Argentina: ¿Por qué nos inundamos?
El
desafío no es cómo sacar el agua,
sino cómo retenerla
15 de febrero de 2017
15 de febrero de 2017
Por Ricardo Luis Mascheroni
Resumen
En abril de 2016 y en el inicio del presente año, como tantas
otras veces a lo largo del tiempo, Santa Fe debió soportar precipitaciones pluviales
importantes, que inundaron amplias zonas y muchas localidades de la provincia,
que afectaron la calidad de vida de miles de personas y pérdidas económicas de
magnitud.
Frente al fenómeno, desde distintos ámbitos, se han ensayado
explicaciones diversas, según los intereses u ópticas de cada uno de ellos y
así se habló del cambio climático, la ausencia de obras de infraestructura para
mejorar el escurrimiento de las aguas, la deforestación, los cambios en los
usos del suelo, una fatalidad, entre tantas otras.
Muchas de estas aseveraciones tienen su parte de verdad, pero la
verdad está en la sinergia de todas estas concausas y otras que la ciencia
hídrica conoce y ha estudiado desde hace mucho tiempo y que se traduce en que
la geografía regional, a lo largo de muchos años, ha ido perdiendo en los
valles de inundación su coeficiente de rugosidad que reduce la velocidad de
escurrimiento y que lleva a que los cauces principales y las zonas bajas de la
misma colapsen en cuestión de horas o pocos días, frente a lluvias
torrenciales.
Someramente para que lo entienda, le digo que esta rugosidad, está
determinada según las características y accidentes propios del terreno, como la
formación de montes y bosques nativos, las pendientes del terreno, los
humedales, esteros, lagunas o depresiones del suelo, la mayor o menor porosidad
de los mismos, todo lo cual facilita en el ambiente natural, la
evapo-transpiración, la recarga de acuíferos, la retención o lentificación de
las aguas de lluvia, en su marcha hacia los canales de escurrimiento, evitando
su saturación y consecuente desborde.
El aumento de la rentabilidad, el incremento de todas las
actividades agrarias y la incorporación de mayor cantidad de tierras a la
producción, provocaron que ese coeficiente de rugosidad, fuera afectado a la
baja en razón que casi todos los bosques, montes y selvas nativas de Santiago
del Estero, Córdoba y Santa Fe fueron desapareciendo en forma irresponsable y
casi suicida.
Junto con la pérdida de la forestación, todos los bajíos y depresiones
se fueron rellenando y nivelando por el arrastre de la erosión hídrica en
muchos casos y en otros por la acción humana para incorporarlos a la actividad
agrícola, a la par que se incrementaban los canales y zanjas de escurrimiento,
muchas veces en forma clandestina y sin un plan integral.
Ello provocó que toda una gama de humedales que actuaban como
esponja o amortiguación de las lluvias perdieran su función, para colmo eran
inmuebles que se adquirían a valores irrisorios, a los cuales la rentabilidad
de algunos cultivos elevaba su valor venal con ventajas para los especuladores
inmobiliarios que maximizaban sus ganancias.
La pérdida de rugosidad transformó a estos suelos en una planicie
de escurrimiento que lleva el agua sin frenos y en muy poco lapso de tiempo,
hacia las zonas bajas produciendo inundaciones urbanas y rurales en zonas en
que nunca se habían producido.
La producción agrícola de características industriales, agravan el
problema, ya que la falta de rotación de los campos, la ausencia de ganadería y
el uso de maquinaria pesada impermeabiliza los suelos, impidiendo la
penetración de agua a los acuíferos.
Todo ello provocó que los suelos tengan una pronunciada pérdida de
relieve y se transformen en planicies, con máximo aumento de la escorrentía.
Sin perjuicio de este coctel explosivo, las entidades siguen
reclamando de los gobiernos más obras que en definitiva son más de lo mismo y
que agravan la situación ya que estos fenómenos en un tiempo más o menos largo
se volverán a producir con consecuencias iguales o peores a las vividas.
Florentino Ameghino en 1884, ya había analizado estas cuestiones
en su libro “Las Secas y las Inundaciones en la Provincia de Buenos Aires”,
llegando a la conclusión, que las obras no tenían que ser de canalización, sino
buscar la forma de retener agua y hacer más lento el escurrimiento de las aguas
evitando la acumulación en las zonas bajas.
Insisto esto no se resuelve con canales, todo lo contrario, se
deben establecer retardadores de escurrimiento que hagan más lento el mismo
dando tiempo a todas las cuencas a nivelar las ondas de creciente.
