero aún así el ex capitán del ejército, que
dedicó su voto de destitución de Dilma a su camarada de armas que la había
torturado, concita el rechazo del 44 % de la población, lo que le impone un
techo difícil de perforar. Ante esta configuración de factores no sería extraño
que Michel Temer tuviera que entregarle las insignias del mando a Fernando
Haddad el próximo 1 de enero.
Ante ello, surge la pregunta: ¿cuál debe ser la postura de la
izquierda ante un balotaje entre una fuerza reaccionaria, xenófoba, fascista y
otra que representa una alternativa que sin ser radical significa un movimiento
en una dirección moderada de socialismo? Ya en el pasado esta opción atribuló a
las fuerzas de izquierda en Brasil, cuando debiendo elegir entre la candidatura
derechista de Aécio Neves y la de Dilma Rouseff y optaron por la neutralidad. Poco
después lo mismo acontecería en la Argentina, cuando las alternativas eran
Mauricio Macri y Daniel Scioli. Y de nueva cuenta, la ultraizquierda eligió el
camino autocomplaciente de la pureza dogmática y el descompromiso con las
demandas y las necesidades de la clase trabajadora y decretó, como antes en
Brasil, que “ambos eran lo mismo”. Pero ni Dilma era Aécio ni Scioli era Macri,
y los sectores populares con sus renovados sufrimientos y privaciones están
experimentando, de forma salvaje, las diferencias entre unos y otros, negadas
por el infantilismo izquierdista y su visión abstracta de la política. Es que para
una lectura talmúdica y antidialéctica del marxismo, tanto Macri como Scioli, o
Aécio y Dilma, eran políticos burgueses y por lo tanto “daba lo mismo el
triunfo de uno u otro.” Franklin D. Roosevelt y Adolf Hitler eran políticos
burgueses, como hoy lo son Donald Trump y Bernie Sanders. Pero, ¿fueron, son lo
mismo? ¡De ninguna manera! Y no se hace política con abstracciones de este
tipo; tal vez sirvan para enseñar un mal curso de ciencia política, o de teoría
marxista. Pero la vida real pasa por otro lado. La eficacia de la acción
política se encuentra en el arte de navegar en un mar de sutiles matices
y contradicciones, nunca en el diáfano lago de las categorías abstractas,
siempre “claras y distintas” como quería Descartes. En su radicalismo retórico
la ultraizquierda se desnuda como tributaria de una visión de la política
propia del liberalismo, que concibe a la historia como el despliegue de los
“grandes líderes” y desecha por completo el entramado de fuerzas sociales en
pugna, mismo que, como se comprueba en el caso de la Argentina, establece
límites a lo que sus jefes pueden hacer. El genocidio de los pobres, de los
ancianos y de los niños en la Argentina que impulsa Macri es posible porque la
fuerza social que encabeza está dispuesta a acompañarlo en tan funesta empresa.
Aunque Scioli hubiese querido hacer lo mismo –cosa que no descarto a priori- no
habría podido, porque su base social le habría impuesto límites infranqueables
a tan nefasta iniciativa. ¿Habrá que recordarle a la ultraizquierda que
es la lucha de clases la hacedora de la historia, no tal o cual líder en
particular?
Volviendo a Brasil: lavarse las manos en el balotaje brasileño es
una política suicida para la izquierda radical que sería la primera víctima de
las hordas fascistas que comanda Bolsonaro. Para intervenir en la coyuntura
cualquier fuerza política o social debe partir del reconocimiento de sus
fortalezas y debilidades. Si la ultraizquierda que hoy en Brasil proclama su
“neutralidad” en la lucha electoral hubiera acumulado una fuerza política capaz
de disputar la presidencia entonces el voto podría canalizarse en dirección
propia. Pero ese no es el caso, desgraciadamente. Las usuales críticas al
“malmenorismo”, que pretenden tapar el
sol con un dedo, tratan infructuosamente de ocultar esa
debilidad de larga data y los límites de la desprestigiada consigna del “tanto
peor, tanto mejor”, porque si algo ha enseñado el capitalismo en las últimas
décadas fue su formidable capacidad de metabolizar la protesta social y de erigir
enormes obstáculos al surgimiento de una conciencia y una organización política
anticapitalistas. El desconocimiento de esta realidad, el optar por la
neutralidad entre un fascista y, pongamos, un reformismo coherente como el que
representan Haddad y d’Ávila sólo puede traer renovados sufrimientos a las
clases y capas populares del Brasil, dificultar aún más la organización del
campo popular y alejar todavía más las perspectivas de una revolución
anticapitalista. La penosa experiencia argentina debería hacerlos reflexionar:
Macri criminalizó la protesta social y armó un formidable aparato represivo que
dificulta enormemente las imprescindibles labores de organización y
concientización de la clase.
De triunfar Bolsonaro, ayudado por la deserción de la ultraizquierda,
la situación del campo popular en Brasil sería aún peor. Eso, siempre y cuando,
ante la perspectiva irreversible de un triunfo de Haddad en el balotaje la
derecha brasileña no se anticipe a lo que sería un desastre para su proyecto
-por el cual destituyeron a Dilma, encarcelaron a Lula, instauraron a un
monigote como Temer para impulsar una legislación ultrareaccionaria, etcétera-
y decida postergar hasta nuevo aviso el llamado a las urnas, o anulándolas en
caso de que tengan lugar y Bolsonaro sea derrotado, o provocando la destitución
de Temer e instaurando un gobierno de transición que “normalice” el país en un
plazo de dos o tres años, suficientes para inventar candidatos más aptos que el
ex capitán del ejército, desarticular lo que queda del movimiento popular y
desbaratar cualquier estrategia que éste pudiera concebir para competir en las
elecciones. Como es bien sabido, “el lawfare” da para todo.
En su tiempo Lenin detectó sagazmente los errores del
“izquierdismo” y cómo, pese a sus intenciones, con su dogmatismo libresco
retrasa en lugar de acelerar el proceso revolucionario. El examen de la
dolorosa experiencia argentina debería ser un antídoto para erradicar
definitivamente la enfermedad infantil del “izquierdismo” que tanto daño ha hecho
a la causa de la revolución en toda Nuestra América. La derrota de Bolsonaro es
un imperativo categórico para las fuerzas genuina y realísticamente empeñadas
en la construcción de una alternativa anticapitalista. Una vez consumada, las
fuerzas de izquierda deberán profundizar sus esfuerzos para, de una buena vez,
constituir una mayoría política y social -cosa que al día de la fecha está
largamente demorada- que impulse la necesaria radicalización de un eventual
gobierno del PT y sus aliados. Sé que toda esta argumentación puede sonar como
inaceptable, o “malmenorista”, para algunos sectores del trotskismo, el
anarquismo posmoderno y el autonomismo de la antipolítica. Pero ,
como decía Gramsci, sólo la verdad es revolucionaria, y a la hora del balotaje
esa verdad se impondrá con la inexorabilidad de la ley de la gravedad para
impulsar a las fuerzas populares del Brasil a impedir el triunfo de un
fascista. Salvo, claro está, que los compañeros del gigante sudamericano me
convenzan de que están en condiciones de conquistar el poder del estado e
imponer el socialismo por la vía insurreccional, dejando de lado las trampas y
maquinaciones de la democracia burguesa. Sería una gran noticia, pero hablando
con la franqueza que debe caracterizar el diálogo entre revolucionarios, creo
que esa alternativa es, por el momento, absolutamente ilusoria y fantasiosa. Y,
además, paralizante y suicida.
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=246855
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