Capitalismo,
corrupción y
la necesidad del bien común6 de febrero de 2017
Por Vicente Berenguer (Rebelión)
La corrupción azota nuestras sociedades. No es un fenómeno
pasajero sino que está bien asentado dentro de nuestras estructuras políticas y
económicas. No es un mal que exista solo en determinados países –aunque
predomine más en unos que en otros– teniendo que hablar lamentablemente de algo
generalizado. Algunos afirman que el ser humano es corrupto por naturaleza,
otros en cambio advierten que se trata de un fenómeno derivado de una
deficiente educación, pero lo cierto es que es esta una lacra que nos acompaña
y que golpea la esencia misma del que debería ser uno de nuestros valores
supremos: la justicia social.
¿Por qué se ha llegado a esta deteriorada situación en la política
y en la economía? ¿Por qué la corrupción es algo sistémico? ¿Es la corrupción
algo exclusivo de la política o más bien la corrupción política es el reflejo
de la corrupción en potencia que se halla en la sociedad y que en ella se
manifiesta por pura posibilidad? ¿Cuáles son las razones profundas para que la
corrupción sea la norma? Creemos que varias son las causas de esta situación
pero en este texto solo nos referiremos a una que pensamos que es básica,
fundamental, algo que Aristóteles siempre tuvo presente en sus reflexiones
sobre la mejor forma de gobierno, algo que en la actualidad no existe ni en lo
práctico pero que ha desaparecido incluso del nivel teórico: nos estamos refiriendo
al concepto de bien común.
La inexistencia del bien común
El bien común –básico para Aristóteles– ha desaparecido y no queda
rastro de él. No estamos descubriendo nada nuevo si decimos que el sistema en
el que nos encontramos es individualista y que en este sistema, además, uno
debe ser enormemente competitivo si quiere establecerse en una posición cómoda,
una posición que le asegure unos buenos beneficios económicos o simplemente
sobrevivir. Este juego de las sillas incrementa la individualidad e incluso
provoca que muchos sujetos utilicen a otros en su propio beneficio llegándose
incluso a la mentira, a la traición o a cualquier herramienta que facilite el
ascenso social. La consigna termina siendo un “sálvese quien pueda” en el que
todo vale y en el que el bien común es algo que solo existe semánticamente pero
ni tan solo está ya en un rinconcito de nuestra mente.
El bien común se halla ausente y esta es una de las causas
profundas de por qué la corrupción es generalizada en política –y en cualquier
ámbito–: nadie piensa, reflexiona, tiene presente ni tan siquiera concibe algo
que signifique “el bien común”, y esto supone que no se tenga el menor problema
en robar lo de todos: ¿a quién se está robando si no existe un bien que es de
todos? A nadie, responderán las conciencias –o lo que quede de ellas–, quedando
así diluida la responsabilidad o carga moral en un abstracto por no existir
nada en la mente del corrupto que tenga que ver con nada compartido, con nada
común.
El sistema económico capitalista fomenta el individualismo como
base de crecimiento. Subyace de esta filosofía que la base del sistema es la
búsqueda del bien particular y que esta búsqueda provocará que la sociedad en
general se beneficie también al crease riqueza, pero no se ocupa el sistema –ni
tan solo preocupa– por contrarrestar esta tendencia de buscar absolutamente el
bien particular con búsquedas del bien compartido. Reconocemos que no hemos
hecho una encuesta para llegar a esta conclusión, a la conclusión de la
inexistencia de una concepción social de un bien común; tampoco hemos hurgado
en las mentes de los ciudadanos para saber si en ellas existe, como hemos
señalado, al menos en un pequeño lugar algo que se le pueda parecer. Pero es
tarea necesaria intentar “adentrarse y navegar” en la mente colectiva y ver
cuáles pueden ser las causas de la desbocada corrupción política y empresarial,
y en este caso, al no hallar en ella nada parecido al concepto de bien común,
estamos seguros de que si no de forma total pero sí de forma muy importante, su
inexistencia es la causa profunda de la lamentable situación que se vive en la
política a nivel mundial.
La necesidad del bien común
Hemos llegado a la conclusión de que no existe una concepción
general en la población de nada que tenga que ver con un bien común. Al no
existir este bien, el político no podrá gobernar para algo inexistente y lo
hará, por tanto, para lo que único que existe, el bien particular, ya sea el
propio o el del partido. Además, al no haber algo común, algo de todos, un
sentimiento compartido, la corrupción no será sino una consecuencia natural de
todo esto pues el que roba, el que se corrompe, no puede tener una clara
conciencia de que está robando, por decirlo así, a un ente común y existente
que seríamos todos pues no concibe –ni puede concebir– la existencia de algo
así. No concibe un ente común por tanto lo que está robando tampoco sería de
nadie en particular; sus robos quedan en una especie de limbo para él mismo e
incluso para los demás. La falta de un bien común es una de las causas
profundas de la
situación. Se deberá fomentar por tanto la “reaparición” de
este tipo de bien, su presencia, su existencia para que la política sea lo que
debe ser, un servicio a los ciudadanos, un servicio al bien compartido, un
servicio a todos y para todos.