Y esto solamente es posible si se encara un plan serio de
expropiación de terrenos para esos fines o si se organizan servidumbres de
inundación convenientemente ubicadas, mantenidas y organizadas.
Tengamos presente que tanto Santiago como Córdoba, prácticamente
han hecho desaparecer sus montes nativos y sus excedentes hídricos escurren
hacia nuestra provincia.
Volviendo al libro citado, dice: “Todos abrigan la esperanza de que
dichos trabajos (canalización y desagüe) librarán a la provincia de las
inundaciones, abriendo así para el porvenir una nueva era de prosperidad y de
riqueza sin precedentes…” “Por todas partes no se oye hablar sino de proyectos
de canales que den salida a las aguas que en la épocas de grandes lluvias
cubren los terrenos bajos o de poco declive”, esto parece escrito hoy y en esa
dirección se inscribe lo recientemente peticionado por entidades del agro, como
la SRA, que por otra parte nunca se hacen cargo de sus responsabilidades en
torno al ambiente y otras cuestiones, pero siempre piden subsidios en épocas
malas, pero no distribuyen sus ganancias en los días de bonanza.
Sigamos haciendo historia, para saber que todo ya ha sido dicho:
Nuestro comprovinciano el Dr. Estanislao Zeballos, en su “Estudio
geológico de la Provincia de Buenos Aires”, en torno a este problema y que es
de aplicación al caso, en 1876, decía: “nadie se ocupa de la verdadera solución
del problema, dirigiendo todas las miradas…hacia el desagüe simple e ilimitado
de los terrenos”.
A las causas anteriores se debe sumar la denudación de los
terrenos, productos de la desaparición de los pajonales duros, que anulaban ese
efecto, reteniendo una parte considerable de las aguas pluviales, como también
lo marca sabiamente Ameghino y agrega que: “en todas partes en donde se han ido
talando los montes, se han ido cambiando igualmente las condiciones
climatológicas”, por lo que “la influencia benéfica de las grandes arboledas
sobre el clima y el régimen de las aguas es entonces innegable”.
Las provincias referidas han destruido su cubierta forestal con
las consecuencias nefastas que saltan a la vista.
Viejos saberes y el sentido común alertaban desde hace más de un
siglo, que de seguir con estas prácticas irracionales, las calamidades se iban
a suceder sin solución de continuidad.
En esa dirección y dentro de las soluciones indicaban, muchas de
las cosas que distintos sectores vienen recomendando de larga data, consistente
en volver a elevar la rugosidad de los suelos, conservación de áreas de pastos
naturales, el cese de las talas y la reforestación de amplios zonas y la
construcción de obras de retención, creación de reservorios y estanques
artificiales, que impidan el aumento el desagüe hacia zonas bajas.
Para ello es necesario contar con terrenos para dicha función, y
ello solamente será posible si se establece una política que impida el desecado
de los humedales interiores y la ocupación de los de zonas ribereñas, se
estudie una masiva expropiación de campos con dicha finalidad, que quizás sea
más barato en el largo plazo que tener que afrontar en forma permanente el
gasto de las pérdidas productivas por estos fenómenos y las emergencias y
subsidios consiguientes, y por último disponer un marco legal que determine la
necesidad de la implementación de áreas de servidumbres de inundación en
distintos lugares del territorio provincial, todo ello en un programa de
acuerdos y complementación con las provincias mencionadas.
En el esquema propuesta las obras de canalización y desagüe
deberían quedar reservadas para casos extremos y para evitar el anegamiento de
zonas pobladas.
No es casualidad que el lema de 2017, para el Día mundial de los
humedales sea:“Humedales para la reducción del riesgo de desastres”, toda una
definición y además agrega que: "los grandes detractores de este
proyecto" (ley de Humedales que está en el Congreso) son "intereses
muy grandes que quieren avanzar sobre los humedales y que no quieren ninguna
normativa", representados sobre todo por el agronegocio y la especulación
inmobiliaria.
Coincidiendo nuevamente con Ameghino cito lo siguiente: “En todos
los puntos donde hay bañados o pantanos de consideración, en vez de darles
desagüe desecando por completo el área que ocupan, se debería tratar de reducir
su superficie aumentando la profundidad es decir, haciendo estanques o lagunas
artificiales.
Por último creo que frente a estos problemas, no se puede cerrar
la puerta a una discusión más amplia y con una mirada mucho más abarcadora que
la que dictan las urgencias actuales.
Fuente:
http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Argentina_Por_que_nos_inundamos_El_desafio_no_es_como_sacar_el_agua_sino_como_retenerla
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