Se nos antoja fundamental pues avanzar hacia un ideal, un lugar en
el que además de pensarse en uno mismo se piense también en el conjunto de toda
la sociedad. Este
lugar queda claro que es un lugar en el que todos, racionalmente, concebiríamos
el bien común como algo básico y fundamental para la política, para la convivencia. El
ideal aún podría ser mayor si a la racionalidad le añadiésemos el sentimiento,
es decir, si además de concebirnos como una entidad colectiva –además de nuestra
entidad individual–, nos sintiéramos de alguna manera conectados al resto, nos
sintiéramos, en definitiva, como un todo.
¿Cómo podría conseguirse esto? ¿Cómo se podría fomentar aquello
que venimos reivindicando, la concepción en la ciudadanía de un interés
compartido, un bien de todos? Sería necesaria, entre otras muchas cosas que
quizás abordemos en otra ocasión, una planificación en el ámbito educativo en
la que se fomentase la idea, ya desde la infancia, de que existe algo muy
valioso y que nos une a todos, algo que uno debe siempre procurar y es la
defensa del otro –pues de alguna manera forma parte de mí–, la defensa de un
bien que es compartido y que no solo me compete a mí pero también a mí. Este
sería un largo proceso en el que se iría instruyendo a las futuras generaciones
en la defensa de lo colectivo y no solo de lo individual, defensa que creemos
que no se fomenta desde el sector educativo. Porque educar no debería ser solo
la transmisión de contenidos culturales sino también y sobre todo el fomento de
comportamientos y modos de ser que nos beneficien a todos ya que el ser humano
no vive solo sino en comunidad.
Conclusión
Si esto es así, la corrupción no es sino un efecto necesario por
la ausencia, en las mentes de las ciudadanos en general, de algo que tenga que
ver con un bien compartido, un bien que nos pertenece a todos y que somos
nosotros mismos. Hemos dicho que la ausencia de este concepto se debe sobre
todo a un sistema capitalista salvaje en el que no cabe la existencia de algo
llamado “bien común” debido a la consolidación del individualismo exacerbado
siendo la característica principal de este el egoísmo.
El individualismo, en efecto, se impone y anula en la sociedad
cualquier resquicio de nada que tenga que ver con algo compartido. El egoísmo y
la búsqueda del interés propio es, para los liberales, la premisa que permite
que haya beneficio para la
sociedad. Uno no busca el interés social pero la búsqueda del
suyo propio implica que se genere un beneficio para todos:
Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la
inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo
mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin
embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho,
necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la
sociedad. [...] una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no
entraba en sus propósitos.1
Así, el interés social no es buscado y solo se obtiene de forma
indirecta no siendo la solidaridad el valor social supremo sino la búsqueda del
puro beneficio personal. Se deberá fomentar por tanto el egoísmo en la sociedad
ya que este posibilita que haya beneficio para los demás. Triste modelo social.
Pero si el egoísmo es la base del sistema capitalista salvaje, si
el individualismo más exacerbado es el motor que genera crecimiento, si se nos
educa en la necesidad de ser altamente competitivos para alcanzar el éxito
siendo la alternativa el quedarse rezagado pero más: si los depredadores tienen
más posibilidades de éxito económico que las personas solidarias, no debe
extrañarnos que, en primer lugar, el egoísmo esté venciendo a la solidaridad y
en segundo, y como avanzábamos, que la sociedad en general no conciba la
existencia de un bien común, un bien de todos. Con lo cual, si no hay ni la
concepción de vínculos con los demás a nivel teórico ni a nivel emocional, la
corrupción es algo que se deriva de forma necesaria de todo lo dicho.
En conclusión, será necesario la construcción de un
sistema alternativo que no base su motor en el egoísmo sino en la solidaridad,
un sistema en el que la búsqueda del bien para todos no sea un efecto indirecto
de la búsqueda del bien propio sino un fin en sí mismo, un modelo que no
fomente en los individuos el interés exclusivamente personal sino el interés
por el otro, el interés social, la existencia del bien común. Será necesaria la
construcción, en esencia, de un modelo definitivamente humano.
Nota
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222556
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